Actualizado el lunes 6/NOV/23

Ejemplos de la protección de la Medalla de San Benito

Protección de los animales útiles al hombre e influencia sobre las condiciones naturales

 

Ejemplo 57

 

En 1867, en la diócesis de Mans, en la casa de una comunidad recientemente establecida, se había perforado, a costa de muchos gastos, un pozo destinado a abastecer de agua a todo el edificio. Como el agua no resultó potable, fue necesario construir otro pozo dentro del recinto de la casa. Pero tampoco esta operación fue exitosa: apareció agua abundante, no sulfurosa como la primera, sino oscura, con mal olor y pésimo sabor.

Se aconsejó a las religiosas arrojar en el pozo la medalla de San Benito e ir a buscar agua una hora más tarde. Las hermanas siguieron la recomendación con fe y simplicidad; una hora después, el agua que se sacó del pozo apareció límpida como el cristal, sin olor y perfectamente potable. Desde entonces conservó esas cualidades en todas las estaciones del año. Las condiciones desagradables del comienzo son hoy, para los moradores del convento, apenas un recuerdo que les hace pensar en el poder y la bondad del santo Patriarca.

 

Ejemplo 58

 

En 1854, en Boën-sur-Lignon, un viñedo estaba atacado por el mal de las viñas. No sólo las hojas estaban deterioradas, sino que los racimos que comenzaban a brotar parecían heridos de muerte. El propietario tuvo la idea de enterrar la medalla de San Benito en la tierra donde estaba plantada la vid. Poco después el mismo fenómeno siguió persistiendo. El follaje conservaba su triste apariencia; pero los racimos habían crecido y maduraron sin conservar rastros de la plaga manifestada al principio. El mal había invadido una tercera parte de la viña; pero retrocedió de repente, y en el momento de la vendimia, la uva cosechada estaba en las mejores condiciones.

 

Ejemplo 59

 

En 1867, el Rvdo. Padre A..., de la Compañía de Jesús, que residía en el colegio de Saint-Denis (Isla de Reunión), fue encargado de ir a buscar a catorce niños, que habían pasado las vacaciones de Pascua con sus familias, para conducirlos por mar a Saint-Denis. El mar estaba agitado y la vuelta era peligrosa. El Padre Rector entregó al religioso que partía una medalla de San Benito, diciéndole: “Quédese tranquilo, mañana el mar estará mejor; y si después de partir, se pone tempestuoso, nada tema, San Benito lo socorrerá”. Y así sucedió, punto por punto. El religioso y los niños se embarcaron con buen tiempo, pero después de haber navegado sin problemas durante una hora, rumbo a Saint-Denis, un viento terrible alcanzó al barco cuando contornaban un cabo, amenazando arrojarlo contra los acantilados, donde los viajeros serían aplastados por la fuerza de las olas. El piloto, temeroso, buscó refugio en alta mar, pero también allí la muerte acechaba amenazadora. La frágil embarcación, juguete de las olas y los vientos, ya no obedecía al timón; una lluvia torrencial ocultaba todo el horizonte; los niños, más muertos que vivos, se habían echado al fondo de la embarcación. En ese momento de supremo peligro, el Padre se acordó de la medalla de San Benito; la tomó y la arrojó al mar, diciendo: “San Benito, ruega por nosotros”. ¡Maravilloso efecto del poder del gran Patriarca! En menos de cinco minutos la lluvia cesó, las olas se calmaron, el piloto pudo volver a la costa con seguridad y los viajeros prosiguieron la navegación llenos de gratitud hacia quien los arrancara de una muerte segura. Al día siguiente, el Padre A... colocaba en el cuello de sus ocho remadores las medallas de San Benito y los buenos negros prometían usarlas siempre.

