Desobediencia.
Ya sabemos quién fue el primer desobediente de la historia. Pues bien, parece que hoy muchos siguen sus pasos y ya nadie quiere someterse a la autoridad, ni en el ámbito público ni en el privado, y menos en el religioso.
A ninguno le agrada que le digan lo que tiene que hacer, y cada cual quiere guiarse por su propia cuenta.
Pero ya lo ha dicho Jesús que si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el pozo; y si uno se guía por sí mismo, se hace discípulo de un tonto.
Por eso tenemos que ver en este signo de la desobediencia en todos los ámbitos, una clara señal de soberbia. Y ya sabemos de dónde y de quién viene la soberbia, del demonio, que fue el primer soberbio y desobediente.
En cambio qué distinta la actitud de Cristo, que no vino al mundo a hacer su propia voluntad, sino la del Padre que lo envió.
Nosotros también debemos hacer la voluntad de Dios y no la nuestra, porque en esto radica nuestra santificación y hasta nuestra salvación eterna.
Quien desobedece a Dios y a la autoridad legítima, a menos que ésta mande lo que es pecado, ya no es libre sino que se sujeta al demonio, le obedece a él.
Pero que esto suceda también en el campo religioso, y especialmente que haya sacerdotes y obispos que no obedezcan ya al Papa, es algo inaudito, pues esta gente está formada espiritualmente, y si proceden así, es porque el demonio ha hecho muchas presas entre ellos.
¡Ven Señor Jesús!
Si desea recibir estos mensajes sobre los Signos de los tiempos, en su correo
electrónico, por favor:
SUSCRÍBASE AQUÍ
Sepan, en primer lugar, que en los últimos días vendrán hombres burlones y llenos de sarcasmo, que viven de acuerdo con sus pasiones, y que dirán: "¿Dónde está la promesa de su Venida? Nuestros padres han muerto y todo sigue como al principio de la creación". Al afirmar esto, ellos no tienen en cuenta que hace mucho tiempo hubo un cielo, y también una tierra brotada del agua que tomó consistencia en medio de las aguas por la palabra de Dios. A causa de esas aguas, el mundo de entonces pereció sumergido por el diluvio. Esa misma palabra de Dios ha reservado el cielo y la tierra de ahora para purificarlos por el fuego en el día del Juicio y de la perdición de los impíos. Pero ustedes, queridos hermanos, no deben ignorar que, delante del Señor, un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir lo que ha prometido, como algunos se imaginan, sino que tiene paciencia con ustedes porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. (II Pedro 3, 3-9)
(Vea cómo Consagrarse al Corazón Inmaculado de María)