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El alma de todo apostolado
DOM J. B.
CHAUTARD
ABAD DE LA ORDEN CISTERCIENSE
Obra útil para fundar en la vida
interior el trabajo del apostolado.
Bendecida y recomendada por la Santidad de Benedicto XV
Con licencia eclesiástica
TRADUCCIÓN DEL AUTÓGRAFO DE SU
SANTIDAD BENEDICTO XV AL AUTOR
"A nuestro amado
hijo D. Juan Bautista Chautard, Abad de la Trapa de Nuestra Señora de SeptFons.
Le felicitamos de todo corazón por la excelente publicación de su libro titulado
EL ALMA DE TODO APOSTOLADO, donde demuestra la necesidad de la vida interior
para todas aquellas almas que, aplicadas a la acción exterior, se proponen
obtener una asombrosa fecundidad en su ministerio.
Deseando que esta obra, en la cual se hallan reunidas las enseñanzas doctrinales
y los consejos prácticos apropiados a las necesidades de nuestros tiempos, se
propague prodigiosamente y produzca mucho bien.
Damos de todo corazón a su piadoso autor nuestra afectuosa bendición apostólica.
En el Vaticano, 18 de marzo de 1915.
BENEDICTUS PP. XV."
El Emmo. Cardenal Vico añade al envío de la carta del Soberano Pontífice las
siguientes líneas:
"Me apresuro a enviar a V. R. el Pergamino adjunto, que nuestro Stmo. P. el Papa
Benedicto XV me ha encargado transmitirle. En este augusto autógrafo leerá V. R.
los elogios que hace su Santidad del precioso libro de V., titulado EL ALMA DE
TODO APOSTOLADO, que el Padre Santo ha leído con suma satisfacción.
Pío X, de santa memoria, me había encargado ya transmitirle sus más cordiales
felicitaciones al Piadoso prelado español que tradujo vuestra obra a su idioma
nacional".
PRÓLOGO
Ex quo omnia
per quem omnia
in quo omnia.
Dios altísimo y
Bondad Absoluta. Qué admirables y deslumbradoras son las verdades de la Fe, que
nos descubren lo más intimo de tu Vida.
Tú, Padre santísimo, te miras desde la eternidad en el Verbo, imagen perfecta
tuya.
El Verbo queda extático al contemplar tu Belleza, y del éxtasis de los -dos,
surge el Espíritu Santo como un Volcán de Amor.
Tú, Trinidad Santísima, eres la única vida interior perfecta, superabundante e
infinita.
Porque eres la Bondad sin límites, deseas difundir tu vida íntima. Al conjuro de
tu Voz, tus obras salen de la nada, proclamando tus perfecciones entre cantos de
gloria.
Tu Espíritu de Amor, acuciado por la necesidad inmensa que siente de amar y
entregarse, colmará el abismo que te separa del polvo animado por tu soplo de
vida.
Así, merced a Él, en tu Seno aparece el Decreto de nuestra divinización.
Este barro amasado por tus Manos, podrá ser deificado, y tener parte en tu
eterna bienaventuranza.
Tu Verbo se brinda a realizar esta obra, haciéndose carne para que nosotros nos
hagamos dioses (1).
Y esto lo lograste, oh Verbo, sin dejar el Seno de tu Padre, en el cual subsiste
tu Vida esencial, Fuente de donde brotarán las maravillas de tu apostolado.
Oh Jesús, "Díos con nosotros", tú entregas a los apóstoles el Evangelio, la Cruz
y la Eucaristía, enviándoles a engendrar hijos de adopción para tu Padre.
Y después vuelves al Padre.
Desde ese momento a tu cargo queda, divino Espíritu, la santificación y el
gobierno del cuerpo místico del Hombre-Dios (2), realizados por Ti con la
colaboración de los auxiliares que escogiste para hacer que baje la vida divina
de la Cabeza a los miembros.
Abrasados por el fuego de Pentecostés, se distribuyen por la tierra para sembrar
en todas las inteligencias el Verbo que ilumina, y en todos los corazones la
gracia que inflama, canales por los que se comunica a los hombres esa vida
divina, de la cual Tú eres la plenitud.
* * *
Oh fuego divino, excita en cuantos participan de tu apostolado, el ardor que
transformó a aquellos hombres dichosos que se congregaron en el Cenáculo, para
que no se limiten a ser predicadores del dogma y la moral, sino transfusores de
la Sangre divina en las almas.
Espíritu de luz, graba con caracteres indelebles en sus inteligencias, esta
verdad: Que el módulo de la eficacia de su apostolado es la Vida íntima
sobrenatural que tengan, de la cual Tú eres el PRINCIPIO soberano y Jesucristo
la FUENTE.
Oh caridad infinita. Provoca en sus voluntades una sed ardiente de la Vida
interior. Que tus suaves y poderosos efluvios penetren en sus corazones,
haciéndoles sentir que aun en este mundo, no hay verdadera felicidad sino en esa
Vida, imitación y participación de la tuya y de la del Corazón de Jesús, en el
Seno del Padre de todas las misericordias y de todas las ternuras.
* * *
Oh María inmaculada, Reina de los Apóstoles, dígnate bendecir estas modestas
páginas y alcanza para cuantos las lean la gracia de comprender que si Dios se
sirviera de su actividad como de un instrumento regular de su Providencia, para
difundir sus bienes celestiales en las almas, esa actividad suya será eficaz en
cuanto participe de la naturaleza del Acto divino como tú lo contemplaste en el
Seno de Dios, cuando tomó carne en tus entrañas virginales Aquel a quien
nosotros debemos la merced de poder llamarte Madre nuestra.
PRIMERA PARTE
DIOS QUIERE LAS OBRAS Y LA VIDA INTERIOR
1. Las Obras y,
por tanto, el Celo, son queridos por Dios
Atributo de la naturaleza divina es la liberalidad más soberana; Dios es bondad
infinita, la cual, como toda bondad, tiende a difundirse y a comunicar los
bienes que posee.
La vida mortal de nuestro Señor fue una constante manifestación de esta
liberalidad inagotable. Jesús, en los Evangelios, es el divino sembrador, que
por todos los caminos va derramando los tesoros de amor de un Corazón ávido de
acercar a los hombres a la Verdad y a la Vida.
Jesucristo transmitió esa llama de apostolado a la Iglesia, don de su amor,
difusión de su vida, expresión de su verdad, reflejo de la santidad suya.
Encendida en esos ardores, la esposa mística de Cristo, continúa a través de los
siglos, la obra de apostolado de su divino modelo.
Designio admirable y ley universal de la Providencia es que el hombre enseñe al
hombre el camino de la salvación.
Sólo Jesús derramó su sangre para rescate del mundo. Sólo El hubiera sido capaz,
a quererlo, de aplicar su virtud, obrando directamente en las almas, como lo
realiza en la Eucaristía. Plúgole, sin embargo, servirse de cooperadores en el
reparto de sus beneficios.
¿Por qué?
Exigencia fue, sin duda, de la Divina Majestad; pero también tuvo su parte, su
ternura inmensa para con el hombre.
Y si el más encumbrado de los monarcas no gobierna por sus ministros, qué
dignación la de Dios, al asociar unas pobres criaturas a sus trabajos y a su
gloria.
La Iglesia, que tuvo su origen en la cruz al salir de la llaga abierta en el
costado del Salvador, perpetúa por el ministerio apostólico la acción
bienhechora y redentora del Hombre-Dios.
Este ministerio es, por voluntad expresa de Jesucristo, el factor esencial de la
difusión de la Iglesia entre las naciones y el instrumento más corriente de sus
conquistas.
En el apostolado ocupa el primer lugar el clero, cuya jerarquía forma el cuadro
del ejército de Cristo. Clero que ilustran tantos obispos y santos sacerdotes
llenos de celo; honrado tan gloriosamente con la canonización del Santo Cura de
Ars.
Junto al clero oficial se agrupan, desde el origen del Cristianismo, las
compañías de voluntarios, verdaderos cuerpos escogidos, cuya exuberante
floración constituirá siempre uno de los fenómenos más palpables de la vitalidad
de la Iglesia.
Enumeremos ante todo las Ordenes contemplativas de los primeros siglos, cuya
oración incesante y cuyas ásperas maceraciones contribuyeron tan poderosamente a
la conversión del mundo pagano.
En la Edad Media aparecen las Ordenes de Predicadores, las Ordenes mendicantes y
militares, y las consagradas a la heroica misión de rescatar los cautivos, que
estaban en poder de los infieles.
Por último, los tiempos modernos han visto nacer una muchedumbre de milicias
dedicadas a la enseñanza, Institutos, Sociedades de Misioneros y toda clase de
Congregaciones, para difundir el bien espiritual y corporal en todas sus formas.
También encontró la Iglesia en todas las épocas de su historia, preciosos
colaboradores entre el elemento seglar, como esos católicos fervientes; que hoy
son legión, denominados con la expresión ya consagrada: "Personas de obras"
cuyos corazones ardientes, formando un haz que centuplica sus fuerzas, ponen sin
reserva, al servicio de nuestra Madre común, su tiempo, su capacidad, su
fortuna, a menudo su libertad, y algunas voces hasta su sangre.
Es un espectáculo que admira y conforta esta eflorescencia providencial de obras
que nacen según las necesidades y con una tan perfecta adaptación a las
circunstancias. Con la Historia, en la mano se puede observar que, al crearse
nuevas necesidades o aparecer nuevos peligros, una institución nueva ha surgido
para atender a las primeras y conjurar los segundos.
Por eso en nuestra época han aparecido para oponerse a los graves males
presentes, una serie de obras desconocidas antes: Catecismos de preparación para
la Primera Comunión; Catecismo de perseverancia; y para los niños abandonados;
Congregaciones, Cofradías, Reuniones y Retiros para hombres, mujeres y jóvenes
de ambos sexos; El Apostolado de la Oración; el de la Caridad; Ligas para el
Descanso Dominical, Patronatos, Círculos de Estudios, Obras Militares, Escuelas
Libres, Buena Prensa, etc.; que son diversas formas de apostolado; suscitadas
por el espíritu que encendía el alma de San Pablo: Ego autem libentissime
impendam et superimpendar ipse pro animabus vestris y que quiere distribuir por
todas partes los beneficios de la sangre de Jesucristo.
Que estas humildes páginas lleguen hasta los soldados que con todo celo y ardor
por su noble empresa, se exponen, precisamente a causa de la actividad que
despliegan, al peligro de no ser, ante todo, hombres de vida interior, y que tal
vez algún día, amargados por fracasos inexplicables en apariencia o por graves
daños de su espíritu, pudieran sentir la tentación de abandonar la lucha y
meterse en sus tiendas, llenos de abatimiento.
Las ideas expuestas en este libro nos han servido a nosotros mismos para luchar
contra la absorción de las obras exteriores. Que puedan también ahorrar a
algunos esos sinsabores y ser guía de su entusiasmo, al enseñarles que el Dios
de las obras no debe ser abandonado por las obras de Dios y que el Vae mihi si
non evangelizavero (Ay de mí si yo no evangelizare. (I Cor. IX, 16)) no nos
autoriza a olvidar el: Quid prodest homini si mundum universum lucretur, animae
vero suae detrimentum patiatur (¿Qué le
aprovecha al hombre ganar el mundo si pierde su alma? (Mt. XVI, 25).
Los padres y madres de familia para quienes La Introducción a la vida devota no
es un libro pasado de moda, y los esposos cristianos que se creen en la
obligación de practicar un apostolado recíproco y formar a sus hijos en el amor
e imitación del Salvador, pueden también aplicarse a las enseñanzas de estas
modestas páginas. Ojalá que todos comprendan la necesidad de que su vida sea no
sólo piadosa, sino interior, para que su celo gane en eficacia y para perfumar
sus hogares con el espíritu de Cristo, que les dará esa paz inalterable, la
cual, aun a través de las más duras pruebas, será siempre la compañía de las
familias fundamentalmente cristianas.
2. Dios quiere que Jesús sea la Vida de las Obras
La ciencia puede enorgullecerse con razón de sus conquistas inmensas. Pero no ha
logrado ni logrará jamás crear la vida, ni producir en los laboratorios químicos
un grano de trigo o una larva. Los estruendosos fracasos sufridos por los
defensores de la generación espontánea, han sido el más claro testimonio de la
vacuidad de sus pretensiones. Dios se ha reservado el poder de crear la vida.
Los seres que pertenecen al reino animal y vegetal pueden crecer y
multiplicarse, pero sometidos a las condiciones establecidas por el Creador.
En cambio, cuando se trata de la vida intelectual, Dios crea directamente el
alma racional. Existe toda vía un coto cerrado que guarda - con mayor celo y es
el de la Vida Sobrenatural, por ser ésta una emanación de la vida divina,
comunicada a la Humanidad del Verbo encarnado.
Jesús, en virtud de su Encarnación y Redención, es la FUENTE ÚNICA de esta Vida
divina a cuya participación son llamados todos los hombres.
Per Dominum nostrum
Jesum Christum. Per ipsum, et cum Ipso et in Ipso.
La Iglesia tiene como función
esencial, comunicarla mediante los sacramentos, la oración, predicación y las
demás obras relacionadas con estos medios de vivificación sobrenatural. Nada
hace Dios sino, mediante su Hijo: Omnia per Ipsum facta sunt et sine Ipso jactum
est nihil. Esto se cumple en el orden natural, y más en el sobrenatural, al
comunicarse la vida divina, dando a los hombres una participación de la
naturaleza de Dios para hacerlos hijos suyos.
Veni ut vitam habeant. In Ipso vita erat. Ego sum Vita . Estas palabras son tan
precisas, como luminosa la Parábola de la vid y los sarmientos con que el
maestro aclara esta verdad. Con qué insistencia quiere grabar en el espíritu de
sus apóstoles el principio fundamental de que sólo ÉL (JESÚS) ES LA VIDA, y su
corolario, o sea, que para participar en esta vida y comunicarla a los demás, es
preciso ser un injerto del Hombre-Dios.
Quienes recibieron el honor de colaborar con el Salvador en la transmisión de
esta vida divina en las almas, deben reflexionar que son unos modestos canales
acodados a esa fuente única; para tomar de ella la vida.
Si un hombre apostólico, por ignorar estos principios, se creyera capaz de
producir ,el menor vestigio de vida sobrenatural, prescindiendo en absoluto de
Jesús, demostraría una ignorancia teológica tan supina, como estúpida
suficiencia.
Y si reconociendo que el Redentor es la causa primordial de toda vida divina, el
apóstol olvidase esta verdad cuando actúa, y cegado por una presunción tan
incomprensible como injuriosa para Jesucristo, no contase sino con sus propias
fuerzas, cometería un desorden, que aunque menor que el anterior, no seria menos
intolerable a los ojos de Dios.
Rechazar la verdad o prescindir de ella en la conducta, constituye siempre un
desorden intelectual, doctrinal o práctico, y es la negación del principio que
debe informar nuestra conducta.
Ese desorden aumenta cuando la verdad, en vez de iluminar la inteligencia del
hombre de Obras, choca con un corazón en oposición, por el pecado o la tibieza,
con el Dios de toda luz.
Esta conducta, que consiste en ocuparse en las obras como si Jesús no fuera el
único principio de vida, ha sido calificada por el Cardenal Mermillod de HEREJÍA
DE LAS OBRAS, expresión que sirve para estigmatizar la aberración del apóstol,
que, olvidado de su papel secundario y subordinado, pretendiera lograr el éxito
de su apostolado con sola su actividad y sus talentos.
¿No implica esta conducta la negación práctica de una gran parte del Tratado de
Gracia?
Esta consecuencia espanta, pero, a poco que se reflexione, se ve que
desgraciadamente encierra mucha verdad.
¡Herejía de las obras! La actividad febril en lugar de la acción de Dios; la
ignorancia de la gracia; la soberbia del hombre que pretende destronar a Jesús;
el considerar como meras abstracciones, al menos en la práctica, la vida
sobrenatural, el poder de la oración y la Economía de la Redención, son casos
nada imaginarios que se presentan y que, en diversos grados, un análisis de las
almas acusa con frecuencia en este siglo de naturalismo en el que el hombre
juzga según las apariencias y obra como si el éxito de su empresa dependiera
principalmente de lo ingenioso de su organización.
Aun a la luz de la filosofía, y prescindiendo de la revelación, seria digno de
lástima el hombre de valer que se negara a reconocer que todos los talentos que
los demás admiran en él, los ha recibido de Dios.
¿Qué impresión produciría en un católico instruido en la religión, el
espectáculo de un apóstol que hiciera ostentación, al menos implícita, de
prescindir de Dios en su tarea de comunicar a las almas la vida divina aun en
sus menores grados? Calificaríamos de insensato al obrero evangélico que dijera:
Señor, no pongas obstáculos a mi empresa; no me la atasques: que yo me encargo
de llevarla a buen fin. Este sentimiento nuestro reflejaría a la versión que
produce en Dios tal desorden; la vista de un presuntuoso que se dejara arrastrar
del orgullo hasta el extremo de pretender dar la vida sobrenatural, engendrar la
fe, suprimir el pecado, impulsar a la virtud y hacer brotar el fervor en las
almas con solas sus fuerzas, sin atribuir estos efectos a la acción directa,
continua, universal y desbordante de la Sangre divina, precio, razón de ser y
medio de toda gracia y de toda vida espiritual.
Por eso la humanidad del Hijo de Dios pide a su Padre que confunda a esos falsos
cristos paralizando las obras de su soberbia, o permitiendo que no produzcan
sino un espejismo fugaz.
Y, excepción hecha de la acción que ex opere operato se realiza en las almas,
Dios está como obligado con el Redentor a retirar al apóstol hinchado de
suficiencia, sus mejores bendiciones, para concedérselas al sarmiento que con
toda humildad reconoce que su savia, no le viene sino de la vid divina.
Que si Dios bendijera con resultados profundos y duraderos una actividad
envenenada con ese virus que hemos llamado Herejía de las obras, daría a
entender que alentaba el desorden y permitía su difusión.
3. Qué es la vida interior
Las frases: vida de oración, contemplación, vida contemplativa, que algunas
veces empleamos, las cuales se encuentran en los Santos Padres y en los
Escolásticos, significan la vida interior NORMAL al alcance de TODOS, y no esos
estados extraordinarios de oración que estudia la teología mística, y menos, los
éxtasis, las visiones, los raptos místicos, etc.
Rebasaríamos nuestro propósito si nos entretuviéramos en un estudio del
ascetismo. Limitémonos a recordar en pocas líneas lo que CADA UNO debe aceptar
como, verdades inconcusas, para el íntimo gobierno de su alma.
1ª. VERDAD. Mi vida sobrenatural es la Vida del mismo Jesucristo por la Fe, la
Esperanza y la Caridad, porque Jesús es la causa meritoria, ejemplar y final, y
en cuanto Verbo, con el Padre y el Espíritu Santo, la causa eficiente de la
gracia santificante en nuestras almas.
La presencia de Nuestro Señor en esta Vida, sobrenatural no es la presencia real
de la santa comunión, sino una presencia de ACCIÓN VITAL como la acción que la,
cabeza y él corazón ejercen sobre los demás miembros del cuerpo; Acción íntima,
que ordinariamente Dios oculta a mi alma para aumentar el mérito de mi fe;
Acción, por consiguiente, habitualmente insensible para mis facultades
naturales, que debo aceptar formalmente por la Fe; Acción divina compatible con
mi libre albedrío, la cual se sirve de las causas segundas (acontecimientos,
personas y cosas) para darme a conocer la voluntad de Dios y ofrecerme la
ocasión de adquirir o aumentar mi participación en la vida divina.
Esta vida que comenzó en el Bautismo por él CRISTIANA.
2ª. VERDAD. Por esta vida, Jesucristo me comunica su Espíritu. Y así se erige en
principio de una actividad superior, la cual, si yo no pongo obstáculos por mi
parte, me hace pensar, juzgar, amar, querer, sufrir y trabajar con Él, en Él,
por Él y como Él. Mis acciones exteriores son la manifestación de esa Vida de
Jesús en mí. Y así. tiendo a realizar el ideal de VIDA INTERIOR formulado por
San Pablo: Ya no soy yo quien vive. Jesucristo vive en mí.
La Vida Cristiana, la piedad, la Vida interior y la santidad no difieren
esencialmente, sino que son los diversos grados de un mismo amor. El crepúsculo,
la aurora, la luz y el esplendor del mismo sol.
Cuando en esta obra empleamos las palabras "Vida interior" nos referimos menos a
la Vida: habitual, es decir al "capital de vida divina" -valga la frase- que
atesoramos en nuestra alma en virtud de la gracia santificante, que a la vida
interior actual, o sea, al empleo de ese capital, por medio de la actividad del
alma y de su fidelidad a las gracias actuales:
Por tanto, puedo dar de ella esta definición: diciendo que es el estado de
actividad de un alma que REACCIONA para PONER EN REGLA sus inclinaciones
naturales y se esfuerza en adquirir EL HABITO de juzgar y de dirigirse EN TODO
por las luces del Evangelio y los ejemplos de Nuestro Señor.
Esto supone dos movimientos. Uno mediante el cual el alma se retira de todas las
criaturas que se oponen a la vida sobrenatural, procurando no perder jamás su
propia presencia. Aversio a creaturis. Y otro por el que el alma se lanza hacia
Dios para unirse con Él: Conversio ad Deum.
Con esta conducta el alma quiere conservarse fiel a la gracia que Nuestro Señor
le ofrece cada momento. Es decir, que vive unida a Jesús y realiza el Qui manet
in Me et Ego in eo, hic fert fructum multum .
3ª. VERDAD. Quedaré privado de uno de los medios más poderosos de adquirir esa
vida interior, si no me esfuerzo en tener una fe PRECISA y CIERTA de esa
presencia activa de Jesús en mi y, sobre todo, en conseguir que esa presencia
sea para mi una realidad viviente, MUY VIVIENTE, que penetre en el campo de mis
facultades.
De ese modo Jesús será para mi, la luz, el ideal, consejo, apoyo, recurso,
fuerza, médico, consuelo, alegría, amor; en una palabra, mi vida, y así
adquiriré todas las virtudes.
Sólo entonces podré rezar con toda sinceridad la oración admirable de San
Buenaventura que la Iglesia me propone como acción de gracias de la misa:
Transfige dulcissime Domini Jesu...
4ª. VERDAD. En la PROPORCIÓN en que intensifique mi amor para con Dios, crecerá
mi vida sobrenatural por momentos, en virtud de una NUEVA infusión que se me
hará de la gracia de presencia activa de Jesús en mí.
Esta infusión se produce:
1. Por los actos meritorios que realice. Como son la virtud, el trabajo, las
diversas formas de sufrimiento, la privación de las criaturas, el dolor físico o
moral, la humillación, la abnegación, la oración, la misa, los actos de devoción
a Nuestra Señora, etcétera.
2. Por los SACRAMENTOS, sobre todo por la Eucaristía. Es cierto, pues, y, esta
verdad me abruma por su sublimidad y hondura, a la vez que me alegra y anima; es
cierto que por cada acontecimiento, persona o cosa, tú mismo, Jesús mío, te
haces objetivamente presente en mi espíritu a todas horas, y con esas
apariencias cubres tu sabiduría y tu amor y me pides mi cooperación para
aumentar tu vida en mí.
Alma mía, Jesús se te presenta por la GRACIA DEL MOMENTO PRESENTE, cada vez que
rezas, celebras la misa o la oyes, haces una lectura espiritual o te ejercitas
en actos de paciencia, de celo, de renunciación, de lucha, de confianza o de
amor.
¿Te permitirás volverle la cabeza o esconderte?
5ª. VERDAD. La triple concupiscencia, ocasionada por el pecado original y
acrecida con cada uno de mis pecados, origina en mi ELEMENTOS DE MUERTE opuestos
a la vida de Jesús. En la misma proporción en que crecen estos elementos,
reducen el ejercicio de esa vida y hasta pueden llegar a suprimirla.
No obstante, ni las inclinaciones y sentimientos. que la contrarían, ni las
tentaciones, por violentas y prolongadas que sean, pueden hacerle el daño más
ligero, si mi voluntad se les enfrenta; y entonces -y esta es una verdad
consoladora- contribuyen, como todo elemento de combate espiritual, a
aumentarla. en la medida del celo que despliegue.
6ª. VERDAD. Sin el fiel empleo de determinados medios, se cegará mi inteligencia
y mi voluntad carecerá de la fuerza necesaria para cooperar con Jesús en
aumentar y aun en mantener su vida en mí. Y así comenzará la disminución
progresiva de esa vida y el peligro de la TIBIEZA DE VOLUNTAD .
Con mis disipaciones, cobardías, ilusiones y cegueras abriré el corazón al
pecado venial, lo que originará la incertidumbre de mi salvación, ya que el
pecado venial es una disposición fácil para el pecado MORTAL.
Si tuviere la desgracia de caer en ese estado de tibieza, y con más razón si me
encontrase más abajo, deberé hacer toda clase de esfuerzos para levantarme.
1.° Reavivando el temor de Dios "por el recuerdo constante de mis postrimerías,
la muerte, el juicio, el infierno, la eternidad, el pecado, etc.
2.° Haciendo que reviva mi compunción mediante el conocimiento amoroso de
vuestras Llagas, oh Misericordiosísimo Redentor. Me trasladaré en espíritu al
Calvario para prosternarme a vuestros sagrados pies a fin de que vuestra Sangre
viva caiga sobre mi cabeza y mi corazón, disipe mi ceguera, derrita el hielo de
mi alma y sacuda la modorra de mi voluntad.
7ª. VERDAD. Yo debo temer con razón que carezco del grado de vida interior que
Jesús EXIGE de mí:
1.° Si no procuro aumentar mi SED de vivir de Jesús, la cual me da el deseo de
agradar a Dios en todas las cosas, y el temor de desagradarle aun en las más
mínimas. Esa sed cesará en absoluto en mi, si abandono los medios de sostenerla,
en especial la oración de la mañana';, la misa, los sacramentos, el oficio
divino, los exámenes particular y general y las lecturas piadosas, o si, por mi
culpa, esos ejercicios no me aprovechan.
2.° Si no cuido de tener un mínimum de RECOGIMIENTO que me permita, en medio de
mis ocupaciones, guardar el corazón en tal pureza y generosidad que no quede
ahogada la voz de Jesús que me señala los elementos de muerte que se me
presentan y me anima a combatirlos.
Pero ese mínimum me faltará si no pongo en práctica los medios que lo aseguran,
como son: La vida litúrgica, las jaculatorias, en especial las que tienen el
carácter de súplicas, las comuniones espirituales, el ejercicio de la presencia
de Dios, etc.
Sin ese recogimiento, los pecados veniales pulularán en mi vida, tal vez sin
llegar yo siquiera a sospecharlo. Para ocultármelos y aun para vendarme los ojos
de un estado más lamentable en que me pudiera encontrar, la ilusión utilizará
los recursos de mi piedad más especulativa que práctica, o su apariencia; el
celo por las obras, etc. Pero mi ceguera me será imputable, porque yo soy el
causante de ella, por haber abandonado el recogimiento que me era indispensable.
8ª. VERDAD. Mi vida interior será lo que sea la Guarda de mi corazón. Omni
custodia serva cor tuum, quia ex ipso vita procedit .
Esta guarda del corazón es la solicitud HABITUAL o al menos frecuente, con que
preservo todos mis actos, a medida que aparecen, de cuanto pudiera viciar su
móvil o su realización.
Esta solicitud debe ser tranquila, holgada, sin fatiga, pero fuerte, porque se
fundamenta en el recurso filial a Dios.
Es un trabajo más bien del corazón y de la voluntad que del espíritu, el cual
debe quedar libre para cumplir sus deberes. No es obstáculo para las acciones;
antes las perfecciona, al regularlas con el espíritu de Dios y ajustarlas a los
deberes de estado.
Este ejercicio puede practicarse a todas horas. Es una mirada que el corazón
dirige a las acciones presentes, y una atención moderada a las diversas partes
de la acción a medida que se ejecuta. Es la observación exacta del Age quod,
agis. El alma, como un centinela, vigila todos los movimientos del corazón y en
especial lo que ocurre en su interior, es decir, las impresiones, intenciones,
pasiones, inclinaciones, en una palabra, todos sus actos internos y externos,
pensamientos, palabras y actos.
La guarda del corazón exige un determinado recogimiento; las almas disipadas no
la logran.
Practicando este ejercicio con frecuencia, se llega a adquirir la costumbre del
mismo.
Quo vadam et ad quid? ¿Qué harta Jesús; cómo se conduciría en mi lugar? ¿Qué me
aconsejaría? ¿Qué me pide en este momento? Estas son las preguntas que vienen
espontáneamente al alma ávida de vida interior.
Para el alma habituada a ir a Jesús por María, esta guarda del corazón reviste
un carácter más afectivo todavía, y el recurso a esta buena Madre viene a
convertirse en una necesidad constante del corazón.
9ª. VERDAD. Jesucristo reina en el alma que aspira a imitarle con seriedad, en
todo y con todo afecto.
Hay dos grados de esta imitación:
1. El alma se esfuerza en hacerse indiferente a las criaturas, sean conformes o
contrarias a sus gustos. Como Jesús, ella no quiere otra regla de sus actos que
la voluntad de Dios: Descendi de coelo, non ut jaciam voluntatem meam, sed
voluntatem ejus qui misit me .
2. Christus non sibi placuit . El alma se inclina con más decisión a lo que
contraria y repugna a la naturaleza. Entonces realiza el Agendo contra de que
habla San Ignacio en su famosa meditación del Reino de Cristo, o sea "la acción
contraria a la naturaleza para llegar a la imitación de la pobreza del Salvador
y al amor de los sufrimientos y humillaciones.
Entonces el alma conoce a Cristo de verdad, según la expresión de San Pablo:
Didicistis Christum .
10ª. VERDAD. En cualquier estado en que me encuentre, si quiero, orar y ser fiel
a la gracia, Jesús me ofrece toda clase de medios para llegar a una vida
interior que me devuelva su intimidad y me permita desarrollar Su vida en mí.
Entonces mi alma, a medida que va progresando, poseerá la alegría aun en medio
de sus pruebas y en ella se realizarán estas palabras de Isaías: Amanecerá tu
luz como la aurora y llegará pronto tu curación y delante de ti irá tu justicia
y la gloria del Señor te acogerá en su seno. Invocarás entonces al Señor y te
oirá con benignidad; clamarás y te dirá: Aquí me tienes... Y el Señor será tu
guía constante; y llenará, tu, alma de resplandores y vigorizará tus huesos; y
serás como huerto bien regado y como manantial perenne cuyas aguas no se secarán
jamás (Isaías, LVIII, 8, 9, II)
11ª. VERDAD. Si Dios me pide que aplique mi actividad no sólo a mi
santificación, sino también a las Obras, empezaré por grabar en mi alma esta
convicción: Jesús debe y quiere ser la vida de esas obras.
Mis esfuerzos, de suyo nada son y nada valen. Sine me NIHIL potestis facere .
Serán útiles y bendecidos de Dios, si en virtud de una vida interior, los uno
constantemente a la acción vivificadora de Jesús. Entonces llegarán a ser
omnipotentes. OMNIA possum in EO qui me confortat . Si nacen de una suficiencia
llena de orgullo, o de la confianza en mis propios talentos, o del afán de
lucirme con mis éxitos, serán reprobados por Dios; que seria sacrílega locura
pretender arrebatar a Dios algún girón de su gloria para adornarme con él. Esta
convicción no engendrará en mi la pusilanimidad; antes al contrario, será mi
fuerza y me impulsará a la oración; para obtener esa humildad, que es gran
tesoro de mi alma, la seguridad de la ayuda de Dios y la prenda del éxito para
mis obras.
Convencido de la importancia de este principio, haré durante mis retiros o
ejercicios, un examen serio, para averiguar -si no se debilita mi convicción de
lo nulos que son mis actos, cuando van solos, y de su fuerza cuando están unidos
a los de Jesús- si soy inexorable en excluir toda complacencia y vanidad, y toda
satisfacción propia en mi vida de apóstol -si me mantengo en una desconfianza
absoluta de mi mismo- y si pido a Dios que vivifique mis obras y me preserve del
orgullo, que es el primero y principal obstáculo a su asistencia.
Este CREDO de la Vida interior, cuando llega a ser la base de la existencia para
el alma, le asegura desde este mundo una participación en la felicidad
celestial.
Vida interior es vida de predestinados; y responde al fin que Dios se propuso al
creamos .
Responde también al fin de la Encarnación: Filiium suum unigenitum misit Deus in
mundum ut vivamus per eum .
En el estado de los bienaventurados: Finis humanae creaturae est adhaerere Deo;
in hoc enim felicitas ejus consistit .
Con ella ocurre lo contrario de las alegrías del mundo, y es que las espinas
están hacia afuera y las rosas por dentro.
¡Qué dignas de compasión son las pobres gentes de este mundo!, dice el Santo
Cura de Ars. Llevan sobre sus espaldas una capa forrada de espinas, y no pueden
hacer el menor movimiento sin sentir sus punzadas; en cambio, los buenos
cristianos tienen una capa forrada de piel de conejo. Crucem vident, unctionem
non vident .
Es también la vida interior un estado celestial. Porque él alma viene a ser un
cielo viviente , Y canta como Santa Margarita María:
Poseo en todo tiempo y llevo en todo lugar
el Dios de mi corazón y el corazón de mi Dios.
Es, en fin, el principio de la felicidad: Inchoatio quaedam beatitudinis . La
gracia es el cielo en germen.
4. Qué desconocida es esta Vida interior
San Gregorio Magno, tan hábil administrador y apóstol celoso, como gran
contemplativo, concreta en esta frase: Secum vivebat el estado del alma de San
Benito, que ponía en Subiaco el fundamento de su Regla, la cual habla de ser una
de las más potentes palancas de apostolado que Dios ha utilizado en la tierra.
En cambio, de la mayoría de nuestros contemporáneos habrá que decir lo
contrario. Vivir consigo y en sí, querer gobernarse a sí mismo, y no dejarse
gobernar por las circunstancias, reducir a la imaginación, la sensibilidad y la
misma inteligencia al papel de servidores de la voluntad y conformar siempre la
propia voluntad con la voluntad divina, es un programa que cada vez tiene menos
partidarios en este siglo de agitación que ha visto nacer un nuevo ideal
concretado en esta frase: el amor de la acción por la acción.
Cualquier pretexto es bueno para eludir esa disciplina de nuestras facultades.
Los negocios, las atenciones de familia, la higiene, el buen nombre, el amor a
la patria, el prestigio de las corporaciones, hasta la pretendida gloria de
Dios, son tentaciones para no vivir en nosotros mismos.
Esta especie de delirio de la vida exterior llega a ejercer en nosotros una
sugestión irresistible.
¿Cómo extrañarnos, pues, de la ignorancia que existe de la vida interior? No es
sólo ignorancia, sino desprecio e ironía aun por parte de quienes debían ser los
primeros en apreciar sus ventajas y su necesidad.
Fue necesario que el Papa León XIII escribiera al Cardenal Gibbons, Arzobispo de
Baltimore, aquella memorable carta, que era una protesta, contra las
consecuencias peligrosas de la admiración exclusiva de las obras.
A fin de ahorrarse el trabajo de la vida interior, el hombre de la Iglesia llega
a tomar por cosa de poco más o menos la excelencia de esa vida con Jesús, en
Jesús y por Jesús, y al olvidar que en plan de la Redención, todo está tan
fundado en la vida eucarística, como edificado sobre la roca de Pedro.
En relegar lo esencial a un segundo plano trabajan inconscientemente los
partidarios de esa espiritualidad moderna que se llama "AMERICANISMO".
Aunque para ellos
la Iglesia no es un templo protestante, ni está vacío el tabernáculo, estiman
que la vida eucarística apenas puede adaptarse a las exigencias de la
civilización moderna, y menos bastar para los tiempos presentes, y que pasó ya,
para no volver, aquella vida interior que brotaba de la vida eucarística.
Para las personas que desgraciadamente son legión, imbuidas en estas teorías, la
comunión ha perdido aquel sentido que apreciaban en ella los primeros
cristianos.
Aunque creen en la Eucaristía, no la consideran como elemento indispensable de
vida para si y para las obras.
Y como carecen de la intimidad eucarística, la vida interior se les antoja uno
de tantos recuerdos de la Edad Media.
Ciertamente, cuando a esos hombres de obras se les oye hablar de sus hazañas,
podría creerse que el Todopoderoso, el que con solo su palabra creó los mundos y
para quien el universo no es sino polvo y... nada, no puede prescindir de su
concurso.
Muchos fieles y aun sacerdotes y religiosos exagerados en el culto de la acción
llegan sutilmente a convertirlo en una especie de dogma inspirador de su
conducta que les impulsa de un modo desenfrenado a la vida exterior. Y sentirían
una gran satisfacción en decir: La Iglesia, la diócesis, la parroquia tienen
necesidad de mi. Yo soy más que útil a Dios. Claro que no se atreverían a
pronunciar estas frases tan fatuas, pero en el fondo de su corazón anidan la
presunción que las fomenta y la atenuación de la fe que les dio origen.
Es corriente prescribir a un neurasténico que se abstenga de toda clase de
trabajos. Este remedio suele serle insoportable, porque precisamente su
enfermedad le pone en una excitación febril, que es para él como una segunda
naturaleza, la cual le empuja sin descanso a buscar nuevos desgastes de fuerzas
y nuevas emociones, que agravan su mal.
Una cosa parecida ocurre con el hombre de obras en relación con la vida
interior. Tanto más la desdeña y hasta la repugna cuanto más la necesita, puesto
que si la pusiese en práctica, ella sería el mejor remedio para su estado
morboso. Pero como procede de un modo opuesto, y de día en día se afana más en
engolfarse en el aluvión de trabajos cada vez mayores y peor dirigidos, acaba
por descartar toda posibilidad de curación.
Corre el navío a todo vapor; y cuando quien lo dirige admira su velocidad, Dios
está viendo que, por carecer de un timonel experto, va sin rumbo fijo y corre
riesgo de naufragar.
Nuestro Señor desea y pide, ante todo, adoradores en espíritu y en verdad. El
americanismo se figura que da una gran gloria a Díos, enfocando principalmente
el problema de las obras.
Este estado de espíritu explica la preponderancia que tienen en nuestros días
las escuelas, dispensarios, hospitales, etc., con menoscabo de la penitencia y
la oración, las cuales apenas son comprendidas.
Esta vida exclusivamente exterior incapacita para creer en la virtud de la
inmolación oculta y por eso se califica de cobardes e iluminados a los que la
practican en la soledad del claustro, acaso con mayor ardor por la salvación de
las almas, que los misioneros más infatigables y hasta suele hacerse rechifla de
las personas de obras que juzgan que les es necesario robar algunos instantes a
todas sus ocupaciones, aun las más útiles, para dirigirse al tabernáculo a
purificar y recalentar su celo y conseguir que el Huésped divino bendiga y
acreciente el resultado de sus trabajos.
5. Respuesta a esta primera objeción: ¿La Vida interior es inactiva?
Este volumen se dirige exclusivamente a los hombres de obras animados de un
deseo ardiente de sacrificarse, que pudieran no tomar las medidas necesarias
para que su sacrificio en favor de las almas sea fecundo, sin menoscabo de su
vida interior.
Estimular a los pretensos apóstoles que rinden culto al descanso; galvanizar las
almas adormiladas en brazos de un egoísmo iluso, fomentador de la inactividad,
como medio de crecer en la piedad; sacudir la indiferencia de los indolentes;
que pudieran cargar con algunas obras, con miras a ventajas u honores, con tal
que no se perturben su quietud ni su ideal de tranquilidad... esta tarea no
entra en nuestro propósito, porque exigiría una obra especial.
Dejando a otros el trabajo de hacer comprender a esos apáticos las
responsabilidades en que incurren ante Dios con una existencia que Él quiere que
sea activa, y el demonio, de acuerdo con la naturaleza caída se empeña en hacer
infecunda por falta de actividad y de celo, volvamos a nuestros queridos y
venerables compañeros, a quienes estas páginas están reservadas.
No existe comparación que pueda expresar la intensidad infinita de la actividad
encerrada en el seno de Dios.
La vida interior del Padre es tal que engendra una persona divina. De la Vida
interior del Padre y del Hijo procede el Espíritu Santo.
La Vida interior comunicada a los Apóstoles en el Cenáculo inflamó
inmediatamente su celo.
Esta Vida interior es un principio de celo para toda persona instruida que no se
empeñe en desfigurarla.
Pero aunque la vida de oración no se manifestara en las obras exteriores, es en
si misma y en su intimidad una FUENTE DE ACTIVIDAD incomparable.
Se equivocan quienes ven en ella una especie de oasis en que refugiarse para
llevar una vida plácida.
Con saber que es el camino más directo que conduce al reino de los cielos, le
cuadra con toda exactitud el texto que dice: Regnum coelorum vim patitur, et
violenti rapiunt illud .
Don Sebastián Wyart, curtido en los trabajos del ascetismo, en las fatigas
militares, en el estudio yen los cuidados que lleva consigo el cargo de
Superior, solía repetir con frecuencia que hay tres clases de trabajos:
1. El trabajo físico casi en su totalidad, de los que ejercen un oficio manual,
como los labradores, los artesanos y los soldados. Este trabajo, decía, es el
menos rudo de todos, aunque se crea otra cosa.
2. El trabajo intelectual del sabio, del pensador que se fatiga en la búsqueda
tan ardua, a veces, de la verdad; el del escritor o profesor consagrados con
intensidad a comunicarla a otras inteligencias; el del diplomático, del hombre
de negocios, del ingeniero, etcétera; los esfuerzos mentales del general durante
la batalla, para prever, dirigir y decidir. Este segundo trabajo es más penoso
que el anterior. Lo indica el adagio que dice: el acero gasta la vaina.
3. El trabajo, en fin, de la vida interior. "De los tres es el más fatigoso
cuando se toma en serio . Ahora que también es el que consuela más. Y es también
el más importante porque no perfecciona al hombre en una profesión determinada,
sino en su propia formación. ¡Cuántos que se glorian de su valer y arrestos en
los dos primeros géneros de trabajos, con los que se conquistan la fortuna y el
triunfo, claudican como cobardes y perezosos cuando se trata del trabajo de la
virtud!