 

Ejemplo 60

 

Selvam, una joven hindú, sufría desde hacía mucho tiempo flujo de sangre que la había enflaquecido hasta el punto de que ya no podía tolerar ningún tipo de alimento y comenzaba a desear la muerte. Llegado a la aldea el misionero que nos escribe, le mandó beber agua en la que previamente había sumergido la medalla de San Benito. Ese mismo día la sangre paró de correr y la enferma pudo alimentarse. “Esa agua, dice el relato, tiene una fuerza especial contra cualquier pérdida de sangre”.

 

Ejemplo 61

 

Desde hacía cuatro meses la fiebre minaba a Servammol, antigua alumna de las religiosas. Una persona caritativa que fue a visitarla en un momento en que sufría mucho, le dio como remedio una cuchara de café sin azúcar donde había sumergido la medalla de San Benito. Le sobrevino un acceso extremadamente violento, con vómitos y delirios. Sin embargo, pasada la crisis, Servammol no se desanimó: continuó bebiendo el agua de la medalla y ocho días después estaba completamente curada.

 

Ejemplo 62

 

A causa del saqueo perpetuado por unos ladrones contra una casa donde se encontraba un niño de tres años, éste tuvo tanto miedo que lo asaltó una fiebre constante que ya llevaba cinco días. Alguien le ofreció el agua de la medalla para beber y le friccionó dulcemente el rostro y el pecho con ella. Enseguida la  fiebre desapareció definitivamente. “Es notable, dice el misionero, el poder que tiene esta medalla contra el miedo y todo cuanto de él procede, especialmente en los niños”. Y agrega: “Como se sabe que esa medalla da mayor eficacia a los remedios, muchas veces la utilicé sumergiéndola en remedios líquidos o tocando los sólidos. La empleé en fiebres continuas, cotidianas o periódicas, y no me acuerdo de que ninguna fiebre, por pertinaz que fuese, resistiera tal remedio”.

 

Ejemplo 63

 

Madelagammol, joven de 18 a 20 años, estaba sorda desde hacía seis años; cada vez que comía otra cosa que no fuese arroz sus oídos le supuraban. Desde el primer día que salpicó el agua de la medalla en sus oídos, cesó la supuración en el oído derecho y comenzó a oír mejor de ese lado. Siguió aplicando el mismo remedio durante varios días y la supuración también cesó en el lado izquierdo; actualmente oye perfectamente con el oído derecho, pero el izquierdo sólo se curó a medias, queriendo Dios que de este modo guardara el recuerdo de su estado anterior.

 

Ejemplo 64

 

Las enfermedades de la vista, con el sol de la India, adquieren una intensidad que las vuelve temibles, sobre todo en los niños. Dos pequeñas paganas que sufrían esas enfermedades fueron curadas instantáneamente, al lavarles los ojos con agua de la medalla.

 

Ejemplo 65

 

Lo que hace especialmente querida la medalla de San Benito entre los hindúes, es el poderoso socorro que les presta contra uno de los mayores flagelos de la región, la picadura de insectos o serpientes. Mariannen, picado una tarde por un pouram, insecto muy venenoso, pasó toda la noche gimiendo de dolor; sentía el pecho oprimido y tenía la espalda hinchada. Pero se sintió perfectamente curado cuando las partes doloridas fueron friccionadas con agua de colonia pura, en la cual había sido sumergida la medalla.

 

Ejemplo 66

 

Noyegam había sido picado por una terrible serpiente, cuyo veneno, cuando no mata en pocas horas, deja la vida en peligro durante unos cuarenta días y además exige mucho más tiempo para una cura que no siempre es completa. Tres años después de haber sido mordido por esa cobra, Noyegam seguía teniendo una fiebre que nunca lo había abandonado del todo; la pierna todavía continuaba hinchada y casi sin sensibilidad, a tal punto que, cuando lo picó un escorpión, ni siquiera sintió el dolor; sufría continuos dolores de cabeza y de cuello; sus miembros, sin fuerza, no le permitían ningún esfuerzo duradero. Al cabo de tres años, se presentó en ese estado al misionero. Éste le dio a beber el agua de la medalla, recomendándole que la tomara y se friccionara las partes doloridas, lo que hizo el mismo día antes de acostarse. Esa noche la fiebre lo dejó, desapareció la hinchazón de la pierna, sintió el cuello y la cabeza aliviados, y todo el cuerpo retomó su estado normal. “Es notable, escribe el misionero, ningún veneno resiste al agua que entró en contacto con esta medalla, y cualquier veneno pierde efecto en los lugares tocados por esa agua”.

