Consolar a los ancianos.
Pensemos en todos los ancianos que están pasando sus últimos años de vida en asilos, geriátricos, y que esperan, quizás, que algún nieto o ser querido los vaya a visitar, pero no reciben a nadie, y están solos.
Jesús quería y quiere mucho a los ancianos, porque vuelven a ser como niños, y Jesús amaba mucho a los niños y nos dice en el Evangelio que el Reino de Dios es de los niños y de los que son como ellos, y los ancianos son como niños grandes.
¡Cuántas gracias derrama Dios sobre quienes socorren a los ancianos! Porque estas personas mayores, que han hecho tanto por otros en la vida, a veces son olvidados, por aquellos que recibieron sus beneficios.
El mandamiento “Honrar padre y madre”, nos manda a honrar a todo anciano, y especialmente si son nuestros parientes o que por algún motivo estamos más obligados a ello.
Recordemos que el Señor nos medirá y juzgará con la misma medida y el mismo juicio que empleemos nosotros para los demás. Y si no atendemos y ayudamos a los ancianos ahora, cuando llegue nuestro turno y seamos viejos, quizás también seamos abandonados de todos.
Estamos a tiempo todavía. Pensemos si alguna persona mayor está esperando día y noche que la vayamos a visitar, a hacerle una caricia, a brindarle una sonrisa. De nosotros depende.
Jesús, en Vos confío.
Dijo Jesús a Santa Faustina Kowalska: “Si un alma no practica la misericordia de alguna manera, tampoco la alcanzará en el día del juicio. Oh, si las almas supieran acumular los tesoros eternos, no serían juzgadas, porque la misericordia anticiparía mi juicio”.
Recordemos que las obras de misericordia son las siguientes:
Espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, consolar al triste, corregir al que yerra, perdonar las injurias, sufrir pacientemente los defectos ajenos, orar a Dios por vivos y difuntos.
Corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, visitar a los enfermos, redimir al cautivo, enterrar a los muertos.
Dijo también Jesús: "Hija Mía, necesito sacrificios hechos por amor, porque sólo éstos tienen valor para Mí. Es grande la deuda del mundo contraída Conmigo, la pueden pagar las almas puras con sus sacrificios, practicando la misericordia espiritualmente".
La Misericordia divina es infinita, pero la podemos limitar con nuestra falta de confianza en Dios o nuestra falta de misericordia con el prójimo.
¡Qué menos que un acto de misericordia hacia el prójimo cada día! Sea de obra, palabra o con la oración.
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