Despreocupados.
Los hombres vivimos despreocupados y en medio de risas y cantos, hasta que en nuestra vida nos visita el dolor, entonces comprendemos que esta tierra es un valle de lágrimas, y que muchos son los que sufren, y entonces nos hacemos compasivos, porque experimentamos en carne propia lo que es el dolor.
Muchas veces el dolor es un excelente maestro, porque nos hace desaparecer nuestro corazón de piedra, y lo cambia por uno de carne, que es compasivo con el sufrimiento de los hermanos.
Cristo también quiso venir a sufrir por nosotros y con nosotros, y por eso Él experimentó en sí mismo todo el dolor humano, y por experiencia nos puede consolar, porque Él bien sabe lo que es sufrir, y lo difícil que se hace a veces sufrir.
Cuando vamos caminando y pasamos junto a un hospital o un sanatorio, pensemos en la gente que en esas camas está sufriendo, mientras nosotros gozamos de salud, y demos gracias a Dios porque estamos sanos, y pidamos por esas personas que están en su lecho de dolor, y tengamos compasión de ellas, porque en cualquier momento nos puede tocar a nosotros o a un familiar nuestro.
Si hacemos así, entonces viviremos la vida seriamente. Esto no quiere decir que estaremos tristes, sino que viviremos alegres, pero tomando conciencia de la gravedad del vivir en este mundo, y de la importancia de la salvación.
Porque, en definitiva, todos tenemos que completar a lo que falta a la Pasión del Señor, y Jesús nos ha reservado a cada uno de nosotros una partecita de su Cruz, para que le ayudemos en la redención de las almas, y así tengamos parte con Él en el triunfo final en el Cielo.
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