 

Ejemplo 67

 

La picadura de escorpión causa un dolor indescriptible; la calma y el sueño sólo vuelven al paciente muchas horas después, y a veces luego de toda una noche o más de sufrimientos. Como esa región hindú está plagada de escorpiones, los casos de picaduras no son raros. Se emplean diferentes remedios para contrarrestarlas, con mayor o menor eficacia. Pero el gran remedio hindú es una “bendición” supersticiosa para hacer desaparecer el veneno; y hasta los mismos cristianos no tenían gran escrúpulo en adoptar tal procedimiento. La medalla de San Benito llegó providencialmente para cortar esas supersticiones. El agua tocada por ella cura instantáneamente el miembro dolorido, expulsando infaliblemente el veneno en algunos minutos. Desde que la medalla se conoce en la región, se dieron muchos casos de dicha aplicación y nunca falló. Por eso los hindúes la apellidaron “tèlou souroùbam”, la medalla del escorpión.

 

Ejemplo 68

 

Una joven mujer había prometido dar ocho annas (un franco y veinte céntimos) a la Iglesia de Nuestra Señora de Yodappady en nombre de su hijo. Llegada la Pascua fue a cumplir su promesa, pero dio sólo la mitad, reservando el resto para la  iglesia de su aldea. Enseguida su pequeño cayó enfermo: gran conmoción en la familia y la pobre madre confiesa, consternada, su falta, y va a cumplir de inmediato lo que faltaba de la promesa; pero el enfermo sigue inspirando temor. Se llama al misionero, quien encuentra al niño en estado de completa postración, con los ojos cerrados y la cabeza caída sobre el pecho. Dice entonces a la madre: “La Virgen y San Benito no se van a pelear a causa de este niño. La Santísima Virgen ya dio una lección maternal que fue bien atendida; para gloria de San Benito, Ella le dejará el encargo de la curación”. Después mandó friccionar dulcemente el pecho y el rostro del niño con agua de la medalla; también se le pusieron algunas gotas en la boca. Enseguida entreabrió los ojos y esbozó algunos movimientos, para gran dicha de la familia; mejoró rápidamente y esa misma tarde estaba curado.

 

Ejemplo 69

 

Un protestante enfermo que sufría terribles agitaciones mandó llamar cierto día al celoso misionero que nos relató estos hechos. Se decía que su casa estaba infestada por malos espíritus; el misionero, después de examinar la singular enfermedad, se convenció de que se trataba de locura o de una influencia diabólica. Por ello, pidió agua y sumergió en ella la medalla de San Benito; la madre del enfermo, sentada junto a la cama de su hijo, le friccionada levemente el rostro y el pecho con esa agua, y logró hacerle beber algunas gotas. Curvando la cabeza, como quien reflexiona, el hijo se volvió hacia su madre y dijo sonriendo: “¡Estoy curado! ¡Quiero comer y vestirme!” Después estrechó la mano del padre, diciendo: “¡Muchas gracias, Padre!”. Su joven esposa, europea protestante, permanecía de pie delante de él, dejando correr gruesas lágrimas. El misionero bendijo la casa y la familia completa se arrodilló para recibir a su vez la bendición. Todos los testigos del hecho, católicos, protestantes o paganos estaban muy emocionados. A la tarde el enfermo retomó su trabajo habitual. En los días siguientes tuvo algunos accesos del mismo género, pero continuó bebiendo el agua de la medalla y pronto se vio totalmente liberado.

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