Actualizado el domingo 7/JUN/15
La conversión
Hoy. Ya.
La conversión no hay que dejarla para otro día, para otro momento, ya que esas son sugerencias del demonio, que quiere que aplacemos nuestra vuelta a Dios, de modo que nos tenga atrapados todavía y, con un poco de suerte, nos atrape para toda la eternidad.
Tapemos la boca al diablo cuando nos sugiere posponer nuestra conversión, y vayamos cuanto antes a confesarnos con el sacerdote católico para volver a estar en gracia de Dios, para recibir nuevamente la Eucaristía, para que las obras que hagamos tengan valor para el Cielo.
El tiempo que tenemos a nuestra disposición no es tanto como el que imaginamos. ¡Cuántas personas creyeron en un determinado momento de sus vidas, en que todo les iba bien, tocar casi el cielo con las manos, y descuidaron su conversión, y les llegó la muerte improvisamente, y se perdieron para siempre!
Escarmentemos en cabeza ajena, y comencemos ya nuestra conversión. Porque si bien a la confesión quizás no podamos ir ya mismo, sí podemos hacer un acto de contrición perfecta ya mismo, pidiéndole perdón a Dios porque nos duele haberle ofendido a Él que es tan bueno y formemos también el propósito de confesarnos a la primera ocasión, entonces ya estaremos convirtiéndonos. Empecemos ya mismo de rodillas ante Dios, y cada noche, al acostarnos, renovemos el deseo de ser mejores, pidamos perdón a Dios por lo que hemos hecho mal en el día, por los pecados que hayamos cometido en él, y entreguémonos al descanso, que si esa noche nos tocara morir, como a muchos les ha sucedido, no iremos a parar al infierno.
Recordemos que la muerte llegará a la hora del ladrón, cuando nadie la espera, y allí mismo se decidirá nuestra eternidad, de gozo o de horror. De nosotros depende.
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