El esfuerzo constante en dominarse a si mismo y a cuanto nos rodea para no obrar
en todo sino por la gloria de Dios, es el ideal del hombre que quiere adquirir
la vida interior. Para lograrlo pone todo su esfuerzo en estar siempre unido con
Jesús, medio el más eficaz de tener la mirada fija en el fin que pretende y
pesarlo todo a la luz del Evangelio. Así, repite con San Ignacio: Qua vadam et
ad quid? . De esa manera, todas sus potencias, inteligencia, voluntad, memoria,
sensibilidad, imaginación y sentidos, conspiran a ese fin. Pero, ¡qué trabajos
los suyos para llegar a ese resultado! Ya se mortifique o se permita algún
agrado permitido; ya reflexione o ponga en práctica sus pensamientos; ya trabaje
o descanse; ya ame el bien o rechace el mal; ya sienta ansias o temores; ya
acepte la alegría o la tristeza; ya esté lleno de esperanza o de miedo;
indignado o tranquilo; siempre y en todas las cosas se esfuerza en mantener
tercamente, obstinadamente, el timón en la dirección de la VOLUNTAD DE DIOS.
Cuando ora, sobre todo al pie del Tabernáculo, se aisla en absoluto de las cosas
visibles, para poder tratar con el Dios invisible, como si lo viera . Aun en
medio de sus trabajos apostólicos, aspira a realizar el ideal que San Pablo
admira en Moisés.
Ni las adversidades de la vida, ni las tempestades levantadas por las pasiones,
nada puede desviarle de la línea de conducta que se ha trazado. Por otra parte
si flaquea un momento, inmediatamente se repone, y emprende con más brío y
decisión la marcha hacia adelante.
Admirable resistencia. ¡Ah, cómo se palpa la recompensa que Dios concede aun en
este mundo, a quien no desmaya ante el esfuerzo que exige ese trabajo,
colmándolo de alegrías especiales!
¡Holgazanes, concluía don Sebastián, holgazanes los verdaderos religiosos y los
sacerdotes de vida interior, devorados por el celo! ¡Vengan, vengan los hombres
del mundo más metidos en negocios y ocupaciones a ver si su trabajo admite
comparación con el nuestro!
¿Quién no lo ha probado? Cuántas veces cargaríamos con largas horas de un
trabajo penoso, a cuenta de evitar nos media hora de oración bien hecha, la
asistencia devota a la misma, y el rezo del Oficio divino .
El P. Fáber escribe con amargura que para algunos "los quince minutos de acción
de gracias de la Comunión, son los más fastidiosos de todo el día". Si se trata
del breve Retiro de tres días, ¡con qué repugnancia algunos lo reciben!
Prescindir durante tres días de la vida fácil, aunque esté llena de ocupaciones;
y vivir de lo sobrenatural, infiltrándolo en todos los detalles de la
existencia; forzar el espíritu a que durante ese tiempo lo vea todo a los
resplandores únicos de la Fe, y el corazón a que todo lo olvide menos a Jesús y
su vida; vivir enfrentado consigo mismo, poniendo al desnudo las propias
miserias y las flaquezas del espíritu; purificar el alma en el crisol del propio
examen, siendo inexorables en la acusación, todo esto presenta una tal
perspectiva que hace retroceder a gran número de personas, que por otra parte
estarían dispuestas a toda clase de esfuerzos, cuando se trata de un desgaste de
actividad puramente natural.
Y si sólo tres días de esta clase de ocupaciones parecen tan penosos, ¿cómo
reaccionará la naturaleza ante la idea de una vida entera sometida al régimen
gradual de la vida interior?
No hay duda de que en este trabajo de desprendimiento, la gracia tiene una gran
parte y hace el yugo suave y la carga ligera. Pero ¡cómo tiene que trabajar y
esforzarse el alma! Siempre le costará enderezarse en el camino recto y volver
al Conversatio nostra in coelis est .
Santo Tomás explica esto muy bien cuando dice: "El hombre está situado entre las
cosas de este mundo y los bienes espirituales, en los cuales se encuentra la
felicidad eterna. Cuanto más se apega a los unos, más se aleja de los otros" .
En la balanza siempre, al subir uno de los platillos baja el otro la misma
distancia.
Aquella catástrofe primitiva del pecado original al trastornar la economía de
todo nuestro ser, hizo que este doble movimiento de atracción y repulsión cueste
mucho trabajo. Para restablecer y conservar por medio de la vida interior el
orden y el equilibrio en ese "microcosmos" que es el hombre, son necesarios
trabajo, fatiga y sacrificio. Se trata de reconstruir un edificio derruido y de
preservarlo de un nuevo derrumbamiento.
Desprender constantemente de los pensamientos terrenos, por medio de la
vigilancia, el renunciamiento y la mortificación, este corazón nuestro, agobiado
con todo el peso de la, naturaleza corrompida, Gravicorde (Ps IV); reformar el
propio carácter especialmente en aquellos puntos en que menos se parece a la
fisonomía del alma de Nuestro Señor, o sea, en la disipación, cólera,
complacencias internas o externas, manifestaciones de soberbia o de naturalismo,
dureza, egoísmo, falta de bondad, etc., resistir al halago del placer actual y
sensible con la esperanza de una dicha espiritual, de la cual no se gozará sino
al cabo de una larga espera; soltar todas las amarras amor del mundo; hacer del
conjunto de las criaturas, deseos, codicias, concupiscencias, bienes exteriores,
voluntad y propio juicio, un holocausto sin reservas..., ¡vaya tarea hercúlea!
Y, sin embargo, todo esto no es sino la parte negativa de la vida interior.
Después de esta lucha cuerpo a cuerpo que hacia gemir a San Pablo , y que el P.
Ravignan expresaba con esta frase: "¿Vosotros me preguntáis qué he hecho en el
noviciado? Yo os lo diré. Éramos dos. He arrojado al otro por la ventana y me he
quedado solo"; después de ese combate sin descanso contra un enemigo siempre
dispuesto a renacer, es preciso proteger contra las menores asechanzas del
espíritu natural a un corazón que, purificado por la penitencia, se encuentra
actualmente, consumido del deseo de reparar los ultrajes inferidos a Dios, de
desplegar todas las energías en tenerlo únicamente pegado a la belleza invisible
de las virtudes que desea: adquirir para imitar las de Jesucristo y de
esforzarse en conservar hasta en los menores detalles de la existencia una:
confianza absoluta en la Providencia. Esta es la parte positiva de la vida
interior. ¿Quién no imagina el campo ilimitado que ofrece para trabajar?
Trabajo íntimo, asiduo y constante, con el cual precisamente el alma adquiere
una facilidad maravillosa y una sorprendente rapidez en la ejecución de las
tareas apostólicas. Unicamente la vida interior posee este secreto.
Las obras inmensas llevadas a cabo, a pesar de su precaria salud, por un
Agustín, un Juan Crisóstomo, un Bernardo, un Tomás de Aquino, un Vicente de
Paúl, etc., nos llenan de asombro. Pero más nos maravilla el ver que todos esos
hombres, a pesar de sus incesantes trabajos, se mantenían en la más constante
unión con Dios.
Poniendo mediante la contemplación los labios de su espíritu en la fuente de la
Vida, estos Santos recibían de ella una capacidad de, resistencia en los
trabajos, mayor que la del resto de los mortales.
Esto mismo venía a decir un gran Obispo cargado de negocios a un hombre de
Estado ocupadísimo también, al preguntarle éste cuál era el secreto de la
serenidad que reinaba en su espíritu y de los admirables resultados de sus
obras. A todas vuestras ocupaciones, mi querido amigo, le dijo el Prelado,
añadió todas las mañanas media hora de meditación. Despacharéis más fácilmente
vuestros asuntos y aún podréis tomar otros más".
En fin, ¿no sabemos que San Luis, Rey de Francia, en las ocho o nueve horas
diarias que consagraba a los ejercicios de la vida interior, encontraba el
secreto y la fuerza necesaria para atender a los asuntos del Estado y al bien de
sus súbditos con tal solicitud que, según confesión de un orador socialista,
jamás ni en nuestra época se ha hecho en favor de los obreros lo que hizo aquel
santo Rey?
6. Respuesta a esta segunda objeción: ¿La Vida interior es egoísta?
Descartemos a los perezosos y a los sibaritas espirituales que ponen el
contenido de la vida interior en los goces de una ociosidad agradable, y buscan
los consuelos de Dios, y no el Dios de los consuelos. Estos tienen una piedad
falsa. Pero con ellos se andan en la inteligencia de la vida espiritual los que
a la ligera y sin conocimiento de causa, afirman que la vida interior es
egoísta.
Hemos dicho antes que esta vida es la fuente pura y abundante de las generosas
obras de caridad en favor de las almas y de los sufrimientos del prójimo.
Examinemos la utilidad de esa vida desde otro punto de vista.
Egoísta y estéril la vida de María y de José. ¡Qué blasfemia y qué absurdo!, y,
sin embargo, no sabemos que hubiesen practicado ninguna obra exterior.
La irradiación en el mundo entero de su intensiva vida interior y los méritos de
sus plegarias y sacrificios, aplicados a todos los beneficios de la Redención
fueron suficientes para constituir a María Reina de los Apóstoles y a José,
Patrono universal de la Iglesia .
Soror mea reliquit mihi sola ministrare , dice, repitiendo las palabras de
Marta, el necio y presuntuoso que no ve más allá de sus obras exteriores y de
los resultados que producen.
Su estupidez e ignorancia de los caminos del Señor no llegan hasta hacerle creer
que Dios no puede prescindir de él; sin embargo, repite convencido con Marta,
que era incapaz de apreciar la excelencia de la contemplación de Magdalena: Dic
illi ut me adjuvet ; y hasta llega a gritar: Ut quid perditio haec? ,
considerando como tiempo perdido los momentos que sus hermanos de apostolado,
más interiores que él, se reservan para asegurar su vida intima con Dios.
Yo me sacrifico por ellos A FIN DE QUE sean santificados en verdad , responde el
alma que ha profundizado el alcance de esta frase del Maestro: A FIN DE QUE, Y
que conocedora del valor de la oración y del sacrificio, une a las lágrimas y a
la sangre del Redentor sus propias lágrimas y la sangre de su corazón, que
avanza en purificación todos los días.
El alma interior escucha con Jesús cómo la voz de los -crímenes del mundo sube
hasta el cielo y pide para sus autores un castigo cuya sentencia tiene ella en
suspenso en virtud de la omnipotencia de sus súplicas con las cuales detiene la
mano de Dios, presta a lanzar sus rayos.
Los que oran, escribía después de su conversión el eminente estadista Donoso
Cortés, contribuyen más que los que combaten al bienestar del mundo, y si éste
va de mal en peor es porque las batallas abundan más que las oraciones.
"Las manos en alto, decía Bossuet, arrollan más batallones que las que atacan".
Y en el desierto, los solitarios de la Tebaida sentían arder en su corazón el
fuego que animaba a un San Francisco Javier. Parecía, en expresión de San
Agustín, que habían dejado el mundo más de lo conveniente: Videntur nonnullis
res humanas plus quam oportet deseruisse. Pero es que se olvidaba, agrega, que
sus oraciones purificadas por aquel alejamiento del mundo, venían a ser más
provechosas y más NECESARIAS para aquel mundo corrompido.
Una oración fervorosa, aunque sea corta, será más provechosa para lograr una
conversión que las discusiones más largas y los más bellos discursos. El que ora
trata con la PRIMERA CAUSA, Y obra directamente sobre Ella. Así dispone de todas
las causas segundas que reciben su eficacia de la Primera. De esta forma se
logra con más rapidez y seguridad el efecto apetecido.
Diez mil herejes, según una revelación que merece toda clase de respetos, fueron
convertidos por una sola plegaria ardiente de la seráfica Santa Teresa, cuya
alma inflamada en el fuego de Jesús, no podía comprender que cupiera una vida
contemplativa e interior que pudiera desinteresarse de las solicitudes
apasionadas que siente el Salvador por el rescate de las almas. "Aceptaría de
buen grado, escribe la santa, el fuego del purgatorio hasta el juicio final, a
cuenta de salvar una sola de las almas. ¿Qué me importa la prolongación de mis
dolores si con ellos puedo rescatar una sola alma, y mejor muchas, para la mayor
gloria de Dios?" Y exhorta a sus religiosas, diciéndoles: "Hijas mías, haced con
esta mira totalmente apostólica, todas vuestras oraciones, disciplinas ayunos y
buenos deseos".
Tal es en efecto la obra de las Carmelitas, Religiosas Cistercienses y Clarisas.
¡Miradlas cómo siguen el rumbo de los apóstoles, alimentándolos con sus
oraciones y penitencias. Sus plegarias bajan de las alturas y se extienden hasta
la lejanía en que puede encontrarse la Cruz y brillar el Evangelio sobre las
almas que son su presa divina! Mejor estaría decir que su amor oculto, pero en
actividad, despierta por todas partes en el mundo de los pecadores las voces de
la misericordia.
Nadie en este mundo puede explicar el motivo de esas conversiones lejanas de los
paganos, ni la heroica resistencia de tantos cristianos perseguidos, ni la
alegría celestial de los misioneros en medio de su martirio. Todo ello está
invisiblemente unido a las oraciones de una humilde monjita. Dueña de los
perdones divinos y de las luces eternas, su alma silenciosa y solitaria rige la
salvación de las almas y las conquistas de la Iglesia .
"Vengan trapenses a mi vicariato apostólico, decía Monseñor Favier, Obispo de
Peking; que se abstengan de todo ministerio, para que nada les distraiga de sus
trabajos de oración, de penitencia y de estudio. Sé muy bien el provecho que
obtendrán los misioneros con la existencia de un monasterio de almas fervorosas
que se dedican a la contemplación en medio de nuestros pobres chinos". Y algún
tiempo después, añadía: "Hemos podido penetrar en una región hasta ahora
inabordable. Yo lo atribuyo a nuestros amados Trapenses".
"La oración de diez Carmelitas, decía el Obispo de Conchinchina al Gobernador de
Saigón, me será más útil que los sermones de veinte misioneros".
Los sacerdotes seculares, los religiosos y religiosas consagrados a la vida
activa y atentos a la vida interior, tienen la misma participación en el corazón
divino, que las almas del claustro. Tenemos magníficos ejemplos en un Padre
Chevrier en un Don Bosco (hoy en los altares), en el Padre Antonio Marta. La
Venerable Ana María Taigi era, en medio de sus funciones de pobre mujer de su
casa, tan apóstol como San Benito José Labre, tan enemigo de lo trillado. M.
Dupont, de Tours, famoso por su santidad, el coronel Paquerón, etc., devorados
de idéntico ardor, lograban grandes éxitos en sus obras, porque eran hombres de
vida interior; y el General de Sonis en el intervalo de dos batallas, encontraba
el secreto de su apostolado en la unión con Dios.
¡Egoísta y estéril la vida de un Cura de Ars! Esta afirmación no merece
respuesta.
Reflexionando con sensatez, hay que atribuir precisamente a la perfección de su
intimidad con Dios, el celo y las conversiones de aquel sacerdote sin talento,
pero contemplativo como un cartujo, cuyos progresos en la vida interior
provocaban en su espíritu una sed inextinguible de las almas y merecían que Dios
Nuestro Señor, de quien vivía, le diese como una participación de su
Omnipotencia para operar aquellas conversiones.
¡Infecunda su vida intima! Si en cada una de nuestras diócesis hubiera un San
Juan Bautista Vianney, antes de diez años, Francia estaba regenerada más a fondo
que por todas las obras que se quiera, insuficientemente fundamentales en la
vida interior, aunque en su organización intervinieran con toda suerte de
recursos pecuniarios el talento y la actividad de los mejores apóstoles.
Sin duda alguna el motivo principal que hace mirar con confianza la futura
resurrección de Francia es que tal vez nunca ha habido, aun entre los fieles,
según se observa de algunos años acá, tal número de almas que desean vivir en
unión ardiente con el Corazón de Jesús y extender su reinado por la difusión de
la vida interior entre los que las rodean.
Cierto que estas almas escogidas son una minoría muy exigua. ¡Pero qué importa
el número si cuenta la intensidad!
La restauración de nuestra Patria, después de la Revolución, debe atribuirse a
ese grupo de sacerdotes que por la persecución se abrazaron íntimamente a la
vida interior. Merced a ellos un torrente de Vida, divina llegó a reavivar a una
generación que parecía condenada a una muerte inevitable a causa de su apostasía
y su indiferencia.
Después de un periodo de cincuenta años de libertad de enseñanza en Francia,
durante el cual se fundó un número considerable de obras y tuvimos a nuestra
disposición toda la juventud de nuestro país y el apoyo casi total de nuestros
gobernantes, ¿cómo, a pesar de la brillantez exterior de nuestros resultados, no
pudimos formar en la nación una mayoría cristiana a fondo para luchar con los
secuaces de Satán?
Sin duda el abandono de la Vida litúrgica y la cesación de su irradiación en los
fieles contribuyeron a estos fatales resultados. Nuestra espiritualidad se ha
tornado estrecha, seca, superficial, exterior, o enteramente sentimental? y
carece de la penetración y empuje de alma que da la liturgia, esa gran
productora de vitalidad cristiana.
Pero ¿no podremos apuntar otra causa, que es el que careciendo de vida interior,
los sacerdotes y educadores nos hemos limitado a engendrar en las almas una
piedad superficial carente de grandes ideales y de fuertes convicciones?
Y en nuestra enseñanza como profesores, ¿acaso no nos hemos preocupado de lograr
un gran número de diplomados para que nuestras obras se prestigiasen, más que de
darles una sólida instrucción religiosa? ¿No hemos gastado nuestras energías sin
preocuparnos de la formación de las voluntades, para grabar en ellas con
caracteres indelebles la impronta de Jesucristo? ¿Y esta mediocridad no ha
tenido, a menudo, por causa la banalidad de nuestra Vida interior?
Suele decirse que a un sacerdote santo corresponde un pueblo fervoroso; a un
sacerdote piadoso, un pueblo honrado; y a un sacerdote honrado, un pueblo impío.
Siempre hay un grado menos de vida en los que sen engendrados.
Nosotros no nos atrevemos a suscribir esa afirmación, pero entendemos que las
siguientes palabras de San Alfonso expresan con bastante claridad LA CAUSA A LA
CUAL han de atribuirse las responsabilidades de nuestra situación actual:
"Las buenas costumbres y la salvación de los pueblos - dependen de los buenos
pastores. Si hay un buen sacerdote al frente de una parroquia, pronto se verán
florecer las buenas costumbres, la frecuencia de sacramentos y la oración
mental. De esto ha nacido el proverbio: Qualis pastor, talis parochia, de
acuerdo con esta sentencia del Eclesiástico (X, 2): Qualis est rector civitatis,
taleset inhabitantes in ea" .
7. Objeción sacada de la importancia de la salvación de las almas
Pero el alma exterior, que busca pretextos contra la vida interior, podrá decir:
¿Por qué poner un limite a mis obras de celo? ¿Puedo yo gastar mis energías y
emplear mi tiempo con exceso cuando se trata de la salvación de las almas? ¿Mi
actividad no suple con creces a todo, por el sublime ejercicio del sacrificio?
El que trabaja, ora. El sacrificio tiene su primacía sobre la oración. ¿No
califica San Gregorio al celo por las almas, de sacrificio, el más agradable que
puede ofrecerse a Dios? Nullum sacrificium est Deo magis acceptum quam zelus
animarum .
Comencemos por precisar el verdadero sentido de esa frase de San Gregorio,
sirviéndonos de las palabras del Doctor Angélico.
Dice el Santo Doctor: Ofrecer espiritualmente un sacrificio a Dios es ofrecerle
algo que le agrada. De todos los bienes que el hombre puede ofrecer al Señor, el
más agradable para Él, es sin duda la salvación de un alma. Pero el alma que el
hombre debe ofrecer primeramente a Dios, es la suya propia, en conformidad con
la Sagrada Escritura, que dice:
¿Quieres ser agradable a Dios? - Ten compasión de tu alma. Después de hacer este
primer sacrificio, ya podemos procurar al prójimo una dicha semejante.
El sacrificio del hombre será tanto más agradable a Dios, cuanto más
ESTRECHAMENTE una con Dios primero su alma, y después las de los demás. Pero
esta unión, intima, generosa y humilde sólo se realiza POR LA ORACIÓN. Aplicarse
uno mismo a la oración, o aplicar a otros, agrada a Dios MUCHO MÁS que
entregarse a las obras y arrastrar a los demás a ese apostolado de la acción.
Así, pues, concluye Santo Tomás, cuando San Gregorio afirma que la salvación de
las almas es el sacrificio más agradable a Dios, no quiere decir con eso dar a
la vida activa la preferencia sobre la contemplación; pretende significar que la
ofrenda de una sola alma es infinitamente más preciosa a sus ojos, y para
nosotros de mayor mérito que ofrecerle las mayores preciosidades de la Tierra .
La necesidad de la vida interior no debe hacernos abandonar las obras, si vemos
claramente que tal es la voluntad de Dios, porque rehuir ese trabajo o
ejecutarlo con negligencia, o sea desertar del campo de batalla con el pretexto
del mejor cultivo de la propia alma y de la más perfecta unión con Dios, seria
pura ilusión y, en algunos casos, causa de verdaderos peligros. Vae migi, dice
San Pablo, si non evangelizavero .
Hecha esta salvedad, digamos rotundamente que. consagrarse a la conversión de
las almas, olvidándose de sí mismo, es una ilusión más grave que la anterior.
Dios quiere que amemos al prójimo como a nosotros mismos, pero no más que a
nosotros mismas, es decir, nunca hasta el extremo de causarnos un grave
perjuicio, lo que prácticamente equivale a exigir que tengamos más cuidado de
nuestra alma que de las demás, porque nuestro celo ha de ir siempre reglamentado
por la caridad, ya que el Prima sibi charitas sigue siendo un adagio de
Teología.
"Porque amo a Jesucristo, decía San Alfonso María de Ligorio, ardo en deseos de
darle almas: PRIMERO LA MIA, y después el mayor número posible de otras". Esto
es poner en práctica el Tuus esto ubique de San Bernardo: "No es cuerdo quien
no piensa en sí".
El Santo Abad de Claraval, verdadero fenómeno de celo apostólico, observaba esa
máxima. Su secretario Godofredo nos dice: Totus primum sibi et sic totus omnibus
.
"No te digo, escribe este Santo al Papa Eugenio III, que dejes del todo los
negocios del siglo. Únicamente te exhorto a que no te entregues de lleno a
ellos. Si quieres ser para todo el mundo, sé antes para ti, y si todos se
acercan a beber a tu fuente, no te prives tú de beber. ¿Por qué, has de ser tú
el único que permanezca sediento? Siempre has de comenzar por pensar en ti. EN
VANO TE ENTREGARÁS A LOS DEMÁS SI TE ABANDONAS TÍ MISMO. Haz que todas tus
reflexiones COMIENCEN y ACABEN EN TÍ. Sé para ti el primero y el último, y ten
siempre presente que en el negocio de tu salvación nadie es tan allegado tuyo
como el hijo de tu madre" .
También es muy sugestiva esta Anotación de retiro de Monseñor Dupanloup:
"Observo una actividad terrible que está minando mi salud, perturbando mi piedad
y que no es de provecho para mi cultura. Dios me ha dado la gracia de reconocer
que esta actividad natural y este dejarme llevar de mis ocupaciones son los
mayores obstáculos para la organización de mi vida interior, tranquila y
fructuosa. He llegado también a reconocer que esta FALTA DE VIDA INTERIOR es el
manantial de todos mis defectos, perturbaciones, sequedades, disgustos y
carencia de salud.
HE resuelto, pues, poner TODO MI ESFUERZO en la adquisición de esa vida interior
de que carezco, para lo cual, con la gracia de Dios, me he impuesto las
siguientes reglas:
1. Tomaré más tiempo del necesario para hacer cualquier cosa; así no me veré
agobiado, ni con prisas, jamás.
2. Como siempre me encuentro con más cosas que hacer, que tiempo para hacerlas,
y esta consideración me preocupa y me agobia, no pensaré más en las cosas que
debo hacer, sino en el tiempo de que dispongo. Lo emplearé sin perder un minuto,
comenzando por los negocios más importantes, y no me inquietaré de lo que quede
sin terminar, etc., etc.".
Cualquier joyero prefiere el diamante más pequeño a muchos zafiros. De la misma
manera, según el orden establecido por Dios, nuestra intimidad para con Él le da
más gloria que todo el bien que podamos procurarle con nuestro apostolado en
favor de las almas, si es un detrimento de la nuestra. Nuestro Padre Celestial,
que atiende más al gobierno de un corazón donde tiene su trono, que al gobierno
natural de todo el universo y a la gobernación civil de todos los imperios,
desea que reine esa armonía en nuestro celo .
Y algunas veces prefiere dejar desaparecer una obra, si ve que es un obstáculo
para el incremento de la caridad del alma que se ocupa en ella.
Satanás, por el contrario, no vacila en halagar a un apóstol con éxitos
enteramente superficiales, si puede con ello amenguar su vida interior, porque
su rabia le hace adivinar dónde se encuentran los verdaderos tesoros a los ojos
de Jesucristo. Es decir, da de buena gana algunos zafiros, para quitar un
diamante.
SEGUNDA PARTE
UNION DE LA VIDA ACTIVA y DE LA
VIDA INTERIOR
1. Prioridad de
la Vida interior sobre la activa a los ojos de Dios
En Dios se encuentra toda la Vida, porque Él es la Vida. Pero el Ser infinito no
manifiesta su vida del modo más intenso en sus obras exteriores, como por
ejemplo la creación, sino en lo que la Teología llama operaciones ad intra, o
sea en esa actividad inefable cuyo término es la generación perpetua del Hijo y
la procesión incesante del Espíritu Santo. Allí se halla, por excelencia, su
obra esencial y eterna.
La vida mortal de Jesucristo es la perfecta realización del plan divino.
Considerémosla: Treinta años de recogimiento y soledad y cuarenta días de retiro
y penitencia, son el preludio de su corta carrera evangélica. Y cuántas veces
durante sus correrías apostólicas le vemos retirarse a las montañas o al
desierto para orar: Secedebat in desertum et orabat o pasar la noche en
oración. Pernoctans in oratione Dei . Pero hay algo más significativo y es la
escena en la cual Marta desea que el Señor desapruebe la pretendida inactividad
de su hermana, proclamando así la superioridad de la vida activa. Pero la
respuesta de Jesús es: Maria optimam partem elegit , y así declara la
preeminencia de la vida interior. ¿Qué demuestra esto sino el designio bien
premeditado de hacernos sentir la preponderancia de la oración sobre la vida
activa?
Los Apóstoles, fieles a los ejemplos del Maestro, se dedicarán a la oración, y a
fin de consagrarse al ministerio de la predicación, encomendarán a los diáconos
las ocupaciones exteriores: Nos ver e orationi et ministerio verbi instantes
erimus .
Los Papas a su vez, los santos Doctores y los teólogos afirman la superioridad
de la vida interior sobre la activa.
Hace algunos años, la Superiora General de una de las Congregaciones más
importantes dedicadas a la enseñanza en Aveyron, mujer de fe, de virtud y de
gran carácter, recibió de sus superiores la indicación de que facilitara la
secularización de sus religiosas.
Inmediatamente se le presentó este problema: ¿Qué era preferible? ¿Sacrificar
las obras a la vida religiosa, o abandonar la vida religiosa, a fin de conservar
las obras?
Perpleja por no poder conocer la voluntad de Dios, salió secretamente para Roma;
obtuvo audiencia del Papa León XIII y le expuso sus vacilaciones, por la presión
de que era objeto por parte de sus superiores en favor de las obras. El augusto
anciano se recogió unos instantes para reflexionar, y le dio esta respuesta
categórica: "Con preferencia a todas las cosas y a todas las obras, conservad la
vida religiosa de aquellas hijas vuestras que tienen el espíritu de su estado y
aman la vida de oración. Y si es imposible guardar lo que os recomiendo y las
obras, Dios suscitará en Francia otras obreras, si son necesarias. Vosotras, con
vuestra vida interior, y en especial con vuestras oraciones y sacrificios,
seréis más útiles a Francia como religiosas, aun en el destierro, que en el
suelo patrio si quedáis privadas de los tesoros de vuestra consagración a Dios".
En una carta dirigida a un Instituto muy importante dedicado a la enseñanza, Pío
X declaró netamente su pensamiento con estas palabras: Nos hemos enterado de que
comienza a circular la opinión de que lo primero para vosotras es la educación
de los niños; antes de las obligaciones que vuestra profesión religiosa os
impone, porque así lo piden el espíritu y las necesidades de nuestros tiempos.
NOS OPONEMOS EN ABSOLUTO a que tal opinión encuentre eco en vuestro Instituto
religioso y en los demás que se dedican a la enseñanza. Quede bien sentado en lo
que os afecta, que la vida religiosa es muchísimo más importante que la vida
común y que por muy grandes que sean vuestros deberes de enseñar, mayores son
las obligaciones con que os ligasteis a Dios . ¿Pero la razón de ser de la vida
religiosa y su fin principal no son la adquisición de la vida interior?
Vita contemplativa, dice el Doctor Angélico, simpliciter melior est... et potior
cuam activa .
San Buenaventura acumula los comparativos de superioridad para destacar la
excelencia de la vida interior: Vita sublimior, securior, opulentior, suavior,
stabilior .
Vita sublimior
La vida activa se ocupa de los hombres pero la contemplativa nos adentra en el
dominio de las más altas verdades, sin desviar la mirada del mismo principio de
la vida. Principium quod Deus est quaeritur. Su horizonte y su campo de acción
son mucho más dilatados: Martha in uno loco corpore laborabat circa aliqua,
Maria in multis locis caritate circa multa. In Dei enim contemplatione et amore
videt omnia, dilatatur ad omnia, comprehendit et complectitur omnia, ut ejus
comparatione, Martha sollicita dici possit circa pauca
Vita securior
Porque tiene menos peligros. En la vida activa en su casi totalidad, el alma
está agitada y febril y desparrama sus energías, con todo lo cual va
debilitándose.
Además encierra tres defectos: Sollicita est ; las preocupaciones del
pensamiento, sollicitudines in cogitatu; turbaris; estas turbaciones dan lugar a
las afecciones, turbationis in affectu; por último, erga plurima, multiplicación
de sus ocupaciones con la consiguiente división del esfuerzo y de los actos,
divisiones in actu. En cambio, para que exista la vida interior, basta una sola
cosa: La unión con Dios. Porro, unum est necessarium. Lo demás pasa a la
categoría de secundario, y se realiza en virtud de esa unión y para más
robustecerla.
Vita opulentior
Con la contemplación vienen todos los bienes: Venerunt mihi omnia bona pariter
cum illa . Es la parte mejor entre todas: Optimam partem elegit . Todos los
méritos afluyen a ella. ¿Por qué? Porque aumenta a la vez el brío de la voluntad
y los grados de la gracia santificante y hace que obre el alma por un principio
de caridad.
Vita suavior
El alma verdaderamente interior hace un total abandono de su voluntad en la
voluntad divina, y acepta con igual semblante las cosas agradables y las
adversas, llegando hasta recibir con una sonrisa las aflicciones, porque se
siente feliz de llevar su cruz.
Vita stabilior
Por muy intensa que sea, la vida activa termina en este mundo: predicaciones,
enseñanza, trabajos de todas clases, todo cesa en el umbral de la eternidad. En
cambio la vida interior jamás declina: Quae non auferetur ab ea. Por ella
nuestra vida en este mundo no es sino una continua ascensión hacia la luz, que
la muerte hace más radiante y rápida.
Podemos resumir las excelencias de la vida interior con estas palabras de San
Bernardo:
"En ella el hombre vive con más pureza, cae más raras veces, se levanta con más
rapidez, camina con mayor seguridad, recibe mayor número de gracias, descansa
con más tranquilidad, muere más confiado, es más Inmediatamente purificado y
obtiene una recompensa mayor .
2. Las Obras deben ser el desbordamiento de la Vida interior
Sed perfectos como lo es vuestro Padre que está en los cielos . El modo de obrar
de Dios, guardada la debida proporción, debe ser el Criterio y la Regla de
nuestra vida interior y exterior.
Dios por naturaleza es repartidor de dádivas, y es un hecho comprobado que en el
mundo distribuye con absoluta profusión sus beneficios sobre todos los seres,
particularmente sobre la criatura humana. Así desde hace millares, si no
millones de siglos, el universo entero es el objeto de esa inagotable
prodigalidad que derrama incesantemente sus gracias. Sin embargo, Dios no se
agota ni empobrece y esa munificencia inexhausta suya no aminora sus recursos
Infinitos.
Dios da al hombre algo más que los bienes exteriores. Le envía su Verbo. En ese
acto de suprema generosidad, que no es otra cosa que el don de sí, Dios nada
abandona, ni puede abandonar de la Integridad de su naturaleza. Nos da su Hijo,
pero conservándolo siempre en Sí mismo.
Sume exemplum de summo
omnium parente, Verbum suum emittente et retinente .
Por los sacramentos, y
especialmente por la Eucaristía, Jesús- nos enriquece de sus gracias. Él las
vierte sin medida sobre nosotros porque es un Océano sin orillas que se desborda
sobre nosotros sin llegar a agotarse: De plenitudine ejus omnes accepimus .
Así, a nuestra manera, debemos proceder los hombres apostólicos que aceptamos la
noble tarea de santificar a los demás: Verbum tuum, consideratio tua, quae si
procedit, non recedat ; el verbo nuestro es el espíritu interior que la gracia
ha formado en nuestras almas. Este espíritu debe dar vida a todas las
manifestaciones de nuestro celo, y como se gasta constantemente en provecho
ajeno, deberá ser incesantemente renovado con los recursos que nos ofrece Jesús.
Así, nuestra vida interior será como el tallo lleno de savia vigorosa, y las
obras que ejecutemos, su eflorescencia.
A toda alma de apóstol debe inundar la luz e inflamar el amor, antes que ella
con sus reflejos ilumine y caldee a los demás. Lo que vieron con sus ojos y
palparon con sus manos, enseñarán a los hombres (1 Juan 1,1). Su boca derramará
en los corazones la abundancia de las dulzuras celestiales, dice San Gregorio.
Podemos ya deducir este principio: LA VIDA ACTIVA DEBE PROCEDER DE LA VIDA
CONTEMPLATIVA, TRADUCIRLA y CONTINUARLA AL EXTERIOR, SEPARANDOSE DE ELLA LO
MENOS POSIBLE.
Los Padres y Doctores proclaman a porfía esta doctrina.
Priusquam
exeat proferentem linguam, dice San Agustín, ad Deum levet animam sitientem, ut
eructet quod biberit, vel quod impleverit fundat .
Antes de comunicar hay que
recibir, escribe el Seudo-Dionisio (Coel. hiero c. III) y los ángeles más
elevados no transmiten a los que están más bajos, sino las luces cuya plenitud
recibieron. El Creador ha establecido en las cosas divinas un orden, en virtud
del cual aquel que tenga la misión de distribuirlas, debe participar antes de
ellas, y henchirse con toda abundancia de las gracias que Dios quiere conceder a
las almas, por su conducto. Solamente entonces estará autorizado para
comunicarlas.
¿Quién no conoce esta frase clásica de San Bernardo dirigida a los apóstoles? Si
sabes obrar con cordura, sé concha y no canal. Si sapis, concham te exhibebis
non canalem (Serm. 18, in cant.). Por el canal corre el agua sin dejar una gota.
El depósito, en cambio, una vez lleno, deja correr lo que le sobra para
fertilizar los campos. ¡Cuántos que se consagran a las obras no son sino
canales, y quedan completamente secos precisamente cuando están empeñados en
fecundar los corazones! Canales multos hodie habemus, conchas vera perpaucas ,
agregaba con tristeza el Santo Abad de Claraval.
Siendo toda causa superior a su efecto, es necesaria mayor perfección para
perfeccionar a los demás que para perfeccionarse a sí mismo .
Una madre no puede amamantar a su hijo si no se alimenta ella; del mismo modo,
los confesores, directores de almas, predicadores, catequistas y profesores,
deben de antemano asimilar la sustancia de que han de aumentar después a los
hijos de la Iglesia . La verdad y el amor divinos son los elementos de esta
sustancia. Sólo la vida interior interpreta la verdad y la caridad de Dios de
una manera eficaz para hacer de ellas un aumento capaz de engendrar la vida.
3. La Base, el Fin y los Medios de toda Obra deben estar impregnados de la
Vida interior
Debemos completar el encabezamiento agregando: de toda Obra digna de ese nombre.
Porque algunas de las de nuestros días no merecen ese apelativo.
Son más bien empresas organizadas al margen de la piedad, con el designio de
procurar a sus autores aplausos y fama de personas hábiles, y para cuyo
desarrollo se ponen en práctica toda clase de medios, aun los menos
justificables.
Hay otras obras dignas de mayor estima. En ellas se busca el bien; el fin que
persiguen y los medios que se emplean son irreprochables, pero a pesar de los
esfuerzos empleados, sus resultados son nulos o casi nulos, porque sus
organizadores no tienen fe en la influencia de la vida sobrenatural sobre las
almas.
Para formarnos una idea exacta de las características que debe reunir una obra,
cederemos la palabra a un hombre que ha dejado las huellas brillantes de su
apostolado en toda una región, recordando la lección que nos dio al principio de
nuestro ministerio sacerdotal. Se trataba de fundar un Patronato de jóvenes.
Después de haber visitado los Círculos Católicos de París y de otras capitales
francesas, las Obras de Valdes-Bois, etc., nos trasladamos a Marsella para
estudiar las obras de jóvenes, del Santo Presbítero Allemand, y del venerable
Canónigo Timon-David. Con qué emoción nuestro corazón de sacerdote recién salido
de las aulas recogió las palabras, que reproducimos, del Santo Canónigo:
"Bandas de música, teatros, proyecciones, gimnasia, juegos, etc., no los
censuro. En mis comienzos, yo también los creía indispensables; son puntales que
se emplean para sostener la obra, a falta de otros. Pero al correr de los años,
he acudido a medios sobrenaturales, porque cada día que pasa veo con más
claridad que toda obra construida con elementos puramente humanos está llamada a
desaparecer, y en cambio las obras que acercan los hombres a Dios por medio de
la vida interior, tienen las bendiciones de la Providencia.
"Hace tiempo que dejé en el desván los instrumentos de música; el teatro también
me resulta inútil, y la obra prospera como nunca. ¿Por qué? Porque mis
compañeros sacerdotes y yo vemos, gracias a Dios, más claramente que al
principio, y se ha centuplicado nuestra fe en la acción de Jesús y de la gracia.
"Créame; apunte siempre lo más alto posible y quedará maravillado de los
resultados. Me explicaré. No confine su ideal en la elección de distracciones
honestas que ofrecer a los jóvenes, para alejarlos de los placeres prohibidos y
de las relaciones peligrosas, ni tampoco en darles un barniz de cristianismo a
base de una misa que muchas veces oyen maquinalmente o prepararlos de tarde en
tarde para confesión y comunión.
"Duc in altum . Aspire en un principio a formar a toda costa un grupo selecto,
inculcándoles la resolución de vivir a toda costa como cristianos fervorosos,
haciendo oración todas las mañanas; oyendo la misa diaria; si es posible, un
poco de lectura espiritual y, desde luego, la comunión con el mayor fervor y
frecuencia posibles. Ponga todo su empeño en inculcar a esa porción escogida un
gran amor a Jesucristo, y el espíritu de oración, de abnegación, de vigilancia
sobre si, en una palabra, de las más sólidas virtudes. Excite en sus almas, con
idéntico celo, el amor a la Eucaristía. Y luego empújelos a actuar sobre sus
compañeros, forme apóstoles francos, abnegados, buenos, ardientes, viriles, que
rechacen la devoción meticulosa y estrecha, que sean personas de tacto, y que
jamás, ni con el pretexto del celo, se conviertan en espías de sus compañeros.
Antes de dos años, usted me dirá si necesita charangas o bambalinas para obtener
una pesca abundante.
"-Lo comprendo -le contesté-. Esa minoría será la levadura. Pero ¿qué haré con
los demás que forman la masa, y que no pueden ser elevados a ese nivel; con los
jóvenes de toda edad y con los hombres ya casados que pienso también agrupar en
el Círculo?
"-Darles una fe robusta, valiéndose de una serie de conferencias interesantes
durante las noches de invierno. Así saldrán bien formados y armados no sólo para
hacer callar a sus camaradas de taller u oficina, sino para resistir a la
pérfida influencia del periódico o del libro.
"Crear en los hombres convicciones arraigadas que sepan sostener sin respeto
humano, cuando se presente el caso, constituye, desde luego, un resultado
apreciable; pero será preciso hacerles avanzar más, hasta formarlos en una
piedad verdadera, ardiente, convencida e ilustrada.
"-¿Abriré desde el principio la puerta a todo el que llega?
"-El número no tiene importancia, con tal que los elementos sean bien escogidos.
El crecimiento del Círculo ha de lograrse por la influencia del núcleo de
apóstoles, cuyo centro serán Jesús y María, y usted, como instrumento de ambos.
"-¿Comenzaremos en un local modesto, esperando a allegar recursos para
establecernos en otro mejor?
"-En los comienzos, las salas espaciosas y cómodas pueden, como el tambor del
pregonero, llamar la atención hacia una obra naciente, Pero, vuelvo a
repetírselo: si usted fundamenta su asociación en la vida cristiana, ardiente,
integral y apostólica, el local estrictamente necesario bastará siempre para el
funcionamiento normal de todos los accesorios que un Círculo necesita. Entonces
comprobará que el ruido hace muy poco bien y que el bien hace muy poco ruido. Y
que el Evangelio bien comprendido reduce el capítulo de gastos sin perjuicio de
los resultados, sino todo lo contrario. Pero, ante todo usted es el que ha de
obrar personalmente y sacrificarse, menos para organizar funciones de teatro o
sesiones de gimnasia, que para acumular en su propio espíritu la vida de
oración; porque, sépalo bien: usted será capaz de encender en los demás los
ardores del amor de Nuestro Señor en la misma proporción en que vive usted de
ese amor.
"-En resumen, ¿usted basa todo en la vida interior?
"-Si y mil veces sí: de esa manera tendrá usted oro puro, sin mezcla. Además,
tenga fe en mi larga experiencia. Lo que acabo de decirle de las obras, de los
jóvenes, tiene su aplicación en toda clase de Obras, como Parroquias,
Seminarios, Catecismos, Escuelas, Círculos Militares, etc. ¡Qué bienes tan
grandes produce en una ciudad una asociación cristiana cuando vive la verdadera
vida sobrenatural! Obra en ella como una levadura poderosa, y, los ángeles sólo
podrían decir lo fecunda que es en obras de salvación.
"¡Ah! Si todos los sacerdotes, religiosos y aun seglares dedicados a las Obras
conocieran el poder de la palanca que tienen en sus manos, y tomaran como punto
de apoyo el Corazón de Jesús y la vida en unión con ese Corazón divino,
levantarían nuestra patria. La levantarían sin duda, a despecho de Satanás y sus
secuaces".
4. La vida interior y La vida activa se reclaman mutuamente
Así como el amor de Dios se revela por los actos de la vida interior, el amor
del prójimo se manifiesta por las operaciones de la vida exterior, y como el
amor de Dios no puede separarse del amor del prójimo, resulta que tampoco estas
dos formas de vida pueden subsistir separadas .
