Actualizado el lunes 30/SEP/24

Verdades olvidadas

El juicio particular. 

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que el hombre, en el momento de su muerte, recibe en su alma lo que merece por sus obras. Es decir que en el momento de la muerte nuestra alma se presenta ante el Juez eterno, Jesucristo, y allí mismo recibimos la sentencia eterna: Cielo o Infierno, según haya sido nuestra muerte: en gracia de Dios, o en pecado mortal respectivamente.

Los Santos pensaban todo el día en ese momento y temblaban y hacían muchas penitencias y oraciones preparándose para ese momento tan importante, el más importante de la vida, de nuestra vida, porque allí se decidirá nuestra eternidad.

Ellos también pedían por la perseverancia final, es decir que al momento de la muerte se hallasen en gracia de Dios, en amistad con Él, para salvarse e ir a Gozar de Dios para siempre en el Paraíso.

Parece mentira pero el hombre de hoy ya ni piensa en esto, y vive despreocupadamente, sin interesarse por lo que vendrá después de la muerte, aprovechando este corto tiempo de vida sobre la tierra para gozar de todo sin importarle ni Dios ni la eternidad. Verdaderamente esta es la conducta de los locos, porque el que no piensa en sus postrimerías es un insensato que no sabe a dónde se dirige, o es como un soldado que va a la guerra sin armas.

Ya la Escritura dice: “Acuérdate de tus postrimerías y no pecarás.” Pero el hombre de hoy vive enceguecido por el Maligno y así llega al fin de su vida sin estar preparado.

Nosotros, que estamos leyendo esto, no es por casualidad que lo estamos leyendo, sino que Dios, en su infinita misericordia nos quiere avisar de estas cosas para que nos preparemos mejor a ese momento tan trascendente de nuestra muerte.

Como dice la Escritura: “Si el justo apenas se salva, ¿qué será del pecador y el impío?”

No es para tener miedo, pero sí es para tener precaución y darle la importancia a lo que realmente la tiene.

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