Días comunes.
Recordemos que las grandes ocasiones no suelen llegar muy frecuentemente en la vida. Así que debemos aprovechar los días comunes y grises, para hacer el bien y santificarnos, pues el que sea fiel en el poco, en lo pequeño, en lo ordinario, también será fiel en lo mucho y extraordinario.
Tomemos el ejemplo de Jesucristo, que durante treinta años de su vida vivió ocultamente, haciendo lo común y ordinario, pero de modo extraordinariamente bien. Y no tomó como poca cosa el estar haciendo vida común y corriente durante los primeros treinta años de su vida.
Así que también nosotros debemos perseverar en el bien durante todos los días de la vida, haciendo bien y con amor, las cosas comunes y concretas de cada día, sin preocuparnos del mañana, sino viviendo un día a la vez.
Es cierto que pareciera que todos los días tenemos que hacer lo mismo. Pues bien, hagámoslo con amor y cada día mejor, poniendo el corazón en ello, y no desperdiciando ningún momento del día, usando todo, ya sea el trabajo, el descanso, la diversión, el estudio, etc., todo, para demostrarle a Dios que lo amamos.
El tiempo pasa y no vuelve, y llegará el momento en que tal vez queramos una sola hora y no se nos concederá. Aprovechemos ahora que tenemos estos días, quizás de relativa paz y tranquilidad, para hacer acopio de fuerzas mediante la oración, los sacramentos y el trabajo cotidiano, perseverando cada día, cada hora, cada minuto.
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