Suárez dice que no puede subsistir un estado de vida ordenado con rectitud al
logro de la perfección, si no participa de alguna manera de la acción y de la
contemplación .
Esas palabras del ilustre jesuita son un comentario de la doctrina de Santo
Tomás. Los que se sienten llamados a las obras de la vida activa, dice el Santo
Doctor, están en un error si creen que ese deber les dispensa de la vida
contemplativa. Ese deber se agrega a esta vida y en nada disminuye su necesidad.
Así las dos vidas no se excluyen, sino que se reclaman, se suponen, se mezclan y
se completan; y si debe fomentarse más alguna de las dos, ha de ser la
contemplativa, que es la más perfecta y necesaria .
Para que la acción sea fecunda, necesita la contemplación; cuando ésta llega a
un grado determinado de intensidad, derrama en la primera algo de su soberanía,
mediante la cual el alma toma directamente del corazón divino las gracias que
habrá de distribuir por medio de la acción.
Por eso, si la acción y la contemplación se funden en una perfecta armonía en el
alma de un santo dan a su vida una unidad maravillosa. Tenemos el ejemplo de San
Bernardo, que fue el hombre más contemplativo y activo de su época, del cual
hace esta pintura uno de sus contemporáneos: "En él la contemplación y la acción
iban acordes hasta tal punto, que ese santo parecía al mismo tiempo que estaba
entregado en absoluto a las obras exteriores, y absorbido del todo en la
presencia y el amor de Dios" .
Comentando el texto de la Sagrada Escritura: Pone me ut signaculum super cor
tuum, ut signaculum super brachium tuum , el padre San Jure hace una descripción
admirable de las relaciones entre esas dos vidas.
Resumamos sus reflexiones:
El corazón significa la vida interior y contemplativa. El brazo, la vida
exterior y activa.
El sagrado texto cita el corazón y el brazo para demostrar que las dos vidas
pueden unirse y acordarse perfectamente en una misma persona.
Se nombra el corazón en primer lugar, por ser un órgano más noble y necesario
que el brazo. Igualmente, la contemplación es mucho más excelente y perfecta y
merece más estima que la acción.
El corazón late día y noche. Un instante de paralización de este órgano esencial
acarrearía la muerte instantánea.
El brazo, que es sólo una parte integrante del cuerpo humano, no se mueve sino
de tiempo en tiempo; por eso debemos suspender algunas veces nuestros trabajos
exteriores, y en cambio no cesar en nuestra aplicación a las cosas espirituales.
El corazón da al brazo la vida y fuerza mediante la sangre que hace llegar hasta
él, sin la cual el brazo se secaría. Así la vida contemplativa, que es vida de
unión con Dios, merced a las luces y constante asistencia que el alma recibe en
esa intimidad, vivifica las ocupaciones exteriores y es la única capaz de
comunicarles con su carácter sobrenatural una utilidad efectiva. Sin ella, todo
languidece, se esteriliza y se llena de imperfecciones.
El hombre, por desgracia, separa con frecuencia lo que Dios ha unido; por eso es
tan rara esta perfecta unión de que hablamos; por otra parte, exige un conjunto
de precauciones que ordinariamente no se toman. No aceptan empresa alguna
superior a las propias fuerzas. Ver en todo habitualmente, pero con sencillez,
la voluntad de Dios. Entregarse a las obras cuando Dios lo disponga, en la
medida en que lo disponga, y únicamente con el deseo de ejercitarnos en la
caridad. Desde los comienzos, ofrecerle nuestro trabajo, y en el transcurso del
mismo, reanimar con frecuencia, por medio de santos pensamientos y de
jaculatorias encendidas, nuestra resolución de no obrar sino para Él y por Él.
En resumen, cualquiera que sea la atención que prestemos a los trabajos,
conservarnos siempre en paz, como señores de nosotros mismos. Para el éxito,
dirigirnos únicamente a Dios y no sacudirnos las preocupaciones, sino para estar
a solas con Jesucristo. Tales son los sabios consejos que dan los maestros de la
vida espiritual, para llegar a esta unión.
Esta constancia en la vida interior, unida en el Santo Abad de Claraval a un
apostolado activísimo, había Impresionado a San Francisco de Sales, cuando
escribió: "San Bernardo nada perdía del progreso que deseaba lograr en el santo
amor... Cuando cambiaba de lugar, no cambiaba de amor, ni su amor de objeto...,
no recibía el color de los negocios o conversaciones, como el camaleón adopta el
de los lugares donde se encuentra; sino que se conservaba unido siempre a Dios,
con la blancura perenne de la pureza, el rojo encendido de la caridad y la,
plenitud de humildad (Espíritu de San Francisco de Sales, 17° parte, Cap. II)".
Habrá momentos en que nuestras ocupaciones se multiplicarán de tal modo que nos
veremos forzados a emplear todas nuestras energías, sin poder sacudir la carga
ni siquiera aligerarla. Esto traerá como consecuencia la privación por algún
tiempo del placer de la unión con Dios, pero esta unión no sufrirá con ello sino
por nuestra culpa. Si se prolonga esta situación, ES PRECISO LAMENTARLO, GEMIR y
TEMER MAS QUE NADA EL PELIGRO DE HABITUARSE A ELLO. El hombre es débil e
inconstante. Cuando descuida la vida espiritual, pronto pierde su gusto. Si se
engolfa en las ocupaciones materiales, acaba por complacerse en ellas. Por el
contrario, si el espíritu interior expresa su vitalidad latente por medio de
suspiros y gemidos, estas quejas constantes que provienen de una herida que no
se cierra en el lado mismo de una actividad desbordante, forman el mérito de la
contemplación sacrificada, o más bien el alma realza esa admirable y fecunda
unión de la vida interior y de la vida activa. Impelida por esa sed de vida
interior que no puede mitigar a placer, vuelve con ardor, desde que le es dado,
a la vida de oración. Nuestro Señor le procura unos momentos de intimidad. Le
exige la fidelidad y en cambio le compensa de la brevedad de esos felices
instantes, con el fervor.
En un texto cuyas palabras deben ser meditadas una a una, Santo Tomás resume
admirablemente esta doctrina: Vita contemplativa, ex genere suo, majoris est
meriti quam vita activa. Potest nihilominus accidere ut aliquis plus mereatur
aliquid externum agendo; puta si propter abundantiam divini amoris, ut ejus
voluntas impleatur propter Ipsius gloriam, interdum sustinet a dulcedine divinae
contemplationis ad tempus separari .
Fijémonos en el lujo de condiciones que el Santo Doctor exige para que la acción
sea más meritoria que la contemplación.
El móvil íntimo que empuja al alma a la acción no es otro que el desbordamiento
da su caridad; Propter abundantiam divini amoris. No entran, pues, en juego ni
la agitación, ni el capricho, ni la necesidad de salir de si mismo. Es, en
efecto, un sufrimiento del alma: Sustinet, de ser privada de las dulzuras de la
oración , a dulcedine divinae contemplationis... separari. Por consiguiente, no
sacrifica sino provisionalmente: Accidere... interdum... ad tempus, y para un
fin enteramente sobrenatural: Ut Ejus voluntas impleatur propter Ipsius gloriam,
una parte del tiempo reservado a la oración.
Los caminos de Dios llevan el sello de la sabiduría y la bondad, y la dirección
que marcan a las almas entregadas a la vida interior es maravillosa. Si éstas
saben ofrecerle con generosidad la pena que les produce el privarse del Dios de
las obras, en obsequio a las obras de Dios, esa pena tiene su pago, porque
gracias a ella desaparecen los peligros de disipación, amor propio y afecciones
naturales; las hace más reflexivas y fomenta en ellas la práctica de la
presencia de Dios, porque el alma encuentra en LA GRACIA DEL MOMENTO PRESENTE a
Jesús viviente, que se le ofrece oculto en la obra que realiza, trabajando con
ella y sosteniéndola.
¡Cuántas personas de obras, por saber sufrir esa pena y sacrificar ese deseo de
ir al Tabernáculo, por esas comuniones espirituales originadas en esos
sacrificios, reciben como premio la fecundidad de su acción, la salvaguardia de
su alma y el progreso en la virtud!
5. Excelencia de esa unión
Dice Santo Tomás que la unión de las dos vidas, contemplativa y activa,
constituye el verdadero apostolado, que es la obra principal del Cristianismo:
Principalissimum officium .
Para el apostolado se necesitan almas que se entusiasmen por una idea y se
consagren al triunfo de un principio.
La realización de esta idea ha de ser sobrenaturalizada por el espíritu
interior, y nuestro celo, en todos sus aspectos, fin, medios y ardor, debe estar
animado del espíritu de Jesús, para que nuestra vida sea lo más perfecta
posible, la vida por excelencia, la cual es preferida por los teólogos a la
simple contemplación. Praefertur simplici contemplationi .
El apostolado del hombre de oración es la palabra que obedece al mandato de Dios
y hace conquistas, en el celo de las almas y el fruto de las conversiones:
Missio a Deo, zelus animarum fructificatio auditorum .
Es el vapor de la fe con emanaciones que llevan al cielo: Zelus, id est vapor
fidei .
El apostolado de los santos es la sementera del mundo. El apóstol esparce el
trigo de Dios en el campo de las almas . Es el amor en llamas que devora la
tierra, y el incendio de Pentecostés que, con fuerza irresistible, se propaga
por todas partes: Ignem veni mittere in terram .
La sublimidad de este ministerio estriba en que atiende a la salvación del
prójimo, sin mengua de la del apóstol: sublimatur ad hoc ut aliis provideat.
Transmitir a inteligencias humanas las verdades divinas es un ministerio digno
de los ángeles.
Cosa buena es contemplar la verdad, pero comunicarla es mucho mejor, como es
mejor reflejar la luz que recibirla; e iluminar que brillar bajo el celemín. El
alma se nutre en la contemplación y se entrega en el apostolado: Si cut majus
est illuminare quam lucere solum, ita majus est contemplata aliis tradere quam
solum contemplare (D. Thom. 2° 2ae, q. 188, a. 6).
Contemplata altis tradere: según el pensamiento de Santo Tomás, la vida de
oración es la fuente de este apostolado.
Este texto y el anterior, citado al final del capitulo precedente, del mismo
Santo, son una condenación del Americanismo, partidario de una vida mixta, en la
cual la acción acabarla por ahogar la contemplación.
En efecto: Santo Tomás en estos textos hace las dos afirmaciones siguientes: 1°
El alma ha de vivir habitualmente en una vida de oración que le permita dar de
lo que sobre. 2° Por la acción no ha de suprimirse la vida de oración, y el
alma, al entregarse, ha de guardar su corazón de tal modo que no corra serio
peligro de sustraerse a la influencia de Jesucristo en el ejercicio de su
actividad.
El Rvdo. Padre Mateo Crawley, apóstol de la entronización del Sagrado Corazón en
las familias, traduce con frases sugestivas el pensamiento de Santo Tomás: "El
apóstol es un cáliz lleno hasta los bordes de vida de Jesucristo, que vierte en
las almas el sobrante de su contenido".
Esta mezcla de acción y contemplación, acción con todas las abnegaciones del
celo y contemplación con sublimes elevaciones, ha producido los mayores santos:
San Dionisio, San Martín, San Bernardo, Santo Domingo, San Francisco de Asís,
San Francisco Javier, San Felipe Neri y San Alfonso, todos ellos tan ardientes
contemplativos como valientes apóstoles.
¡Vida interior y vida activa! ¡Santidad en medio de las obras! ¡Unión potente y
fecunda! ¡Qué prodigios tan fantásticos de conversiones realizáis! Oh, Dios mío,
dad a vuestra Iglesia Santa muchos apóstoles, pero encended una sed ardiente de
la vida de oración en sus corazones que devora el deseo de entregaros. Dad
también a vuestros obreros esa acción contemplativa y esa contemplación activa,
para que vuestra obra sea cumplida, y los obreros evangélicos que nos disteis,
obtengan aquellas victorias que os plugo anunciar antes de vuestra gloriosa
Ascensión.
TERCERA PARTE
LA VIDA ACTIVA, LLENA DE PELIGROS SIN LA VIDA INTERIOR, ASEGURA CON ELLA EL
PROGRESO EN LA VIRTUD
1. Las Obras,
Medios de santificación, para las almas interiores, son un peligro para la
salvación de las que no lo son
a) MEDIOS DE SANTIFICACIÓN.- Nuestro Señor exige a aquellas criaturas
suyas que se digna asociar a su apostolado, que se conserven en la
virtud, y que progresen. Pruebas abundantes de esto tenemos en las
epístolas de San Pablo a Tito y a Timoteo y en los apóstrofes del Apocalipsis a
los Obispos de Asia.
Por otra parte, sabemos que Dios quiere las obras. Por consiguiente, es una
injuria y una blasfemia contra la Sabiduría, la Bondad y la Providencia divinas,
decir que las Obras, como tales, son un obstáculo para la santificación, y que,
aunque emanadas de la voluntad divina, retardan forzosamente nuestra
marcha hacia la perfección.
Porque podemos formular el siguiente dilema: O el apostolado en cualquiera de
sus formas, practicado porque Dios lo quiere y CON LAS CONDICIONES DEBIDAS,
constituye para el apóstol un medio de santificación.
O si no, al pedírsele cuentas al apóstol en el tribunal de Dios, tendrá el
derecho de presentar su actividad y las fatigas y preocupaciones de su obra
(mandada por Él) como excusas legitimas del abandono de su santificación.
Consecuencia de este raciocinio: Dios TIENE CONTRAÍDA CONSIGO MISMO LA
OBLIGACIÓN de dar al apóstol escogido por Él las gracias necesarias para el
cumplimiento de sus obligaciones, no sólo con la seguridad de su salvación, sino
además, con la tranquilidad de poder adquirir las virtudes que se le exigen para
llegar a ser un hombre santo.
Por consiguiente, al más modesto de los obreros evangélicos, al más humilde de
los Hermanos dedicados a la enseñanza y a la Religiosa más olvidada de las que
se consagran al cuidado de los enfermos, LES DEBE, en la medida necesaria, los
auxilios que concedió a un Bernardo y a un Francisco Javier. Es preciso insistir
en que esa es UNA VERDADERA DEUDA QUE EL CORAZÓN DIVINO tiene contraída con el
instrumento escogido por Él.
Y todo apóstol, como cumpla las condiciones de tal, debe tener una confianza
absoluta en el riguroso derecho que le asiste, a las gracias exigidas por
unas Obras, a las cuales Dios ha hipotecado sus socorros celestiales.
Quien se consagra a las obras de caridad, dice Álvarez de Paz, piense, que no se
le cierran las puertas de la contemplación, ni se le incapacita para dedicarse a
ella; por el contrario, tenga por seguro, que son la mejor disposición para la
misma. Esta verdad enseñada por la razón y la autoridad de los Santos Padres,
está acreditada por la experiencia de todos los días, que nos muestra a algunas
almas, dedicadas a las obras de caridad en favor del prójimo, como confesiones,
predicación, catequesis, visita a enfermos, etc., y elevadas por Dios a tan alto
grado de contemplación, que pueden ser comparadas muy bien con los antiguos
anacoretas.
Con la frase "grado de contemplación", el eminente Jesuita, siguiendo a los
Maestros de la vida espiritual, designa el don del espíritu de la oración, que
caracteriza a la superabundancia de la caridad en un alma.
Los sacrificios que las obras exigen, hechos por la gloria de Dios y la
santificación de las almas, sacan de ese doble fin tal fecundidad de méritos
sobrenaturales, que el hombre entregado a la vida activa puede elevarse todos
los días a un grado más alto de caridad y de unión con Dios, es decir, de
santidad.
Hay casos en los cuales por existir peligro en la virtud de la fe o de la
castidad, DIOS QUIERE que dejemos las obras. Pero fuera de ellos, facilita a sus
obreros los medios de inmunización y de progreso en la virtud por medio de la
vida interior.
Para aclarar el significado de ese progreso, nos serviremos de una frase
paradójica de la siempre tan juiciosa y espiritual Santa Teresa de Jesús: "Desde
que soy Priora -dice-, en mis ocupaciones y frecuentes viajes cometo más faltas
que antes. Pero, como lucho con generosidad y llevo mi cargo por Dios, siento
que cada día que pasa me uno más con Él". Su debilidad se manifiesta más a
menudo que en la calma y el silencio del claustro. Ella lo observa, sin
inquietud, porque la generosidad sobrenatural que pone en sus trabajos y sus
esfuerzos, más rudos que antes, en las luchas del espíritu, le ofrecen la
ocasión de obtener mayores victorias, las cuales la compensan con holgura de las
sorpresas de fragilidad, que antes no le faltaban, sino que permanecían en
estado latente.
Nuestra unión con Dios, dice San Juan de la Cruz, reside en la unión de nuestra
voluntad con la suya, y se mide con ella.
Santa Teresa no tiene un concepto falso de la espiritualidad que consistiría en
creer que únicamente en el claustro el alma puede progresar en su unión con
Dios: al contrario, juzga que la actividad cuando es impuesta por Dios, y se
ejerce en las condiciones que placen a la divina voluntad, viene a aumentar la
unión de su alma con Nuestro Señor, el cual vive en ella y le da ánimo en sus
trabajos, encaminándola hacia la santidad, y todo esto lo logra alimentando su
espíritu de sacrificio, su humildad, su abnegación, su ardor y su entrega total
por el reinado de Dios.
La santidad, en efecto, reside, ante todo en la caridad, y una obra de
apostolado que merezca ese nombre no es otra cosa que un acto de caridad.
Probatio amoris, dice San Gregorio, exhibitio est operis. El amor se muestra
en las obras que exigen sacrificio, y Dios pide a sus obreros esta prueba de
abnegación.
Apacienta mis corderos; apacienta mis ovejas; esta es la forma de la
caridad que Nuestro Señor exige al apóstol, como prueba de la sinceridad de sus
protestas reiteradas de amor.
San Francisco de Asís creía que no podía ser amigo de Jesucristo sino
ejercitando su caridad en favor de las almas.
Non se amicum Christi
reputabat, nisi animas faveret quas ille redemit
.
Y si Nuestro Señor
considera como hechas a Él hasta las obras corporales de misericordia, es porque
en cada una de ellas descubre esa irradiación de la caridad que anima al
misionero o sostiene al anacoreta en el desierto entre sus privaciones, combates
y plegarias.
La vida activa tiene su empleo en las obras de abnegación, y camina por la senda
del sacrificio a zaga de Jesús, obrero y pastor, misionero, taumaturgo, curador
y médico universal; proveedor tierno e infatigable de todos los necesitados de
este mundo.
La vida activa debe recordar y vivir de esta frase del Maestro: Estoy entre
vosotros como un servidor . El hijo del hombre ha venido para servir no para ser
servido .
Recorre los caminos de la miseria humana, pronunciando la palabra iluminad ora,
y sembrando en torno suyo las gracias que se tornan beneficios de todas clases.
Merced a las clarividencias de su fe y a las instituciones de su amor, sabe
descubrir en el más astroso de los que sufren al Dios desnudo y doliente,
despreciado de todos; al gran leproso, al misterioso reo perseguido por la
justicia divina y herido de sus golpes; al varón de dolores a quien Isaías vio
vestido con el lujo horroroso de sus llagas y la trágica púrpura de su sangre,
maltrecho y destrozado por los clavos e instrumentos de la flagelación, hasta
retorcerse como un gusano que se aplasta.
Lo hemos visto y no lo hemos conocido, dice el Profeta .
¡Oh vida activa! Tú lo reconoces muy bien y, clavadas las rodillas en tierra,
con lágrimas en los ojos, sabes servirlo en los pobres.
La vida activa perfecciona a la humanidad y, fecundando al mundo con sus
generosidades, trabajos y sudores, puebla el cielo de sus méritos.
Vida santa que sabe recompensar muy bien aquel Dios que concede el paraíso como
pago del vaso de agua dado a un pobre, con la misma largueza con que premia el
infolio del doctor y los sudores del apóstol. Ante los cielos y la tierra, en su
último día premiará con una eternidad feliz todas las obras de caridad .
b) PELIGRO PARA LA SALVACION.- Cuántas veces en los retiros privados que
he tenido ocasión de dar, he podido comprobar que las obras, de medio de
progreso espiritual que debieran ser para sus directores, se convertían en
instrumentos de su ruina.
Un hombre de obras a quien al comenzar un retiro rogué que escrutara su
conciencia para encontrar la causa del triste estado en que se hallaba, me dio
esta respuesta exacta, aunque incomprensible a primera vista: "Mi entrega
total a las obras me ha perdido". "Por mis disposiciones naturales, yo
sentía un verdadero placer en trabajar y prestar servicios, y como el éxito me
sonreía, Satanás supo arreglárselas para llenarme de ilusiones durante muchos
años, con lo cual creció en mí el delirio de la acción, juntamente con la
antipatía a todo trabaja interior, hasta caer en el precipicio".
Este estado anormal del alma, por no decir este estado monstruoso, se explica de
esta manera. Aquel obrero de Dios, por dar satisfacción a su actividad natural,
dejó que se desvaneciera su vida divina, que era la reserva de calorías que
hacían fecundo su apostolado, y protegían su alma contra el frío glacial del
espíritu natural. Había trabajado lejos del sol que vivifica. Magnae vires et
cursus celerrimus, sed praeter viam . Por eso las obras, santas en sí
mismas, se le convirtieron en espada de dos filos, que hieren al que no sabe su
manejo.
Contra este peligro ponía en guardia San Bernardo al Papa Eugenio III, con estas
palabras: Temo que en medio de tus innumerables ocupaciones, te desesperes de
no poder llevar las a cabo y se te endurezca el alma. Obrarías con cordura
ABANDONÁNDOLAS POR ALGÚN TIEMPO, para que no te dominen ni arrastren a donde
no quieras llegar. Tal vez me preguntes: ¿A dónde? AL ENDURECIMIENTO DEL
CORAZÓN.
Ya ves a dónde pueden arrastrarte esas OCUPACIONES MALDITAS, HAE
OCCUPATIONES MALEDICTAE, si continúas entregándote a ellas del todo, como
hasta ahora, sin reservarte nada para ti .
¿Hay empresa más augusta y santa que el gobierno de la Iglesia ni más útil para
la gloria de Dios y el bien de las almas? Y, sin embargo, San Bernardo la
califica de ocupación maldita, si sirve para ahogar la vida interior de
quien se consagra a ella.
Esta expresión "ocupaciones malditas" vale un libro por lo que estremece
y hace reflexionar. Sería como para rechazarla, si no hubiera salido de la pluma
tan ajustada y precisa de un Doctor de la Iglesia, de un San Bernardo.
2. Del hombre de Obras, sin la Vida interior
Esta frase lo
caracteriza: Si aún no llegó al estado de tibieza, llegará fatalmente. Ese
estado de tibieza, no de sentimiento ni fragilidad, sino de voluntad, es un
pacto hecho con la disipación y la negligencia habitualmente consentida o no
combatida, y un pacto con el pecado venial deliberado, y, por consiguiente,
es privar al alma de la seguridad de su salvación y disponerla al pecado
mortal .
Tal es la doctrina de San Alfonso acerca de la tibieza, que con toda claridad ha
desarrollado su discípulo el P. Desurmont .
¿Por qué el hombre de obras cuando carece de vida interior va a parar
necesariamente a la tibieza? Decimos necesariamente y para probarlo nos
serviremos de las palabras que un Obispo misionero dirigía a sus sacerdotes;
palabras terribles que brotaban de un corazón devorado por el celo en favor de
las obras y de un espíritu con tendencia al quietismo: "Es preciso -decía el
cardenal Lavigerie-, adquirir esta firme persuasión. Para un apóstol no hay otra
elección que ésta: O la santidad completa, al menos de deseo, trabajando para
alcanzarla, o la perversión más absoluta".
Teniendo en cuenta los gérmenes de corrupción que la concupiscencia deposita
constantemente en nuestra naturaleza, la guerra sin cuartel que nos hacen
nuestros enemigos interiores y exteriores y los peligros que nos cercan por
todas partes, representémonos la situación de un alma entregada al Apostolado,
sin defensa contra los peligros que la acechan.
X... desea consagrarse a las Obras. Desde luego carece de experiencia. Su
inclinación al apostolado nos permite imaginarlo lleno de ardor, de carácter
vivo, ávido de trabajar y acaso de luchar también. Lo suponemos de conducta
intachable, piadoso y hasta devoto, con una devoción más sentimental que sólida,
que no refleja a un alma resuelta a buscar en todo exclusivamente la voluntad de
Dios, sino más bien es signo de una rutina, resto de hábitos piadosos.
La oración, si la hace, es una especie de divagación y la lectura espiritual un
ejercicio de curiosidad, sin influencia real en su conducta. Acaso el mismo
Satanás, haciéndole tomar por sentimiento de la vida interior lo que no es sino
una ilusión de gusto artístico, provoca en él el paladeo de las lecturas que
tratan de las vías extraordinarias de la unión con Dios, y el entusiasmo por
ellas.
Total, que esa alma, aunque de muy buenas costumbres, muy buenas cualidades
naturales y con un deseo leal, aunque un poco vago de conservarse fiel a Dios,
cuenta con muy poca o ninguna vida interior.
Ya tenemos a nuestro apóstol, lleno de deseos de trabajar, dispuesto a
entregarse con el mayor celo a ese ministerio nuevo para él. Pronto, en virtud
de algunas circunstancias que originan nuevas ocupaciones (toda persona
habituada a las obras puede comprendernos), surgen mil motivos de vivir fuera de
sí, mil cebos de su curiosidad, mil ocasiones de pecado, contra las cuales se
sintió protegido hasta entonces por la atmósfera tranquila de su hogar, o del
seminario, noviciado o comunidad, o al menos por la tutela de un director
experimentado.
Esa alma que no está preparada para resistir ninguna clase de asaltos, sentirá
crecer su disipación, o despertarse en ella una curiosidad malsana de saberlo
todo, mil impaciencias o susceptibilidades, la vanidad, la envidia, la
presunción o el abatimiento, la parcialidad o el descrédito y la invasión de
todas las flaquezas del corazón y de las formas más o menos sutiles de la
sensualidad, que la forzarán a un combate sin tregua ni descanso. Por eso, no le
faltarán heridas.
Pero ¿podrá resistir esa alma con su piedad superficial, entregada del todo
al gusto excesivamente natural de gastar su actividad y sus talentos en provecho
de una causa excelente? Satanás está al acecho, olfateando ya su presa.
Y en vez de dificultar esta satisfacción, la excita con todo su poder.
Llega por fin un día en que advierte el peligro. El Ángel de la Guarda habla al
corazón y la conciencia da sus aldabonazos. Urge recobrar el propio dominio,
y para ello acudir a la calma de un retiro y tomar la resolución firme de
sujetarse a un reglamento, para cumplirlo en todas sus partes, aunque ello exija
el abandono de alguna de sus queridas ocupaciones.
Desgraciadamente, es tarde porque el alma ha saboreado ya el placer del triunfo
como premio de sus esfuerzos y se contenta con decir: Mañana, mañana...; hoy es
imposible; necesito mi tiempo para continuar esta serie de sermones, escribir
este artículo, organizar este sindicato o esta sociedad de caridad, preparar
esta representación, hacer este viaje, poner al corriente la correspondencia,
etcétera, etc. ¡Qué alivio experimenta al tranquilizarse con estos pretextos!
Porque el solo pensamiento de enfrentarse con su conciencia, se le hace
insoportable. Ha llegado el momento en que Satanás puede, con toda garantía de
éxito, trabajar en su obra de perdición en ese corazón convertido en cómplice
suyo. El terreno está preparado para ello. Las obras eran una pasión para esa
próxima víctima suya; él convertirá la pasión en fiebre. Le parecía
insoportable el olvido de aquel tumulto de asuntos para recogerse; el demonio le
sugiere que eso es horroroso, perfilando en su alma nuevos proyectos que
disfraza muy hábilmente con el santo fin de la gloria de Dios y el bien de las
almas.
Y ese hombre, que poco tiempo antes estaba adornado de hábitos virtuosos, va ya
de flaqueza en flaqueza, hasta poner el pie en una pendiente que es muy
resbaladiza para poder evitar la caída. Y, hecho un desgraciado, persuadido de
que toda esta agitación no es conforme al Corazón de Dios, se lanza más
locamente que nunca en el torbellino, para ahogar sus remordimientos. Las
faltas se acumulan fatalmente. Para esa alma, ya no es más que un escrúpulo
despreciable lo que antes perturbaba su recta conciencia. No se recata en decir
que es preciso saber ser de su tiempo y luchar contra los enemigos con iguales
armas, y para ello preconiza las virtudes activas, despreciando lo que
desdeñosamente califica de piedad de otra época. Y como las obras van
prosperando y el público las elogia al ver nuevos éxitos, "Dios bendice nuestra
obra", exclama el alma engañada, por cuyos pecados tal vez llorarán mañana los
ángeles del cielo.
¿Causas de la caída de esa alma en ese estado tan lamentable? la INEXPERIENCIA,
la PRESUNCION, la VANIDAD, la IMPREVISION y la COBARDIA. Se lanzó a la ventura a
través de los peligros, sin preocuparse de los exiguos recursos espirituales con
que contaba, y al agotarse estas reservas de vida interior, se vio en la
situación de un nadador que, sin fuerzas para luchar contra la corriente, se
deja arrastrar al abismo.
Detengámonos un momento a mirar el camino recorrido y la profundidad del
precipicio. Procedamos con orden, contando las etapas.
Primera etapa. El alma ha ido perdiendo, en el supuesto de que las tuvo,
la caridad y la fuerza de sus convicciones acerca de la vida y el mundo
sobrenaturales, y de la economía del plan y acción de Nuestro Señor en cuanto a
las relaciones de la vida interior y las obras del obrero evangélico. Las obras
se le presentan como un espejismo alucinante, y la vanidad es el pedestal sutil
en que descansa su buena intención: "Qué quieren ustedes, Dios me ha otorgado el
don de la palabra, y yo se lo agradezco", decía a sus aduladores un predicador
hinchado de vana complacencia, de espíritu nada interior. El alma se busca a sí
misma más que a Dios. Su reputación, su gloria y sus intereses personales ocupan
el primer plano. La frase Si hominibus placerem, servus Christi non essem
, se le antoja completamente vacía.
Aparte la ignorancia de los principios, la AUSENCIA DE BASE SOBRENATURAL que
caracteriza a esta etapa, es causada y fomentada por la disipación, el olvido de
la presencia de Dios, el abandono de las jaculatorias y de la guarda del
corazón, y la falta de delicadeza de conciencia y de reglamentación de vida. La
tibieza está a un paso, si no la tiene ya.
Segunda etapa. El hombre sobrenatural, esclavo de su deber y avaro de su
tiempo, lo tiene reglamentado, porque sabe que, de no hacerlo así, todo será
naturalismo, capricho y vida cómoda de la mañana a la noche.
El hombre de obras, carente de base sobrenatural, no tarda en comprobar lo que
acabamos de decir. Por falta de espíritu de fe en el empleo del tiempo, abandona
la lectura espiritual; y aunque lea, no estudia. Que los Padres de la Iglesia se
preparasen durante la semana para la homilía dominical, pase; pero él prefiere
improvisar y estima que sale airoso del paso, a menos que por vanidad no se
prepare... Prefiere las revistas a los libros; carece de constancia, limitándose
a mariposear. Y es que la ley del trabajo es una gran ley de preservación, de
moralización y de penitencia, él la esquiva, malgastando el tiempo y buscando
distracciones. Todo lo que sea privarle de su libertad de movimientos, lo
encuentra molesto y de pura teoría. No le basta el tiempo de que dispone para
todas sus obras y deberes sociales, y para el cuidado de su salud y sus
distracciones. Ciertamente, le sugiere Satanás, "tu tiempo está muy recargado de
ejercicios de piedad. Meditación, rezo del oficio, misa, actos del ministerio...
hay que hacer labor de poda". E invariablemente comienza por acortar la
Meditación, o hacerla sin regularidad, hasta que poco a poco, acaso, acaba
por suprimirla. Y esto se explica porque, como se acuesta muy tarde, y tiene sus
motivos para ello, no puede madrugar ni, levantarse a una hora fija, condición
indispensable para hacer la meditación.
Pero si la persona que se dedica a la vida activa abandona la meditación, es
como si se pasase con armas y bagajes al enemigo.
Se atribuye a Santa Teresa esta afirmación; "Dadme una persona que haga un
cuarto de hora de oración y yo respondo de su salvación". Nosotros no podemos
responder de la autenticidad de estas palabras, pero la experiencia que tenemos
de las almas sacerdotales y religiosas consagradas a las obras, nos permite
creer que todo obrero evangélico que no haga por lo menos media hora diaria de
oración seria y metódica, con la leal resolución fundada en su desconfianza y en
la confianza en la oración, de practicar algunos actos que le cuesten para
desarraigar un defecto o adquirir una virtud, cae irremisiblemente en el estado
de tibieza.
No se trata de imperfecciones, sino de una multitud de pecados veniales. Y como
desgraciadamente el alma con su conducta se ha incapacitado para vigilar su
corazón, la mayor parte de estas faltas resbalan por la conciencia; el alma
se encuentra en una situación en que no las ve ya. ¿Cómo podrá combatir
aquello que no discierne que es un defecto? Esa enfermedad espiritual que se
llama languidez está muy avanzada en esa alma, y es la consecuencia de esta
segunda etapa que sé caracteriza por abandono de la ORACIÓN y de todo
REGLAMENTO.
Todo está en sazón para la Tercera etapa, cuyo síntoma es la
negligencia en el rezo del BREVIARIO.
La oración de la Iglesia, que debía dar al soldado de Cristo fuerza y alegría
para ponerse en pie de tiempo en tiempo y, apoyado en Dios, remontarse sobre el
mundo visible, se le hace una carga casi insoportable que hay que llevar.
La vida litúrgica, manantial de luz, alegría, fuerza, méritos y gracias para él
y sus fieles, no es sino el motivo para cumplir un deber desagradable, que se
despacha sin ganas, con todo lo cual va resintiéndose la virtud de la religión,
porque la fiebre de las obras ha contribuido a secarla, y el alma sólo aprecia
el culto de Dios cuando va revestido de brillantes manifestaciones exteriores.
Aquel sacrificio hecho a solas y sin ostentación, pero que nacía de lo más
íntimo del corazón, sacrificio de alabanzas, de súplicas, de acción de gracias y
de reparación, nada le dice. Antes, al rezar sus oraciones vocales sentía cierto
legitimo orgullo al pronunciar la oración In conspectu angelorum psallam tibi
, como si se pusiera al nivel de los coros monacales; pero el santuario de
esa alma, perfumado anteriormente por la vida litúrgica, se ha convertido en una
plaza pública donde reinan el ruido y el desorden. El cuidado excesivo de las
obras y su disipación habitual se encargan de aumentar las distracciones, que
por otra parte, cada vez se las combate menos. Non in commotione Dominus
.
Desapareció la verdadera oración, porque la precipitación, las interrupciones
injustificadas, la negligencia, somnolencia, retrasos, el dejarla para última
hora con peligro de ser vencido por el sueño... y acaso las omisiones más o
menos espaciadas, cambian la medicina en veneno, y el sacrificio de alabanza en
letanía de pecados, que acaso lleguen a ser algo más que veniales.
Cuarta etapa. Todo se encadena. El abismo llama al abismo. ¡LOS
SACRAMENTOS! se los recibe o administra, desde luego, con el respeto que
merecen, pero sin sentir palpitar la vida que contienen. La presencia de Jesús
en el Tabernáculo o en el Tribunal de la penitencia ya no hace vibrar hasta el
fondo del alma los resortes de la fe. LA MISMA MISA, el sacrificio del Calvario
es un jardín cerrado. Queremos creer que el alma no ha bordeado aún el
sacrilegio, pero ya no siente como antes el calor de la divina Sangre. Las
consagraciones que hace son frías y sus comuniones tibias, entre distracciones
superficiales. La familiaridad, la falta de respeto, la rutina y acaso el
fastidio están ya acechándole.
El apóstol, así deformado, vive fuera de Jesucristo y ha dejado de ser
favorecido con las palabras íntimas que Jesús reserva para sus verdaderos
amigos.
No obstante, el celestial Amigo le envía de cuando en cuando un remordimiento,
una luz o una llamada. Espera, llama y pide permiso para entrar: Ven a mis
brazos, pobre alma herida, ven que yo te curaré. Venite ad me omnes... et ego
reficiam vos , porque yo soy tu salvación. Salus tua ego sum . YO
he venido a salvar lo que había perecido. Venit filius hominis quaerere et
salvum lacere quod perierat . Esta voz tan dulce, tan tierna, discreta e
insinuante, produce algunos momentos de emoción y algunas veleidades de portarse
mejor, pero como la puerta del corazón apenas está entreabierta, no puede
entrar Jesús, y esos buenos impulsos del alma desaparecen. La gracia ha
pasado inútilmente y va a convertirse en un acusador del alma. Acaso Jesús,
movido a misericordia, para no acumular motivos de cólera santa, va a dejar de
llamar a aquella alma: Time Jesum transeuntem et nom revertentem .
Avancemos ahora penetrando hasta el fondo de esa alma, cuya fisonomía estamos
bosquejando.
Los pensamientos influyen en la vida sobrenatural tanto como en la vida
moral y en la intelectual. ¿Qué pensamientos predominan en esa alma? Los
humanos; los terrestres; los vanos, superficiales y egoístas.
Todos ellos van a parar al Yo o a las criaturas, a menudo disfrazados de
abnegación y sacrificio.
Con el desorden de la inteligencia, corre parejas el de la imaginación,
que es la que debe ser más tenida a raya. Sin embargo, se le deja sin freno
alguno, y campa por sus respetos, lanzándose a todos los descarríos y, a todas
las locuras, y como poco a poco se abandona el recogimiento de la vista, la loca
de la casa encuentra pasto en que cebarse por todas partes.
Avanza el desorden. De la inteligencia y la imaginación, baja a las
afecciones. El corazón no se alimenta ya más que de quimeras. ¿Qué va a ser
de ese corazón que apenas se preocupa de que Dios reine en él; insensible a las
intimidades con Jesús, a la poesía sublime de los ministerios, a las bellezas
severas de la liturgia, a los aldabonazos y a los atractivos del Dios de la
Eucaristía; en una palabra, a las influencias del mundo sobrenatural? ¿Se
concentrará en sí mismo?
Sería un suicidio. Como necesita afectos y no encuentra placer en Dios, amará a
las criaturas y quedará a merced de la primera ocasión que se le presente. Se
lanza hacia ellas con toda imprudencia y enloquecimiento, sin pensar en los
votos que le ligan, ni en los intereses sagrados de la Iglesia, ni siquiera en
su reputación. La perspectiva de una apostasía, desde luego, le da escalofríos;
pero el escándalo de las almas le espanta bastante menos.
Son excepciones, gracias a Dios, los que llegan hasta el fin en la pendiente del
mal, pero ¿cómo no ver que no sintiendo gusto en Dios y saboreando el placer
prohibido, el corazón es arrastrado a las mayores desgracias? Del Animalis
homo non intelligit , se va a parar forzosamente al Qui nutriebatur in
croceis amplexatus est stercora . La ilusión cada vez más obstinada, la
ceguera de espíritu y el endurecimiento de corazón aumentan. Puede ya temerse
cualquier cosa.
Para colmo de males, la voluntad ha quedado reducida a un estado de
debilidad y apocamiento que casi equivalen a la impotencia.
No le pidáis que reaccione con energía contra el estado en que se encuentra,
sería inútil. Es incapaz del menor esfuerzo y sólo sabe dar esta respuesta
desesperante: "No puedo". Y, naturalmente no poder es avanzar camino de
la catástrofe. Un impío famoso se ha atrevido a decir que no podía creer que
sean fieles a sus votos y obligaciones las almas que a causa de las obras se ven
forzadas a mezclarse con el mundo. "Como andan -añadía- sobre una cuerda
tirante, sus caídas son inevitables".
A estas palabras que son una injuria a Dios y a la Iglesia, es preciso contestar
sin titubeos que pueden evitarse estas caídas CON TODA SEGURIDAD
cuando se maneja con pericia el precioso contrapeso de la vida interior; y que
los vértigos y traspiés han de atribuirse al abandono de ese INFALIBLE
medio de seguridad.
El admirable Jesuita P. Lallemant apunta a la causa inicial de estas
catástrofes, cuando dice "Hay hombres apostólicos que nada hacen por Dios con
absoluta pureza de intención. En todo se buscan a sí mismos y mezclan
solapadamente sus propios intereses con la gloria de Dios, aun en sus mejores
empresas. Así transcurre su vida en esta mezcla de naturaleza y gracia. Sólo
en el momento de la muerte se les abren los ojos; entonces ven su vida de
ilusión y tiemblan al pensamiento del inmediato y espantoso tribunal de Dios" .
Muy lejos está de nuestro pensamiento catalogar entre estos apóstoles que se
predican a sí mismos, a aquel célebre misionero caracterizado por su celo y
fuerza que se llamó el P. Combalot. Pero ¿será inoportuno citar las palabras que
profirió en su lecho de muerte? "Tenga mucha confianza en Dios, amigo querido,
le dijo el sacerdote que le administró los últimos sacramentos. Usted ha
observado con toda integridad las obligaciones de su vida sacerdotal, y los
millares de sermones que ha predicado durante su vida serán la mejor excusa para
la insuficiencia de esa vida interior de que me habla.-Mis sermones: con qué
nueva luz los veo ahora. Mis sermones. ¡Ah! Si Nuestro Señor no empieza a
hablarme de ellos, no seré yo quien tome la palabra". Al resplandor de la
eternidad, aquel venerable sacerdote veía sus obras de celo salpicadas de
imperfecciones, que alarmaban su conciencia y que atribuía a la falta de vida
interior.
El Cardenal del Perrón a la hora de la muerte, hizo una publica manifestación de
arrepentimiento por haber empleado más tiempo y energías en cultivar su
entendimiento por medio de la ciencia, que en perfeccionar su voluntad con los
ejercicios de la vida interior .
¡Oh!, Jesús, Apóstol por antonomasia: ¿quién se prodigó como tú, cuando vivías
entre nosotros? Hoy; mismo te das con más abundancia todavía en su vida
eucarística, sin dejar jamás el seno de tu Padre.
Haz que tengamos siempre presente que tú no querrás saber nada de nuestros
trabajos, si no están animados por un principio verdaderamente sobrenatural y
hunden sus raíces en tu adorable Corazón.
