La pureza.
Para alcanzar la infancia espiritual, es necesaria la virtud de la pureza, pues quien es impuro jamás entenderá las cosas espirituales.
¿Pero en este mundo se puede ser puro?
A pesar de la ola de podredumbre que hay en la tierra, no solamente se puede ser puro, sino que se debe ser puro.
Todo consiste en vigilar y orar. Por supuesto que no podremos ser puros si miramos cualquier cosa, especialmente en el cine y la televisión. Tampoco podremos ser puros si comemos como glotones. Y menos podremos guardar la pureza si no le pedimos auxilio a Dios a través de la oración constante y de los Sacramentos, en especial la Eucaristía.
Se trata de saber guardar los sentidos y no ponernos en ocasiones peligrosas. Se debe tratar respetuosamente a las personas del sexo opuesto, sin familiaridades excesivas, porque quien ama el peligro, perecerá en él.
La solución está en el amor. Porque el verdadero amor es casto y puro, y si sabemos amar, entonces seremos puros.
Y cuanto más puros seamos, tanto más entenderemos las cosas de Dios, y tanto más nos compadeceremos de los pobres pecadores, sin juzgarlos jamás, sabiendo que si a nosotros Dios nos dejara de su mano, caeríamos en los más graves pecados de impureza y otros.
Tomemos el ejemplo de Jesús que no condenó a la mujer adúltera, a pesar de que Él, por su vida purísima, era el único que tenía el derecho de juzgarla. Si Él no lo hizo, tampoco nosotros condenemos a los pecadores, porque si no cometemos pecados graves, es porque Dios nos sostiene y no permite que caigamos.
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En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños." (Mt 11, 25)
En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: "¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?" Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: "Yo les aseguro: si no cambian y se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos." (Mt 18, 1-4)
Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y orara; pero los discípulos les reprendían. Mas Jesús les dijo: "Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos." (Mt 19, 13-14)
Mensaje de la Virgen al Padre Gobbi, del Movimiento Sacerdotal Mariano:
24 de julio de 1974
Mi triunfo y el de mis hijos.
“Camina en la simplicidad. Yo te llevo de la mano y tú sígueme siempre. Déjate conducir por Mí; déjate alimentar por Mí, déjate mecer por Mí: como un niñito en mis brazos.
Puesto que Satanás hoy ha engañado a la mayor parte de la humanidad con la soberbia, con el espíritu de rebelión a Dios, ahora sólo con la humildad y con la pequeñez es posible encontrar y ver al Señor.
Causada por la rebelión contra Dios, por este orgullo que sólo proviene de Satanás, es la oleada de la negación de Dios, del ateísmo que amenaza verdaderamente con seducir a gran parte de la humanidad.
Este espíritu de soberbia y de rebelión ha contaminado también a una parte de mi Iglesia. Engañados y seducidos por Satanás, aun aquellos que deberían ser luz para los demás, ahora no son más que sombras que caminan en la obscuridad de la duda, de la incertidumbre, de la falta de fe.
Ya dudan de todo. ¡Pobres hijos míos, cuanto más ustedes busquen solos y con sus propias fuerzas la luz, tanto más caerán en la obscuridad!
Hoy es necesario volver a la simplicidad, a la humildad, a la confianza de los pequeños, para ver a Dios. Para lo cual Yo misma me estoy preparando este escuadrón: mis Sacerdotes, a quienes haré cada vez más pequeños para que puedan ser colmados de la luz y del amor de Dios.
Humildes, pequeños, abandonados y confiados, todos se dejarán conducir por Mí. Su débil voz tendrá un día el clamor de un huracán, y uniéndose al grito de victoria de los Ángeles, hará resonar en todo el mundo el potente grito: “¿Quién como Dios? ¿Quién como Dios?”
Será entonces la definitiva derrota de los soberbios y el triunfo mío y de mis pequeños hijos.”