- María, ¿existe un reconocimiento oficial de la Iglesia con respecto al carisma que ejerces hacia las almas del Purgatorio, y también hacia aquellos que son alcanzados con tu apostolado?
- Mi Obispo me ha dicho que, hasta que no haya errores teológicos, yo debo continuar: Mi párroco, que es al mismo tiempo mi guía espiritual, confirma también él estas cosas.
- Te quiero hacer una pregunta, que puede parecer indiscreta. Tú has hecho tanto por las almas del Purgatorio que, sin duda alguna, cuando te toque morir, miles de almas te escoltarán hasta el cielo. Imagino que tú ciertamente no habrás de pasar por el Purgatorio, ¿No es así?
- ¡Oh!. No creo que iré al Cielo sin Purgatorio, porque yo he tenido más luz, más conocimiento, y por tanto mis culpas son más graves. Pero espero igualmente que las almas me ayudarán a subir al Cielo.
- Si, por cierto. Y tú, María, ¿estás contenta de tener este carisma, o bien es para ti una cosa pesada y fatigosa todos esos continuos pedidos por parte de las almas?
- No, no me lamento de las dificultades, porque sé que puedo ser de mucha ayuda para ellas; puedo ayudar a tantas almas, y soy feliz de poder hacerlo.
- María, te agradezco, también en nombre de los lectores, por esos hermosos testimonios. Pero consiénteme de hacerte una última pregunta, Para que podamos conocerte mejor, ¿podrías contarnos, en pocas palabras, algo de tu vida?
- Cuando era niña, quería entrar en un convento. Mi madre me decía de esperara a que tuviese 20 años. No quería casarme. Mi madre me hablaba mucho de las almas del Purgatorio y, ya, desde cuando frecuentaba la escuela, esas almas me han ayudado mucho. Entonces yo me decía que debía hacerlo todo por ellas. Terminada la escuela, pensé ir al convento. Entré en las Hermanas del Corazón de Jesús, pero, luego me dijeron que era demasiado débil de salud para poder permanecer con ellas. En verdad, cuando era pequeña, había tenido una pulmonía y una pleuritis. La Superiora confirmó que yo tenía vocación religiosa, pero me aconsejó que entrara en una orden más fácil y esperara algún año más. Yo, en cambio quería ingresar en una orden claustral y en seguida. Después de otros dos intentos, la conclusión fue la misma: era demasiado débil de salud. Entonces me dije que para mí entrar en el convento no era la voluntad del Señor. He sufrido mucho, moralmente, y me decía: "El Señor no me ha mostrado lo que quiere de mí".
Esta espera duró para mí hasta la edad de 25 años, es decir hasta el momento en que Dios me ha confiado esta tarea de orar por las almas del Purgatorio. ¡Me había hecho esperar 8 años!. En mi familia éramos 8 hijos. Yo trabajaba en casa, en nuestra estancia, desde los 15 años. Luego fui a Alemania, como doméstica en la familia de un campesino, y después he trabajado aquí, en la estancia de Sonntag. A partir de los 25 años, cuando comenzaron las visitas de las almas, he tenido que sufrir mucho por ellas. Ahora estoy mejor físicamente.
María Simma (la segunda de ocho hijos), ha nacido el 5 de febrero de 1915 en Sonntag (Vorarlberg), en Austria, de una familia pobrísima. El padre, José Antonio (18 años mayor que su esposa, Luisa Rinderer), por varios años se ganó la vida como cuidador y campesino de su hermano. Durante la primera guerra mundial fue cartero, luego obrero vial y bracero, luego jubilado. Con su mujer y sus ocho hijos fue a vivir en una vieja casa que había recibido en herencia de un buen anciano, maestro carpintero. A causa de la gran pobreza de la familia, los hijos, desde muy jóvenes, trabajaron y se ganaron el pan: los varones como obreros y las muchachas como niñeras. María Simma desde su juventud fue muy piadosa y frecuentó asiduamente los cursos de instrucción religiosa organizados por su párroco. Luego debió alejarse de su pueblo para trabajar en varios lugares.
Quería hacerse religiosa pero, como ya sabemos, el Señor ha tenido otros proyectos sobre ella. En el informe del párroco se lee que ella "consagró su virginidad a la Virgen e hizo esta consagración a María en favor sobre todo de los difuntos"; se ofreció a Dios, haciéndolo con voto "como alma víctima, víctima de amor y de expiación". El párroco refiere que en varias ocasiones, y por diferentes modos, ella se ofreció como víctima para ayudar a los difuntos, con sufrimientos voluntarios a veces terribles, gracias a los cuales abrevió las penas de innumerables almas. Además de los sufrimientos ofreció a Dios continuas oraciones, misas y penitencias.
Desde la muerte de su padre, acaecida en 1947, vive sola en la casita paterna y, para proveer a las necesidades de la vida, continúa, a pesar de la edad a cultivar su huertita. Vive así en pobreza, ayudada por la gente caritativa. No pide nada, todo lo hace gratuitamente; y si alguno le deja ofrendas, las envía íntegramente a la Curia, para la celebración de misas, para obras caritativas y, sobre todo, para las Misiones.
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