3. La Vida interior, base de la santidad del obrero apostólico
Como la santidad es la vida interior elevada hasta la más perfecta unión de la
propia voluntad con la voluntad divina, de ordinario, y salvo un milagro de la
gracia, el alma no llega a esa altura, sino después de haber recorrido con
múltiples y penosos esfuerzos todas las etapas de la vida purgativa e
iluminativa. Hay que advertir que es ley de la vida espiritual, que en el camino
de la santificación de un alma, la acción de Dios y la suya siguen una marcha
opuesta; a medida que el tiempo pasa, crece el papel de Dios en las operaciones
de aquella alma en la proporción en que disminuye el del alma misma.
Dios obra de distinta manera en los perfectos y en los principiantes. Menos
visible en éstos, les impulsa ofreciéndoles de este modo un medio eficaz de
obtener la gracia para aumentar sus esfuerzos.
En los perfectos obra Dios de un modo más completo y a veces no les exige sino
un simple consentimiento, con el cual el alma se une a la acción soberana de
Dios. Cuando el Señor quiere atraer hacia si a un principiante y hasta a un
tibio o pecador, comienza por impulsarles a que le busquen; a continuación, a
sentir un deseo creciente de agradarle, y, por último, a gozar de todas las
ocasiones que se les presentan, de destronar el amor propio, reemplazándolo con
el reinado exclusivo de Jesús. En estos casos, la acción divina se reduce a
incitaciones y socorros.
En los santos, esta acción es más poderosa y completa. Al santo, en medio
de sus fatigas y sufrimientos, y aunque se encuentre lleno de humillaciones o
abatido por la enfermedad, le basta abandonarse a la acción divina para
sostenerse. Sin ese abandono seria incapaz de soportar las agonías que, según
los designios de Dios, han de acabar de madurarlo. En él tiene plena realización
este texto: Deus subjicit sibi omnia, ut sit Deus omnia in omnibus . De
tal modo vive de Jesús, que parece no vivir ya de sí mismo. Es la confesión que
hacía San Pablo: Vivo autem jam non ego; vivit vero in me Christus .
El espíritu de Jesús es el único que piensa, decide y obra en esa alma, y aunque
su divinización está lejos de alcanzar la intensidad que le espera en el cielo,
su estado refleja ya los caracteres de la unión beatifica.
Huelga advertir que esto no se realiza en el que comienza o en el tibio; ni
siquiera en el fervoroso.
Ciertos medios de que Dios se vale, cuadran a estos tres estados: no obstante,
el principiante sufre mucho y avanza poco. Su tarea, como les ocurre a los
aprendices, no es muy lucida. El fervoroso, en cambio, como el artesano experto,
ejecuta las obras pronto y bien, y con menores dificultades saca más provecho.
Pero las intenciones de la Providencia con relación a los apóstoles, siempre son
invariables, cualquiera que sea su categoría. Dios quiere que las obras sean un
medio de santificación, siempre y para todos. La diferencia estriba en que el
apostolado no es un peligro para el alma que llegó a la santidad, y lejos de
agotar sus fuerzas, le ofrece muchas ocasiones de perfeccionarse y adquirir
méritos; en cambio ya hemos visto con qué facilidad produce la anemia espiritual
y, como consecuencia, el retroceso en el camino de la perfección de aquellas
personas muy flojamente unidas a Dios, en las cuales están poco desarrollados el
gusto de la oración, el espíritu de sacrificio y la guarda del corazón.
Dios jamás niega estas disposiciones a quien se las pide con instancia, y le da
pruebas reiteradas de fidelidad. Y se las infunde sin tasa al alma generosa que,
renunciándose a todas horas, logró transformar paulatinamente sus facultades,
haciéndolas dúctiles a las inspiraciones de las alturas y capaces de aceptar con
alegría las contradicciones y fracasos, las pérdidas y los desengaños.
Veamos ahora en seis rasgos principales, cómo esa vida interior, infiltrándose
en un alma, la establece en la verdadera virtud.
a) LA VIDA INTERIOR ABROQUELA EL ALMA CONTRA LOS PELIGROS DEL MINISTERIO
EXTERIOR
Difficilius est bene conversari cum cura animarum propter exteriora pericula
. Hemos hablado de este peligro en el capítulo anterior.
Mientras que el obrero evangélico que no tiene vida interior ignora los peligros
que las obras llevan consigo, parecido al viajero inerme que atraviesa un bosque
lleno de bandidos, el verdadero apóstol lo teme, y todos los días se arma
de precauciones para evitarlos, por medio de un escrupuloso examen de conciencia
que le descubre su flaco.
Aunque la vida interior no tuviese otra ventaja que la de hacerse cargo
de los peligros, contribuiría a librarnos de las sorpresas del camino, porque
peligro previsto es peligro medio evitado; pero su utilidad es bastante mayor.
Es la armadura del hombre de obras. Induite armaturam Dei, ut possitis stare
adversus insidias diaboli , con la cual el hombre no sólo resiste a las
tentaciones, y evita las asechanzas del demonio: Ut possitis resistere in
die malo, sino que santifica todos sus actos: Et in omnibus perfecti
stare.
Le ciñe de la pureza de intención, con la cual concentra en Dios sus
pensamientos, deseos y afecciones, y le impide extraviarse tras las comodidades,
placeres y distracciones: Succinti lumbos vestros in veritate.
Le reviste de la coraza de la caridad, que le da un corazón viril y le defiende
de las seducciones de las criaturas, del espíritu del siglo, y de los asaltos
del demonio: Induite loricam justitiae.
Le calza con la discreción y la modestia, para que en todos sus pasos
sepa armonizar la sencillez de la paloma y la prudencia de la serpiente:
Calceati pedes in praeparatione Evangelii.
Si Satanás y el mundo intentan inducirle a error con sofismas y falsas
doctrinas, o enervar sus energías en el cebo de máximas de relajación, la vida
interior les opone el escudo de la fe, que hace brillar a los ojos del
alma el esplendor del divino ideal: In omnibus sumentes scutum fidei in quo
positis omnia tela nequissimi ignea extinguere.
El conocimiento de su nada, la solicitud por su salvación, la convicción de la
propia y absoluta inutilidad sin el socorro de la gracia, y como consecuencia la
oración instante y frecuente, tanto más eficaz cuanto más confiada, son para el
alma un casco o yelmo de bronce, contra el cual se estrellan los golpes de la
soberbia: Galeam salutis assumite.
Así, armado de pies a cabeza, el apóstol puede lanzarse a las obras sin temor, y
su celo, inflamado en la meditación del Evangelio y robustecido con el Pan
eucarístico, es la espada, con la cual lucha contra los enemigos de su alma y
conquista una multitud de almas para Cristo: Gladium spiritus quod est verbum
Dei.
b) LA VIDA INTERIOR REPARA LAS FUERZAS DEL APÓSTOL
Hemos dicho que únicamente el hombre santo, en medio del trajín de sus negocios,
y a pesar del roce constante que tiene con el mundo, puede preservar su espíritu
interior y dirigir siempre sus pensamientos e intenciones a Dios. Todo desgaste
de actividad exterior está en él tan sobrenaturalizado e inflamado de amor, que,
lejos de aminorar sus fuerzas, le produce un aumento de gracia. En las demás
personas, aunque fervorosas, cuando se han entregado por algún tiempo a las
obras, la vida sobrenatural se resiente. Su corazón, preocupado con exceso de
hacer bien al prójimo o absorbido por una compasión no del todo sobrenatural
hacia las miserias que demandan alivio, lanza a Dios llamaradas no muy puras,
porque las oscurece el humo de numerosas imperfecciones. Dios no castiga estas
flaquezas con una disminución de su gracia ni es riguroso con estos
desfallecimientos, si ve serios esfuerzos de vigilancia y oración durante
las obras, y que el alma, al terminar el trabajo, corre a Él para descansar y
reponer sus fuerzas. Ese perpetuo volver a empezar, ocasionado por las
interferencias de la vida activa y de la vida interior, alegra su corazón
paternal.
Por otra parte, estas imperfecciones de los que luchan van siendo menos
profundas y frecuentes, a medida que el alma sabe recurrir sin desmayos a Jesús,
siempre dispuesto a decirle: Ven a mí, pobre ciervo jadeante, sediento por la
fatiga del camino. Ven a encontrar en la fuente de aguas vivas el secreto de una
agilidad desconocida para las carreras que te esperan. Retírate un instante del
tráfago de las gentes que no pueden ofrecerte el alimento que tus fuerzas
agotadas necesitan: Venite seorsum et requiescite pusillum .
En la calma y en la paz de que gozarás junto a mi has de encontrar el vigor
perdido, y aprenderás también a hacer más, cansándote menos. Elías, agotado y
sin esperanzas, sintió, al comer un pan misterioso, volverle las perdidas
energías. Así, apóstol mío, para que puedas cumplir esa envidiable tarea de
corredentor que me plugo imponerte, te ofrezco mi palabra, que es vida, y mi
gracia, que es mi sangre, para orientar nuevamente tu espíritu en la dirección
de los horizontes celestiales, y renovar un pacto de intimidad entre nuestros
corazones. Ven; yo te consolaré de las tristezas y desengaños del viaje, y en el
fuego de mi amor volverás a templar el acero de tus resoluciones: Venite ad
me omnes qui laboratis et onerati estis et ego reficiam vos .
c) LA VIDA INTERIOR DECUPLICA LAS ENERGÍAS Y MÉRITOS DEL ALMA
Tu ergo, fili mi, confortare in gratia . La gracia es una participación
de la vida del Hombre-Dios. Aunque las criaturas poseen una cierta cantidad de
fuerza y en cierto sentido puede decirse de ellas que son una fuerza, Jesús es
la Fuerza por esencia. En Él reside plenamente la Fuerza del Padre, y la
Omnipotencia de la acción divina; y su Espíritu se llama Espíritu de Fortaleza.
¡Oh Jesús!, exclama San Gregorio Nacianceno; en Vos está toda mi fortaleza.
Sin Cristo, dice a su vez San .Jerónimo, yo no soy sino impotencia.
El Doctor Seráfico, en el Cuarto Libro de su Compendium theologiae,
enumera los cinco principales caracteres que reviste en nosotros la fortaleza de
Jesús.
El primero es una decisión para emprender las cosas difíciles, afrontando los
obstáculos con resolución Viriliter agite et confortetur cor vestrum .
El segundo es el menosprecio de las cosas de la tierra: Omnia detrimentum
feci et arbitror ut stercora .
El tercero es la paciencia en las tribulaciones: Fortis ut mors dilectio
.
El cuarto, la resistencia a las tentaciones: Tamquam leo rugiens circuit...
cui resistite fortes, in fide .
El quinto, el martirio interior, o sea, el testimonio, no de la sangre, sino de
la vida, que dice a Jesús: Yo quiero ser todo para Vos, y consiste en combatir
las concupiscencias, domar los vicios y trabajar con energía en la adquisición
de las virtudes: Bonum certamen certavi .
A diferencia del hombre exterior, habituado a contar con sus fuerzas, el hombre
Interior sólo ve en ellas auxiliares útiles, pero insuficientes. El sentimiento
de su debilidad y su fe en la Omnipotencia divina, le dan, como a San Pablo, la
medida exacta de su fuerza. Al ver los obstáculos que se levantan a su paso,
dice con humilde altivez: Cum enim infirmor, tunc potens sum .
Sin vida interior, dice Pío X, faltan las fuerzas para soportar de continuo las
molestias del apostolado, la frialdad y falta de cooperación de los mismos
hombres de bien, las calumnias de los adversarios y a veces las envidias de los
mismos amigos y compañeros de armas... Sólo una virtud paciente, apoyada con
firmeza en el bien, suave y delicada al mismo tiempo, es capaz de vencer o
aminorar esas dificultades .
La vida de oración, semejante a la savia que desde el tronco de la vid corre
hasta los sarmientos. hace que la vida divina descienda al apóstol para
robustecer su inteligencia, dando consistencia a su fe. Así hace
progresos, porque esta virtud va iluminando su camino con los más vivos
resplandores, y avanza con resolución merced al conocimiento que tiene de la
ruta que debe seguir, y de la forma de alcanzar su propósito.
Esta iluminación suele ir acompañada de una energía sobrenatural de voluntad,
tan grande, que hasta los caracteres más débiles y de mayor versatilidad se
convierten en ejecutores de los actos más heroicos.
De esta manera, el Manete in Me , o sea la unión con el Inmutable, con el
que es el León de Judá y el Pan de los fuertes, explica la maravilla de aquella
constancia invencible y de aquella fortaleza sin igual que, en el apóstol
admirable que fue San Francisco de Sales, se unían a la dulzura más exquisita y
a la humildad más perfecta. El espíritu y la voluntad se robustecen con la vida
interior, porque se robustece el amor, ya que Jesús lo purifica, dirige y
aumenta progresivamente, haciéndole participar de los sentimientos de compasión,
desinterés
y sacrificio de su adorable Corazón. Cuando ese amor llega hasta la pasión,
aumenta hasta el máximum las fuerzas naturales y sobrenaturales del hombre,
util1zándolas para su provecho.
Fácilmente se comprenderá el crecimiento de los méritos en proporción con las
energías que da la vida de oración, si se tiene en cuenta que el mérito consiste
no tanto en practicar actos difíciles, como en la intensidad de la caridad
con que se practican.
d) LA VIDA INTERIOR PRODUCE ALEGRÍA Y CONSUELO
Sólo un amor ardiente e inquebrantable llena de luz una existencia, porque el
amor posee el secreto de dilatar el corazón aun en medio de los grandes dolores
y de las fatigas más abrumadoras.
La vida del hombre apostólico es una trama en que se cruzan los sufrimientos y
los trabajos. Si no está convencido de que Jesús le ama, qué tristes, qué
inquietas y sombrías son sus horas, aun en el de carácter más alegre, a no ser
que el astuto e infernal cazador haga brillar a sus ojos el espejuelo de los
consuelos humanos y de los éxitos aparentes, para cazar la cándida alondra en
sus redes enmarañadas. Únicamente el Hombre-Dios llena el alma de la
satisfacción inmensa que la impulsa a lanzar este grito sobrehumano:
Superabundo gaudio in omni tribulatione nostra . En medio de mis pruebas más
íntimas y duras, dice el apóstol lo más elevado de mi ser, como Jesús en el
huerto de Getsemaní, goza de una dicha que, aunque no trasciende a los sentidos,
es tan viva, que, a pesar de las agonías de la parte inferior, no la cambiaría
por todas las alegrías humanas.
Y el alma acepta las cruces de las pruebas, contradicciones, humillaciones,
sufrimientos, pérdidas de bienes y hasta la muerte de los seres queridos, de muy
distinta manera que al principio de su conversión.
Va creciendo en la caridad de día en día. Aunque su amor no tenga fulguraciones
y el Maestro la lleve, como a las almas fuertes, por el camino del anonadamiento
o por los senderos más arduos, de la expiación por sus culpas o las del mundo,
poco importa. Con los favores del recogimiento y el alimento de la Eucaristía,
su amor va creciendo sin cesar, manifestándose en la generosidad con que el alma
se sacrifica y abandona; y en la entrega total de si misma que la impulsa a ir,
sin preocuparse de sus penas, a buscar almas para ejercer con ellas su
apostolado, con tal paciencia, prudencia, tacto y discreción, que sólo puede
explicarse porque vive ya la vida de Jesús: Vivit vero in Christus.
El sacramento del amor debe ser el sacramento de la alegría. No puede
haber alma interior que no sea eucarística y que no saboree íntimamente el don
de Dios, gozando de su presencia y paladeando la dulzura del ser amado que posee
y adora.
La vida del hombre apostólico es vida de oración. "La vida de oración, dice el
Santo Cura de Ars, es la dicha mayor de este mundo. ¡Oh vida maravillosa,
Unión encantadora del alma con nuestro Señor! La eternidad será demasiado corta
para comprender esta felicidad... La vida interior es un baño de amor en que el
alma penetra... sintiéndose como ahogada en el amor... Dios la toma entre sus
manos como una madre sostiene la cabeza de su hijo para cubrirle de besos y
caricias".
El hombre apostólico conoce también otra clase de dichas. Porque es un
alimento de alegría contribuir a que el objeto de su amor sea servido y
colmado de honores.
Las obras que practica, al aumentar su amor, hacen crecer al mismo tiempo sus
alegrías y sus consuelos. "Venator animarum", tiene la satisfacción de
contribuir a la salvación de muchos semejantes que hubieran sido condenados, y,
como consecuencia, la alegría de consolar a Dios, dándole corazones de que
hubiera estado separado eternamente, y el gozo inefable de saber que con ello
recibe la seguridad de progresar en el bien y las más sólidas garantías de la
gloria eterna.
e) LA VIDA INTERIOR AFINA LA PUREZA DE INTENCIÓN DEL ALMA
El hombre de fe juzga las obras de manera opuesta al que vive exteriormente. No
mira a su aspecto aparente, sino al papel que desempeñan en el Plan divino y a
sus resultados sobrenaturales. Por esa razón se consideran como un simple
instrumento de Dios, y le horroriza toda complacencia en sus aptitudes
personales, apoyándose en su impotencia y en la confianza en Dios para el
triunfo de sus empresas.
De esta forma se afianza en el estado de abandono. En medio de sus dificultades,
¡qué distinta actitud la suya a la del hombre apostólico que no conoce la
intimidad de Jesús!
Pero ese abandono suyo, en nada disminuye el ardor que pone en sus empresas,
porque obra como si el resultado dependiera únicamente de su actividad y, al
mismo tiempo, sólo lo espera de Dios . Ninguna contrariedad le produce la
subordinación de todos sus proyectos y esperanzas a los designios
incomprensibles de ese Dios que se sirve muchas veces de los reveses más que de
los triunfos para el bien de las almas.
Así el alma se encuentra en una santa indiferencia para los fracasos y los
éxitos, dispuesta siempre a decir a Dios: Dios mío, Vos no queréis que termine
la obra comenzada. Si os place que yo me limite a obrar con generosidad, aunque
siempre en paz, y a esforzarme en realizar mi obra, dejándoos a Vos el cuidado
de decidir si recibiréis mayor gloria con esa empresa que con el acto de virtud
que su fracaso me obligaría a practicar..., que vuestra santa y adorable
Voluntad se cumpla una y mil veces, y que ayudado de vuestra gracia pueda yo
arrojar lejos de mi toda vana complacencia si os place bendecir mis obras, o que
sepa humillarme y adoraros si vuestra Providencia juzga oportuno anular el fruto
de mis fatigas.
Ciertamente que el corazón del apóstol tiene que sangrar a la vista de las
tribulaciones que sufre la Iglesia; pero no hay semejanza alguna entre sus
sufrimientos y los del hombre que carece de espíritu sobrenatural. La prueba
está en la actitud y actividad de éste cuando se presentan las dificultades, y
en sus impaciencias, abatimiento y desesperación, y, a veces anonadamiento ante
las ruinas irreparables. El verdadero apóstol utiliza los triunfos y reveses
para aumentar sus esperanzas y ensanchar su alma en el abandono y la confianza
de la Providencia. La más mínima porción de su apostolado suscita en él un acto
de fe. En todos los momentos de su trabajo, siempre perseverante, encuentra
motivo de practicar un acto de caridad, porque el ejercicio de la guarda del
corazón le ha capacitado para hacerlo todo con una pureza de intención cada día
más perfecta y con un abandono que convierte su ministerio en más impersonal.
Así, a medida que el tiempo pasa, todas sus acciones van impregnándose más de
los caracteres de la santidad, y su amor por las almas, tal vez salpicado de
muchas imperfecciones, en un principio, va depurándose, acabando por ver en las
almas únicamente a Jesús por no amarlas sino en Jesús, para engendrarlas por
Jesús para Dios. Filioli met quos iterum parturio, donec formetur Christus in
vobis .
f) LA VIDA INTERIOR ES UN ESCUDO CONTRA EL ABATIMIENTO
Esta frase de Bossuet: Cuando Dios quiere que una obra sea producto exclusivo
de su mano, empieza por reducir todo a la impotencia o a la nada, y obra
después, es incomprensible para el apóstol que ignora lo que debe ser el
alma de su apostolado.
Lo que más hiere a Dios es la soberbia. Pero cuando buscamos el éxito, podemos
fácilmente, por carecer de pureza de intención, llegar a erigir nos en una
especie de divinidad, considerándonos como el principio y el fin de nuestros
actos.
Dios siente horror por la idolatría. Cuando ve que la actividad de su apóstol
carece de esa impersonalidad que su gloria exige a sus criaturas, a veces deja
el campo libre a las causas segundas, y el edificio no tarda en venirse abajo.
Imaginemos a un obrero activo, abnegado e inteligente que ha puesto manos a la
obra con todo el ardor de su naturaleza; que ha conocido el triunfo en toda su
brillantez, complaciéndose en él. ¿Por qué no, si es su obra? Podría hacer suya
la célebre frase de César: Veni, vidi, vici. Pero esperemos un poco. Un
acontecimiento permitido por Dios, o la acción directa de Satanás o del mundo
vienen a herir su obra o su misma persona, ¡y se sigue la ruina total! Pero más
lamentable que esto es el estrago de su espíritu, fruto de la tristeza y
anonadamiento de ese desgraciado, que ayer era un valiente. Su abatimiento es
tanto más profundo, cuanto más exuberante fue su júbilo.
Sólo Nuestro Señor podría restaurar esas ruinas. "Levántate, le dice a ese
apóstol sin alientos, y en vez de obrar por tu cuenta, emprende de nuevo tu
trabajo conmigo, por Mí y en Mí".
Pero el desgraciado no puede escuchar esta voz. Se encuentra tan anulado
interiormente, tan exteriorizado, que para percibirla sería menester un milagro
de la gracia, con el cual no tiene derecho a contar por sus muchas
infidelidades. A ese hombre infortunado, en medio de su desolación no le queda
sino una vaga convicción de la Omnipotencia de Dios y de su Providencia
paternal; pero eso no basta para disipar las olas de tristeza que van
asaltándole continuamente.
¡Qué distinto espectáculo ofrece el verdadero sacerdote que tiene como ideal
reproducir a Nuestro Señor! ¡Sus dos grandes palancas para actuar sobre los
corazones de Dios y de los hombres, son la oración y la santidad de su vida!
Trabajó mucho, acaso hasta el agotamiento; pero el espejismo del éxito le
pareció una perspectiva indigna de un verdadero apóstol; si en cambio las
borrascas azotan su obra, reflexiona que las causas segundas tienen muy poca
importancia. En medio del montón de ruinas, por haber trabajado con Nuestro
Señor, siente resonar en el fondo de su corazón el mismo Noli timere que
durante la tempestad dio a los discípulos pusilánimes, la paz y la seguridad.
Y el resultado de esa prueba es un impulso mayor hacia la Eucaristía y una
devoción más íntima a Nuestra Señora de los Dolores.
Así su alma no queda aplastada por el fracaso; al contrario, sale rejuvenecida
de su aplastamiento: Sicut aquilae juventus renovabitur .
¿Dónde encontrar el secreto de ese humilde triunfo en medio de la derrota?
Buscadlo en su unión con Jesús y en la inquebrantable confianza que tiene en su
omnipotencia, las cuales pusieron en los labios de San Ignacio de Loyola esta
frase que escalofría: "Sí la Compañía fuese disuelta sin culpa mía me bastaría
un cuarto de hora de oración con mi Dios para recobrar la calma y la paz". "El
corazón de las almas interiores, en medio de sus humillaciones y sufrimientos,
es como una roca en medio del mar" .
Ciertamente el apóstol sufre porque se perderán muchas de sus ovejas al
esterilizarse sus esfuerzos y destruirse su obra, pero su tristeza, por amarga
que sea, nunca disminuirá su ardor para recomenzar la empresa, porque sabe muy
bien que toda redención, aunque sea de una sola alma, se realiza por medio del
sufrimiento. Además, basta para sostenerlo la certeza de que los contratiempos y
las amarguras soportados con generosidad, hacen progresar en la virtud y dan a
Dios una gloria mayor.
Por lo demás, sabe perfectamente que Dios, a menudo, le pide únicamente que haga
la siembra. Otros vendrán más tarde para recoger los frutos abundantes de la
cosecha, y acaso creerán que a ellos se les debe; pero el cielo sabrá discernir
al autor, en aquella labor ingrata y estéril en apariencia que precedió a los
recolectores.
Misi vos metere quod vos non laborastis; alii laboraverunt et vos in labores
eorum introistis
.
Nuestro Señor, autor de los
triunfos de sus apóstoles, realizados después de Pentecostés, no quiso durante
su vida pública, sino lanzar la semilla por medio de sus lecciones y ejemplos; y
predijo a sus apóstoles que harían obras mayores que las suyas: Opera quae
ego facio, et ipse faciet, et majora horum faciet .
¿Cómo va a desanimarse el verdadero apóstol, ni a dejarse arrastrar por las
palabras de los pusilánimes? Pretender que los fracasos le condenan a la
inacción, es no comprender ni su vida íntima, ni su fe en Jesucristo. Abeja
infatigable, va con alegría a hacer nuevos panales en la colmena devastada.
CUARTA PARTE
FECUNDIDAD DE LAS OBRAS POR LA VIDA INTERIOR
1. La vida
interior es para las Obras la condición de su fecundidad
Prescindiendo de la fecundidad que las obras pueden adquirir de lo que los
teólogos llaman ex opere operato, hablamos aquí de la que reciben ex
opere operantis y a este propósito recordamos que si el apóstol realiza el
Qui manet in Me et Ego in eo, la fecundidad de su obra está asegurada por Dios:
Hic fert fructum multum . Este texto es la prueba más convincente: huelga,
después de su Autoridad, probar la tesis. Nos limitaremos a corroborarla con
ejemplos.
Durante más de treinta años hemos seguido, aunque de lejos, la marcha de dos
instituciones de huérfanos dirigidos por dos Congregaciones distintas. Las dos
tuvieron épocas de crisis manifiestas. ¿Por qué no decirlo? De dieciséis
huérfanas recogidas en idénticas condiciones, que dejaron los asilos a su mayor
edad, tres de la primera y dos de la segunda pasaron, en el período de ocho a
quince meses, de la comunión frecuente a la mayor abyección de la escala social.
De las once restantes, una sola sigue siendo sólidamente cristiana, a pesar de
que a todas, a su salida, se las colocó en casas serias.
Hace once años que una de las superioras de aquellos orfelinatos fue trasladada,
quedando las demás religiosas. Seis meses más tarde podía advertirse el cambio
radical que se operaba en el espíritu de la casa.
Idéntica transformación pudo observarse en el otro orfelinato, al cabo de tres
años, en que siguiendo todas las religiosas con su superiora en la casa habían
cambiado de Capellán.
Desde entonces, ni una sola de las jóvenes, a su salida, ha caído en el fango.
Todas, sin excepción, siguen siendo buenas cristianas.
La razón de estos resultados es muy sencilla. En un principio, faltaba en el
gobierno de la casa o en el confesionario una dirección interior eminentemente
sobrenatural, y así se paralizó, o atenuó por lo menos, la acción de la gracia.
La antigua superiora en el primer caso, y el primer Capellán en el segundo,
aunque sinceramente piadosos, carecían de una sólida vida interior, y por eso su
acción no era profunda ni duradera. Piedad sentimental, piedad del
ambiente, de imitación, hecha exclusivamente de prácticas y hábitos, lo cual
producía tan sólo unas creencias vagas, un amor poco ardiente, y unas virtudes
superficiales. Piedad floja, hecha de exhibición, de cominería o de rutina. Una
piedad de alfeñique, propia para formar niñas incapaces de causar la menor
molestia, con inclinaciones y reverencias, pero sin vigor ni energía de
carácter, dirigidas exclusivamente por la sensibilidad y la imaginación. Piedad,
por tanto, incapaz de abrir horizontes amplios a la vida cristiana y de formar
mujeres fuertes, preparadas para la lucha, que se limitaba a retener a aquellas
jóvenes desgraciadas, que languidecían entre las cuatro paredes del asilo,
esperando el día en que podrían dejarlo para siempre. Toda esa vida cristiana
pudieron infiltrar en aquellas jóvenes unos obreros evangélicos que desconocían
casi en absoluto la vida interior. Bastó que se hiciera el cambio de una
Superiora y de un Capellán para que todo se transformase. La oración comenzó a
entenderse de otra manera, y los sacramentos fueron más eficaces. Variaron las
actitudes en la capilla, en el trabajo y en el recreo. El cambio operado fue
radical y lo expresaban la alegría serena que reinaba en los semblantes, la
animación, las virtudes sólidas y, en muchas, un deseo ardiente de tener
vocación religiosa. ¿A qué atribuir aquella transformación? Sencillamente, la
nueva Superiora y el nuevo Capellán eran almas interiores.
En otros muchos Pensionados, Externados, Hospitales, Patronatos, y aun
Parroquias, Comunidades y Seminarios, cualquier observador perspicaz habrá
podido observar que los mismos resultados obedecen a idénticas causas.
Oigamos a San Juan de la Cruz en el Cant. Espirit. est. XXIX: "Adviertan aquí
los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y
obras exteriores, que mucho provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían
a Dios (dejando aparte el buen ejemplo que se daría) si gastasen siquiera la
mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración... Cierto, entonces harían
más y con menos trabajo, y con una hora que con mil, mereciéndolo su oración, y
habiendo cobrado fuerzas espirituales en ella, porque de otra manera todo es
martillar y hacer poco más que nada, y aun a veces daño; porque Dios os libre
que se comience a envanecer la tal alma, que aunque más parezca que hace algo
por de fuera, en sustancia no será nada; porque cierto es que las obras buenas
no se pueden hacer sino en virtud de Dios. ¡Oh cuánto se pudiera escribir aquí
de esto, para los que abandonan la vida interior, puesta la mira en las obras
que deslumbran, para adquirir fama y ser vistos de todos! Esta clase de personas
no tienen idea del manantial de aguas vivas ni de la fuente misteriosa que todo
lo fertiliza."
Algunas palabras del Santo son tan duras como la frase de San Bernardo
"Ocupaciones malditas", que citamos en los capítulos anteriores. No hay que
calificarlas de exageraciones porque Bossuet dice de San Juan de la Cruz que es
el Santo del gran sentido práctico, que se preocupa de poner en guardia contra
el afán de las vías extraordinarias para llegar a la santidad y que expresa con
admirable precisión los pensamientos más profundos.
Examinemos algunas causas de la fecundidad de la vida interior.
a) La Vida
interior atrae las bendiciones de Dios
Inebriabo animam sacerdotum pinguedine, et populus meus bonis meis adimplebitur
. Notemos la relación de
las dos partes de este texto. No dice Dios: "Daré a mis sacerdotes más celo ni
más talento", sino "Henchiré su alma." ¿Qué significa esto sino que los llenará
de su espíritu y les comunicará gracia de elección, para que "su pueblo
reciba la plenitud de sus bienes"?
Dios hubiera podido distribuir su gracia según su beneplácito, sin mirar a la
piedad de su ministro ni a las disposiciones de los fieles. Así obra en el
bautismo de los niños. Pero, por ley ordinaria de su Omnipotencia, esos dos
elementos miden los dones celestiales.
Sine me nihil potestis facere . Tal es el principio. Corrió la sangre
redentora en el Calvario; ¿cómo asegurará Dios su primera fecundidad? Por un
milagro de difusión de la vida interior. Antes de Pentecostés, los apóstoles
tienen una cerrazón de ideal y de celo que espantan; desciende sobre ellos el
Espíritu Santo; los transforma en hombres de vida Interior, y su predicación
hace maravillas. Por vía ordinaria Dios no renovará el prodigio del Cenáculo,
sino que vinculará sus gracias a la libre y esforzada correspondencia de sus
criaturas.
Pero al hacer de Pentecostés la fecha oficial del nacimiento de la Iglesia, ¿no
da a entender su deseo de que sus ministros sean santos, antes de asumir la
tarea de corredentores?
Por esto, los verdaderos obreros apostólicos confían más en sus sacrificios y
oraciones que en su actividad. El P. Lacordaire hacía una larga oración antes de
subir al pulpito, y de vuelta a su celda, se disciplinaba. El P. Monsabré no
predicaba sus conferencias de Nuestra Señora de París sin antes rezar de
rodillas los quince misterios del rosario. A un amigo que le hablaba de esto, le
contestó: "Es la última infusión que tomo antes de subir al pulpito." Estos dos
religiosos vivían de este principio enunciado por San Buenaventura: Los secretos
de un apostolado fecundo se encuentran al pie del crucifijo, mejor que en el
despliegue de las cualidades más brillantes. Manent tria haec: verbum,
exemplum et oratio, major autem his, est oratio , dice San Bernardo.
Expresión muy fuerte, pero exacto comentario de la resolución que tomaron los
apóstoles de dejar ciertas obras para dedicarse a la oración. Orationi primero y
después el ministerio de la palabra: Ministerio verbi .
¿Hemos subrayado bastante a este propósito la importancia primordial que el
Salvador da al espíritu de oración? Dirigiendo su mirada al mundo y a los siglos
que vendrían después, y viendo la muchedumbre c.e almas llamadas a recibir loe
beneficios del Evangelio, dice entristecido: La mies es mucha y los obreros
pocos. Messis quidem multa, operarii autem pauci . ¿Qué medios escoge
para extender su doctrina con mayor rapidez? ¿Ordenará a sus discípulos que
frecuenten las escuelas de Atenas o que vayan a Roma a escuchar de labios del
César la estrategia para conquistar y administrar los imperios?... Hombres de
celo, escuchad al Maestro. Su programa se cifra en este principio luminoso que
va a descubrirnos.
Rogate ergo Dominum
messis ut mittat operarios in messem suam
. Para nada menciona las
organizaciones sabias, ni los recursos, ni los templos y escuelas que deben
construirse. Rogate ergo. El principio fundamental es la oración; el
espíritu de oración. El Maestro no cesa de repetirlo. Todo lo demás se dará por
añadidura.
¡Rogate ergo! Si el tímido murmurio de la oración de un alma santa puede
suscitar más legiones de apóstoles que la voz elocuente de un reclutador de
vocaciones que tiene menos espíritu de Dios, hemos de confesar que la fecundidad
de los trabajos de los verdaderos apóstoles tiene su origen en el espíritu de
oración que los informa, el cual corre parejas con su celo.
¡Rogate ergo! Comenzad por orar; después es cuando Nuestro Señor añade:
Euntes docete..., praedicate . Dios sin duda utilizará el medio de la
predicación, pero las bendiciones que hacen fecundos los ministerios están
reservadas a las plegarias del hombre de oración; plegarias que tienen el poder
de extraer del seno del Padre los efluvios ardientes de una acción irresistible
sobre las almas.
Pío X, con su autorizada palabra, pone de relieve la tesis de nuestra modesta
obra, cuando dice:
Para restaurar todas las cosas en Cristo por medio del apostolado de las
obras, es necesaria la gracia de Dios, y el apóstol no la recibe si no está
unido a Cristo. Formemos a Jesucristo en nosotros, para poder devolvérselo a las
familias y a las sociedades. Cuantos participan en el apostolado están obligados
a ser verdaderamente piadosos .
Lo que hemos dicho de la oración ha de aplicarse al otro elemento de la vida
interior, o sea al sufrimiento, dentro del cual entra todo cuanto contraria a la
naturaleza interior o exteriormente.
Un hombre puede sufrir como un pagano, como un condenado o como un santo. Para
sufrir con Jesús hay que aspirar a sufrir como un santo. Sólo entonces nos
aprovecha el sufrimiento y sirve para que la Pasión pueda aplicarse a las almas.
Adimpleo ea quae desunt passionum Christi in carne mea, pro corpore ejus,
quod est Ecclesia . Impletae erant, dice S. Agustín comentando este
pasaje, impletae erant omnes, sed in capite restabant adhuc passiones Christi
in membris . Praecessit Christus in capite; Jesucristo sufrió como
Cabeza. Sequitur in corpore: Ahora le toca sufrir a su cuerpo místico.
Todo sacerdote puede decir: Ese cuerpo soy yo; soy un miembro de Cristo y debo
completar para su cuerpo, que es la Iglesia, lo que les falta a los sufrimientos
de Grieto.
El dolor, dice el P. Fáber, es el más excelso de los Sacramentos. Este profundo
teólogo muestra la necesidad del dolor y explica sus glorias. Todos los
argumentos que expone pueden ser aplicados a la fecundidad de las obras, en
virtud de los sacrificios del obrero evangélico, unidos al sacrificio del
Gólgota, mediante los cuales participa en la eficacia infinita de la Sangre
divina.
b) La Vida
interior hace al Apóstol santificador por el buen ejemplo
En el sermón de la
Montaña, el divino Maestro llama a sus apóstoles sal de la tierra y luz del
mundo .
Somos sal de la tierra en la medida en que somos santos. Si la sal se desvanece,
¿para qué sirve? Ab inmundo quid mundabitur? . Sólo vale para ser
arrojada y pisada. En cambio, el apóstol piadoso, verdadera sal de la tierra,
será un eficaz agente de conservación, en medio de este mar corrompido que es la
sociedad humana. Faro que brilla en la noche, lux mundi, la luz de su ejemplo,
mejor que su palabra, disipará las tinieblas acumuladas por el espíritu del
mundo, y hará que resplandezca el ideal de la verdadera dicha, que trazó Jesús
en el Sermón de las ocho Bienaventuranzas.
Lo que más anima a los fieles a practicar una vida verdaderamente cristiana es
precisamente la virtud de quien tiene la misión de enseñársela. En cambio sus
flaquezas les alejan del Señor de una manera inevitable: Nomen Dei per vos
blasphematur inter gentes . Por eso todo apóstol debe tener en las manos la
antorcha del ejemplo antes que en los labios las palabras brillantes, y
practicar el primero las virtudes que predica. Quien tiene la misión de decir
cosas grandes, está obligado a practicarlas, según la palabra de San Gregorio .
Se ha dicho con razón que los médicos de los cuerpos pueden curar a los enfermos
de la enfermedad que ellos padecen; pero para curar las almas es indispensable
tener el alma sana, porque la cura se realiza por el don de sí. Los hombres
están en su derecho al ser exigentes con quien tiene la pretensión de enseñarles
a reformarse. Al momento observan si hay conformidad entre sus palabras y sus
obras o si la moral de que se reviste el apóstol es una envoltura de hipocresía
y en conformidad con el resultado de sus observaciones, dan o retiran su
confianza.
¡Con qué autoridad podrá hablar de la oración aquel sacerdote a quien el pueblo
ve con frecuencia cerca del Huésped del Tabernáculo, tantas veces solitario!
¡Con qué eficacia será escuchada la palabra del hombre trabajador y mortificado,
cuando predique el trabajo y la penitencia! Y si hace la apología de la caridad
fraterna, encontrará corazones que se ablandan, si él cuidó de infundir en su
rebaño el buen olor de Cristo y cuida de que se reflejen en su conducta la
dulzura y la humildad del divino Modelo. Forma gregis ex animo .
El profesor que no tiene vida interior creerá haber cumplido su deber,
limitándose a la explicación del programa de su asignatura. Pero si es hombre
interior, una frase escapada de sus labios o de su corazón, una emoción
reflejada en su rostro, un gesto expresivo, menos aún, la forma de hacer la
señal de la cruz o de rezar la oración del comienzo o del final de la clase,
aunque se trate de una clase de matemáticas, pueden ser más eficaces para sus
discípulos que un sermón.
La Hermana de la Caridad o la Religiosa de un asilo dispone de poder y medios
eficaces para infiltrar en las almas el amor y las enseñanzas de Jesucristo, sin
extralimitarse en sus atribuciones. Pero como les falte la vida interior, no
llegarán ni a sospechar siquiera que tenían ese poder y se limitarán a fomentar
los actos de piedad puramente exterior.
La propagación del Cristianismo se realizó no por medio de largas y frecuentes
discusiones, sino por el ejemplo de las costumbres cristianas, tan opuestas al
egoísmo, a la injusticia y a la corrupción paganas.
En su famosa obra "Fabiola", el Cardenal Wiseman pone de relieve el poder del
ejemplo de los primeros cristianos en las almas de los paganos más prevenidos
contra la religión cristiana. En dicha obra asistimos al avance progresivo e
irresistible de un alma hacia la luz. Los nobles sentimientos y las virtudes
modestas o heroicas que la hija de Fabio observa en personas de toda condición,
impresionan a la joven. Pero qué cambio se opera en ella y qué revelación es
para su alma el descubrimiento de que todas aquellas personas caritativas,
abnegadas, modestas, dulces, mensuradas, que practican la justicia y la
castidad, pertenecen a aquella secta que se le ha presentado siempre como la más
execrable. Desde aquel momento es ya cristiana.
Al acabar la lectura del libro, piensa uno: ¡Ah si los católicos, o al menos los
hombres de obras, conservasen algo de aquel esplendor de vida cristiana que
describe el ilustre Cardenal, que no es otra cosa que la práctica del Evangelio!
¡Qué influencia más irresistible ejercería su apostolado sobre esos paganos
modernos tan prevenidos a veces contra el Catolicismo, a causa de las calumnias
de los sectarios o del carácter acerbo de las polémicas, o también del modo que
tenemos de reivindicar nuestros derechos que hace pensar si nacerá de nuestro
orgullo herido más que del afán de defender los intereses de Jesucristo!
¡Oh irradiación del alma unida a Dios, qué poderosa eres! Tú decidiste entrar en
la Congregación del Santísimo Redentor, que tanto había de ilustrar al joven
Desurmont, al ver cómo celebraba la misa el Padre Passerat.
El pueblo tiene intuiciones infalibles. Si predica un hombre de Dios, acude en
tropel a oírle. Pero como la conducta de un hombre de obras no se ajuste a lo
quo se esperaba de él, por muy hábilmente que organice y dirija su obra, ésta
queda irremisiblemente comprometida y acaso desaparecida al poco tiempo.
Ut videant opera vestra bono, et glorificent Patrem , decía Nuestro
Señor. San Pablo insiste en la recomendación del buen ejemplo, con sus
discípulos Tito y Timoteo: In ómnibus teipsum pruebe exemplum bonorum operum
; Exemplum esto fidelium in verbo, in conversatione, in charitate, in fide,
in castitate .
Y les dice: Quae
vidistis in me, haec agite . Imitatores mei estote, sicut et ego Christi
. Y su palabra, toda
verdad, se apoya en aquella seguridad y aquel celo humildísimos, por otra parte,
que hicieron prorrumpir a Jesús en este apostrofe: Quis ex vobis arguet me de
peccato? .
Si el apóstol sigue el ejemplo de aquel de quien está escrito Coepit facere
et docere , será Operarium inconfusibilem .
Sobre todo, hijos amantísimos, escribía León XIII, no os olvidéis de que la
condición indispensable verdadero celo, que garantiza sus resultados, es la
pureza y santidad de vida .
Un hombre santo, perfecto y virtuoso, decía Santa Teresa, hace a las almas un
bien mayor que un gran número de otros que son más instruidos y mejor dotados
que él, pero nada más.
