Actualizado el jueves 28/MAR/24

Conociendo a Jesucristo

Por el estudio. 

Una de las vías para conocer a Jesucristo es mediante el estudio.

Efectivamente conocemos a Jesús cuando leemos y meditamos el Santo Evangelio, cuando leemos buenos libros que hablan de Él, escritos por santos autores, Padres de la Iglesia y teólogos de buena doctrina.

Cuando leemos la Biblia también conocemos a Jesús, porque todo el Antiguo Testamento es una preparación a la venida de Cristo y muchas de las figuras de la Antigua Alianza nos vislumbran uno o varios aspectos del Señor.

También hay que leer y estudiar, y sobre todo, saborear los escritos de los Papas, del Magisterio de la Iglesia Católica, su Catecismo y todos los documentos pontificios, puesto que Jesús ha fundado a su Iglesia para que le dé a conocer, y nadie mejor que Ella, la Iglesia Católica, su Esposa, puede darlo a conocer a las gentes.

Por supuesto que no debe ser un estudio frío, como se estudia cualquier otra materia. Sino que debe ser un estudio lleno de vida, y preparado y seguido por la oración y también por la recepción de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, que nos va como abriendo la inteligencia para que conozcamos al Señor.

Si hacemos así, cada día le amaremos más, y lo daremos a conocer a las almas para que ellas también amen a Jesús, tan digno de amor.

¡Alabado sea Jesucristo!

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Hoy más que nunca es necesario conocer a Jesucristo, para amarlo más, ya que nadie puede amar lo que no conoce.

Esta sección creada el 1 de abril de 2010, Jueves Santo de la Cena del Señor, estará dedicada a dar a conocer a Jesucristo, Dios y hombre verdadero, y a hacerlo amar por muchos hombres y mujeres de buena voluntad.

Ojalá estos textos nos enciendan el amor a Jesucristo y, como el apóstol San Juan, reclinemos nuestra cabeza sobre el pecho de Jesús y así vivamos felices en esta tierra, hasta ir a gozar un día del Señor en el Cielo, para siempre.

Encomiendo esta sección a la Virgen Santísima, la que mejor conoció a Jesucristo; que Ella nos guíe en esta noble y necesaria, más aún, vital tarea de conocer al Señor.

¡Alabado y adorado sea Jesucristo!