Fe.
Los niños tienen fe en sus padres, en sus mayores. Por eso si queremos alcanzar la infancia espiritual, debemos tener fe en Dios, nuestro Padre, que no puede mentirnos ni engañarnos.
Aprendamos de los niños a creer en Dios, a aceptar las verdades de la fe sin tantas vacilaciones, dudas y preguntas.
Entendamos de una vez por todas que las verdades eternas, los Misterios de Dios, no son comprensibles para nuestra pobre cabecita, y es de un gran mérito prestarle fe a Dios que nos los ha revelado.
Si tenemos fe en Dios, entonces viviremos tranquilos, porque sabemos que Dios nos ha dicho la verdad y estamos seguros en este mundo, sabiendo que hay un Cielo que nos espera si somos buenos, y un Infierno que nos tragará si somos malos.
Pobres los hombres que se devanan los sesos buscando saberes que no sacian y no llenan, sino que aumentan la confusión.
Por eso los niños son tan felices, porque no tienen que pensar en nada, ya que están los mayores que piensan por ellos.
Así también nosotros tenemos a Dios y a la Virgen que piensan por nosotros y entonces dediquémonos a vivir tranquilos sin hacernos tantas preguntas.
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En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños." (Mt 11, 25)
En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: "¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?" Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: "Yo les aseguro: si no cambian y se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos." (Mt 18, 1-4)
Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y orara; pero los discípulos les reprendían. Mas Jesús les dijo: "Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos." (Mt 19, 13-14)
Mensaje de la Virgen al Padre Gobbi, del Movimiento Sacerdotal Mariano:
24 de julio de 1974
Mi triunfo y el de mis hijos.
“Camina en la simplicidad. Yo te llevo de la mano y tú sígueme siempre. Déjate conducir por Mí; déjate alimentar por Mí, déjate mecer por Mí: como un niñito en mis brazos.
Puesto que Satanás hoy ha engañado a la mayor parte de la humanidad con la soberbia, con el espíritu de rebelión a Dios, ahora sólo con la humildad y con la pequeñez es posible encontrar y ver al Señor.
Causada por la rebelión contra Dios, por este orgullo que sólo proviene de Satanás, es la oleada de la negación de Dios, del ateísmo que amenaza verdaderamente con seducir a gran parte de la humanidad.
Este espíritu de soberbia y de rebelión ha contaminado también a una parte de mi Iglesia. Engañados y seducidos por Satanás, aun aquellos que deberían ser luz para los demás, ahora no son más que sombras que caminan en la obscuridad de la duda, de la incertidumbre, de la falta de fe.
Ya dudan de todo. ¡Pobres hijos míos, cuanto más ustedes busquen solos y con sus propias fuerzas la luz, tanto más caerán en la obscuridad!
Hoy es necesario volver a la simplicidad, a la humildad, a la confianza de los pequeños, para ver a Dios. Para lo cual Yo misma me estoy preparando este escuadrón: mis Sacerdotes, a quienes haré cada vez más pequeños para que puedan ser colmados de la luz y del amor de Dios.
Humildes, pequeños, abandonados y confiados, todos se dejarán conducir por Mí. Su débil voz tendrá un día el clamor de un huracán, y uniéndose al grito de victoria de los Ángeles, hará resonar en todo el mundo el potente grito: “¿Quién como Dios? ¿Quién como Dios?”
Será entonces la definitiva derrota de los soberbios y el triunfo mío y de mis pequeños hijos.”