Como el espíritu no se somete a la regla de una conducta cristiana y santa,
declara Pío X, será muy difícil que promueva el bien en los demás. Y añade:
Todos cuantos son llamados a las obras católicas, han de ser hombres de vida
ejemplar y sin tacha, para que sirvan de ejemplo a los demás .
c) La Vida interior produce en el Apóstol una irradiación sobrenatural. Cuan
eficaz es esta irradiación
Uno de los obstáculos más serios para la conversión de un alma es que Dios es un
Dios oculto. Deus absconditus .
Pero, por un efecto de su bondad, Dios se descubre y refleja en alguna manera en
sus Santos y en las mismas almas fervorosas. De ese modo lo sobrenatural
llega a los ojos de los fieles, quienes tienen así algún atisbo del misterio de
Dios.
¿En qué consiste esa difusión de lo sobrenatural? ¿Será acaso el brillo de la
santidad y el esplendor del influjo divino que los teólogos llaman gracia
santificante; o tal vez el resultado de la presencia inefable de las divinas
Personas en el alma santificada?
Así lo explicaba San Basilio. El Espíritu Santo, dice, se une a las almas
purificadas por su gracia para espiritualizarlas. Como el sol convierte en otro
sol el cristal en que se refleja, el Espíritu santificador torna luminosas las
almas donde habita, las cuales, por efecto de su presencia, son focos ardientes
que irradian la gracia y la caridad .
Esta manifestación de lo DIVINO, que revelaban todos los gestos y hasta
el reposo del Hombre-Dios, se percibe en las almas dotadas de una intensa vida
interior. Las conversiones maravillosas realizadas por ciertos santos con la
fama de sus virtudes, y los discípulos que iban en seguimiento de sus virtudes,
proclaman con claridad el secreto de su silencioso apostolado. Con San Antonio
se pueblan los desiertos de Oriente. San Benito hace que surja una pléyade
innumerable de santos religiosos que civilizan Europa. San Bernardo ejerce una
influencia sin par en la Iglesia, en los reyes y en los pueblos. San Vicente
Ferrer provoca a su paso el entusiasmo indescriptible de las muchedumbres, y las
convierte. San Ignacio de Loyola levanta un ejército de bravos de los cuales uno
solo, San Francisco Javier, basta para convertir un número increíble de paganos.
Sólo el poder de Dios, a través de sus instrumentos, puede realizar estos
prodigios.
Qué desgracia es que a la cabeza de las obras importantes no haya personas de
verdadera vida interior; lo sobrenatural se encuentra entonces eclipsado y
parece que está encadenada la Omnipotencia divina; y, como nos enseñan los
Santos, los países descienden en el terreno de las costumbres, como si la
Providencia dejase a los malos todo el poder para hacer daño.
Las almas, sepámoslo, tienen una percepción instintiva, que no pueden definir
con claridad, de esta irradiación sobrenatural. Ved, si no, cómo se
prosterna a los pies del sacerdote para implorar su perdón, el pecador que ve a
Dios en su representante. Y, por el contrario, ¿no es cierto que desde el día en
que la santidad integral dejó de ser el ideal de los ministros de cierta secta
cristiana, se vio obligada irremisiblemente a suprimir la confesión?
Joannes quidem signum fecit nullum , San Juan Bautista arrastra las
muchedumbres, sin hacer milagros. La voz de San Juan Bautista Vianney es
excesivamente débil para llegar a las muchedumbres que se congregan para oírle.
Pero aunque no le oían, les bastaba ver aquel santo para quedar subyugados y
convertidos. Un abogado, a quien preguntaron al volver de Ars qué es lo que más
le había impresionado contestó: "He visto a Dios en un hombre."
Permítasenos resumir todo lo dicho en una comparación vulgar. De todos es
conocida esta experiencia que se hace con una máquina de electricidad, "«i una
persona, colocada sobre un aislador, se pone en comunicación con la máquina
eléctrica, ?u cuerpo se carga de fluido, y si alguien se le aproxima o le toca,
recibe una sacudida del chispazo eléctrico que sale del cuerpo electrizado. Una
cosa parecida ocurre con el hombre de vida interior. Cuando se aísla de las
criaturas, so establece entre él y Jesús una comunicación constante a manera de
corriente continua. El apóstol se convierte en un acumulador de vida
sobrenatural y condensa en su alma un fluido divino que se reparte,
adaptándose a todas las circunstancias y necesidades del medio en que obra.
Virtus de illo exibat et sanabat omnes . Sus palabras y acciones son los
efluvios de esa fuerza latente, pero soberana, que derriba los obstáculos, logra
las conversiones y aumenta el fervor.
Cuanto más intensas son las virtudes teologales de un corazón, con más eficacia
esos efluvios producen las mismas virtudes en las almas.
POR LA VIDA INTERIOR EL APÓSTOL IRRADIA LA FE.— Las personas que le oyen,
ven que Dios está presente en él. A semejanza da San Bernardo, de quien se dijo:
Solitudinem cordis circunferens ubique solus erat, el apóstol se aísla de
los demás, creándose una soledad interior; pero se ve que no se encuentra solo,
porque reside en su corazón un huésped misterioso e intimo, con el cual está
todos los instantes, y cuya dirección, consejos y mandatos observa al hablar. Se
nota que está sostenido y guiado por él y que las palabras que salen de su boca
son eco fiel de las de ese Verbo interior: Quasi sermones Dei .
Entonces no es la lógica ni la fuerza de los argumentos los que aparecen, sino
el Verbum docens que habla a su criatura: Verba quae ego loquor vobis,
a me non loquor. Pater autem, in me manens, ipse facit opera . Su influencia
es duradera y bastante más profunda que la admiración superficial o la devoción
pasajera provocada por el hombre, que carece de espíritu interior. Este podrá
arrancar de sus oyentes confesiones como ésta: Lo que dice ese hombre es verdad
y es interesante; pero esto no pasa de ser un sentimiento impotente para llevar
los hombres a la fe y hacerles vivir de ella.
El Hermano trapense Fr. Gabriel , en sus funciones de ayudante de la hospedería,
reavivaba la fe de los visitantes bastante mejor de lo que hubiera podido
hacerlo un sacerdote docto con este lenguaje que habla más que a la inteligencia
al corazón. El general de Miribel iba con frecuencia a conversar con el humilde
Hermano y solía decir: Vengo de templarme en la fe.
Nunca se ha predicado, ni discutido, ni editado tan sabios tratados de
apologética como en nuestros días, y jamás ha estado tan lánguida la fe, al
menos en la masa de los fieles. Con frecuencia los encargados de adoctrinar al
pueblo, no ven en el acto de fe sino una función de la inteligencia, siendo así
que la voluntad tiene su parte en él. Olvidan, sin duda, que la fe es un don de
Dios, y que entre la aceptación de los motivos de la credibilidad y el acto
definitivo de fe, hay un abismo que solamente pueden llenar primero Dios y
después la buena voluntad del que recibe la instrucción; pero ¡cuánto ayuda a
llenarlo la luz divina reflejada en el que adoctrina y producida por su
santidad!
EL APÓSTOL IRRADIA LA ESPERANZA POR MEDIO DE LA VIDA INTERIOR. ¿Cómo no
ha de irradiarla? Su fe le ha dado para siempre la convicción de que la
felicidad no se encuentra sino en Dios, Bajo esta base, ¡con qué persuasión
habla del cielo, de qué recursos dispone para repartir consuelos! El medio por
excelencia de hacerse escuchar de los hombres, es enseñarles a llevar
alegremente la cruz, que es el lote de todo mortal. Ese secreto se encuentra en
la Eucaristía y en el pensamiento del cielo que nos espera.
Qué viva es la palabra de aquel que puede aplicarse, sin mentir, el Nostra
conversatio in coelis est . Otros, con más frases y retóricas, hablarán de
las alegrías de la patria celestial, pero sus discursos no producirán fruto
alguno. En cambio, una palabra del primero, convincente por ser reveladora de su
estado de alma, calmará las angustias, adormecerá las preocupaciones y hará
aceptar con resignación un dolor lancinante; y es que la virtud de la esperanza
se comunica irresistiblemente del apóstol de vida interior a las almas que jamás
la habían sentido y que estaban a punto de caer en la desesperación.
IRRADIA TAMBIÉN LA CARIDAD.— El alma, empeñada en su santificación, ansia
sobre todo tener caridad. La compenetración de Jesús y el alma, el manet in
Me et Ego in eo, es la aspiración suprema del hombre interior.
Los predicadores experimentados están acordes en reconocer que si los sermones
de la muerte, el juicio y el infierno son necesarios en unos ejercicios o en una
misión, la instrucción sobre el amor de Dios produce de ordinario una impresión
más saludable. Cuando la da un verdadero misionero, capaz de hacer vibrar al
auditorio en sus propios sentimientos, asegura el éxito convirtiendo a muchos.
Para sacar a un alma del pecado, o hacerla subir del fervor a la perfección, el
amor de Jesús es la palanca insustituible. El cristiano que estaba hundido en el
fango, sí es capaz de adivinar en otro hombre un amor ardiente encendido en
las realidades invisibles y ha palpado los desengaños y el vacío de los
amores terrenales, comienza a sentir el disgusto del pecado; algo ha comprendido
del amor de Dios y del inmenso de Jesús a sus criaturas: ha sentido también como
un estremecimiento de la gracia latente del bautismo y de la primera comunión;
Jesús se le ha presentado viviente, porque las ternuras de su corazón se
transparentaban en la cara y en la voz de su ministro; ha entrevisto otro amor
noble, puro, ardiente, y se ha dicho: Aquí, en este mundo, se puede amar también
con un amor superior al de las criaturas.
No faltarán otras manifestaciones más intimas del Dios que es amor, en su
ministro, para que aquella alma salga del fango en que se encontraba, sin que le
espanten los sacrificios necesarios para adquirir el divino amor, hasta entonces
desconocido para él.
De cuanto acabamos de decir se deduce que el apóstol verdadero puede provocar un
aumento en el amor y un adelanto espiritual en las almas que dejaron el pecado y
en las fervorosas. También los fieles dedicados a las obras, aunque no sean
sacerdotes, pueden, si están revestidos de una ardiente caridad, hacer que nazca
en torno suyo la más excelente de las virtudes teologales.
IRRADIA TAMBIÉN LA BONDAD.— El celo que no está revestido de la caridad
es, en expresión de San Francisco de Sales, una caridad falsa. Cuando un alma
saborea en la oración la suavidad de Aquél a quien la Iglesia llama Bonitatis
oceanus , llega a transformarse. Si era egoísta o dura por temperamento,
estos defectos desaparecen poco a poco. AI alimentarse de Aquél en quien la
benignidad de Dios apareció en este mundo: Benignitas et humanitas apparuit
Salvatoris nostri Dei , del que es la imagen y la expresión adecuada de la
Bondad divina: Imago Bonitatis illius , el apóstol participa de la bondad
de Dios y siente la necesidad de ser "diffusivus", como El.
Cuanto más unido está un corazón con el de Jesús, más participa de la principal
cualidad del Corazón Divino y Humano del Redentor, que es la Bondad. Todo se
decuplica en él, la indulgencia, la benevolencia, la compasión, etc., y su
generosidad y abnegación llegarán, si es preciso, hasta la inmolación alegre y
magnánima.
Transfigurado por el divino amor, el apóstol se captará la simpatía de las
almas: In bonitate et alacritate animae suae placuit . Sus palabras y
actos estarán impregnados de una bondad desinteresada, muy distinta de la que
inspiran el afán de popularidad o el egoísmo sutil.
"Dios ha dispuesto —escribía Lacordaire— que ningún bien se le haga al hombre si
no es amándole, y que la insensibilidad sea siempre estéril para iluminarlo y
para hacerlo virtuoso." Y, en efecto, si alguien quiere imponerse a la fuerza,
provoca la resistencia para rechazarlo; si pretende exigir el convencimiento
científico, se encontrará con objeciones para sus teorías; pero cuando se topa
con la bondad, como no exige humillaciones el ser desarmado por ella, siempre
acaba por cederse al encanto de sus procedimientos.
La Hermanita de los Pobres, la Religiosa Asuncionista o la Hija de la Caridad,
podrían citar un sinnúmero de conversiones, alcanzadas sin ninguna discusión, en
virtud de su bondad infatigable y a veces heroica.
Ante esas muestras de abnegación, el pecador o el impío se ven forzados a decir:
Dios está ahí. Lo veo tal como El se ha definido. El "buen Dios". Y es preciso
que sea bueno para que la íntima comunicación con él haga a un ser tan delicado,
capaz de pisotear su amor propio y de poner silencio en sus más legítimas
repugnancias.
Esos ángeles terrestres realizan esta definición del Padre Fáber: La bondad
es el desbordamiento de sí mismo en los demás. Ser bueno es poner al prójimo en
nuestro lugar. La bondad ha convertido más pecadores que el celo, la elocuencia
y la instrucción, y estas tres cualidades a nadie han convertido sin la
intervención de la bondad. En una palabra, la bondad, nos hace a todos como
dioses para los demás. La exteriorización de este sentimiento en los hombres
apostólicos atrae a los pecadores y facilita su conversión.
Y agrega: La bondad es siempre la que mejor prepara los caminos de la Preciosa
Sangre... Sin duda, los terrores del Señor son frecuentemente el principio de
esa sabiduría llamada conversión; pero es preciso espantar a los hombres
bondadosamente, porque de otro modo, el temor no hará sino infieles... .
Tened el corazón de madres, dice San Vicente Ferrer. Ya os propongáis alentar o
causar espanto, mostrad siempre las entrañas de una tierna caridad, y que sienta
el pecador que él es quien inspira vuestro lenguaje. Si queréis ser útiles a las
almas, comenzad por pedir a Dios de corazón que derrame sobre vosotros la
caridad, que es el compendio de todas las virtudes, a fin de que con ella
alcancéis el fin que os habéis propuesto .
Entre la bondad natural, que es fruto del temperamento, y la bondad sobrenatural
de un alma de apóstol, hay la misma distancia que entre lo humano y lo divino.
Con la primera, el obrero evangélico puede conquistar el respeto y aun la
simpatía, y hasta enderezar un afecto para dirigirlo a Dios. Pero Jamás logrará
que las almas hagan por Dios los sacrificios necesarios para volver a su
Criador. Sola la bondad, que nace de la intimidad con Jesús, puede hacer esto.
El amor creciente que profesa a Jesús y la verdadera dirección de las almas, dan
al apóstol toda clase de audacias, compatibles con el tacto y la prudencia. Un
católico eminente nos ha referido este episodio: "En una audiencia que tuvo con
el Papa Pío X, deslizó algunas frases mordaces contra un enemigo de la Iglesia.
Hijo mío, le dijo el Papa, no puedo aprobar vuestro lenguaje. En castigo,
escuchad esta historia: Un sacerdote que yo he conocido muy bien, acababa de
llegar a su primera parroquia. Creyó ser su deber visitar a todas las familias,
sin excluir a los judíos, protestantes, francmasones, etc., y anunció desde el
pulpito que repetiría las visitas todos los años. Esto causó gran revuelo entre
sus compañeros, que lo denunciaron al obispo. Él obispo llama inmediatamente al
acusado y le da una buena reprimenda. "Señor obispo, le responde el cura con
toda modestia; Jesús en el Evangelio, manda al pastor que lleve al redil a todas
las ovejas, oportet illas adducere. ¿Cómo puede lograrse esto, sin ir en
su busca? Por otra parte, yo soy intransigente con los principios, y me limito a
manifestar mi interés y mi caridad por todas las almas que Dios me ha confiado,
sin excluir a las extraviadas. He anunciado estas visitas desde el pulpito; si
vuestro deseo formal es que me abstenga de hacerlas, le ruego que me dé por
escrito la prohibición, para que se sepa que yo no hago otra cosa que obedecer
las órdenes que se me dan." Impresionado por lo tajante de estas palabras, el
Obispo no insistió más. Por lo demás, el tiempo dio la razón a aquel sacerdote,
que tuvo la alegría de convertir a algunos de aquellos extraviados y obligó a
los demás a respetar nuestra sacrosanta Religión. Aquel humilde cura ha llegado
a ser, por voluntad de Dios, el Papa que os da, hijo mío, esta lección de
caridad. Sed inexorable con los principios, pero extended vuestra caridad a
todos los hombres, aunque sean los peores enemigos de la Iglesia."
IRRADIA LA HUMILDAD.— Fácilmente se comprende que Jesús hubiera
arrastrado a las muchedumbres con su dulzura y su bondad. ¿La humildad tendrá la
misma eficacia? Sin duda.
Sine me nihil potestis facere . Elevado por el Creador a la dignidad de
cooperador suyo, el apóstol va a convertirse en un agente de las operaciones
sobrenaturales, pero a condición de que sólo aparezca Jesús. Cuanto más
se esfume y cuide de no figurar, tanto más se manifestará Jesús. Sin esa
impersonalidad que es fruto de la vida interior, el apóstol plantará y regará en
vano, porque nada germinará. La verdadera humildad tiene encantos especiales,
cuyo manantial es Jesús. La humildad respira lo Divino. Al empeño que el hombre
de obras pone en eclipsarse, para que solamente sea Jesús el que obre, Illum
oportet crescere, me autem minui , corresponde el don que Nuestro Señor
concede a su ministro, de ganar cada vez más los corazones.
Así viene a ser la humildad uno de los medios más eficaces de actuar en las
almas.
Creedme, decía San Vicente de Paúl a sus sacerdotes: no haremos la obra de
Dios mientras no nos persuadamos de que de nuestra cosecha lo estropeamos todo
en vez de arreglarlo.
Tal vez extrañe nuestra insistencia en los mismos conceptos, pero es que estamos
persuadidos de que sólo se graban en el espíritu de quien los lee, a fuerza de
repetirlos y llamar la atención sobre su importancia. La arrogancia y los aires
de suficiencia esterilizan las obras.
El cristiano "moderno" es muy celoso de su independencia. Se conforma con
obedecer, cuando se trata únicamente de Dios, y no aceptará las órdenes y
direcciones de su ministro, ni los mismos consejos, como no vea en ellos el
sello de Dios.
Para esto es necesario que el apóstol sepa esfumarse y desaparecer con la
práctica de la humildad, fruto de la vida interior, no siendo, a los ojos de los
que le miran, sino la Transparencia de Dios, y realizando la palabra del
Maestro: Qui major est vestrum, erit minister vester. Vos autem nolite vocari
Rabbi... nec vocemini Magistri .
Sólo el aspecto del hombre interior es una enseñanza de la Ciencia de la
vida, es decir, de la ciencia de la creación . ¿Por qué? Porque con
la humildad respira la dependencia de Dios. Y esta dependencia suya se
manifiesta en el hábito que tiene de recurrir a Dios en todas las ocasiones, ya
para tomar una decisión, o para recibir algún consuelo en sus dificultades, o
también, y sobre todo, para adquirir la energía con que triunfar de todas ellas.
En el común de Confesores, los sacerdotes leen estas palabras de San Beda, que
son un admirable comentario de la frase Pusillus grex. "El Salvador,
dice, llama pequeño al rebaño de sus elegidos, porque comparado con el número de
los que se condenan, es pequeño, y también porque ama con pasión la humildad,
ya que por muy numerosa y extendida que se encuentre su Iglesia, quiere que siga
creciendo siempre EN HUMILDAD hasta el fin del mundo, llegando así al REINO
PROMETIDO, A LA HUMILDAD" .
Este texto está inspirado en las grandes lecciones que Nuestro Señor dio a los
apóstoles, cuando queriendo éstos utilizar el apostolado para su provecho,
descubrió sus ambiciones y envidias y les dijo: Sabéis que los príncipes de
las gentes avasallan a sus pueblos, y que los que son mayores ejercen potestad
sobre ellos. No será así entre vosotros; mas entre vosotros todo el que quiera
ser mayor, sea vuestro criado; y el que entre vosotros quiera ser primero, sea
vuestro siervo (Mat., XX, 25, 26 y 27).
Pero, pregunta Bourdaloue: ¿con eso no se debilita la autoridad? Tendréis la
autoridad necesaria, si sois lo humildes que debéis ser; porque si la
HUMILDAD DESAPARECE, la autoridad se torna ONEROSA E INSOPORTABLE.
Si el apóstol carece de la verdadera humildad, titubea entre la blandura
excesiva y el despotismo, con tendencia a éste.
Dejemos a un lado la cuestión de doctrina, porque suponemos que el apóstol está
lo suficientemente ilustrado para no caer ni en una tolerancia excesiva ni en
una aspereza que Dios no puede aprobar. Sus principios son sanos y su ciencia,
exacta. Esto supuesto, afirmamos que sin humildad, el apóstol no podrá guardar
el justo medio entre esos dos extremos y que la cobardía, y con más frecuencia
el orgullo, se manifestarán en su conducta.
O bien, cediendo a una falsa humildad, será un pusilánime, haciendo que su
espíritu de caridad degenere en debilidad, convirtiéndose en el hombre de las
concesiones exageradas, de la conciliación a cualquier precio, con lo que su
firmeza en los principios desaparecerá bajo mil pretextos o por razones de
prudencia, o por cálculos de corto alcance; o bien el naturalismo y la mala
dirección de su voluntad harán que despierte el orgullo, la susceptibilidad, en
una palabra, el YO, de lo cual se seguirán los odios personales, el
"autoritarismo", "los rencores, el despecho, las rivalidades, las antipatías,
las parcialidades, los apasionamientos las represalias, la ambición, las
celotipias, el afán excesivamente humano de ocupar los primeros puestos, las
calumnias, las maledicencias, las palabras acerbas, el espíritu de clase o de
cuerpo, la aspereza en la defensa de los principios, etc., etc.
Y así, la gloria de Dios, que debiera de ser el Fin verdadero de las
aspiraciones del apóstol que ennoblece sus pasiones, se convierte en Medio o
Pretexto para fomentar, desarrollar y hacer excusar estas pasiones en lo que
tienen de demasiado humano. Los menores ataques de que sea objeto la gloria de
Dios o la Iglesia provocarán en el apóstol una reacción de cólera, en la cual un
psicólogo podría apreciar un afán de defender la personalidad del obrero
apostólico o los privilegios de que goza por su Iglesia considerada como
Sociedad puramente humana, y no un celo sobrenatural por la causa de Dios,
única razón de ser de la Iglesia, como Sociedad perfecta fundada por Nuestro
Señor.
Ni la seguridad de la doctrina y lo equilibrado del juicio del apóstol bastan
para preservarle de estos peligros, porque si carece de vida interior, y por
tanto de humildad, será dominado por sus pasiones. La humildad es la única que
puede mantenerle en la rectitud del juicio y evitar que obre por impresión,
poniendo en su vida más equilibrio y estabilidad. Al unirle con Dios, le hace
participar en cierto sentido de la inmutabilidad divina, como ocurre con la
yedra, que aunque frágil e inconsistente, al adherirse al roble con todas sus
fibras, adquiere una robustez y firmeza inquebrantables tomadas de las de ese
rey de los bosques.
Estemos, pues, persuadidos de que sin humildad, si damos un traspiés a la
primera ocasión, caeremos en la segunda o iremos flotando, según las
circunstancias, de un lado para otro, realizando de esta manera lo que dice
Santo Tomás, o sea que el hombre es un ser voluble, constante sólo en su
inconstancia.
El resultado lógico de un apostolado con los defectos que acabamos de apuntar,
es éste: O el desprecio de una autoridad pusilánime por parte de los fieles, o
la desconfianza, y a menudo el odio, contra una autoridad que no es trasunto de
Dios.
IRRADIA LA FIRMEZA Y LA DULZURA.— Los santos han sido a menudo muy severos con
el error y la hipocresía. Creemos que San Bernardo, oráculo de su siglo, puede
ser citado como uno de los Santos de celo más firme y enérgico. Pero el que lea
su vida, verá hasta qué extremo la vida interior había hecho impersonal a este
hombre de Dios. Nunca despliega la firmeza de su carácter, sino cuando ha
llegado a una persuasión completa de la ineficacia de otros medios. Así, llevado
de su gran amor a las almas, y de una inexorabilidad en la defensa de los
principios, se le ve pasar de la indignación más santa, que exige remedios,
reparaciones, prendas y promesas a una dulzura maternal, para convertir a los
que antes combatió implacablemente. Sin compasión para los errores de Abelardo,
se convierte en amigo de aquel que ha reducido al silencio.
Cuando no se trata de defender los principios, sino de la oportunidad del empleo
de algunos medios, se erige en campeón para impedir que personas eclesiásticas
acudan a procedimientos violentos. Se entera de que se pretende llevar a la
ruina y acabar con los judíos de Alemania, e inmediatamente deja el claustro y
corre en su defensa, predicando la cruzada de la paz. Por eso, en un documento
memorable que el Padre Ratisbona cita en la Vida de San Bernardo, el gran
Rabino del país expresa su admiración por el Monje de Clairvaux, "sin el cual,
dice, ni uno de nosotros hubiera quedado vivo en Alemania". Y conjura a las
futuras generaciones israelitas a que no se olviden de la deuda de gratitud que
han contraído con el Santo Abad. "Nosotros en esta ocasión somos, decía San
Bernardo, los soldados de la paz; el ejército de los Pacíficos. Deo et paci
militantibus. La persuasión, el ejemplo y la abnegación son las armas dignas
de los hijos del Evangelio."
Nada puede reemplazar a la vida interior para obtener este espíritu impersonal
que caracteriza al celo de los Santos.
En Chablais, antes de la llegada de San Francisco de Sales, fracasan todas las
tentativas. Los jefes del protestantismo se disponen a emprender una lucha
encarnizada. La secta quiere nada menos que matar al Obispo de Ginebra. Este se
presenta ante ellos lleno de dulzura y humildad, como un hombre en quien la
supresión del YO hace que refleje el amor de Dios y del prójimo. La Historia nos
enseña los resultados tan rápidos como inverosímiles de aquel apostolado. Pero
también San Francisco de Sales, con ser tan dulce, supo a veces mostrar una
firmeza Inexorable, y no dudó en invocar la fuerza de las leyes humanas para
confirmar los resultados obtenidos por la suavidad de su palabra y el ejemplo de
sus virtudes. Así, aconsejó al Duque de Saboya que tomase severas medidas contra
la perfidia de los herejes.
Los santos no hacían sino copiar al Maestro. En el Evangelio, el Salvador se nos
presenta acogiendo con gran misericordia a los pecadores; siendo amigo de Zaqueo,
y de los publícanos; lleno de bondad con los enfermos, los afligidos y los
pequeñuelos. Y sin embargo, a pesar de ser la Dulzura y la Mansedumbre
encarnadas, no duda empuñar el látigo para arrojar a los traficantes del templo.
Qué severidad y fuerza pone en su expresión cuando habla de Heredes o
estigmatiza los vicios de los escribas y de los fariseos hipócritas.
Únicamente en casos excepcionales, y después de haber echado mano de otros
medios, o cuando se sabe que son enteramente inútiles, puede recurrirse,
lamentándolo, y sólo para evitar el contagio del mal, es decir, a impulsos de la
caridad, a otros medios que pudieran parecer violentos.
Fuera de estos casos, y cuando no se trata de defender los principios, la
mansedumbre debe dominar en la conducta del obrero evangélico. Decía San
Francisco de Sales que se cazan más moscas con una gota de miel que con un
cántaro de vinagre.
Recordemos la censura que dirigió el Señor a los apóstoles, cuando ofendidos y
humillados en su dignidad, llevados de un celo que no era puro ni desinteresado,
quisieron recurrir a la violencia, pidiendo al Señor que arrojara fuego del
cielo contra los habitantes de Samaría, que no habían querido recibirlos. El
Salvador les contentó: No sabéis de qué espíritu sois (Luc. IX, 55).
Uno de nuestros Obispos, cuya firmeza en defender los principios se ha citado
como ejemplo, visitaba recientemente en la capital de su diócesis las familias
que estaban de luto a causa de la guerra, Haciéndose todo para todos, fue a
llevar sus consuelos a un calvinista que lloraba a un hijo muerto en el campo de
batalla, y le dirigió algunas frases cordiales, llenas de emoción. Impresionado
por este acto de caridad y humildad, el protestante dijo inmediatamente. "¿Es
posible que un Obispo tan noble por su sangre y tan distinguido por su cultura,
se haya dignado, a pesar de la diferencia de nuestras religiones, a franquear el
umbral de mi modesta casa? El paso que ha dado y sus palabras me han llegado al
corazón." El industrial que tiene entre sus empleados a ese padre, agregaba al
contarnos el hecho: "En mi opinión, ese protestante está ya medio convertido y,
en todo caso, el señor Obispo ha conseguido con su dulzura, en la conversión de
ese hombre, lo que no hubiera logrado con las más vivas e interminables
discusiones." Ese Pastor de almas manifestó la mansedumbre de Nuestro Señor, y
el protestante vio, por decirlo así al Salvador que se le presentaba, y se dijo:
Una Iglesia que cuenta con Prelados que tan fielmente reflejan a Aquel que yo
admiro en el Evangelio, debe ser la verdadera Iglesia.
La vida interior mantiene al mismo tiempo el espíritu y la voluntad al servicio
del Evangelio. Ni la indolencia ni la violencia injustificada deben desviar la
dirección del alma que ve y obra en conformidad con el Corazón de Jesús. Su
pureza y ardor nacen del impulso de ese Corazón adorable. Ahí está el secreto de
sus triunfos.
Por el contrario, la falta de vida interior y, como consecuencia, la
exteriorización de las pasiones humanas, explican tantas caídas.
IRRADIA LA MORTIFICACIÓN.— El espíritu de mortificación es otro de los
principios que fecundizan las obras. Todo se resume en la Cruz. Mientras no
se haga penetrar en las almas el misterio de la Cruz, nos quedaremos en la
superficie de las mismas. Pero ¿quién es capaz de hacerlas abrazarse a un
misterio que se opone a este horror al sufrimiento tan natural en el ser humano?
Solamente aquel que pueda repetir las palabras del Apóstol: Christo confixus
sum cruci . O aquellos que llevan consigo a Jesús mortificado: Semper
mortificationen Jesu in corpore nostro circunferentes ut vita Jesu manifestetur
in corporibus nostris .
Mortificarse es reproducir el Christus sibi non placuit , es renunciarse
en toda clase de circunstancias, llegar a amar lo que nos desagrada y
encaminarnos al ideal de ser una víctima inmolada constantemente.
Pero sin vida interior es imposible llegar a ese aplastamiento de nuestros más
tenaces instintos.
Y en tanto que el pobrecillo de Asís, mientras atraviesa en silencio las calles,
va predicando con sólo su aspecto el misterio de la Cruz, el apóstol
inmortificado trabajará en vano al reproducir con sus palabras las páginas
elocuentes de Bossuet sobre el Calvario. El mundo está tan atrincherado en su
espíritu de gozar, que para derribar su ciudadela no bastan los argumentos
comunes, ni siquiera los poderosos. Es preciso sensibilizar la Pasión por medio
de la mortificación y el desprendimiento del ministro de Dios.
Inimicos crucis Christi, enemigos de la Cruz de Cristo, volvería a llamar
San Pablo a tantos cristianos que no ven en la Religión sino una forma de
"snobismo", un conjunto de prácticas exteriores recibidas por tradición, que hay
que cumplir periódicamente con respeto, pero sin que exijan la enmienda de la
vida, ni la lucha contra las pasiones y la introducción en las costumbres del
espíritu del Evangelio. Este pueblo parece que me honra, podría decir el Señor;
sí, me honra con los labios, pero su corazón está lejos da mí .
Inimicos crucis Christi, enemigos de la Cruz son esos cristianos
blandengues, que se rodean de toda clase de comodidades, y se pliegan a todas
las exigencias de la moda, y se entregan a los placeres desordenados, y escuchan
con extrañeza, porque no la comprenden la palabra que Jesucristo dijo para
todos: Si no hacéis penitencia, pereceréis todos de la misma manera . La
cruz, según la palabra de San Pablo, se les convierte en un escándalo .
Y, sin embargo, el apóstol que no tenga vida interior ¿podrá producir nuevos
cristianos?
La asistencia nutrida a determinados actos del culto podrá satisfacer al
verdadero sacerdote, pero le dejará frío si ve que es debida a la rutina, o al
afán de seguir las tradiciones de las familias y la observación de las
costumbres antiguas, con tal que no interrumpan el curso de la vida; o el deseo
de oír buena música, o disfrutar con una fiesta magnífica o escuchar una buena
pieza oratoria en la que sólo se busca la elocuencia.
Pero se dirá: por lo menos las comuniones frecuentes entusiasmarán al sacerdote.
Un recuerdo de mi viaje a los Estados Unidos me viene a la memoria.
Visitando varias parroquias, me encantaba ver el número de hombres que asistían
a la comunión de los primeros viernes de mes. "Homo videt in facie. Deus
autem in corde", me dijo un santo sacerdote de Nueva York. No olvide usted
que se encuentra en un país donde el respeto humano es desconocido y el "Bluff"
aparece en todas partes. Reserve usted su admiración para aquellas parroquias en
que pueda observar que las comuniones frecuentes manifiestan si no la enmienda
completa de la vida, al menos un esfuerzo sincero de observar la vida cristiana
y un deseo leal de no vivir en la intemperancia ni de ir desenfrenadamente en
busca del dinero, etc."
Lejos de nosotros, no dar aprecio a los más pequeños vestigios de vida cristiana
donde quiera que se encuentren. Por el contrario, lo que con estas
consideraciones nos proponemos es deplorar la lamentable incapacidad a que nos
expone la falta de vida interior, de obtener únicamente resultados muy pequeños,
aunque, desde luego, sabemos apreciarlos también.
Nuestro Señor no quiere sino nuestro corazón. Si vino a este mundo a revelarnos
las sublimes verdades de la fe, fue para conquistarlo; para hacerse dueño de
nuestra voluntad y animarnos a seguir sus pisadas en el camino del
renunciamiento.
El apóstol habituado a la vida interior que se funda en el Abneget semetipsum
, se encontrará en condiciones de provocar este renunciamiento, base de toda
perfección; pero será incapaz de lograrlo aquel que siga de lejos a Jesucristo
cuando va cargado con la cruz. Nemo dat quod non habet . Si él es un
cobarde y deja de imitar a Jesús crucificado ¿cómo predicará a su pueblo esa
guerra santa contra las pasiones, siguiendo la invitación de Jesús?
Sólo un apóstol desinteresado, humilde y casto es capaz de arrastrar las almas a
la lucha contra el aluvión, siempre creciente, de la codicia, de la ambición y
de la impureza. Solamente quien tenga la ciencia del crucifijo será lo bastante
fuerte para oponer un dique a este afán desmesurado de comodidades, y a este
culto del placer que amenaza sumergirlo todo y destruir las familias y las
naciones. San Pablo cifra y resume su apostolado en enseñar a Cristo
crucificado, y porque vive de Jesús, pero de Jesús crucificado, está en
condiciones de hacer que las almas gusten el misterio de la cruz y de enseñarles
a vivir de él. Hoy existen muchos apóstoles que no tienen la necesaria vida
interior para profundizar este misterio que vivifica, y penetrarse de él a fin
de irradiarlo. Son exclusivistas al apreciar la religión, considerándola más
bien desde el punto de vista filosófico social o estético propios para interesar
la inteligencia o excitar la sensibilidad y la imaginación y fomentar la
tendencia a no ver en ella sino una escuela de poesía sublime y de arte
incomparable. Sin duda, la Religión está adornada de estas cualidades; pero
limitarse exclusivamente a estos aspectos secundarios serla deformar la Economía
del Evangelio, porque se consideraba como un fin lo que no es sino un medio. Es
un sacrilegio hacer un Cristo de "muguet" del Cristo de Getsemaní, del Pretorio
y del Calvario.
Después del pecado, la penitencia, la reparación, y e! combate espiritual son
las condiciones indispensables para Vivir. La Cruz de Cristo lo recuerda
siempre. Al celo del Verbo encarnado por la gloria de su Padre no le bastan
admiradores. Necesita imitadores.
En su Encíclica de 1 de noviembre de 1914, el Papa Benedicto XV invita a los
verdaderos apóstoles a trabajar más a fondo para desprender a las almas del
bienestar, del egoísmo, de la ligereza de costumbres y del olvido de los bienes
eternos. Esta invitación es un llamamiento a la vida interior, hecho a los
ministros del divino Crucificado.
Dios, que tan generoso es con nosotros, exige al cristiano que desde la edad de
la razón una a la Pasión sangrienta de su Hijo, algo de sí mismo, lo que
podríamos llamar la sangre de su alma, es decir, los sacrificios, necesarios
para observar la divina ley. ¿Quién podrá alentar al cristiano a hacer
sacrificios de los bienes, placeres y honores, si no es el ejemplo del conductor
de las almas que se haya familiarizado con el espíritu de sacrificio?
Al ver la serie de victorias del enemigo infernal es para preguntarse con
ansiedad: ¿Cómo podrá salvarse la sociedad? ¿Cuándo comenzarán los triunfos de
la Iglesia? Podemos contestar con el Maestro: Hoc autem genus non ejicitur
nisi per orationem et jejunium . Cuando de las filas de la milicia
sacerdotal y religiosa salga una pléyade de hombres mortificados, que sean como
la fulguración del misterio de la cruz a través de los pueblos, esos
pueblos, al ver en la mortificación del sacerdote o del religioso una reparación
por los pecados del mundo, comprenderán la Redención operada por la sangre de
Jesucristo.
Entonces es cuando será aplastado el ejército de Satanás, y dejarán de tener eco
en el mundo las quejas de Jesús a través de los siglos, al no encontrar almas
reparadoras en medio de sus ultrajes.
Et quaesivi de eis virum
qui interponeret spem, et staret oppositus contra me pro terra ne dissiparem
eam, et non inveni
.
Alguien quiso analizar el
efecto mágico que la sola señal de la cruz, hecha por el P. Ravignán producía en
los indiferentes y hasta en los impíos que acudían a oírle, llevados de la
curiosidad. Se llegó entre muchos de sus oyentes a la conclusión de que la
austeridad de la vida intima del predicador se manifestaba de un modo que
conmovía, en aquella señal de la Cruz, con la que se unía al misterio del
Calvario.
d) La Vida
interior da al obrero evangélico la verdadera elocuencia
Nos referimos a la
elocuencia que atrae las gracias necesarias para convertir a las almas y
hacerles abrazar la virtud. Incidentalmente hemos tratado antes de este asunto.
Agreguemos algunas consideraciones.
En el Oficio de San Juan leemos este responsorio: Supra pectus Domini
recumbens Evangelii fluenta de ipso sacro Dominici pectoris FONTE POTAVIT
et verbi Dei gratiam in toto terrarum ORBE DIFFUDIT. ¡Qué profunda lección
encierran estas palabras para los predicadores, escritores, catequistas y
cuantos están encargados de propagar la divina palabra! ¿No descubre en ellas la
Iglesia, la Fuente de la verdadera elocuencia, para sus sacerdotes?
A pesar de que todos los evangelistas están igualmente inspirados y tienen una
misión providencial, el tono de la elocuencia es distinto en cada uno de ellos.
La de San Juan, a diferencia de los otros evangelistas, se dirige a la voluntad,
por el corazón, en el cual deja verbi Dei gratiam. Su Evangelio y las Epístolas
de San Pablo, son los libros preferidos de las almas para quienes la vida de
este mundo carece de sentido si no está unida con Jesucristo.
¿Cuál es el secreto de esa elocuencia cautivadora de San Juan? ¿Ese río
caudaloso, cuyas aguas fertilizantes riegan el mundo entero: Fluenta in toto
terrarum orbe diffudit, en qué montaña encontró su manantial?
El texto litúrgico lo compara con los ríos del Paraíso, al decir: Quasi unus
ex Paradisi fluminibus Evangelista Joannes.
¿Para qué sirven tan altas montañas y tantos glaciares? ¿Estas superficies
inmensas, podrá decir el ignorante, no serán más útiles en el llano? No
comprende que sin esas altas cimas el llano y los valles serían estériles como
el Sahara, porque los ríos que fertilizan las tierras bajan de las altas
montañas que son sus depósitos.
Esa alta cima del Paraíso, de donde mana la fuente que alimenta el Evangelio de
San Juan, ¿qué es sino el Sagrado Corazón de Jesús? Evangelii fluenta de ipso
sacro Dominici pectoris fonte potavit. Al percibir el Evangelista por medio
de la Vida interior los latidos del Corazón del Hombre-Dios, y la inmensidad de
su amor para con los hombres, su palabra vino a ser la transmisora de la gracia
del Verbo divino: Verbi Dei gratiam diffudit.
Por esta misma razón, puede decirse de los hombres de vida interior, que son en
alguna manera los ríos del Paraíso. Porque atraen sobre la tierra las aguas
vivas de la gracia, que bajan del cielo y desvían o aminoran los castigas que
merece el mundo, no sólo con sus oraciones e inmolaciones, sino también y sobre
todo, porque en lo más alto de los cielos, sacan del Corazón de Aquél en quien
reside la Vida íntima de Dios el caudal de esa vida y lo difunden con toda
abundancia en las almas: Haurietis aquas de fontibus Salvatoris. Llamados
a predicar la divina palabra, lo hacen con una elocuencia cuyo secreto conocen
ellos solos. Hablan del cielo, a la tierra. Iluminan, encienden, consuelan y
fortifican. Cuando una de estas condiciones falta, la elocuencia es incompleta.
Y únicamente podrá reunirías el predicador que viva de Jesús.
¿Soy yo de aquellos que esperan, sobre todo de la oración, la visita al
Santísimo, la misa o la comunión la verdadera eficacia de su elocuencia? De no
ocurrir esto, podrí ser un sonoro cimbalum tinniens o tener el timbre
solemne del bronce, velut aes sonaras, pero no seré el canal de aquel
amor que hace irresistible la elocuencia de los amigos de Dios.
Un predicador de mucha ciencia, pero de una piedad mediocre, podrá exponer las
verdades cristianas de tal forma que remueva las almas y las acerque a Dios,
aumentando su fe. Pero para impregnarlas del sabor vivificante de la virtud,
hace falta haber saboreado antes el espíritu del Evangelio, haciendo de él, por
medio de la oración, la sustancia de la propia vida .
No nos olvidemos de que el Espíritu divino es el único principio de toda
fecundidad espiritual y el que opera las conversiones y reparte las gracias que
nos capacitan para evitar el pecado y practicar la virtud. La palabra del obrero
evangélico, si está penetrada de la unción del Espíritu santificador, se
convierte en un canal viviente que nada retiene de la acción divina. Antes de
Pentecostés, los Apóstoles predicaban, pero casi sin fruto. Al cabo de aquellos
diez días de retiro en que vivieron interiormente, el Espíritu de Dios los
invadió, transformándolos, y entonces sus primeros ensayos de predicación fueron
pescas verdaderamente milagrosas. Lo mismo acontece con los sembradores
evangélicos. Con la vida interior se convierten en portadores de Cristo. Plantan
y riegan con toda eficacia. Y entonces el Espíritu Santo da el ciento por uno.
