MEDITACIÓN DE HOY
Cómo nos trata Dios.
Pues bien, así como Dios trató a su amadísimo Hijo, así también tratará a quien ame y adopte como hijo: A quien ama corrígelo el Señor, y azota a todo hijo que por suyo reconoce. De ahí que dijera en cierta ocasión a santa Teresa: “Cree, hija, que a quien mi Padre más ama, da mayores trabajos.” Por eso la santa, cuando se veía más trabajada, decía que no trocaría sus trabajos por todos los tesoros del mundo. Apareciéndose después de muerta a una de sus religiosas, le reveló que gozaba de gran premio en el Cielo, no tanto por las buenas obras como por los padecimientos que en vida sufrió con agrado por amor de Dios, y que, si por alguna causa hubiera deseado tornar al mundo, sería ésta tan sólo la de poder sufrir alguna cosa por Dios. Quien padece amando a Dios, dobla la ganancia para el Paraíso.
“Práctica de amor a Jesucristo” – San Alfonso María de Ligorio
Comentario:
Pero Dios Padre no solo permitió el sufrimiento en su Hijo, sino que también lo colmó de todo consuelo y gracias, y así también hará con nosotros, sus hijos adoptivos.
Porque si bien Dios permite el sufrimiento en nuestras vidas, siempre es para sacar un bien de él, ya que es a través del sufrimiento como nos hacemos corredentores con Cristo, y merecemos toda clase de gracias y favores celestiales.
Es en el sufrimiento donde se conquistan gracias para nosotros y para nuestros hermanos, por eso tenemos que aprender a sufrir con amor a Dios y con abandono, y pedirle a Dios esta gracia, ya que a ninguno nos gusta sufrir porque es difícil hacerlo.
Los santos pedían a Dios sufrimientos. Nosotros tal vez no estemos en ese grado de vida espiritual que nos haga pedir a Dios el sufrimiento, pero sí podemos ofrecer a Dios las pequeñas cruces de todos los días, con espíritu amoroso y sabiendo que con esos padecimientos ayudamos a redimir a muchos hermanos nuestros.
¡Qué mayor felicidad que el sentirnos útiles en la salvación de las almas! Y con el sufrimiento pacientemente aceptado, logramos salvar muchas almas del poder del demonio.
Como siempre, penitencia y oración son las armas que debemos usar; sufrimiento y amor es lo que salvará al mundo de la catástrofe.
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