Pobres de espíritu.
Una de las enseñanzas del Evangelio que debemos saber vivir, es la pobreza de espíritu. Porque sucede en estos tiempos modernos, que con el avance de la tecnología y todos los bienes que se nos presentan ante nuestros ojos, podemos apegar nuestro corazón a las “cosas”, y olvidarnos que fuimos creados para Dios y que sólo seremos felices en la medida en que amemos a Dios en la tierra, y que vayamos a gozar de Él para siempre en el Cielo.
Por eso, como bien decía San Ignacio de Loyola, todos los medios que Dios pone a nuestro alcance, los debemos usar siempre y cuando nos ayuden para alcanzar el fin, que es que seamos santos y que nos salvemos; y los debemos dejar de lado cuando nos estorban este camino de santificación y nuestra salvación.
Escudriñemos nuestros corazones para ver en qué tenemos puesta la mirada y el corazón, si en las cosas espirituales, o sólo en las cosas materiales, que antes o después nos dejan, y que por apegarnos a ellas perdemos el Paraíso para el que fuimos creados por Dios.
Jesús es Dios, y si Él, sabiendo todas las cosas, y siendo dueño de todas las riquezas del Cielo y de la tierra, quiso nacer, vivir y morir pobre, es porque con ello nos quiere dejar una enseñanza: que hay que preferir la pobreza a la riqueza, o al menos que si tenemos riquezas, no nos apeguemos a ellas de forma desordenada, siendo duros con los que necesitan una ayuda.
Recordemos la parábola del pobre Lázaro y del rico Epulón, y tomemos en serio esta advertencia del Señor, siendo libres completamente, ya sea que tengamos o no tengamos riquezas, para no estar atados a nada de este mundo y volar tranquilos hacia Dios cuando nos llegue la hora.
Si desea recibir estos textos en su correo electrónico, por
favor
SUSCRÍBASE AQUÍ
Todos los males individuales, familiares, nacionales y mundiales, vienen de no practicar lo que dice el Santo Evangelio.
Ya lo dice Jesús mismo, que el hombre que escucha sus palabras pero no las practica, se parece a uno que edificó su casa sobre arena, y que al soplar los vientos, desbordarse los ríos y embestir contra la casa, ésta se desmorona y queda una gran ruina.
Pues así sucederá con aquel que oiga o lea el Evangelio, pero que no se esfuerce en practicarlo. Se encontrará que al final de su vida, su casa, es decir, su alma, estará en ruinas. Y ya sabemos para qué son buenas las ruinas, para demolerlas del todo porque no sirven para nada. Y así será para nuestra alma, que será desechada para siempre en el Infierno.
Obrar de acuerdo al Evangelio, es lo que nos hará felices en el Cielo y ya desde esta vida, porque no hay nadie que sea más feliz que aquél a quien su conciencia no le reprocha nada.
Y por otro lado, quien no actúe de acuerdo al Evangelio, será infeliz para siempre en el Infierno, y su infelicidad ya comenzará desde esta vida terrena.
Por eso en esta sección, creada el 11 de Septiembre de 2011, iremos exponiendo las enseñanzas del Evangelio y el modo de llevarlas a la práctica en nuestra vida cotidiana, para hacerlas carne en nosotros y así edificar la casa sobre roca.