Su palabra es a la vez la semilla que cae y la lluvia que fecundiza, jamás les
falta el sol que da el crecimiento y la sazón. Est tantum lucere, vanum,
decía San Bernardo; tantum ardere, parum; ardere et lucere perfectum. Y
más adelante: Singulariter apostolis et apostolicis viris dicitur: Luceat lux
vestra coram hominibus, nimirum tanquam accensis et vehementer accensis . El
apóstol encuentra la elocuencia evangélica en la vida de unión con Jesús, en la
oración y en la guarda del corazón, pero también en la Sagrada Escritura, que
estudia y saborea con pasión. Toda palabra salida de la boca de Dios y dirigida
al hombre; toda expresión que brotó de los labios adorables de Jesús, es
estimada por él como un precioso diamante, cuyas facetas admira a la luz del don
de sabiduría, que tiene en él un gran desarrollo. Pero como siempre comienza
por orar para abrir después los libros inspirados, no sólo admira, sino
también saborea sus enseñanzas, como si el Espíritu Santo se las hubiera
dictado personalmente. Qué unción la suya cuando cita la palabra de Dios en el
pulpito, y qué diferencia entre las luces que difunde y las sabias o ingeniosas
aplicaciones que pueda hacer un orador que cuenta exclusivamente con los
recursos de su razón y con una fe casi abstracta o muerta. El primero enseña la
verdad viviente, y envuelve las almas en una realidad que las ilumina y
vivifica. El segundo sólo puede hablar de ella como de una ecuación algebraica,
cierta sin duda, pero fría como ella y sin relación alguna con lo más íntimo de
la existencia. Hace de ella una verdad abstracta, en forma de simple memorial,
que únicamente mueve los corazones por lo que puede llamarse el carácter
estético del cristianismo. "La majestad de la Escritura me asombra; la sencillez
del Evangelio me habla al corazón", confesaba el sentimentalista J. J. Rousseau.
Pero estas vagas y estériles emociones, ¿qué valen para la gloria de Dios? El
verdadero apóstol tiene el secreto de mostrar el Evangelio en toda su verdad,
que es siempre actual, siempre operante, e Incesantemente renovada, por ser
divina, para el alma que toma contacto con aquél. Y sin preocuparse de
sentimentalismos, va directamente, por medio de la palabra de Vida, hasta la
voluntad donde reside la correspondencia con la verdadera vida. Las convicciones
que produce, engendran amor y resolución. Sólo él tiene la verdadera elocuencia
evangélica.
No hay vida interior completa sin una tierna devoción a María Inmaculada, canal
por excelencia de todas las gracias, sobre todo de las gracias de elección. El
apóstol, habituado a recurrir a María en todas ocasiones, con lo que demuestra
su amor de hijo a esta Madre incomparable, como dice San Bernardo, encuentra en
la exposición del dogma de la maternidad divina y humana de María acentos que
interesan y conmueven a sus oyentes y, sobre todo, les persuaden de la necesidad
de recurrir en todas sus dificultades, a la Dispensadora de la Sangre Divina.
Con dejar que hablen su experiencia y su corazón, gana las almas para la Reina
del Cielo y mediante ella las hace entrar en el Corazón de Jesús.
e) La Vida
interior, por engendrar la Vida interior, hace que sus resultados en las almas
sean profundos y duraderos
Este capítulo,
añadido a las primeras ediciones, convendría escribirlo en forma de carta
dirigida a cada uno de nuestros compañeros.
Hemos considerado la dependencia esencial que las obras tienen de la vida
interior del obrero evangélico. La oración y la reflexión nos ha guiado a
analizar desde otro punto de vista la infecundidad de algunas obras, y creemos
no equivocarnos al formular esta proposición:
Una obra no echa raíces profundas, no se estabiliza, ni se perpetúa, sino
cuando el obrero evangélico ha engendrado en las almas la vida interior.
Pero esto no lo logrará si él mismo no está nutrido a fondo de esta vida
interior.
En el capítulo III de la segunda parte reproducimos las palabras del Canónigo
Timon-David, sobre la necesidad de formar en cada una de las obras un grupo de
cristianos fervorosos, para que ellos, a su vez, ejerzan un verdadero apostolado
con sus compañeros. ¿Quién no aprecia la eficacia de estos fermentos y hasta qué
punto pueden MULTIPLICAR esos colaboradores el poder de la acción del apóstol?
Ya no trabaja solo, porque se han centuplicado sus medios de acción.
Apresurémonos a decirlo: Solamente el hombre de obras que sea verdaderamente
interior tiene la vida necesaria para crear otros focos de vida fecunda.
Cuando se trata de obras laicas, es fácil encontrar cooperadores capaces dé
hacer la propaganda necesaria y ocuparse en ellas e influir en su desarrollo por
espíritu de camaradería o de cuerpo y aun por rivalidad con otros similares;
para ello bastan el fanatismo, la concurrencia, el sectarismo, la ilusión de la
gloria, el interés y la ambición. Pero ¿qué palanca que no sea la vida interior
intensa podrá encontrarse para levantar los apóstoles que el Corazón de Jesús
pide, partícipes de su dulzura y humildad, de su bondad desinteresada y de su
celo en mirar exclusivamente a la gloria de su Padre?
Mientras las obras no realicen estos cometidos, su existencia será efímera.
Hasta puede afirmarse que no sobrevivirán a sus fundadores: La razón de la
perpetuidad de algunas obras es que la vida interior engendró la vida interior.
Un ejemplo nos lo aclarará: El sacerdote Allemand, muerto en olor de santidad,
fundó en Marsella, antes de la revolución, la Obra de Juventudes para
Estudiantes y Empleados. Al cabo de más de un siglo, esta obra conserva el
nombre de su fundador y tiene una prosperidad admirable. Aquel sacerdote, sin
embargo, tenía las peores condiciones naturales para garantizar el éxito de su
obra; era miope, tímido, carecía de dotes oratorias y parecía incapaz de
desarrollar la actividad intensa que su empresa reclamaba.
Su semblante, algo grotesco, hubiera provocado la risa, sin la bondad de su alma
reflejada en su mirada y en todo su porte, merced a la cual aquel hombre de Dios
tenía sobre la juventud un dominio que imponía respeto, estima y cariño a la
vez. Aquel sacerdote no quiso edificar su obra sino sobre la vida interior, y
tuvo fuerza bastante para formar un grupo de jóvenes a los cuales no titubea en
exigir dinero de sus posibilidades, una vida interior integral, la guarda del
corazón sin reservas, la oración de la mañana, etc.; en una palabra, la vida
cristiana completa, como la comprendían y practicaban los primeros cristianos.
Y esos jóvenes apóstoles, que han ido sucediéndose en Marsella, continúan siendo
el alma de aquella Obra, que ha dado a la Iglesia muchos Obispos y sigue dándole
sacerdotes, misioneros, religiosos y miles de padres de familia, que son en la
ciudad fócea los puntales más importantes de las obras parroquiales y forman una
pléyade de hombres, honor del comercio, de la industria y de las diversas
profesiones, y foco al mismo tiempo del verdadero apostolado.
Hemos hablado de los padres de familia. Esta palabra evoca una afirmación que se
oye por todas partes, y es la siguiente:
"El apostolado que se ejerce con relativa facilidad sobre los jóvenes de ambos
sexos, y sobre las madres, es casi imposible cuando se trata de los hombres. Y,
sin embargo, mientras no consigamos que los padres de familia sean buenos
cristianos y apóstoles, la influencia tan estimable de las madres quedará
paralizada o será muy efímera, y jamás llegaremos a implantar el reinado social
de Jesucristo. Y, sin embargo, es inútil toda tentativa para atraer a los
hombres y hacerles cristianos de fondo en esta parroquia, en esta barriada, en
este hospital, en esta fábrica, etcétera."
Esta confesión de nuestra incapacidad, ¿no es muchas veces una certificación de
la insuficiencia de nuestra vida interior, que es la única que nos sugerirla
recursos para evitar que tantos hombres escapen a la acción de la Iglesia? ¿No
abandonamos muchas veces la preparación laboriosa de sermones con que despertar
en los cerebros y en los corazones de los hombres las convicciones profundas,
los amores y las resoluciones, contentándonos con esos fáciles triunfos
oratorios sobre auditorios de jóvenes o mujeres? La vida interior es la que
podría sostenernos en esos oscuros y penosos trabajos de siembra, por otra
parte, tan infructuosos en apariencia. Solamente ella nos haría comprender la
fuerza de acción que podrían darnos la oración y la penitencia, y cómo nuestros
progresos en la imitación de las virtudes de Jesucristo decuplicarían la
eficacia de nuestro apostolado sobre los hombres.
Se nos habla de una obra militar establecida en una de las más importantes
ciudades de Normandía, y tales eran los detalles que se nos daban, que la
sorpresa nos hacía dudar de la verdad de las informaciones que recibíamos. Por
ejemplo: que los soldados acudían a las funciones religiosas de adoración para
reparar las blasfemias y vicios del cuartel, en mayor número que a los
conciertos de música o a las sesiones de teatro. Hubimos de rendirnos a la
evidencia cuando nos informamos del amor que tenía el Capellán al Tabernáculo y
de los apóstoles que había sabido formar a los pies de Jesús.
Después de este ejemplo, ¿qué se puede pensar de otros apóstoles para quienes
los cines, los tablados, la acrobacia, etc., constituyen el programa de un
quinto Evangelio para la conversión de los pueblos?
A falta de otros recursos, éstos servirán para atraer adeptos o alejarlos de
otros lugares peligrosos, ¡pero el provecho será tan pequeño y tan efímero! Dios
nos libre de desalentar a nuestros queridos compañeros que no pueden concebir
ni emplear sino esos medios y piensan (como nosotros en la misma inexperiencia
de nuestros primeros años de apostolado) que sus patronatos quedarían desiertos
el día en que ellos destinasen menos tiempo a la preparación de las
recreaciones, que estiman condición sine qua non de la marcha próspera de
sus obras. Nos limitamos a ponerlos en guardia contra el peligro de dar
demasiado espacio a esos medios, a desearles la gracia de comprender la tesis
del canónigo Timon-David, cuya conversación hemos relatado en uno de los
primeros capítulos.
Un día, cuando no llevábamos sino dos años de sacerdocio, aquel venerable
sacerdote se creyó en la obligación de terminar su conversación con nosotros con
estas palabras dichas en el tono más fraternal, pero no sin un dejo de
compasión: "Non potestis portare modo; más adelante, a medida que avance
usted en la vida interior, podrá comprenderme mejor. Hoy, teniéndolo todo en
cuenta, debe emplear esos medios de los que no puede prescindir por carecer de
otros. En cuanto a mí, conservo perfectamente su número con los viejos juegos de
siempre, que tienen la novedad de ser muy baratos y hacer descansar al espíritu,
por su misma sencillez. Ya ha visto usted en el desván, agregó finalmente, los
instrumentos de música que en mis principios consideré indispensables. Pero
mire; precisamente en este momento está llegando la música que tenemos ahora.
Usted juzgará por si mismo."
En efecto, pocos minutos después desfilaba delante de nosotros un grupo de unos
cincuenta muchachos de doce a diecisiete años. ¡Qué zambra armaban! ¿Quién
hubiera podido reprimir una carcajada a la vista de aquel batallón que el viejo
canónigo contemplaba con satisfacción? "Mire, me dijo, el que va delante vuelto
de espaldas, agitando el bastón como un músico mayor, o se lo lleva a los labios
a guisa de clarinete, es un suboficial que está con licencia y es uno de mis más
eficaces colaboradores. Cuando su cargo se lo permite, comulga todos los días y
jamás deja la media hora diaria de oración. Es un ánima fiestas extraordinario,
y siempre pone a contribución su talento para que no decaigan la alegría y las
diversiones de los medianos. Tiene mil recursos para sostener el
entusiasmo de estos jóvenes. Pero nada escapa a su vigilancia y a su corazón de
apóstol." Ciertamente no podía uno menos que reírse ante aquella serie de
vulgaridades, tan conocidas y oídas, que ejecutaban los músicos: "El pato
abriendo las alas", "Has visto mi gorra", etc. En cuanto el jefe de orquesta
daba la señal con su ejemplo, se cambiaba de pieza. Cada uno de los ejecutantes
imitaba un instrumento. Unos ponían las manos a modo de bocina delante de la
boca; otros soplaban sobre un papel haciéndolo vibrar, unos pocos habían hecho
unas flautas con cañas. Me olvidaba del sacabuche y del bombo que llevaban dos
ejecutantes de primera fila. El primero estaba formado por dos palos, a uno de
los cuales el músico le daba un movimiento de tira y afloja y vaivén, y el
segundo era un bidón viejo de petróleo. Tenían tal cara de satisfacción todos
ellos que se veía que estaban encantados con su orquesta.
Vamos detrás de ellos, me dijo el canónigo. Al final de la avenida se levantaba
una estatua de la Virgen. "Compañeros, dice el músico mayor. Todo el mundo de
rodillas. Vamos a rezar a nuestra Madre un Ave maris stella, y diez
Avemarías." Todos ellos quedan en silencio y luego responden pausadamente a las
Avemarías como si estuvieran en la capilla. Todos aquellos meridionales, con los
ojos bajos, que unos momentos antes eran unos verdaderos diablillos, se
transforman en ángeles de Fr. Angélico, "No olvide usted, me dijo mi guía, que
este es el termómetro de mi obra. Retener a los jóvenes aun de veinte años
pasados, por medio de juegos sencillos que despierten su entusiasmo; conseguir
que en sus horas de oración y recreo encuentren sus almas de niños, y que se
entretengan con niñerías, y llegar a hacerles rezar, pero rezar bien, aun en
medio de sus juegos; esto es lo que se proponen todos nuestros colaboradores."
Los músicos se ponen en pie y comienzan de nuevo el estrépito, que llena la
plaza. Un momento después pasaron al juego de barra, que les apasionaba.
Observamos que el suboficial, al levantarse después del Ave maris stella,
dijo algo al oído de dos o tres de los jóvenes, quienes con semblantes alegres,
y como obedeciendo a una costumbre, quitándose las blusas y las alpargatas con
que jugaban, se dirigieron a la capilla para pasar un cuarto de hora a los pies
del Divino Prisionero.
"Nuestra ambición —agregó entonces Timon-Da-vid con una profunda convicción—,
nuestra ambición debe dirigirse a formar celadores que tengan tan intenso amor a
Dios, que cuando dejen el patronato y formen una familia sigan siendo apóstoles
y se preocupen en comunicar al mayor número posible de almas los ardores de su
caridad. Si nuestro apostolado se limitase a la formación de buenos cristianos,
¡qué ideal tan pobre el nuestro! Debemos aspirar a la creación de legiones de
apóstoles, para que la familia, que es la célula fundamental de la sociedad, se
convierta en un centro de apostolado. Pero sólo una vida de sacrificio y de
intimidad con Jesús podrá darnos la fuerza y el secreto de realizar este
programa integral. Únicamente así nuestra acción en la sociedad tendrá la fuerza
que deseamos, y se cumplirán las palabras del Maestro: Ignem veni mittere in
terram et quid volo nisi ut accendatur .
Por desgracia, tuvieron que pasar algunos años para que llegásemos a penetrar el
alcance de aquellas lecciones vivientes del canónigo, tan psicólogo y hombre
práctico, y comparar, puesta la mira en Dios, para quien nada son los éxitos
aparentes, los resultados de los distintos medios empleados.
Estos medios sirven, según rué sean sencillos como el Evangelio o complicados
como cuanto es demasiado humano, para apreciar las obras y sus autores.
El joven David avanzó frente a Goliat, contra quien habían luchado inútilmente
los más poderosos ejércitos de Israel. Le bastaron una onda, un cayado y cinco
piedras. Pero su frase In nomine Domine exercituum era ya un alma capaz
de llegar a la santidad.
En estos tiempos se habla mucho de las obras laicas post-escolares. Pero por muy
grandes que sean las sumas que el Estado gaste en su sostenimiento, y magníficos
locales en que se establezcan, las obras post-escolares de la Iglesia nada
podrán temer de ellas, si se las fundamenta en la vida interior, y además porque
el ideal que las inspira tiene atractivos para arrastrar a los jóvenes,
llevándose a lo más escogido de la juventud.
Terminemos con un episodio al caso, que nos servirá para analizar al hombre de
obras, que, al parecer sabe llevar las almas a Dios Nuestro Señor y hacer de
ellas apóstoles suyos, pero que en realidad se limita a suscitar entusiasmos
nacidos de la simpatía hacia su persona y de la acción magnética que ejerce en
torno suyo. Entusiasmados de estar con un hombre encantador, que es muy piadoso
y orgulloso de ser el objeto de sus ocupaciones y desvelos, los adeptos le hacen
la corte, por decirlo así, y por darle gusto aceptan toda clase de prácticas,
aun aquellas que por exigir esfuerzos parecen reflejar la verdadera devoción.
Una Congregación de Hermanas Catequistas, dignas de admiración, era dirigida por
un Religioso cuya vida acaba de publicarse. Un día dijo a la Madre Superiora:
"Mire, Madre, creo que la Hermana X... debe dejar de explicar el catecismo
durante un año por lo menos. —Pero si es la mejor catequista que tengo. De todos
los arrabales de la ciudad acuden los niños atraídos por el cariño con que los
trata. Retirarla del catecismo sería ver la desbandada de todos los niños. El
Padre le responde: Desde la tribuna suelo escuchar sus instrucciones. En efecto,
tiene encantados a los niños, pero de un modo excesivamente humano. Si pasa otro
año de noviciado se formará mejor en la vida interior y santificará su alma y la
de los niños con su celo y su talento; pero ahora es un obstáculo para que
Nuestro Señor ejerza su acción en esas almas, que está preparando para la
primera Comunión... Veo, Madre, que os entristece mi insistencia. Pues bien; voy
a proponerle una transacción. Conozco la Hermana N..., alma de gran vida
interior, aunque desprovista de talentos. Pídale a la Madre General que se la
envíe para unos meses. La primera acudirá al catecismo durante el primer cuarto
de hora, para que no se cumplan vuestros temores de deserción de los
pequeñuelos, y poco a poco irá reduciendo los minutos, hasta retirarse del todo.
Usted verá cómo los niños harán mejor sus oraciones y cantarán los cantos más
fervorosamente. El recogimiento y la docilidad que adquirirán serán un reflejo
del carácter sobrenatural de sus almas. Ese será el termómetro."
A los quince días (la Superiora pudo comprobarlo) la Hermana N... explicaba sola
la lección y el número de los niños había aumentado. Era Jesús quien daba el
catecismo por ella. Con su mirada, modestia, dulzura y bondad; con la manera de
hacer la señal de la Cruz; con su voz enseñaba a Nuestro Señor. La
Hermana X... con su talento aclaraba y hacía más. Desde luego, trabajaba en la
preparación de las explicaciones, para exponerlas con claridad, pero el secreto
de su dominio sobre sus oyentes era la unción de su palabra y de su gesto. Esa
unción es la que pone a las almas en contacto con Jesús.
En el catecismo de la Hermana N... no había brillantes párrafos, ni miradas
atónitas, ni la fascinación que pudiera provocarse con la interesante
conferencia de un explorador o la narración emocionante de una batalla.
Allí se respiraba la atmósfera del recogimiento en la atención. Los niños
estaban en la sala de catecismo como si fuera la Iglesia, sin necesitar el
empleo de ningún medio humano para evitar la distracción o el aburrimiento. ¿Qué
influencia misteriosa planeaba sobre los asistentes? Sin duda, la de Jesús, que
se ejerce directamente. Porque un alma interior explicando las lecciones de
catecismo, es como una lira que suena pulsada por los dedos del divino Artista.
Y ningún arte humano, ni el más maravilloso, puede compararse con la acción de
Jesús.
f) La Vida
interior, por la Eucaristía, resume toda la fecundidad del Apostolado
El fin de la
Encarnación, y en consecuencia de todo apostolado, es divinizar a la humanidad.
Christus
incarnatus est ut homo fieret Deus . Unigenitus Dei Filius suae divinitatis
volens nos esse participes, naturam nostram assumpsit ut homines deos faceret
factus homo .
Pero el apóstol se asimila
la vida divina en la Eucaristía; mejor dicho en la vida eucarística, o sea en la
sólida vida interior que se nutre en el divino banquete. Así lo asegura la
palabra perentoria e inequívoca del Maestro: Nisi manducaveritis carnem Filii
hominis et biberitis ejus sanguinem, non habebitis vitam in vobis . La vida
eucarística es la vida de Nuestro Señor en nosotros, no sélo por el estado de
gracia que es indispensable para tenerla, sino, además, por una sobreabundancia
de su acción. Veni ut vitam habeant et abundantius habeant . Si el
apóstol debe tener una sobreabundancia de vida divina para distribuirla entre
los fieles y no encuentra otro manantial que la Eucaristía para tomarla, ¿cómo
imaginar que las obras puedan ser eficaces sin la acción de la Eucaristía en
aquellos que, directamente o indirectamente, deben ser los dispensadores de esa
vida por medio de sus obras?
Es imposible meditar en las consecuencias del dogma de la presencia real, del
sacrificio del altar y de la comunión, sin llegar a la conclusión de que Nuestro
Señor instituyó este Sacramento con el fin de hacerlo foco de toda actividad, de
toda abnegación y de todo apostolado, que sean de utilidad verdadera para la
Iglesia. Si toda la Religión gravita en torno del Calvario, todas las gracias de
este misterio brotan del altar. Y la palabra evangélica del obrero que no viva
del altar, será una palabra muerta, que no podrá salvar a nadie porque sale de
un corazón que no está bastante impregnado de la Sangre redentora. Profundo fue
el designio del Salvador al explicar después de la cena, sirviéndose de la
parábola de la vid y los sarmientos, la inutilidad de toda acción que no esté
animada del espíritu interior: Sicut palmes non potest ferre fructum a
semetipso, sic neo vos nisi in me manseritis . E inmediatamente indica el
valor de la acción, ejecutada por el apóstol que vive la vida interior, es
decir, la vida eucarística: Qui manet in me et ego in eo, hic fert fructum
multum .
Hic, o sea sólo él. Dios no obra con eficacia sino por él. Es lo que dice
San Atanasio: "Nosotros nos hacemos dioses por la carne de Cristo."
Cuando el predicador o el catequista conservan en su ser el calor de la Sangre
divina, y su corazón está abrasado por el fuego que consume al Corazón
Eucarístico, ¡cómo vive, arde e inflama su palabra! Y ¡cómo irradian los efectos
de la Eucaristía en una clase, en la sala de un hospital, en un patronato, etc.,
cuando aquellos que Dios escogió para directores de sus obras reanimaron su celo
en la comunión, viniendo a ser verdaderos portadores de Cristo!
La Eucaristía, vida del verdadero apóstol, hace sentir sus efectos incomparables
contra el enemigo de nuestra salvación, ya se trate del demonio, tan hábil en
retener las almas en la ignorancia o del espíritu soberbio o impuro que trata de
emborracharlas de orgullo o de ahogarlas en el fango.
El amor se perfecciona en la Eucaristía. Ese viviente memorial de la Pasión
aviva el fuego divino del apóstol cuando iba a apagarse. Le resucita Getsemaní,
el Pretorio y el Calvario y le da la ciencia del dolor y la humillación. El
obrero apostólico habla a los afligidos en una lengua que les hace participar de
los consuelos que se encuentran en esa escuela divina. Tiene el lenguaje, de las
virtudes cuyo ejemplar es Jesús, porque cada una de sus palabras es como una
gota de la Sangre eucarística, derramada en las almas. Sin ese reflejo de la
vida eucarística, la palabra del hombre de obras producirá un efecto momentáneo.
Únicamente las facultades secundarias serán impresionadas, y ocupadas las
avanzadas de la plaza; pero la ciudadela, que es la voluntad y el corazón,
quedará sin ser tomada la mayor parte de las veces.
La fecundidad del apostolado, casi invariablemente, es paralela al grado de
vida eucarística alcanzado por el alma del apóstol. Efectivamente, un
apostolado será eficaz en la medida en que provoque en las almas la sed de
participar frecuente y prácticamente en el divino banquete. Y este resultado no
se obtiene sino en la medida en que el mismo apóstol vive en verdad, de
Jesús-Hostia.
Semejante a Santo Tomás, que hundía su cabeza ante el tabernáculo para hallar la
solución de las dificultades teológicas, el apóstol también se postra allí para
confiar al huésped divino todos sus secretos, y su acción sobre las almas es el
resultado práctico de sus confidencias con el Autor de la vida.
Nuestro admirable Pontífice y Padre, Pío X, el Papa de la comunión frecuente es
también el Papa de la vida interior. Instaurare omnia in Christo ha sido
la primera palabra que dirigió, programa de un apóstol que vive de la Eucaristía
y no aprecia más triunfos de la Iglesia que los progresos de las almas en la
vida eucarística.
¿Por qué las obras de nuestro tiempo, tan variadas, pero tan estériles, no han
regenerado la sociedad? Confesémoslo una vez más; su número es mayor que el de
los siglos pasados y, sin embargo, no han logrado impedir que la impiedad
arrasara en proporciones alarmantes el campo del padre de familias. ¿Por qué?
Porque no están suficientemente en-quistadas en la vida interior, en la
vida eucarística ni en la vida litúrgica bien entendida. Los
hombres de obras que las dirigen pudieron explayar en ellas su filosofía, su
talento y su piedad hasta cierto punto; lograron lanzar algunas llamaradas de
luz y adoptar algunas prácticas de devoción. Pero como no bebieron de la
fuente de la vida, no pudieron irradiar el calor que doblega las voluntades.
En vano hubieran pretendido despertar esas abnegaciones ocultas, pero
irresistibles, ni esos fermentos activos de las colectividades, ni esos focos de
atracción sobrenatural, que son irreemplazables, y que silenciosa y
constantemente propagan el incendio en su torno y penetran con lentitud, pero
con seguridad, en todo género de personas que están a su alcance. Su vida en
Jesús era muy débil para alcanzar esos resultados.
En siglos pasados bastaba una piedad ordinaria para preservar a las almas del
contagio del mal. Pero para el virus actual, que tiene una violencia
centuplicada, inoculada por los incentivos del mundo, se precisa un suero
vivificador mucho más enérgico. Por carecer de laboratorios capaces de producir
contravenenos eficaces, las obras se han limitado a provocar un fervor
sentimental manifestado en grandes arranques que se extinguían a poco de nacer,
o cuando han logrado mejores frutos, se redujeron a exiguas minorías. Los
seminarios y noviciados no han producido esos enjambres de sacerdotes,
religiosos y religiosas, bien embriagados del vino eucarístico. Por eso, el
fuego que por su conducto debía transmitirse a los seglares piadosos,
consagrados a las obras, ha quedado en estado latente. La Iglesia ha contado, no
hay duda, con apóstoles evangélicos formados por la vida eucarística, en esa
piedad integral, en esa guarda del corazón y en ese celo ardiente, activo,
generoso y práctico, que se llama la vida interior.
No es raro calificar de buena y hasta excelente, a una parroquia,
porque la gente saluda con respeto al sacerdote, le responde con cortesía, le
manifiesta sus simpatías y hasta le presta algunos servicios, aunque la mayor
parte de los feligreses trabaje los domingos en vez de ir a misa y no frecuente
los sacramentos, con una ignorancia de la Religión pareja de las intemperancias
y blasfemias que se escuchan, con el consiguiente quebranto de la moral. ¡Qué
desgracia! ¿Y a eso se llama excelente Parroquia? ¿Pueden denominarse cristianos
los que hacen una vida totalmente pagana?
¿Por qué nosotros, los obreros evangélicos, que lamentamos esos resultados no
vamos con más frecuencia a esa escuela donde el Verbo instruye a los
predicadores? ¿Por qué no hemos ido a beber la palabra de vida más a fondo, en
esa intimidad de corazones con el Dios de la Eucaristía? Como Dios no hablaba
por nuestra boca, ha sido fatal el resultado. No nos extrañemos más de la
esterilidad de nuestra palabra.
Las almas no han visto en nosotros el reflejo de Jesús y de su vida en la
Iglesia. Para que el pueblo hubiera depositado su fe en nosotros, habría sido
preciso que circundase nuestra frente una brillante aureola, a manera de aquella
que fulguraba en las sienes de Moisés cuando descendía del Sinaí y llegaba a los
israelitas. Aquella aureola era a los ojos de los hebreos, un testimonio de la
intimidad del embajador con quien le enviaba. Para el eficaz desempeño de
nuestra misión, hubiera sido preciso que apareciéramos ante los demás, no
solamente como hombres probos y convencidos, sino iluminados por un rayo de la
Eucaristía que descubriese al pueblo, al Dios viviente en nosotros, a quien nada
resiste.
Retóricos, tribunos, conferenciantes, catequistas y profesores, hemos cumplido a
medias nuestra labor, por no haber reflejado la intimidad de Dios.
Al lamentar los fracasos de nuestras obras, los apóstoles, que sabíamos que en
último término el hombre es arrastrado por el deseo de la felicidad,
preguntémonos si se vio en nosotros irradiación de la dicha eterna e infinita
de Dios, que nos hubiera dado la unión con Aquel que, oculto en el
Tabernáculo, es la Alegría de la Corte celestial.
El Maestro tenía bien presente este alimento de la alegría tan necesario a los
apóstoles: Haec locutus sum vobis ut gaudium meum sit in vobis et gaudium
vestrum impleatur , les dijo acabada la cena, para recordarles hasta qué
punto será la Eucaristía el manantial de todas las grandes alegrías de la
Tierra.
Ministros del Señor, para quienes el Tabernáculo estaba mudo, el ara frío y la
Hostia casi inerte, debimos dejar abandonadas las almas en sus caminos de
perdición. ¿Cómo hubiéramos podido sacarlas del fango de los placeres
prohibidos? Sin embargo, hemos hablado algunas veces de las alegrías de la
Religión y de la buena conciencia. Pero como no supimos llegar hasta la saciedad
al beber las aguas vivas del Cordero, no alcanzamos sino a tartamudear cuando
hablábamos de aquellas alegrías inefables, cuyas ansias, despertadas por
nosotros, hubieran roto las cadenas de la triple concupiscencia, mucho mejor que
las frases más terribles sobre el infierno.
Hemos presentado ante las almas ese Dios que es todo Amor, como un legislador
austero y un juez inexorable en la sentencia y riguroso en el castigo, y nos
hemos callado el lenguaje del Corazón de Aquel que tanto ama a los hombres,
porque nuestras efusiones con su Corazón eran tan raras como superficiales.
No carguemos la culpa a la inmoralidad de la sociedad, aunque sea muy grande,
porque podemos comprobar la moralización operada en parroquias mucho tiempo
descristianizadas, por la dirección de sacerdotes juiciosos, activos, abnegados,
competentes y, sobre todo, amantes de la Eucaristía. A despecho de todos los
esfuerzos de los ministros de Satanás, esos sacerdotes, pocos por desgracia,
facti diabolo terribiles, sacando la fuerza de la fragua de la fuerza, de
las ascuas del Tabernáculo, han sabido templar sus armas, tan invencibles, que
todos los demonios conjurados no han podido quebrantarlas.
La oración que hacían al pie del Altar no fue estéril, porque pudieron
comprender estas palabras de San Francisco de Asís: La oración es la fuente
de la gracia. La predicación es el canal que distribuye las gracias que hemos
recibido del cielo. Los ministros de la palabra de Dios han sido escogidos por
El Gran Rey para llevar a los pueblos lo que ellos aprendieron y recogieron de
sus labios, SOBRE TODO AL PIE DEL TABERNÁCULO.
Lo que más alienta nuestra esperanza es ver actualmente una generación de
hombres consagrados a las obras, que no se contentan con organizar brillantes
comuniones, sino que saben despertar en las almas la verdadera práctica de la
comunión frecuente.
QUINTA PARTE
ALGUNOS PRINCIPIOS Y AVISOS PARA
LA VIDA INTERIOR
1. Consejos a
los hombres de obras para la vida interior
CONVICCIONES
El celo no es eficaz sino en la medida en que se le agrega la acción de
Jesucristo.
Jesucristo es el agente principal; nosotros somos sólo los instrumentos.
Jesucristo niega su bendición a las obras en que el hombre confía únicamente en
sus propios recursos.
Jesucristo no bendice aquellas obras sostenidas por sola la actividad natural.
Jesucristo no bendice las obras en que el amor propio reemplaza al amor divino
Desgraciado el que resiste, cuando Dios le llama a determinadas obras.
Desgraciado quien se entrega a las obras sin asegurarse de la voluntad de Dios.
Desgraciado el que pretende gobernar las obras con independencia de Dios.
Desgraciado aquel que en el ejercicio de las obras no toma sus medidas para
conservar o recobrar la vida interior.
Desgraciado quien no sabe poner orden en sus vidas interior y activa, para que
no se perjudiquen mutuamente.
PRINCIPIOS
Primer principio. — No lanzarse a las obras llevado exclusivamente de la
actividad natural, sino consultar a Dios, para llegar al convencimiento de que
nos impulsa la inspiración de la gracia y la expresión moralmente cierta de su
voluntad.
Segundo principio. — Es imprudente y perjudicial permanecer durante mucho tiempo
envuelto en ocupaciones excesivas que pudieran dejar al alma en un estado
incompatible con los ejercicios esenciales de la vida interior. En ese caso,
sobre todo los sacerdotes y religiosos, deben aplicar, aun a las obras más
santas, el Erue a te et projice abs te
Tercer principio.—- Ha de imponerse y observarse si es preciso con violencia,
ante el desbordamiento irrefrenable de la vida activa, un reglamento que
determine el empleo habitual del tiempo, hecho con el asesoramiento de un
sacerdote prudente, interior y experimentado.
Cuarto principio. — Para provecho propio y ajeno, hay que cultivar sobre todo la
vida interior. A mayor ocupación, mayor necesidad de esa vida. Por consiguiente,
hay que fomentar la sed de esa vida y poner los medios necesarios para que esa
sed no se convierta en uno de esos deseos estériles que Satanás explota con
tanta habilidad, para cloroformizar a las almas y dejarlas en la ilusión.
Quinto principio. — Cuando el alma se encuentra accidentalmente, por voluntad de
Dios, muy ocupada y en la imposibilidad moral de prolongar sus ejercicios de
piedad, posee un termómetro infalible que le indicará si se mantiene
VERDADERAMENTE en el fervor. Si tiene verdadera sed de vida interior, y
aprovecha todas las ocasiones que se le presentan para cumplir las prácticas
esenciales, puede estar tranquila y contar con gracias especiales que Dios le
reserva; ellas le darán la fuerza suficiente para avanzar en la vida espiritual.
Sexto principio. — Mientras el hombre de acción no ha llegado a conservarse en
el recogimiento y dependencia de la gracia que deben acompañarle en todas
partes, se encuentra en un estado insuficiente de vida interior. Para ese
recogimiento necesario no hay que hacer esfuerzos. Basta una mirada más bien del
corazón que del espíritu. Mirada segura, justa y penetrante, para conocer si en
medio de nuestra actividad seguimos bajo la influencia de Jesús.
CONSEJOS PRÁCTICOS
1.° Fijar en el espíritu la convicción de que sin el Reglamento de que hemos
hablado, y sin una voluntad firme de observarlo habitualmente, y en particular
en cuanto a la HORA DE LEVANTARSE, determinada rigurosamente de antemano, el
alma NO PUEDE vivir la vida interior.
2. ° Fundamentar la vida interior, como en un elemento indispensable, en la
oración de la mañana. "Aquel —dice Santa Teresa— que está resuelto, cueste lo
que cueste, a hacer todas las mañanas media hora de oración, ha recorrido la
mitad de la jornada". En cambio, día sin oración, casi invariablemente, es día
de tibieza.
3. ° La Misa, la Comunión, el rezo del Breviario y las funciones litúrgicas son
minas incomparables de vida interior y deben ser explotadas con una fe y un
fervor siempre crecientes.
4. ° El examen particular y general, han de enderezarse, así como la Oración y
la Vida litúrgica, a la Guarda del corazón, por medio de la cual se realiza el
Vigilate et orate. El alma, atenta a lo que pasa en su interior y a la presencia
de la Santísima Trinidad en si, adquiere el instinto de recurrir a Jesús en todo
momento, y especialmente cuando sospecha que corre peligro de disipación o
decaimiento.
5. ° De esto se sigue la necesidad de las comuniones espirituales y
jaculatorias, que son verdaderas oraciones, muy fáciles de hacer cuando hay
buena voluntad, aun en medio de las ocupaciones más absorbentes, y que al mismo
tiempo admiten una variedad muy grande aplicándolas a las necesidades especiales
del momento presente, a las circunstancias en que se encuentre, a los peligros,
dificultades, laxitud, defecciones, etc.
6. ° El estudio de la Sagrada Escritura, y especialmente del Nuevo Testamento,
debe formar parte de toda vida sacerdotal, todos los días o varias veces por
semana. La lectura espiritual de la tarde es un deber cotidiano que cumple toda
alma generosa. El espíritu necesita refrescar la memoria de las verdades
sobrenaturales, de los dogmas generadores de la piedad y de sus consecuencias
morales, que se olvidan tan fácilmente.
7. ° Gracias a la guarda del corazón, que será como la preparación remota de la
confesión semanal ésta podrá estar revestida de una contrición sincera, un dolor
verdadero y un firme propósito, cada vez más leal y resuelto.
8. ° Los ejercicios anuales son muy útiles, pero insuficientes. El retiro
mensual (de un día entero, o medio día por lo menos), con el cual el alma
adquiere el equilibrio que iba a perder, es casi indispensable al hombre de
obras.
2. La Oración, elemento indispensable de la Vida interior y, por
consiguiente, del Apostolado
Un deseo vago de
vida interior, sentido a causa de la rápida lectura de un volumen, no daría
NINGÚN RESULTADO.
Es preciso fijar ese deseo en una resolución precisa, ardiente y práctica.
Muchas personas de obras nos han pedido que les facilitemos los medios de
realizar sus propósitos de llevar vida interior, exponiendo algunas resoluciones
generales.
Satisfacer esos deseos es agregar una suerte de apéndice a ese volumen.
Lo haremos, sin embargo, con gusto, persuadidos por una parte de que ningún
hombre de obras, sea sacerdote o seglar, sacará provecho de la lectura de este
libro si no está resuelto a dedicar todas las mañanas unos instantes a la
oración mental, y por otra, de que todo sacerdote, para progresar en la vida
interior, debe utilizar la Vida litúrgica y ejercitarse en la Guarda del
corazón.
Creemos que será más práctico exponer estos tres puntos en forma de resoluciones
personales.
No presumimos de enseñar un método nuevo de oración; nos limitamos a extraer el
meollo de los métodos mejores.
RESOLUCIÓN DE ORAR
YO QUIERO SER FIEL A LA RESOLUCIÓN DE HACER ORACIÓN TODAS LAS MAÑANAS
I. ¿SE IMPONE ESTA FIDELIDAD?
Yo, SACERDOTE, escuché en los ejercicios espirituales que precedieron a mi
ordenación estas graves palabras: Sacerdos, alter Christus y entendí entonces,
que de no vivir especialmente de Jesús, no sería un sacerdote según su corazón,
ni un alma sacerdotal.
Yo, SACERDOTE, debo vivir en la intimidad de Jesús. Él lo espera de mí. Jam non
dicam vos servos... Vos autem dixi amicos
Pero MI VIDA CON JESÚS, Principio, Medio y Fin, se desarrolla en la medida en
que El es la Luz de mi razón y de todos mis actos internos y externos; el AMOR
que regula todas las afecciones de mi corazón; mi FUERZA en las pruebas, luchas
y obras. Y el ALIMENTO de esa Vida sobrenatural que me permite participar de la
misma vida de Dios.
Ahora bien; esa Vida con Jesús, ASEGURADA POR MI FIDELIDAD A LA ORACIÓN., es
moralmente IMPOSIBLE sin oración.
¿Me negaré a hacerla sabiendo que mi negativa es un ultraje al Corazón de Aquel
que me ofrece este Medio de vivir en amistad con Él?
Otro aspecto importante, aunque negativo, de la necesidad que tengo de hacer
oración: Según la Economía del Plan divino, la oración es EFICAZ para evitar los
peligros inherentes a mi fragilidad, a mis relaciones con el mundo y a algunas
de mis obligaciones.
La oración me revestirá de una armadura de acero, que me hará INVULNERABLE a las
flechas del enemigo. Sin oración, ellas se me clavarán seguramente. Por tanto,
muchas faltas que no advierto, o de que apenas me doy cuenta, me serán imputadas
en su causa.
"El sacerdote que está en contacto con el mundo,
SI NO ORA, CORRE UN GRAN PELIGRO DE CONDENARSE, decía sin titubear el piadoso,
docto y prudente P. Desurmont, uno de los más experimentados predicadores de
Retiros eclesiásticos.
A su vez el Cardenal Lavigerie, escribe: "Para el apóstol no hay término medio
entre la santidad adquirida, o al menos deseada y fomentada (sobre todo con la
oración diaria), y la perversión progresiva."
Todo sacerdote puede aplicar a la oración que hace, estas palabras Inspiradas
por el Espíritu Santo al Salmista: Nisi quod LEX TUA MEDITATIO mea est, tunc
forte PERIISSEM IN humilitate mea . Pero esta ley impone al sacerdote la
obligación hasta de reproducir el espíritu de Jesucristo.
UN SACERDOTE VALE LO QUE SU ORACIÓN. DOS CATEGORÍAS DE SACERDOTES:
1. ° Los sacerdotes que tienen la resolución firme de ni siquiera retrasar la
oración con el pretexto de conveniencia, ocupaciones, etc. Únicamente en algún
caso RARÍSIMO de fuerza mayor, la dejarán para hacerla más tarde durante la
mañana. Pero nada más.
Estos verdaderos sacerdotes tienen el empeño decidido de obtener resultados
apreciables de su oración, que distinguen de la acción de gracias de la Misa, de
la lectura espiritual y, a fortiori, de la preparación de un sermón.
Estos poseen la santidad deseada eficazmente. Mientras sigan así, su Salvación
está moralmente asegurada.
2. ° Los sacerdotes que sólo tienen una semi-resolución de hacer oración, y la
retrasan y omiten con facilidad, desnaturalizando su fin o no haciendo esfuerzo
alguno para alcanzarlo.
CONSECUENCIA: tibieza, ilusiones sutiles, embotamiento de conciencia o
conciencia falsa... Peligro de resbalar hacia el abismo.
¿A cuál de estas dos categorías quiero pertenecer? Si dudo en la elección es que
no hice bien los ejercicios espirituales.
