Con Jesús.
Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente. (Mt 4,23).
Comentario:
¡Qué hermoso debe haber sido ver a Jesús recorrer las aldeas enseñando y haciendo milagros! Nosotros podemos lamentarnos de no haber vivido en la misma época para poder verlo. Pero ¿tomamos conciencia que Él está REALMENTE presente en la Eucaristía, igual a como estaba presente en aquella época? Entonces no añoremos esos tiempos ya que con solo participar de la Misa y visitarlo en el Sagrario estaremos con Él como en aquellos tiempos y, además, si lo recibimos en la Comunión seremos más dichosos que los que fueron sus contemporáneos.
Jesús, María, os amo, salvad las almas.
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"Jesús, en el Tabor, se manifestó con toda su majestad y con toda su gloria a sus tres discípulos preferidos. De la nube luminosa que los envolvía resonó repentinamente una voz, la voz del Padre celestial: «Este es mi Hijo muy amado, en quien he puesto mis complacencias: escuchadlo».
Otro hecho evangélico.
Sucedió en las bodas de Caná. La delicadeza atenta de Nuestra Señora acaba de adivinar el aprieto de quienes la han invitado. Ella, y Ella sola, conoce la omnipotencia de Jesús. Y va a abogar por la causa de sus amigos. «Hijo, no tienen vino». A primera vista Jesús parece desechar el pedido; en realidad, y como siempre, la oración de su Madre va a ser escuchada. María lo ha comprendido enseguida. Apaciblemente dice a los servidores: «Haced lo que El os diga».
Nadie podrá dudar de que el deseo más ardiente de la Santísima Virgen es vernos cumplir los mandamientos de Dios, realizar sus voluntades, seguir los consejos y prescripciones de Jesús.
Por eso es evidente que la voluntad de María es que nosotros cumplamos las voluntades de su Hijo, y respetemos todos sus consejos y deseos.
Según este Evangelio de Jesús y de María queremos vivir, según él queremos pensar, juzgar y obrar en todas las cosas, a fin de ser los verdaderos hijos y esclavos de amor de nuestra divina Madre.
¡Dígnese Ella misma concedernos las gracias abundantes que se requieren para este fin!
Pero para conformar nuestras miras y nuestra vida a este santo Evangelio, debemos leerlo, estudiarlo y meditarlo asiduamente.
Desde este punto de vista hay lagunas terribles en muchos cristianos.
Tratemos de colmar este vacío deplorable, y hagamos de modo que, por todos los medios humanos y divinos, la palabra de Dios no sea para nosotros palabra muerta.
El Evangelio debe ser nuestro primer manual, tanto para la meditación como para la lectura espiritual. Es maravilloso ver cómo ciertas almas, incluso poco instruidas, con la gracia de Dios, descubren en los textos evangélicos luces y riquezas increíbles para su vida de cada día."