Todos necesitamos ayuda. ¡Cuántas veces hemos creído que nos bastábamos a nosotros mismos, que éramos omnipotentes, sin necesidad de ayuda, y el Señor ha permitido que sucumbiéramos miserablemente, para darnos a entender que no somos dios, que el Señor es el único Dios, y que nosotros somos simples criaturas suyas necesitadas de ayuda! Y mientras vamos por el camino de la vida, los hombres debemos golpear a la puerta de los Santos y de los Ángeles, para que nos socorran. Así también nosotros, a nuestra vez, debemos ser ayudas a los hermanos, muchos de los cuales caminan bajo el peso agobiante de cruces muy pesadas, y nosotros con muy poco esfuerzo podemos aliviarles. Recordemos esas palabras tan hermosas de Jesús que nos dicen que tratemos a los demás como queremos ser tratados nosotros. Y así cuando veamos a alguien que está necesitando de ayuda, hagamos todo lo posible por socorrerlo, pues es al mismo Cristo que auxiliamos, y quien sea misericordioso, obtendrá también misericordia, no sólo que obtendrá misericordia de Dios, sino también de los hombres. Todos necesitamos de ayuda, y quien está seguro y tranquilo hoy, quizás mañana el infortunio y la desgracia lo torture. Por eso tengamos compasión para quien sufre, poniéndonos en su lugar, porque un día nos puede tocar a nosotros, y no querremos la indiferencia y frialdad de los demás.
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