Todo se encadena. Si abandono la media hora de oración de la mañana, pronto la
Santa Misa, y por tanto la Comunión, no me serán de provecho personal, y podrán
hasta imputárseme a pecado. El rezo penoso y casi mecánico del Breviario no será
la cálida y alegre expresión de mi Vida litúrgica. Abandonaré la vigilancia, el
recogimiento y, por tanto, las jaculatorias. Y, desgraciadamente, también la
lectura espiritual. Mi apostolado irá perdiendo en fecundidad. Ni haré un examen
sincero de mis faltas, y mucho menos el examen particular. Mis confesiones
SERÁN DE RUTINA O TAL VEZ DUDOSAS, y EL SACRILEGIO...
¡no se hará esperar!
La ciudadela, cuya defensa va abandonándose día por día, acabará por ser
entregada al asalto de una legión de enemigos. Comenzarán por abrir brechas en
ella, y acabará todo en un montón de ruinas.
II. ¿QUÉ DEBE SER MI ORACIÓN?
ASCENSIO MENTÍS IN DEUM . "Esa ascensión, dice Santo Tomás, por ser un acto de
la razón, no especulativa, sino práctica, supone un acto de la voluntad."
CONSECUENCIA:
La Oración mental es un VERDADERO TRABAJO, sobre todo para los principiantes.
Trabajo para desprenderse un instante de todo lo que no es Dios. Trabajo para
permanecer media hora fijo en Dios y hacer un nuevo arranque camino del Bien.
Trabajo penoso, indudablemente, al principio, pero que quiero aceptar con
generosidad. Trabajo que, por lo demás, pronto será coronado con el mayor
consuelo de este mundo, que es la paz en la amistad y unión con Jesús.
"La oración, dice Santa Teresa, es una conversación amistosa, en la cual el
alma, habla de corazón a corazón, con Aquel de quien se siente amada."
CONVERSACIÓN CORDIAL. — Sería impío suponer que ese Dios que pone en mi espíritu
la necesidad, a veces el atractivo y hasta la imposición de esa conversación, no
va a facilitármela. Hasta cuando abandono algún tiempo a Jesús, me llama con
ternura, ofreciéndome una asistencia ESPECIAL por medio del Lenguaje de la Fe,
Esperanza y Caridad, que debe constituir mi Oración, según el pensamiento de
Bossuet.
¿Osaré resistir a ese llamamiento de un padre que está invitando al hijo pródigo
a escuchar sus palabras y a tener una expansión filial, abriéndole el corazón
para unir sus latidos a los del Corazón de su Padre?
CONVERSACIÓN SENCILLA. — Procederé con naturalidad, hablando al Señor si soy
tibio, como tibio o como pecador, o como pródigo o como ferviente. Le mostraré
el estado de mi alma con candidez infantil, hablándole un lenguaje que sea la
expresión sincera de mi estado.
CONVERSACIÓN PRÁCTICA. — El herrero mete el hierro en la fragua, no para darle
brillo ni para convertirlo en un ascua, sino para hacerlo maleable.
De la misma manera, la oración ilumina mi inteligencia y enciende mi corazón
para dar flexibilidad a mi alma, trabajarla y quitarle las aristas del hombre
viejo, modelándola con las virtudes y dándole la forma de Jesucristo.
Esa conversación mía con Jesús elevará mi alma hasta su santidad para formarla
a imagen y semejanza suya. Tu Domine Jesu. Tu Ipse manu mitissima,
misericordissima, sed tamen fortissima formans ac pertractans cor meum .
III. ¿CÓMO HARÉ LA ORACIÓN?
Para realizar en mí la definición y el fin de la oración, seguiré este camino
lógico. Empezaré por abrir mi razón y, sobre todo, mi Fe y mi corazón a Jesús
cuando me enseñe una verdad o una virtud. Avivaré la sed de armonizar mi alma
con el ideal que he columbrado. Deploraré lo que haya en mí en oposición con el
ideal. Me decidiré a saltar por toda clase de obstáculos que pudiera prever. Y,
persuadido de que nada puedo de mi cosecha, alcanzaré con mis súplicas la gracia
eficaz para poner en práctica estos propósitos.
Como un viajero extenuado, muerto de sed, busco dónde mitigarla. Por fin, VIDEO
. Veo una fuente. Pero brota de una roca escarpada... SITIO. Cuanto más miro sus
aguas cristalinas, que me aliviarían para poder seguir mi camino, más se me
acentúa el deseo de apagar la sed, a pesar de los obstáculos que me lo impiden.
VOLO. Quiero, cueste lo que cueste, llegar a la fuente y hacer toda clase de
esfuerzos para lograrlo. Pero, desgraciadamente, tengo que confesar que no
puedo... VOLO TECUM. Un guía se me presenta. Está esperando a que solicite su
ayuda, para prestármela. Carga conmigo hasta en los pasos más difíciles.
Inmediatamente bebo todo lo necesario para apagar la sed.
Esto ocurre con las Aguas vivas de la gracia que brotan del Corazón de Jesús.
La Lectura espiritual que hago por las tardes, elemento preciso de vida
interior, reaviva en mí el deseo de hacer oración al día siguiente. MOMENTOS
ANTES DE ACOSTARME, preveo de un modo sumario, pero neto y vivo, los puntos de
la oración del día siguiente y el fruto que deseo obtener, y avivo delante de
Dios el deseo de aprovecharme .
LLEGADA LA HORA DE LA ORACIÓN , quiero desprenderme de todo lo terreno y hacer
UN ESFUERZO DE IMAGINACIÓN para representarme alguna escena viva que me borre
las preocupaciones, distracciones, etcétera .
Será una representación rápida, hecha a grandes rasgos, lo suficientemente viva
para que pueda impresionarme y PONERME EN PRESENCIA de Dios, cuya Actividad,
hecha toda de Amor, quiere envolverme y penetrarme. De esta manera, estoy en
comunicación con un INTERLOCUTOR VIVIENTE .
ADORABLE Y AMABLE
Al punto hago una adoración profunda. Esto se impone.
Anonadamiento, contrición, declaración de dependencia, oración humilde y
confiada para que Dios bendiga ese rato que he pasado con Él .
VIDEO
ENTREGADO a tu Presencia viviente, oh Jesús mío, y desprendido del orden
puramente natural, comenzaré estos momentos con el LENGUAJE DE LA FE, que es más
fecundo que los análisis de la razón. A este fin, leo o recuerdo los puntos de
la oración. Los resumo, concentrando en ellos la atención.
Eres tú, oh Jesús mío, quien me habla y enseña esta verdad. Quiero reavivar y
aumentar mi Fe en eso que me presentas como absolutamente cierto, porque está
fundado en tu Veracidad.
Y tú, alma mía, no te canses de repetir: CREO. Sigue repitiéndolo con más
fuerza. Como el niño que lee muchas veces la lección, repite tú también muchas
veces que prestas tu adhesión a esa doctrina y a las consecuencias que tiene
para ti en la Eternidad ... Oh Jesús mío, eso es cierto, absolutamente cierto.
Lo creo. Quiero que ese rayo de Sol de la Revelación sea el faro que me guíe en
el día de hoy. Dame una Fe más ardiente todavía.
Inspírame deseos vehementes de vivir de ese Ideal y una santa cólera contra
cuanto se le oponga. Quiero devorar ese alimento de Verdad y asimilármelo.
Si, a pesar de ese avivamiento de la Fe que debo hacer durante algunos minutos
permaneciere frío ante la verdad que se me presenta, no insistiré más. Te diré,
mi buen Maestro, mi pena por esta impotencia mía, y te suplicaré que suplas a
ella.
SITIO
De la frecuencia y, sobre todo, de la energía de mis actos de Fe, verdadera
participación en la Luz de la Inteligencia divina, dependerá el grado de amor de
mi corazón, LENGUAJE DE LA CARIDAD AFECTIVA.
Las AFECCIONES, espontáneas o nacidas de mi voluntad, son flores depositadas por
mi alma de niño, a los pies de Jesús que le habla: Adoración, gratitud, amor,
alegría, adhesión a la voluntad divina y desprendimiento de lo demás, aversión,
odio, temor, cólera esperanza y abandono.
MI corazón escoge uno o varios de esos sentimientos y se penetra de ellos,
expresándooslos, Jesús mío, y repitiéndolos muchas veces con ternura y lealtad
y, sobre todo, con sencillez.
Si la sensibilidad me ofrece su concurso, lo acepto. Puede reportarme alguna
utilidad, aunque no me es necesario. Un amor tranquilo y profundo es más seguro
y de mayor fecundidad que las emociones superficiales, las cuales ni dependen de
mí ni son el termómetro de la oración fructuosa y verdadera. Lo que siempre
depende de mi y me Importa sobre todo, es el esfuerzo para sacudir el
embotamiento del corazón y obligarle a decir: Dios mío, quiero unirme a Vos.
Quiero anonadarme en vuestra presencia. Quiero expresaros mi gratitud y la
alegría que siento en cumplir vuestra voluntad. No quiero mentir más, al deciros
que os amo y que detesto lo que Os hiere, etc.
Dentro de la lealtad de mis esfuerzos, mi corazón puede quedar frío y no
expresar, sino tibiamente, sus afecciones. Entonces, Jesús mío, te expresaré con
toda ingenuidad mi humillación y mis deseos... Y prolongaré reflexivamente mis
quejas, persuadido de que con estos gemidos que exhalo en tu presencia por mi
esterilidad, adquiero un derecho especial a unirme de manera eficacísima, aunque
seca, ciega y fría, a las afecciones de tu divino Corazón.
Qué bello es, Jesús mío, el Ideal que veo en Ti. Pero, ¿está mi vida en armonía
con ese Ejemplar perfecto? Voy a averiguarlo bajo tu profunda mirada, oh divino
Interlocutor, que eres ahora todo Misericordia, y serás Justicia estricta cuando
me presente a Ti en el juicio particular, en que de un solo golpe de vista
escrutarás los móviles más secretos de todos los actos de mi existencia.
¿Vivo de ose Ideal? Si muriera en este instante, ¿no encontrarías, oh Jesús mío,
que mi conducta estaba en contradicción con él?
¿En qué puntos deseas, mi buen Maestro que me corrija? Ayúdame a descubrir los
obstáculos que se oponen a que te imite: las causas internas o externas, y las
ocasiones próximas o remotas de mis caídas.
La vista de mis miserias y dificultades me obliga, Redentor adorado, a
expresarte con todo mi corazón, confusión, dolor, tristeza, amargo
arrepentimiento, sed ardiente de portarme mejor, ofrecimiento generoso y sin
reservas de mi ser. Volo placeré Deo in omnibus .
VOLO
Doy un nuevo avance en la escuela del QUERER.
Es el LENGUAJE DE LA CARIDAD EFECTIVA. Las afecciones han despertado en mí el
deseo de corregirme. Conozco los obstáculos que me lo impiden. Ahora me toca
decir: Quiero vencerlos. El ardor con que diga y repita: QUIERO, depende, Jesús
mío, de mi fervor en repetir: Creo, amo, me arrepiento, detesto.
Si alguna vez no pronuncio ese VOLO con la energía que fuera de desear, oh mi
buen Jesús, lamentaré esa falta de voluntad y, en lugar de perder aliento, no me
cansaré de repetir cuánto deseo participar de la generosidad que tuviste en el
servicio de tu Padre.
A la resolución general que he formado de trabajar en mi satisfacción y en amor
de Dios, agrego la de aplicar la oración que haga, a las dificultades,
tentaciones y peligros del día. Pero mi empeño principal estriba en formar
nuevamente, con un amor más vivo, LA RESOLUCIÓN que constituye el objeto del
examen particular (defecto que debo combatir; virtud que he de practicar). Y la
robustezco con motivos sacados del Corazón del Maestro. Procediendo como
verdadero estratega, determino los medios con los cuales podré asegurar su
ejecución, previendo las ocasiones y preparándome a la lucha.
Si me veo en una ocasión especial de disipación, inmortificación, humillación,
tentación o decisión grave, procuraré estar vigilante, ser enérgico en cumplir
mi deber y, sobre todo, me uniré con Jesús y acudiré a María.
Si, a pesar de esas precauciones, llegase a caer, ¡qué abismo existiría entre
estas caídas por sorpresa y las otras! Atrás la cobardía; yo sé que doy gloria a
Dios con la perpetua renovación de mis propósitos, para ser más decidido, para
desconfiar de mí y para acudir a Él en mis súplicas. El éxito no se logra sino a
este precio.
VOLO TECUM
Exigir a un cojo que ande derecho, es menos absurdo que pretender ser santo sin
Ti, oh Salvador mío (San Agustín).
¿Por qué mis resoluciones han quedado estériles, sino porque el Omnia possum no
ha nacido del In eo qui me confortat? . Llego ya al punto, en cierto sentido, el
más importante de mi oración: la SÚPLICA o el LENGUAJE DE LA ESPERANZA.
Nada puedo, oh Jesús mío, sin tu gracia. Por ningún título merezco esa gracia
tuya. Pero sé que mis súplicas no te fatigan, antes determinan la medida de tu
socorro y reflejan la sed que tengo de estar contigo, la desconfianza en mí y la
confianza ilimitada, hasta loca, en tu Corazón. Como la Cananea me arrodillo a
tus pies, oh Bondad infinita. Con su insistencia, toda esperanza y humildad, te
pido no unas migajas, sino la verdadera participación en el festín de que has
dicho: Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre.
La gracia me ha hecho miembro de tu Cuerpo místico, y así participo de tu Vida y
méritos y oro por Ti, oh Jesús mío. ¡Padre Santo!, te suplico por la Sangre que
grita misericordia. ¿Rechazarás mis plegarias? Elevo hasta Ti un grito de
pordiosero, ¡oh riqueza inagotable! Exaudi me, quoniam inops et pauper sum ego .
Revísteme de tu Fortaleza y glorifica tu Poder en mi debilidad. Tu Bondad, tus
promesas, y méritos, oh Jesús, juntamente con mi misericordia y mi confianza,
son los únicos títulos de mi demanda para obtener, por mi unión contigo, la
guarda del corazón y la fortaleza en el día de hoy.
Si apareciera algún obstáculo o tentación, o algún sacrificio que debo imponer a
mis facultades, el texto o pensamiento que guardo en mi memoria como Ramillete
espiritual, me hará respirar el perfume de la oración, que ha envuelto a mis
resoluciones, y otra vez en este momento lanzaré el grito de la Súplica eficaz.
Este hábito, fruto de mi oración, será también su piedra de toque: A fructibus
cognoscetis.
* * *
Cuando llegare a VIVIR DE FE Y DE SED HABITUAL DE DIOS, el trabajo del Video
quedará suprimido algunas veces; el Sitio y el Volo surgirán desde el principio
de la oración que emplearé en producir afectos y ofrecimientos, en robustecer
mis resoluciones y en suplicar ante Jesús directamente, o por medio de María
Inmaculada, a los Ángeles y Santos, una unión más íntima y constante con la
Voluntad divina.
El Santo Sacrificio me espera. Me he preparado con la Oración. Mi participación
en el Calvario en nombre de la Iglesia y la comunión que haga, serán como la
continuación . En la acción de gracias extenderé mis súplicas a los intereses de
la Iglesia, a las almas que se me han encomendado, a los difuntos, a mis pobres,
parientes, amigos, bienhechores, enemigos, etc.
El rezo de las distintas horas del Breviario en unión con la Iglesia por Ella y
por mí, las jaculatorias frecuentes y encendidas, las comuniones espirituales,
el examen particular, la visita al Santísimo, la lectura espiritual, el rosario,
el examen general, etcétera, serán los jalones de mi camino, activarán mis
fuerzas y conservarán el aliento que tomé a la mañana, para que ninguno de los
actos que ejecutare en el día escape a la acción de Nuestro Señor. Gracias a
este aliento, el RECURSO FRECUENTE en un principio, y más tarde HABITUAL a
Jesús, ya directo, ya por medio de su Madre, hará que cese la contradicción
existente entre la admiración que siento por su doctrina y mi vida de
emancipación; entre mi piedad y mi conducta.
* * *
Ahora reprimimos nuestro corazón que, en su deseo de ser útil a los hombres de
obras, quisiera consagrar aquí una atención especial al EXAMEN PARTICULAR.
Alargaríamos demasiado este volumen si realizáramos este pensamiento y, sin
embargo, de la lectura de Casiano y de otros Padres de la Iglesia, como también
de San Ignacio de Loyola, San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl, resulta
que los Exámenes particular y general son corolarios obligados de la Oración y
tiene relación con la Guarda del corazón.
De acuerdo con su director, el alma está resuelta a vigilar, durante la oración
más directamente, y después, en el transcurso del día, un defecto o una virtud,
que son el manantial de otros defectos o de otras virtudes.
A veces, un carro es arrastrado por varias caballerías. El conductor las sigue a
todas con los ojos. Pero en el centro del tiro va una a la cual el conductor
atiende con cuidado especial, porque sabe que, si se detiene o apresura
excesivamente, las otras se desvían.
El análisis que hacemos de nuestra alma por medio del examen particular, para
ver si avanzamos, retrocedemos o estamos parados, en un punto bien determinado,
no es otra cosa que un elemento de la guarda del corazón.
3. La Vida litúrgica, manantial de Vida interior, y, por tanto, de Apostolado
RESOLUCIÓN DE VIDA
LITÚRGICA
Con la Misa que celebro, el Breviario y las demás Funciones litúrgicas, quiero,
como MIEMBRO o EMBAJADOR de la Iglesia, unirme cada vez más a su Vida y
revestirme mejor de Jesús, y de Jesús- Crucificado, sobre todo si soy MINISTRO
SUYO.
I. ¿QUÉ ES LA LITURGIA?
Oh Jesús mío, te adoro como Centro que eres de la Liturgia. Tú das unidad a esa
Liturgia que puedo definir: el culto público, social y oficial que la Iglesia da
a Dios, y también: EL CONJUNTO DE MEDIOS QUE LA IGLESIA HA ESTABLECIDO, CON
ESPECIALIDAD EN EL MISAL, EL RITUAL Y EL BREVIARIO, CON LOS CUALES EXPRESA su
RELIGIÓN PARA CON LA SANTÍSIMA TRINIDAD, E INSTRUYE Y SANTIFICA LAS ALMAS.
Tú, alma mía, has de contemplar en el Seno mismo de la Santísima Trinidad la
LITURGIA ETERNA, mediante la cual las tres Personas se cantan entre sí, la Vida
divina y la santidad infinita, en ese himno inefable de la Generación del Verbo
y de la Procesión del Espíritu Santo. Sicut erat in principio...
Dios ha querido ser alabado fuera de sí. Creó los ángeles y en el cielo resuenan
sus aclamaciones, cuando dicen Sanctus, Sanctus, Sanctus. Ha creado el mundo
visible, que entona un himno a su poder: Coeli enarrant gloriam Dei.
Aparece Adán y comienza a entonar en nombre de la creación entera el himno de
alabanzas, eco de la Liturgia Eterna. Abel, Noé, Melquisedec, Abraham, Moisés,
el Pueblo escogido de Dios, David y todos los Santos del Antiguo Testamento, lo
cantan a porfía. La Pascua de los Israelitas, los sacrificios y holocaustos y el
culto solemne a Jehová en su templo, le dan una forma oficial. Himno imperfecto,
sin duda, sobre todo después de la caída: Non est speciosa laus in ore
peccatoris .
Sólo tú, Jesús, mío, eres el himno perfecto, por ser la gloria verdadera del
Padre. Nadie puede glorificarlo dignamente, sino por ti.
Per Ipsum et cum Ipso et
in Ipso est Ubi Deo Patri... onmis honor et gloria .
Tú eres el LAZO DE UNIÓN entre la
Liturgia y la tierra y el cielo, a la cual asocias directamente a tus elegidos.
Tu Encarnación ha unido de una manera sustancial y viviente, la humanidad y la
creación entera con la Liturgia divina. Así, Dios alaba a Dios. Alabanza plena y
perfecta que tiene su apogeo en el Sacrificio del Calvario.
Antes de dejar la tierra, divino Salvador, instituiste el Sacrificio de la Nueva
Ley para renovar tu inmolación. Has instituido también los Sacramentos, para
comunicar tu Vida a las almas.
Pero dejaste a la Iglesia el encargo de envolver el Sacrificio y los Sacramentos
en símbolos, ceremonias, exhortaciones y oraciones, etc., para dar un honor
mayor al misterio de la Redención, facilitando a los fieles su comprensión,
ayudándoles a sacar provecho de él y excitando en sus almas un respeto mezclado
de temor.
Has dado también a esa Iglesia la misión de continuar, hasta la consumación de
los siglos, la oración y la alabanza que tu Corazón no ha cesado de elevar a tu
Padre durante tu vida mortal, y que aún les ofrece incesantemente en el
Tabernáculo y en los esplendores de la gloria celestial.
Con el amor de Esposa que te profesa, con la solicitud de Madre que tu Corazón
puso en ella para con nosotros, la Iglesia ha realizado esta doble misión. Así
se han formado esas maravillosas compilaciones que encierran todos los tesoros
de la Liturgia.
Desde entonces, la Iglesia une sus alabanzas a las que los Ángeles y los
elegidos, hijos suyos,.dan a Dios en el Cielo. Así preludia su ocupación eterna.
Estas alabanzas y plegarias de la Iglesia se divinizan, por unirse con las del
Hombre-Dios, y la liturgia de la tierra viene a fundirse con las de las
jerarquías celestes en el Corazón de Jesús, para hacer eco en la Alabanza eterna
que brota del Foco de amor infinito que es la Santísima Trinidad.
II. ¿QUÉ ES LA VIDA LITÚRGICA?
¡Señor, las leyes que tu Iglesia no me piden estrictamente, sino la fiel
observación de los ritos y la pronunciación exacta de las palabras!
Pero no hay duda de que deseas que mi buena voluntad te ofrezca algo más.
Quieres que mi espíritu y mi corazón se aprovechen de las riquezas encerradas en
la Liturgia, para unirse más íntimamente a tu Iglesia, y llegar así a una unión
más estrecha contigo.
Arrastrado por el ejemplo de tus más fieles servidores, quiero, mi buen Maestro,
apresurarme a tomar asiento en el rico festín a que me convida la Iglesia,
seguro de encontrar en el Oficio divino y en las fórmulas, ceremonias, colectas,
epístolas, evangelios, etc., que acompañan al Santo Sacrificio de la Misa y a la
administración de los Sacramentos un alimento sano y abundante para el
desarrollo de mi vida interior.
Algunas reflexiones sobre la idea madre que relaciona entre sí los elementos
litúrgicos, y sobre los frutos que servirán para reconocer mis progresos, me
preservarán de las falsas ilusiones.
Cada uno de los ritos sagrados puede compararse a una piedra preciosa. Pero ¡qué
brillo y valor adquirirán los que se refieren a la Misa y al Oficio divino, si
sé engastarlos en ese conjunto maravilloso que se llama el Ciclo litúrgico! .
Si mi alma, durante un lapso de tiempo, se deja influir por un Misterio, y
alimenta la inteligencia y el corazón de cuanto la Sagrada Eucaristía y la
Tradición enseñan sobre él, orientada constantemente en el mismo orden de ideas,
ha de sentir forzosamente la influencia de una tal atención, y encontrar en los
sentimientos que le sugiere la Iglesia un alimento sabroso y sustancial para
provecharse de la gracia especial que Dios reserva para cada período y fiesta de
Ciclo litúrgico.
El misterio no se limita a penetrar en mi alma como una verdad abstracta,
asimilable por medio de la meditación, sino que se apodera de todo mi ser,
poniendo en movimiento mis facultades sensibles para moverme el corazón,
determinando mi voluntad a la acción.
No se reduce, pues, a un sencillo recuerdo del pasado ni a un simple
aniversario, sino que es un hecho, que tiene el carácter de un acontecimiento
presente, que la iglesia se aplica actualmente y en el cual tiene una
participación real.
En la época de Navidad, por ejemplo, al celebrar el advenimiento del Divino
Niño, mi alma puede decir al pie del altar: Hodie Christus natus est; hodie
Salvator apparuit, hodie in terra canunt Angeli .
En cada uno de los períodos del Ciclo Litúrgico, el Misal y el Breviario me
descubren una nueva irradiación del amor de Aquel que es nuestro Rey, Doctor,
Médico, Consolador, Salvador y Amigo. En el altar, del mismo modo que en Belén,
Nazaret o a orillas de Tiberíades, Jesús se nos muestra como Luz, Amabilidad,
Ternura y Misericordia, y sobre todo como el AMOR PERSONIFICADO, porque es el
SUFRIMIENTO PERSONIFICADO, el Agonizante de Getsemaní y el Reparador del
Calvario.
Así, la Vida Eucarística adquiere, por medio de la Liturgia, su pleno
desarrollo. Y tu Encarnación, ¡oh Jesús mío!, que ha hecho que Dios se nos
acerque, al mostrarlo visible en Ti, continúa prestándonos el mismo servicio en
cada uno de los misterios que celebramos.
De este modo, ¡oh Jesús mío!, comparto, gracias a la Liturgia, Tu vida y la de
la Iglesia. Con ellas asisto todos los años a todos los Misterios de tu Vida
oculta, pública, dolorosa y gloriosa, recogiendo los frutos de estas vidas
tuyas. Además, las fiestas periódicas de Nuestra Señora y de los Santos que
mejor imitaron tu Vida interior, me ofrecen con tu ejemplo un aumento de luz y
fuerza para reproducir en mi conducta tus virtudes e inculcar en el alma de los
fieles el espíritu del Evangelio.
¿Cómo realizaré en mi Apostolado los deseos del Papa Pío X, y cómo podrán los
fieles, con mi concurso, participar activamente de los Santos Misterios y de la
Oración Pública y solemne de la Iglesia, que es, según el Papa, el MANANTIAL
PRIMERO E INDISPENSABLE del verdadero espíritu cristiano , si yo mismo paso
junto a los tesoros de la Liturgia sin sospechar siquiera las maravillas que
encierran?
Para mejor unificar mi vida espiritual y tener una unión más íntima con la vida
de la Iglesia, procuraré relacionar en lo posible con la Liturgia mis ejercicios
de piedad. Por ejemplo, escogeré aquellos puntos de meditación que estén en
relación con tal período o fiesta del Ciclo litúrgico; en las Visitas que haga
al Santísimo reflexionaré, según la época del año, en el Niño Jesús, en su
pasión, en su vida gloriosa o en su vida en la Iglesia, etc. La lectura
espiritual hecha sobre un Misterio o la vida de un Santo en el día de su fiesta,
completarán este plan dé espiritualidad litúrgica.
¡Maestro adorable!, presérvame de las FALSIFICACIONES o ALTERACIONES DE LA VIDA
LITÚRGICA, porque son perjudiciales a toda vida interior, sobre todo en cuanto
atenúan el combate espiritual.
Presérvame de esa piedad que hace consistir la Vida litúrgica en una poesía
sugestiva, o en el estudio ameno de la arqueología; presérvame de la piedad que
pudiera inclinarme al quietismo y a su secuela, que es la debilidad y cobardía
para todo lo que es el aguijón de la vida espiritual: temor, esperanza, deseo de
salvarme y adquirir la perfección, lucha contra los defectos propios y trabajo
por adquirir la virtud.
Haz que arraigue en mí la convicción de que en esta época de tantas ocupaciones
que nos absorben con tantos peligros, la Vida litúrgica, aun la más perfecta, no
pueden dispensar a nadie de la Oración de la mañana.
Aleja de mí el Sentimentalismo y la "Sensiblería piadosa", que hacen consistir
la Vida litúrgica en impresiones y emociones, dejando a la voluntad esclava de
la imaginación y la sensibilidad.
Esto no significa que tú me exijas que sea insensible a la belleza y poesía de
la Liturgia. Al contrario. Precisamente con sus cantos y ceremonias, tu Iglesia
se dirige a nuestras facultades sensitivas para apoderarse más plenamente del
alma de sus hijos y ofrecer a su voluntad los verdaderos bienes, elevándolos así
con más seguridad y más facilidad y más totalmente a Dios.
Por consiguiente, puedo perfectamente saborear la saludable e inalterable
frescura de los Dogmas que la Liturgia pone de relieve; puedo entregarme a la
emoción de ese majestuoso espectáculo que ofrece una Misa mayor; saborear las
oraciones de la absolución, y los ritos tan tiernos del Bautismo, Extremaunción,
inhumación, etc., pero sin perder de vista que todos esos recursos de la
Liturgia no son sino medios para alcanzar el fin único de toda vida interior que
es: Hacer que muera el hombre viejo para que tú, ¡oh Jesús mío!, puedas vivir y
reinar en su lugar.
Conclusión última: Yo podré decir que poseo la verdadera Vida litúrgica, cuando,
penetrado del espíritu litúrgico, utilice la Misa, Oraciones y Ritos Oficiales
para acrecentar mi unión con la Iglesia; para que este acrecentamiento me haga
progresar en la participación de la Vida interior de Jesucristo y de sus
virtudes, y para mejor reflejarlo a los ojos de los fieles.
III. ESPÍRITU LITÚRGICO
Esta vida litúrgica, ¡oh Jesús mío!, supone una atracción especial por cuanto se
relaciona con el culto.
Tú das gratuitamente esta atracción a quienes te place. Otros son menos
privilegiados. Pero la lograrán, como te la pidan, ayudándose con el estudio y
reflexión. La meditación que haga más adelante sobre las ventajas de la Vida
litúrgica, avivará en mí la sed de adquirirla a todo precio. Por ahora me limito
a reflexionar sobre los caracteres que distinguen a esta Vida y le dan un lugar
importante en la espiritualidad.
Sólo el unirse, aunque sea de lejos, con la Iglesia y, por medio del pensamiento
y la intención, con tu Sacrificio, ¡oh Jesús mío!, y fundir las propias
oraciones con la Oración oficial e incesante de tu Iglesia, ¡qué cosa más grande
es! El corazón del simple bautizado vuela entonces con más seguridad hacia Dios,
llevado por tus alabanzas, adoraciones, acciones de gracias, reparaciones y
súplicas .
Tomar una parte activa, según las palabras taxativas del Papa Pío X, y cooperar
a los Santos Misterios y a la Oración pública y solemne por medio de una
asistencia piadosa e ilustrada y por la avidez en aprovecharse de las fiestas y
ceremonias, y mejor todavía ayudando a Misa, respondiendo al celebrante y
prestando su concurso al rezo o canto del Oficio divino, ¿no es acaso el medio
de entrar en comunicación más directa con el pensamiento de tu Iglesia y tomar
en su fuente primera e indispensable el verdadero espíritu cristiano? .
Pero, ¡oh, Santa Iglesia, qué noble misión es la de quien, en virtud de su
ordenación o de la profesión religiosa se presenta todos los días, unido a los
Ángeles y Bienaventurados, como tu Embajador de derecho ante el trono de Dios
para expresar la Oración oficial!
Y esta dignidad es incomparablemente más sublime, y por encima de toda
expresión, cuando yo, Ministro sagrado, me hago otro Tú mismo, ¡oh divino
Redentor mío!, en virtud de la administración de los Sacramentos y, sobre todo,
de la celebración del Santo Sacrificio de la Misa.
PRIMER PRINCIPIO. — Como MIEMBRO DE LA IGLESIA, debo tener la, convicción de que
cuando EN MI CALIDAD DE CRISTIANO tomo -parte en una ceremonia litúrgica, estoy
en unión con toda la Iglesia, no sólo por la Comunión de los Santos, sino en
virtud de una cooperación real y activa en un acto de religión que la Iglesia,
Cuerpo místico de Jesucristo, ofrece a Dios como Sociedad. Y con esta unión, la
Iglesia me facilita, con espíritu maternal, la formación de mi alma en las
virtudes cristianas .
Tu Iglesia, ¡oh Jesús mío!, forma una Sociedad perfecta cuyos miembros,
estrechamente unidos, están destinados a formar otra Sociedad más perfecta
todavía y más santa: la de los Bienaventurados.
Como cristiano, soy miembro de ese Cuerpo y Tú eres la Cabeza y la Vida. Así me
consideras, ¡oh divino Salvador!, y yo te procuro una alegría especial cuando,
acercándome a Ti, te considero como mi Señor, y yo me veo como una ovejita de
ese Rebaño, del que eres el único Pastor, que encierra en su unidad a todos mis
hermanos de la Iglesia Militante, Purgante y Triunfante.
Tu Apóstol me enseña esta doctrina que me ensancha el alma y dilata mi
espiritualidad. De la manera, dice, que en un cuerpo tenemos muchos miembros,
mas todos los miembros no tienen una misma operación, así muchos somos un solo
cuerpo de Cristo, y cada uno miembros los unos de los otros . Así como el cuerpo
es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aunque sean
muchos, son, no obstante, un solo cuerpo, así también Cristo .
Es la unidad de la Iglesia indivisible en el todo y en las partes, toda entera
en la totalidad, como en cada una de sus partes , unida con el Espíritu Santo y
contigo, ¡oh Jesús nuestro!, e introducida en virtud de esta unión, en la única
y eterna Sociedad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo .
La Iglesia es la reunión de los fieles que, bajo el gobierno de la misma
autoridad, están unidos con una misma Fe e idéntica Caridad y tiende al mismo
fin, que es la INCORPORACIÓN EN CRISTO, por los mismos medios que se resumen en
la gracia, cuyos canales ordinarios son la oración y los Sacramentos.
La gran oración, canal preferido de la gracia, es la oración litúrgica, es
decir, la oración de la misma Iglesia, que es mes poderosa que la de los
particulares y de las mismas asociaciones piadosas, por eficaces y recomendables
que sean en el Evangelio, la oración particular y la oración en común .
Por estar incorporado a la verdadera Iglesia, y ser hijo de Dios y miembro de
Cristo en virtud del Bautismo, he adquirido el derecho de participar en los
demás sacramentos, en los divinos oficios, en los frutos de la Misa, en las
indulgencias y en las oraciones de la Iglesia. Puedo beneficiarme con todas las
gracias y méritos de mis hermanos.
En el Bautismo quedé marcado con un carácter indeleble que me destina al culto
de Dios, según el rito de la religión cristiana . En virtud de la consagración
bautismal, me constituyo en miembro del reino de Dios y formo parte de la raza
escogida, del sacerdocio real y del pueblo santo .
Desde entonces participo como cristiano en el sagrado ministerio, aunque de un
modo lejano e indirecto, por mis oraciones, por la parte que tengo en la ofrenda
y por mi concurso al sacrificio de la Misa y a los oficios litúrgicos; y
multiplicado con la práctica de las virtudes, como 'lo recomienda San Pedro, los
sacrificios espirituales, ejecutando todos mis actos, para mayor agrado de Dios
y para unirme con El, haciendo de mi cuerpo una hostia viva, santa y agradable a
Dios . Es lo que tú, Iglesia Santa, me haces comprender cuando por medio del
sacerdote dices a los fieles: Orate fratres ut meum ac vestrum sacrificium
acceptabile fiat... El sacerdote dice también en el Canon: Acuérdate, Señor, de
los aquí presentes... por quienes te ofrecemos o te ofrecen este sacrificio de
alabanza. Y más adelante: Dígnate, Señor, aceptar esta ofrenda que te presenta
tu servidor y toda tu familia .
En efecto, de tal modo la Sagrada Liturgia es la obra común de toda la Iglesia,
es decir, del sacerdocio y del pueblo, que el misterio de esta unidad está
siempre presente en ella, por la fuerza indestructible de la Comunión de los
Santos, propuesta a nuestra Fe en el Símbolo de los Apóstoles. El Oficio divino
y la Santa Misa, parte principal de la Liturgia, no pueden realizarse sin que la
Iglesia entera se asocie a ellos, estando misteriosamente presente a los mismos
.
Además, en la Liturgia iodo se hace en común, en nombre de todos y para el bien
de todos. Todas las oraciones se hacen en plural.
De esa estrecha lazada que une a todos los miembros entre sí, por la misma fe y
la participación en los mismos sacramentos, nace en las almas la caridad
fraterna, marca distintiva de los que quieren imitar a Jesucristo y seguir sus
pasos: En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tuviereis caridad
entre vosotros .
Esta unión entre los miembros de la Iglesia se hace más estrecha por la
participación que la Comunión de los Santos les confiere en la gracia y caridad
de la Cabeza, la cual les comunica la vida sobrenatural y divina.
Estas verdades son el fundamento de la Vida litúrgica. Ella, por su parte, me
las recuerda constantemente.
¡Cómo enciende en mi corazón el amor hacia ti, Santa Iglesia de Dios, este
pensamiento: Yo soy uno de tus miembros; soy miembro de Cristo! ¡Cómo inflama mi
corazón en el amor de todos los cristianos, pues que ellos son mis hermanos, y
que todos no somos sino una cosa en Cristo! ¡Y cómo lo enciende en el amor de mi
divina Cabeza, que es Jesucristo!
Nada de cuanto os afecta puede dejarme indiferente. Entristecido si os perseguí,
salto de gozo al escuchar vuestras conquistas y vuestros triunfos.
¡Qué alegría pensar que con mi santificación contribuyo a aumentar vuestra
hermosura y trabajo en la santificación de todos los hijos de la Iglesia, que
son mis hermanos, y hasta en la santificación de toda la familia humana!
¡Oh Santa Iglesia de Dios, yo quiero, en cuanto dependa de mí, que seas más
bella, santa y numerosa; con esa belleza del conjunto que nace de la perfección
de cada uno de tus hijos, fundidos en esa estrecha solidaridad que fue la idea
madre de la oración de Jesús después de la Cena, y el verdadero testamento de su
Corazón: Ut sint unum!... Ut sint consummati in unum .
¡Cómo aprecio tu oración litúrgica, oh. Iglesia, madre mía! Por ser yo uno de
tus miembros, esa oración es también oración mía, sobre todo cuando asisto y
tengo cooperación en ella. Todo lo tuyo es mío, y todo lo mío te pertenece.
Una gota de agua, es nada. Unida al océano, participa de su poder y de su
inmensidad. Esto ocurre con mis oraciones, unidas a las tuyas. A los ojos de
Dios, para quien todo está presente, y cuya mirada abarca a un mismo tiempo el
pasado, el presente y el futuro, mi oración forma un todo con ese concierto
universal de alabanzas que Tú, desde tu constitución, elevas y continuarás
elevando hasta el fin de los tiempos, hasta el trono del Eterno.
Tú quieres, ¡oh Jesús mío!, que mi piedad sea, en cierto sentido, útil,
laboriosa e interesada.
Pero me has enseñado a conocer en el orden que estableciste en las peticiones
del Padre Nuestro cuánto deseas que mi piedad sea ANTE TODO, consagrada a la
alabanza de Dios , y que no se encierre en el egoísmo, estrechez ni aislamiento,
sino que, por el contrario, me impulse a abarcar en mis súplicas iodos las
necesidades de mis hermanos.
Facilítame, por medio de la Vida litúrgica, esa piedad elevada y generosa que,
sin detrimento del combate espiritual, da a Dios con largueza las alabanzas; esa
piedad caritativa, fraternal y católica, que abraza todas las almas y se
interesa por todas las preocupaciones de la Iglesia.
Tu misión, ¡oh Santa Iglesia!, es engendrar incesantemente nuevos hijos a tu
divino Esposo y educarlos in mesuram aetatis plenitudinis Christi . Y así has
recibido todos los medios necesarios para llevar a cabo esa misión. La
importancia que das a la Liturgia demuestra su eficacia para iniciarnos en las
divinas alabanzas y fomentar nuestro adelanto espiritual.
Durante su vida pública, Jesús hablaba como quien tiene autoridad para hacerlo .
Tú hablas del mismo modo también, ¡oh Santa Iglesia y Madre mía! Depositaría del
tesoro de la verdad, tienes conciencia de tu misión. Dispensadora de la Sangre
del Redentor, conoces todos los recursos de la santificación que el Salvador te
confió.
No te diriges a nuestra razón para decirnos: Examinad, estudiad. Haces un
llamamiento a nuestra Fe, diciéndonos: Tened confianza en mí. ¿No soy vuestra
madre? ¿Quién mejor que su Esposa conoce a Cristo? ¿Dónde, pues, encontrarás el
espíritu de tu Redentor mejor que en la Liturgia, expresión auténtica de lo que
siento y pienso?
Sí, santa y amantísima Madre mía, yo me dejaré que me guíes y formes, con la
candidez y confianza de un niño, diciendo: 7o oro con mi Madre. Ello pone en mis
labios sus propias palabras para que me penetre de su espíritu y logre que sus
sentimientos pasen a mi corazón. Contigo, pues, ¡oh Santa Iglesia!, me alegraré:
guadeamus, exultemus; contigo gemiré: ploremus; contigo cantaré mis alabanzas:
confitemini Domino; contigo pediré misericordia: miserere; contigo esperaré:
speravi, y contigo amaré: diligam. Con verdadero ardor me asociaré a las
peticiones que hagas en tus admirables oraciones, para que las saludables
emociones que quieres hacer brotar de las palabras y ritos sagrados, penetren
más profundamente en mi corazón, le hagan más dúctil a los toques del Espíritu
Santo y logren fundir mi voluntad con la voluntad divina.
* * *
SEGUNDO PRINCIPIO. — Cuando en una función litúrgica actúo como REPRESENTANTE DE
LA IGLESIA Dios desea que le exprese mi Religión, por la conciencia que debo
tener del MANDATO OFICIAL con que me he honrado, y que unido de esa manera cada
vez más a la vida de la Iglesia, progrese en todas las virtudes.
Por ser representante de tu Iglesia para ofrecer incesantemente a Dios por Ti,
oh Jesús mío, el sacrificio de alabanza y de petición, en nombre de ella y de
todos sus hijos, soy, según la bella expresión de San Bernardino de Sena,
persona publica totius Ecclesiae os .
Por consiguiente, en cada una de las funciones litúrgicas, debe producirse en mí
como un desdoblamiento, semejante al que se realiza en un embajador. En su vida
privada, es un particular como otro cualquiera. Pero, cuando revestido de las
insignias de su cargo, habla u obra en nombre de su Soberano, se constituye en
aquel momento en su representante y, en cierto sentido, en la -persona misma de
él. Lo mismo ocurre conmigo cuando cumplo las funciones litúrgicas. A mi ser
individual viene a agregarse una dignidad que me reviste de un mandato público.
Entonces puedo y debo considerarme como el delegado, como el diputado oficial de
la Iglesia entera.
Cuando hago oración, o rezo el Oficio divino, aunque sea privadamente, no lo
hago exclusivamente en mi propio nombre. No soy yo quien ha escogido las
fórmulas que empleo. La Iglesia me las pone en los labios . Desde ese momento,
la Iglesia ora por mi boca, habla y obra por mí, como el rey habla y obra por
medio de su embajador. Entonces, según la hermosa expresión de San Pedro Damián,
Yo SOY LA IGLESIA ENTERA Por mi medio, la Iglesia se une a la divina Religión
de Jesucristo y dirige a la Santísima Trinidad la adoración; la acción de
gracias, la reparación y la súplica.
Desde entonces, si tengo conciencia de mi dignidad, ¿cómo podré comenzar el rezo
del breviario, por ejemplo, sin que se opere en mi ser una acción misteriosa que
me eleve por encima dé mí mismo, y por encima del curso natural de mis
pensamientos, para lanzarme de lleno en la convicción de que soy como un
mediador entre el Cielo y la Tierra? .
¡Qué desgracia la mía si me olvidare de estas verdades! Los Santos vivían
penetrados de ellas . Dios espera que yo las tenga presentes siempre que me
disponga a ejercer alguna de mis funciones. La Iglesia me ayudará por medio de
la Vida litúrgica a no perder de vista que soy el Representante suyo, y Dios me
exige que lleve una vida ejemplar en conformidad con ese noble título .
Oh Dios mío, haz que estime en todo su valor esta misión que la Iglesia me ha
confiado. ¡Ello me servirá de aguijón para sacudir la cobardía en los combates
del espíritu que debo librar! Pero dame también el sentimiento de mi grandeza en
mi calidad de cristiano, y haz que tenga alma de hijo para con la Iglesia, a fin
de que saque mucho provecho de los tesoros de vida interior que están acumulados
en la Santa Liturgia.
* * *
TERCER PRINCIPIO. — Por ser SACERDOTE, tengo obligación, al consagrar la
Eucaristía o administrar alguno de los Sacramentos, de reavivar la convicción de
que soy MINISTRO DE JESUCRISTO, y por tanto, Alter Christus; y estar persuadido
de que, como me lo proponga, hallaré en el ejercicio de mis funciones gracias
especiales para adquirir las virtudes que el sacerdocio exige de mí .
Tus fieles, oh Jesús mío, forman un solo cuerpo, pero los miembros del cuerpo no
tienen las mismas atribuciones . Divisiones gratiarum sunt .
Por haber querido perpetuar tu Sacrificio en la Iglesia en forma visible, la
dotaste de un Sacerdocio cuya misión principal es continuar tu inmolación en el
altar, distribuir tu preciosa Sangre en los Sacramentos y santificar tu Cuerpo
místico por la difusión de la vida divina en él.
Tú, que eres el Soberano Sacerdote, determinaste desde la eternidad elegirme y
consagrarme Ministro tuyo para ejercer por mi tu Sacerdocio . Me has investido
de tus poderes para realizar con mi cooperación una obra mayor que la creación
del Universo, el milagro de la Transustanciación y ser, en virtud de esta
maravilla, la Hostia y la Religión de tu Iglesia.
¡Cómo comprendo ahora las expresiones de entusiasmo de los Santos Padres, cuando
proclamaban la grandeza de la dignidad sacerdotal! . Sus Palabras me fuerzan en
buena lógica a considerarme, en virtud de la comunicación que me has hecho de tu
sacerdocio, como otro Tú: Sacerdos alter Christus.
¿No hay, en efecto, identificación entre Tú y yo, cuando tu Persona y mi Persona
están unidas hasta tal punto que haces tuyas las palabras Hoc est Corpus meum.
Hic est calix Sanguinis mei, que yo pronuncio? .
Puedo decir que te presto mis labios, porque digo sin mentir: Mi Cuerpo, Mi
Sangre . Basta que quiera yo consagrar, para que lo quieras Tú. Tu voluntad está
fundida con la mía. En el acto más trascendental que puedes realizar en la
Tierra, tu alma está unida con la mía. Te presto lo que verdaderamente es mío:
mi voluntad. E inmediatamente la tuya se funde con la mía.
De tal modo obras valiéndote de mí, que si dijera sobre la materia del
Sacrificio: Este es el cuerpo de Jesucristo, en lugar de decir: Este es mi
Cuerpo, la consagración serla nula.
La Eucaristía eres Tú mismo, oh Jesús mío, bajo los accidentes del pan. Y cada
una de las Misas, ¿no viene a poner más de relieve ante mis ojos que el
sacerdote eres Tú mismo, oh Sacerdote único, bajo las apariencias de un hombre
que has elegido para Ministro tuyo? .
Alter Christus! Cada vez que confiero algún sacramento, debo recordar esta
palabra y vivirla. Tú solo, por ser el único Redentor, puedes decir: Ego te
baptizo, Ego te absolvo, y ejercer así un poder que es tan divino como el poder
creador. Yo también pronuncio esas mismas palabras. Y los Ángeles les prestan
tanta atención como al Fiat que fecundó la nada , porque, ¡oh maravilla!, tienen
la virtud de formar a Dios en un alma, y de producir un Hijo de Dios,
participante de la vida íntima de la Divinidad. Creo que me dices mientras
ejerzo alguna de mis funciones sacerdotales: ¿Puedes imaginar, hijo mío, que,
habiéndote hecho Alter Christus en virtud de los poderes divinos de que te
investí, he de tolerar que en la dirección habitual de tu vida, seas un
"Sin-Cristo" o tal vez un "Contra-Cristo"?
¡Cómo! Si en el ejercicio de tus funciones estás fundido conmigo, ¿un momento
después darás lugar a que Satanás ocupe mi puesto, para hacer de ti cuándo pecas
una suerte de Anticristo, o para adormecerte hasta el punto de hacerte olvidar
deliberadamente la obligación que tienes de imitarme y de esforzarse en
revestirte de mi, según la expresión de mi Apóstol?
Absit!
Absit! Cuenta con mi misericordia, cuando caes a diario en esas faltas de
fragilidad, de las que te arrepientes en seguida y procuras reparar.
Pero serme infiel a sangre fría, e inmediatamente ejercer sin ningún
remordimiento las funciones más sublimes, es para excitar mi cólera; ¡no lo
dudes!
Hay un abismo entre tus funciones y las que ejercían los sacerdotes de la
Antigua Ley. Y, sin embargo, si mis profetas amenazan a Sión por los pecados del
pueblo o sus gobernantes, escucha el resultado de la prevaricación de los
sacerdotes: Complevit Dominus furorem suum, effudit iram indignationis suae; et
succendit ignem in Sion, et devoravit fundamenta ejus... propter iniquitatem
sacerdotum ejus .
Ademán, (con qué rigor prohíbe la Iglesia a los sacerdotes, que se acerquen al
altar o administren los sacramentos en pecado mortal!
Bajo mi inspiración, la Iglesia avanza más. Por sus ritos te ponen en la
alternativa de la impiedad o de la impostura. No tienes más remedio que
decidirte o vivir la Vida interior, so pena de expresarme, desde el principio
hasta el fin de la Misa, lo que no piensas o de pedirme lo que no deseas. El
espíritu de compunción y de purificación de las menores faltas y, por tanto, la
guarda del corazón; el espíritu de adoración y, por ende, de recogimiento; el
espíritu de fe, de esperanza y caridad y, por consiguiente, la dirección
sobrenatural de la conducta exterior y de las obras, todo está unido y guarda
relación estrecha con las palabras y ceremonias sagradas. Me doy perfecta
cuenta, Jesús mío, de la hipocresía que representa revestirse de los ornamentos
sagrados, sin estar decidido a hacer el esfuerzo necesario para adquirir las
virtudes que simbolizan.
No quiero, Señor, que mis genuflexiones, signos de cruz y fórmulas sean en
adelante un vano simulacro que oculte el vacío, la frialdad o la indiferencia
para la vida interior, que añadan a todas mis faltas la de una exhibición falsa
a los ojos del Eterno. Que se apodere de mí un santo temblor cada vez que
revestido de los ornamentos litúrgicos me acerque a vuestros tremendos
misterios. Que las plegarias que acompañan a los actos y las fórmulas del Misal
y del Ritual que tienen tanta unción y fuerza, me inviten a escrutar mi corazón,
para ver si está en armonía con el Tuyo, oh Jesús mío, bajo el impulso de un
deseo leal y eficaz de imitarle por medio de la Vida interior .
Atrás los subterfugios, alma mía, que pudieran servirme para creer que la
obligación de ser Alter Christus se limita al tiempo en que cumplo las funciones
sagradas, y que, ya que no soy un "Contra-Cristo", estoy dispensado de
revestirme de Jesucristo.
Después de ser no solamente Embajador de Jesucristo crucificado, sino otro El,
¿pretendería emboscarme en una piedad cómoda y contentarme con unas virtudes de
burgués?
Vana sería mi pretensión si quisiera persuadirme de que el religioso encerrado
en el claustro tiene mayor obligación que yo de esforzarse en imitar a
Jesucristo y adquirir la vida interior. ERROR PROFUNDO basado en una confusión.
Para alcanzar la santidad de religioso ha asumido la obligación de poner en
práctica unos medios determinados: Los votos de obediencia y pobreza y el
cumplimiento de la Regla. El sacerdocio no me obliga a estas observancias, pero
debo intentar y realizar el mismo fin, y por títulos más urgentes que el alma
consagrada, a quien no se confió la distribución de la divina Sangre .
Desgraciado de mí si me durmiera en esa ilusión, culpable a todas luces, porque
para disiparla me basta consultar las enseñanzas de la Iglesia y los Santos. Su
falsedad me saltará a los ojos en los umbrales de la eternidad.
Desgraciado de mí si no supiera aprovecharme de las funciones que ejerzo, para
conocer tus exigencias, o si me hiciese sordo a las voces que me están dando los
objetos santos, con que convivo; altar, confesionario, pila bautismal, paños del
altar y ornamentos sagrados.
Imitamini quod tractatis
. Mundamini qui fertis vasa Domini . Incensum et panes offerunt Deo, et ideo
sancti erunt .
¿Qué excusa podré presentar
si cierro mis oídos a tus llamadas, ¡oh Jesús mío!, cuando cada una de las
funciones que ejerzo es la ocasión de una gracia actual que me ofreces para
modelar mi alma a tu imagen y semejanza?
La Iglesia solicita esta gracia. Su corazón, celoso en responder a tus llamadas,
me cuida como a las niñas de tus ojos, y antes de que se ordenara me hizo saber
las graves consecuencias que me acarrearía mi identificación contigo.
Impone Domine, capiti meo galeam salutis, ad... Praecinge me cingulo puritatis...
Ut indulgeris omnia peccata mea. Fac me tuis semper inhaerere mandatis et a te
numquam separari permittas, etc. No soy el único que te dirige estas súplicas.
Todos los verdaderos fieles, las almas fervientes que te están consagradas y los
miembros de la Jerarquía eclesiástica hacen suya esta pobre plegaria mía. El
grito que lanzan sube hasta tu Trono. Y tú lo escuchas como la voz de tu Esposa,
Y cuando tus ministros resueltos a practicar la vida interior, armonizan su
corazón con las funciones que ejercen, Tú siempre das oídos a las súplicas que
la Iglesia te hace en favor de ellos.
En vez de quedar excluido por mis voluntarias negligencias de los sufragios que
elevo a tu Padre en favor de los fieles, al celebrar la Santa Misa o administrar
los Sacramentos, quiero aprovecharme de esas gracias, ¡oh Jesús mío! En cada uno
de los actos que ejerzo como sacerdote quiero abrir todo lo ancho que es mi
corazón a la acción tuya, para que derrames en él las luces, consuelos y energía
que, a despecho de toda clase de obstáculos, me permitan identificar mis
juicios, afectos y voluntad con los tuyos, como mi Sacerdocio me identifica
contigo, Sacerdote eterno, cuando por ministerio mío te constituyes en el altar
en Víctima y en Redentor de las almas.
Resumiremos en pocas palabras los tres principios del espíritu litúrgico.
CUM ECCLESIA. Cuando me uno como simple cristiano a la Iglesia, esta unión me
invita a penetrarme de sus mismos sentimientos.
ECCLESIA. Cuando vengo a ser la misma Iglesia, por ser su Embajador ante el
Trono de Dios, siento un impulso mayor a hacer mías sus aspiraciones, para
hallarme menos indigno de dirigirme a la Majestad tres veces Santa, y para
ejercer, mediante la Oración oficial, un Apostolado más fecundo.
CHRISTUS. Pero, cuando en virtud de la participación del Sacerdocio de
Jesucristo, soy Alter Christus, ¿qué frases pueden traducir vuestras llamadas, ¡oh
Jesús mío!, para que cada día os imite más y os dé
así a conocer a los fieles, animándolos con el lado del ejemplo a seguir
vuestros pasos?
IV. VENTAJAS DE LA VIDA LITÚRGICA
a) LA VIDA LITÚRGICA FAVORECE LA PERMANENCIA DE LO
SOBRENATURAL EN TODAS MIS ACCIONES
¡Qué difícil es, Dios mío, obrar ordinariamente por un motivo sobrenatural!
Satanás y las criaturas colaboran con mi amor propio, para sustraer a mi alma
con sus facultades, de la dependencia de Jesús viviente en mí.
¡Cuántas veces al cabo del día, por falta de vigilancia o de fidelidad, queda
viciada esta pureza de intención, que es la única que podría dar mérito a mis
acciones y hacer fecundo mi apostolado!
Solamente al precio de un esfuerzo perseverante podré conseguir, con el esfuerzo
de Dios, que la mayor parte de mis acciones sean vivificadas por la gracia, para
dirigirlas a Dios, único Fin de ellas.
Para hacer este esfuerzo me es indispensable la oración. Pero, ¡qué diferencia
cuando ese esfuerzo se realiza en medio de la Vida litúrgica! Porque la Oración
y la Vida litúrgica son dos hermanas que se prestan mutua ayuda. La Oración
hecha antes de celebrar la Misa y rezar el Breviario, me sumerge en lo
sobrenatural. La Vida litúrgica me facilita el medio de que mi oración se
extienda a las ocupaciones del día .
Qué fácil es, ¡oh Iglesia Santa!, adquirir en tu escuela la costumbre de dar a
mi Criador, al Padre, el culto que le corresponde! Por ser la Esposa de Aquel
que es la Adoración, la Acción de gracias, la Reparación y la Mediación por
excelencia, me comunicas por medio de la Liturgia, la sed que tenía Jesús de
glorificar a su Padre. Dar gloria a Dios: este es el fin primario que te has
propuesto al establecer la Liturgia.
¿No es evidente que viviendo de la vida litúrgica, quedaré enteramente
impregnado de la virtud de la Religión, ya que la Liturgia no es otra cosa que
la práctica constante y pública de esta virtud, la más excelente después de las
virtudes teologales?
La manifestación de la dependencia que todas mis facultades tienen de Dios, la
piedad, la vigilancia, el combate espiritual, etc., pueden sin duda adquirir un
gran desarrollo si sé utilizar las luces de la Fe. Pero ¿cómo necesita el
compuesto humano la colaboración de todas sus facultades para ayudarle a fijar
el espíritu en los bienes eternos, despertar en el corazón la avidez de
poseerlos y mover a la voluntad para que los pida frecuentemente y los busque
sin descanso?
La Liturgia se apodera de todo mi ser. Mediante un conjunto de ceremonias,
genuflexiones, inclinaciones, símbolos, cantos y textos que hablan a mis ojos,
oídos, sensibilidad, imaginación, inteligencia y corazón, me orienta enteramente
en la dirección de Dios, y me recuerda que todo lo mío, os, lingua, mens, sensus,
vigor, todo debe ser dirigido a El.
Todo aquello de que se sirve la Iglesia para expresarme los derechos de Dios y
los títulos por los que puede exigirme que le dé un culto de homenaje filial y
de total entrega de mi ser desarrolla en mí la virtud de la Religión y, como
consecuencia, el espíritu sobrenatural.
En la Liturgia todo me habla de Dios, de sus perfecciones y beneficios; todo me
lleva a Dios; todo me muestra su Providencia, la cual me facilita constantemente
los medios de santificación, por medio de sus pruebas, auxilios, advertencias,
alientos, promesas, luces y hasta amenazas.
La Liturgia también me pone en la ocasión constante de hablar de Dios y expresar
mi religión en las más diversas formas.
Si me consagro a esta formación litúrgica con verdadero empeño de aprovecharla,
después de tantos ejercicios que practico a diario con ocasión de mis funciones
de hombre de Iglesia, la virtud de la Religión tiene que echar en mí, de por
fuerza, raíces muy profundas, y acabaré por alcanzar un hábito y un estado de
alma especial, es decir, la Vida interior.
* * *
La Liturgia es la Escuela de la Presencia de Dios, pero manifestado en la
Encarnación. O más bien, la Escuela de la Presencia de Jesús y de la Caridad.
El amor se alimenta con el conocimiento de la amabilidad del ser amado, con las
pruebas de amor que nos da y, sobre todo, como dice Santo Tomás, con su
presencia. La Liturgia reproduce, explica y aplica a nuestras necesidades las
diversas manifestaciones de la vida de Jesucristo en la Tierra. Nos hace vivir
en una atmósfera sobrenatural y divina, continuando, por decirlo así, la vida de
Nuestro Señor y manifestándonos en cada uno de los misterios la amabilidad y
ternura de su corazón.
Tú mismo, Jesús, continúas dándonos, por medio de la Liturgia, las grandes
lecciones y manifestaciones de amor. Te percibo más cada día, no a la manera de
un historiador, o sea velado por la bruma de los siglos; ni como el teólogo, a
través de las más arduas especulaciones; Tú estás muy cerca de mi. Tú eres
siempre el Emmanuel, es decir, "el Señor con nosotros", con tu Iglesia y, por
tanto, conmigo. Tú eres Aquel con quien viven todos y cada uno de los miembros
de tu Iglesia; Aquel que la Liturgia me presenta en todas circunstancias al
vivo, como el ejemplar y el fin de mi amor.
En cada una de las fiestas del ciclo litúrgico; en las lecciones que ha
seleccionado de los Evangelios, de las Epístolas y Actas de los Apóstoles, y en
el esplendor de que reviste la administración de los Sacramentos y, sobre todo,
la Eucaristía, la Iglesia te hace vivir en medio de nosotros, y nos hace
escuchar los latidos de tu Corazón.
¡Qué palanca de vida sobrenatural pone en mis manos la Oración al inculcarme la
fe de que Jesús vive en mí y quiere obrar en mi, si no le pongo obstáculos!
Pero frecuentemente, durante el día, la Liturgia me ofrece medios variados y
sensibles para nutrirme del dogma de la gracia, de Jesús que ora y obra con cada
uno de sus miembros que vivifica, supliendo a sus deficiencias y, por tanto, a
las mías, y de ese modo me mantiene bajo la influencia de lo sobrenatural y me
hace vivir en unión con Jesús, estableciéndome en su amor.
Amor de complacencia, de benevolencia, de preferencia y de esperanza; todas
estas formas de amor brillan a través de las admirables colectas y de los
salmos, ceremonias y oraciones, penetrando en mi alma.
¡De qué fuerza y generosidad revestirá mi vida interior esta manera de
manifestarme a Jesús, siempre viviente y presente en mí!
Y cuando en mi deseo de vivir la vida sobrenatural practique un acto de
desprendimiento o de abnegación, o cumpla una obligación que me cuesta, o
soporte un sufrimiento o una injuria, cómo se me dulcificará, perdiendo su lado
doloroso o repugnante, ese combate espiritual, esa virtud o esa prueba, si en
vez de ver la Cruz desnuda te veo clavado en ella, ¡oh Salvador mío!, y te oigo
pedirme, mientras me muestras tus llagas, ese sacrificio en prueba de mi amor.
Por otra parte, la Liturgia me facilita un auxilio precioso al repetirme que mi
amor no queda aislado. No me encuentro solo en la lucha contra el naturalismo,
que trata de conquistarme todos los días. La Iglesia, interesándose en mi
incorporación a Cristo, sigue maternalmente mis pasos, comparte conmigo los
méritos de los millones de almas en cuya comunión vivo, las cuales hablan la
misma lengua oficial del amor que yo, y me renueva la seguridad de que el Cielo
y el Purgatorio están conmigo para alentarme y asistirme.
* * *
Nada contribuye tanto como el pensamiento de la eternidad, a que el alma dirija
"sus acciones a Dios.
Todo me recuerda en la Liturgia los novísimos, Novissima mea. Las expresiones
Vita aeterna, Coelum, Infernum, Mors, Saeculum saeculi y otras, se repiten con
frecuencia.
Los sufragios y oficios de difuntos, y los entierros, me ponen ante los ojos la
muerte, el juicio, las recompensas y castigos eternos, el precio del tiempo y
las purificaciones que son necesarias en la Tierra o en el Purgatorio para
entrar en el Cielo.
Las fiestas de los Santos me hablan de la gloria de los que me precedieron en
este mundo, mostrándome la corona que me está reservada, si sigo sus pisadas e
imito el ejemplo que me dieron.
Con todas estas lecciones, la Iglesia clama sin cesar a mis oídos: Alma querida,
mira la eternidad, para ser fiel a tu divisa: Dios en todo, siempre y en todas
partes.
¡Oh divina Liturgia!; para agradecerte todos los beneficios que me dispensas,
debería citar todas las virtudes. Gracias a los textos de la Escritura que pones
sin cesar delante de mis ojos, y a los ritos y símbolos que me traducen los
divinos misterios, mi alma se encuentra constantemente elevada de la tierra y
orientada hacia las virtudes teologales, o hacia el temor de Dios y el horror
del pecado y del espíritu del mundo hacia el desprendimiento, la compunción, la
confianza o la alegría espiritual.
b) LA LITURGIA ME AYUDA EFICAZMENTE A CONFORMAR MI VIDA INTERIOR CON LA DE
JESUCRISTO
Tres sentimientos dominan en tu Corazón, ¡oh Maestro adorado!; una dependencia
completa de tu Eterno Padre y, por tanto, una humildad perfecta, una caridad
ardiente y universal para con los hombres y el espíritu de sacrificio.
HUMILDAD PERFECTA. — Al entrar en el mundo, tus palabras fueron éstas: Padre,
aquí me tienes dispuesto a hacer tu voluntad . Constantemente nos estás diciendo
que toda tu vida íntima se resume en el deseo invariable de agradar en todo a tu
Padre . Tú eres la obediencia, ¡oh Jesús obediente!, hasta la muerte y muerte de
Cruz . Aún sigues obedeciendo a tus sacerdotes, y a su voz desciendes a la
Tierra: Obediente Domino voci hominis .
¡Oh, qué escuela de obediencia me ofrece la Iglesia en tu imitación, si adapto
mi corazón a los menores ritos, con el deseo de formarlo en el espíritu de
dependencia respecto de Dios; y de domar sin descanso este "yo", ávido de
libertad; y de hacer más maleables mi criterio y mi voluntad, nunca dispuestos,
¡oh Jesús mío!, a imitar el espíritu fundamental que Tú viniste a enseñar con tu
ejemplo, es decir, el Culto de la Voluntad divina!
Cada vez que fuerzo a mi personalidad a doblegarse para obedecer a la Iglesia
como a ti mismo, para obrar en su nombre y unirme con ella, y por tanto para
unirme contigo, ¡qué precioso ejercicio práctico de cultura de mi alma, y qué
provecho sacaré de mi fidelidad a las menores prescripciones de las rúbricas
cuando se trate de doblegar mi soberbia en las circunstancias más difíciles! .
Pero hay más todavía. La Liturgia, cuando me recuerda la certeza de que tú vives
en mí, y la necesidad que tengo de tu gracia, combate mí presunción y
suficiencia que, desarrolladas, serían capaces de acabar con toda mi Vida
interior. El Per Dominum nostrum con que terminan todas las oraciones de la
Liturgia, me recordará, para que no lo olvide, que de mi cosecha nada soy y nada
puedo, sino pecar o hacer actos carentes de todo mérito. Todo me penetra de la
necesidad de acudir frecuentemente a Ti. Todo me está repitiendo que Tú me
exiges que acuda a Ti para no extraviarme con ninguna clase de falaces
espejismos.
La Iglesia, por medio de la Liturgia, insiste en persuadir a sus hijos de la
necesidad de la oración, haciendo de la Liturgia la Verdadera ESCUELA DE LA
ORACIÓN y, por consiguiente, de la humildad.
Con sus fórmulas, Sacramentos y Sacramentales viene a enseñarme que todo me
viene por tu preciosa Sangre, y que, para cosechar los mayores frutos, lo mejor
es unirme por medio de la oración humilde al vivo deseo que tienes de
aplicárnosla.
Haz que me aproveche, ¡oh Jesús mío!, de estas lecciones constantes, para
desarrollar en mi espíritu el sentimiento de mi pequeñez y convencerme de que no
soy sino una parcelita de la Hostia que es tu Cuerpo místico, y una voz apagada
en el inmenso concierto de alabanzas que está bajo tu dirección. Y que merced a
la Liturgia pueda ver con mayor claridad cada día que la humildad es el medio
mejor para que mi voz aumente de pureza y esta parcelita que soy yo,
intensifique su blancura.
CARIDAD UNIVERSAL. — Tu Corazón, ¡oh Jesús mío!, ha extendido a todos los
hombres su misión redentora. A la palabra "Sitio", que dirigiste al mundo al
morir, y que repites en el Altar, en el Tabernáculo y hasta en el seno de tu
gloria, debe responder en toda alma, aun en la del simple cristiano, un deseo
vivo de consagrarse a sus hermanos; una sed ardiente de la salvación de todos
los hombres y un gran celo en favorecer las vocaciones sacerdotales y
religiosas, acompañados de unas plegarias encendidas para pedir que los fieles
comprendan la extensión de sus deberes, y las almas consagradas la necesidad que
tienen de la Vida interior.
Y con más motivo estos deseos deben inflamar el alma de tus ministros, a los
cuales los ritos litúrgicos están recordando constantemente que Tú les fijaste
en tu Cuerpo místico un lugar especial para que te incorporen el mayor número
posible de almas, y sean corredentores y mediadores que sepan llorar ser un
reflejo de la mansedumbre de mi dulce Salvador.
Que nunca olvide que mi único camino para el Cielo es la Cruz; que los actos de
alabanzas, las adoraciones, sacrificios y demás acciones buenas no valen para el
Cielo sino en virtud de la Sangre de Jesús, y que si he de salvarme ha de ser
con todos los cristianos, ya que con todos los elegidos debo gozar y continuar
por Jesús, durante la eternidad, el concierto de alabanzas, al cual estoy
asociado en la tierra.
ESPÍRITU DE SACRIFICIO. — ¡Oh Jesús!, que sabías que la humanidad no puede ser
salvada sino por el sacrificio; Tú has hecho de tu vida terrestre una inmolación
perpetua.
Identificado a ti, Sacerdote contigo, cuando celebro la Misa, ¡oh divino
Crucificado!, quiero ser HOSTIA contigo. Todo gravita en Ti en torno de la Cruz.
Todo en mí gravitará en torno de la Misa, la cual será el centro y el sol de mis
días, corrió tu Sacrificio es el acto central de la Liturgia.
Ella será para mí una Escuela de espíritu de sacrificio, al traerme sin cesar el
pensamiento del Calvario, por medio del Altar y el Tabernáculo. Y haciéndome
compartir los sentimientos de tu Iglesia, me hará participar de los tuyos, ¡oh
Jesús mío!, y así poder cumplir las palabras de San Pablo: Hoc sentite in vobis
quod et in Christo Jesu y las que se me dijeron el día en que fui ordenado:
Imitamini quod tractatis .
El Misal, el Ritual y el Breviario, me recuerdan, aunque no sea sino por las
innumerables señales de la Cruz que hago constantemente, que el sacrificio es,
desde que el hombre pecó la ley de la humanidad, y que sólo tiene valor unido al
tuyo. Yo te devolveré, pues, hostia por hostia, ¡oh divino Redentor! Yo me
constituiré en una inmolación total, FUNDIDA con la inmolación que fuiste
primeramente en el Calvario y después en todas las misas que se suceden, en el
mundo entero, en todos los segundos de la existencia.
La Liturgia me facilitará esta oblación de mí mismo y hará que yo contribuya a
completar por medio de tu Cuerpo, que es la Iglesia, lo que falta a tu Pasión .
Yo llevaré la parte que me corresponde de esa hostia magna, formada por los
sacrificios de todos los cristianos , la cual subirá hasta el cielo para expiar
los pecados del mundo y hacer que desciendan a la Iglesia militante y purgante
los frutos de la Redención.
Así poseeré la Verdadera Vida litúrgica, porque este revestirme de Ti, ¡oh Jesús
crucificado!, y unirme prácticamente a tu sacrificio, realizando el holocausto
de mí mismo por el Abneget semetipsum ¿no es, ¡oh Salvador mío!, la meta a donde
me guía tu Iglesia impregnándome de tus sentimientos por medio de tus plegarias
y santas ceremonias, y haciendo que invada mi corazón lo que en Ti dominaba a
todo lo demás, o sea, el Espíritu de Sacrificio? .
Así me convertiré en una de esas piedras vivas y selectas, pulimentadas por la
tribulación: Scalpri salubris ictibus et tunsione plurima, fabri polita malleo
destinada a la construcción de la Jerusalén celestial.
c) LA VIDA LITÚRGICA ME HACE VIVIR DE LA VIDA DEL CIELO
Conversatio nostra in coelis est , decía San Pablo.
¿Dónde mejor y más fácilmente que en la Liturgia podré aprender este programa?
La Liturgia de la tierra, ¿no es la imitación de la Liturgia celestial, que San
Juan, el discípulo amado describió en el Apocalipsis? ¿Al cantar o rezar el
Oficio, no estoy cumpliendo la función con que se honraron los Ángeles ante el
trono del Eterno?
Más aún. ¿La doxología de cada uno de los salmos, o himnos, y la conclusión de
todas las oraciones, no me ponen en adoración, ante la Santísima Trinidad?
Las fiestas innumerables de los Santos me dan, como una intimidad de vida con
mis hermanos, que en el Paraíso me protegen, orando por mí. Las fiestas de la
Santísima Virgen me recuerdan que tengo en las alturas una Madre bondadosísima y
Omnipotente, que no descansará hasta verme en seguridad a sus pies, en el Reino
de su Hijo, ¿Será posible que todas esas fiestas y además los misterios de mi
dulce Salvador, Navidad, Pascuas, y sobre todo la Ascensión, no me den la
NOSTALGIA del CIELO, que San Gregorio interpreta como una señal de
predestinación?
V. PRÁCTICA DE LA VIDA LITÚRGICA
Maestro bueno, tú te has dignado hacerme comprender qué es la Vida litúrgica.
¿Podré poner como pretexto las obligaciones de mi ministerio, para ahorrarme el
esfuerzo que me exija la observancia de esa vida? Seguramente me responderías
que EL MISMO TIEMPO SE NECESITA para cumplir las funciones litúrgicas en
conformidad con tus deseos, que para hacerlas maquinalmente, y me pondrías ante
los ojos los ejemplos de tantos servidores tuyos, como el santo Padre Perboyre,
entre otros, que cargado de ocupaciones continuas y abrumadoras hasta el
extremo, era, sin embargo, un alma litúrgica de excepción.
a) PREPARACIÓN REMOTA
Haz, bondadoso Salvador mío, que este deseo que tengo de vivir la Vida litúrgica
se traduzca en un gran Espíritu de Fe para cuanto se refiere al culto divino.
Los ángeles y los santos te ven cara a cara. Nada puede desviar su espíritu de
las augustas Funciones que constituyen uno de los elementos de su felicidad
inenarrable. Pero ¿cómo yo, sometido a todas las flaquezas de la naturaleza
humana, podré mantenerme en tu presencia, cuando te hablo con la Iglesia, si no
desarrollas en mí el don de la Fe que recibí en el Bautismo?
No quiero, ni podría querer jamás, al menos estos son mi sentimientos,
considerar las funciones litúrgicas como una obligación pesada, que hay que
sacudir lo antes posible, o como el medio de obtener un provecho pecuniario.
Espero que nunca llegaré a dirigirme al Dios tres veces Santo con una
DESPREOCUPACIÓN que me avergonzaría de tener ante el más humilde de mis
servidores. Jamás querría hacer piedra de escándalo de lo que debe ser sillar de
edificación. Y, sin embargo, ¿está en mi mano prever dónde podré detenerme, si
abandono mi propia vigilancia en lo que concierne al espíritu de Fe?
Oh Dios mío, si me encontrara en esta pendiente, dígnate contenerme, o mejor
dame una Fe tan viva que, persuadido de la importancia que a tus divinos ojos
tienen los actos litúrgicos, me goce en la sublimidad y me entusiasme en ellos
cada día más.
¿Demostraría tener el menor Espíritu de Pe si no manifestara empeño alguno en
conocer las RÚBRICAS y en observarlas? Aunque conociera perfectamente la
Liturgia, este conocimiento no me serviría de excusa ante Ti, por mis
negligencias en observarla. Aunque su observancia no me cause agrado alguno, ni
sienta su atractivo, me basta saber que mí obediencia te complace y que ella me
será de gran provecho.
En los ejercicios espirituales que practique, me examinaré sobre este punto, con
relación al misal, ritual y Breviario.
Tu Iglesia, oh Jesús, ha utilizado para su culto principalmente las riquezas de
los salmos. Si tengo espíritu litúrgico, mi alma descubrirá en los fragmentos
del Salterio tu figura, en la vida de sufrimientos que llevaste, y sabrá que
gran número de las frases íntimas y de los sentimientos que dirigiste a Dios en
tu vida mortal, se encuentran en las composiciones proféticas que inspiraste al
Salmista.
En ellos encontrará también, maravillosamente sintetizadas, las principales
enseñanzas del Evangelio.
Bajo esos mismos velos escucharé la voz de la Iglesia, continuadora de tu vida
de sufrimientos, la cual manifiesta a Dios, en el curso de sus triunfos y sus
abatimientos, sus sentimientos calcados en los de su divino Esposo; sentimientos
que toda alma capaz de reflejar tu Vida puede apropiarse en sus tentaciones;
reveses, combates, tristezas, aplanamientos y excepciones; como también en sus
victorias y consuelos.
Si reservo parte de mi lectura espiritual a la Sagrada Escritura, me aficionaré
a la Liturgia y sabré atender mejor a las palabras .
Habituándome a la reflexión, sabré descubrir en toda composición litúrgica una
idea central, en torno de la cual gravitan las diversas enseñanzas.
Qué armas tan importantes forjarás así, alma mía, contra el mariposeo de la
imaginación, sobre todo si sabes aprovecharte de los SÍMBOLOS.
La Iglesia se sirve de ellos para hablar a los sentidos un lenguaje que los
cautive, haciendo sensibles las verdades que simbolizan. Agnoscite quod agitis,
me dijo en mi ordenación. La Iglesia da una voz significativa a las ceremonias,
paños, objetos, ornamentos sagrados; en una palabra, a todo. ¿Cómo podré
ilustrar a los fieles y mover sus corazones, de los cuales la Iglesia quiere
apoderarse con este lenguaje tan sencillo como grandioso, si carezco de la clave
de esta predicación?
b) PREPARACIÓN PRÓXIMA
Ante orationem praepara animam tuam . Momentos antes de celebrar la Misa y cada
vez que tome el breviario, haré un acto tranquilo, pero enérgico, de
recogimiento, para abstraerme de cuanto no se refiere a Dios y fijar la atención
en El. Porque es Dios aquel a quien me dispongo a hablar.
Pero es también mi Padre. Al temor reverencial que hasta la misma Reina de los
Ángeles tiene al dirigirse a su divino Hijo, añadiré la candidez y la ingenuidad
que el tener UN ALMA DE NIÑO da hasta a los viejos cuando se dirigen a la
infinita Majestad.
Esta actitud sencilla e infantil ante mi Padre celestial, reflejará con
ingenuidad mi convicción de que estoy unido con Jesucristo y represento a la
Iglesia, dentro de mi indignidad, y la certeza de que comparten mis oraciones
los Espíritus de la milicia celestial: In conspectu Angelorum psallam tibi .
Este no es para ti, alma mía, el momento de razonar ni meditar, sino de hacerte
alma de niño. Cuando llegaste al uso de razón, aceptabas como una verdad
absoluta cuanto tu madre te decía. Con idéntica sencillez e ingenuidad debes,
pues, recibir cuanto tu Madre la Iglesia te presente como alimento de Fe.
¡Este rejuvenecimiento del alma es indispensable! Porque me aprovecharé de los
tesoros de la Liturgia y sentiré la poesía que de ella emana, en la medida en
que forma en mí un alma de niño. En esa misma medida progresaré en el espíritu
litúrgico.
Entonces, mi alma entrará con facilidad en adoración y perseverará durante la
función (ceremonias, breviario, Misa, Sacramentos, etc.) en que tome parte en
calidad de miembro o de embajador de la iglesia o como Ministro de Dios.
De la manera con que entre en adoración dependen en gran parte el provecho y el
MÉRITO QUE obtenga del acto litúrgico, y además los consuelos que Dios ha
vinculado a su perfecto cumplimiento y que deben sostenerme en mis trabajos
apostólicos.
Quiero, pues, Adorar. Quiero por un impulso de mi voluntad unirme a las
adoraciones del Hombre-Dios, para dar a Dios este homenaje. Ha de ser este acto
un ímpetu del corazón más que un esfuerzo cerebral.
Lo quiero con vuestra gracia, o Jesús. Y esta gracia la pediré, por ejemplo, por
medio del Breviario, en el Deus in adjutorium, o mediante la Misa en el
Introito, rezados pausadamente.
Yo lo quiero. Este querer filial y afectuoso, fuerte y humilde, unido a un deseo
vivo de que vengas en mi auxilio, es lo que exiges de mí.
Si consigo que mi inteligencia ofrezca a mi fe la contemplación de algunos
bellos horizontes, y mi sensibilidad, alguna emoción piadosa, mi voluntad lo
utilizará para adorarte más fácilmente. Pero no me olvidaré de que la unión con
Dios reside, en último análisis, en la cima del alma; en la voluntad y, aunque
le esperen la oscuridad y la aridez, la voluntad, seca y fría de suyo,
emprenderá el vuelo, apoyándose únicamente en la fe.
c) CUMPLIMIENTO DE LA FUNCIÓN LITÚRGICA
El cumplimiento exacto de las funciones litúrgicas es, oh Dios mío, un don de tu
munificencia.
Omnipotens et misericors Deus, de cujus munere venit ut tibi, a fidelibus tuis
digne et laudabiliter serviatur .
Dígnate, Señor, otorgarme ese don.
Quiero ser adorador durante los actos litúrgicos. Esa palabra resume todo el
método.
Mi voluntad lanzó a mi razón y lo mantiene ante la Majestad de Dios. Yo
comprendo todo su trabajo en estas tres palabras: digne, attente, devote... de
la oración Aperi, las cuales expresan la actitud que deben observar mi cuerpo,
inteligencia y corazón.
DIGNE. — Con su actitud respetuosa; con la pronunciación exacta de las palabras,
más espaciada en los pasajes principales; con la observancia cuidadosa de las
genuflexiones, etc., mi cuerpo dará a entender, no sólo que sé a quién hablo,
qué digo y qué APOSTOLADO practico algunas veces, sino además, que mi corazón
es el que obra.
En las cortes de los reyes de la tierra, hasta los más humildes servidores creen
que las funciones que desempeñan tienen mucha importancia y toman aires
majestuosos y solemnes, y yo, que formo parte de la guardia de honor del Rey de
reyes y del Señor lleno de Majestad, ¿por qué no he de adquirir una distinción
que se traduzca en la actitud de mi alma y en la dignidad de mi porte, durante
el ejercicio de mis funciones?
ATTENTE. — Mi espíritu arde en el afán de extraer de las palabras y ritos
sagrados cuanto pueda alimentar mi corazón.
A veces fijaré la atención en el sentido literal de loe textos. Ya siga el
sentido de cada frase, ya medite sin detenerme en el rezo el sentido de una
palabra que me haya impresionado, hasta sentir la necesidad de descubrir la miel
de la devoción en otra flor; en ambos casos guardo con fidelidad el Mens
concordet voci . A veces mi inteligencia se ocupará en el misterio del día o en
la idea principal del tiempo litúrgico; pero será secundario su papel, si lo
comparamos con el de la voluntad, a la cual auxiliará, para que pueda mantenerse
en adoración o para comenzarla.
Por muy frecuentes que sean mis distracciones, sin violencia ni rigidez, sino
suavemente, como cuanto se hace con tu concurso, oh Jesús, y fuertemente, como
cuanto responde con generosidad a este concurso, quiero volver a hacer el acto
de adoración.
DEVOTE. — Este es el punto capital. Todo debe parar en hacer del oficio divino y
de toda función litúrgica, un ejercicio de piedad y, por consiguiente, un acto
del corazón.
"La precipitación es la muerte de la devoción"
San Francisco de Sales da como principio fundamental esa máxima cuando habla del
breviario y o fortiori de la Misa. Yo me impongo, pues, la obligación de emplear
alrededor de media hora en la celebración de la MISA, para que no sólo el Canon,
sino todo lo demás, sea dicho y hecho piadosamente.
Y descartaré toda clase de PRETEXTOS que pudieran servir para realizar deprisa
este acto central de mi vida diaria. Si por una mala costumbre, trunco algunas
palabras o ceremonias, me detendré, aunque sea más del tiempo debido, en esos
pasajes defectuosos para observarlos pausadamente .
Y quiero que esta resolución abarque, en la debida proporción, todas las demás
funciones litúrgicas: Sacramentos, bendiciones, funerales, etc.
En cuanto al Breviario, determinaré de antemano el momento en que he de rezarlo,
y enguanto llegue ese momento, lo despacharé todo cueste lo que cueste. Quiero a
toda costa que el rezo del Breviario sea una verdadera oración del corazón.
Oh divino Mediador, haz que sienta el horror de la precipitación, cuando ocupo
tu lugar u obro en nombre de la Iglesia. Persuádeme de que la precipitación
paraliza ese gran Sacramental que es la Liturgia, y le impide que sostenga el
espíritu de oración sin el cual, bajo capa de sacerdote celoso, yo podría llegar
a ser a tus ojos un hombre tibio o algo peor. Graba en mi conciencia esta frase,
que me haga temblar: Maledictus qui facit opus Dei fraudulenter .
A veces, a impulsos del corazón, captaré en una síntesis de Fe, el sentido
general del misterio conmemorado en el Ciclo litúrgico, y nutriré mi alma con
él.
Otras, será un acto saboreado con detención, acto de fe o de esperanza, de deseo
o de pena, de ofrecimiento o de amor.
Otras, por último, me bastará una simple MIRADA. Mirada íntima y sostenida de un
misterio, de una perfección de Dios, de mi nada, de mis miserias y necesidades o
de mi dignidad de cristiano, de sacerdote o de religioso. Mirada completamente
distinta del acto de inteligencia en el estudio de la Teología. Mirada que
aumenta la fe, y más el amor. Mirada que es sin duda un reflejo pálido de la
visión beatífica, pero que realiza desde este mundo lo que has prometido a las
almas puras y fervorosas: Beati mundo corde, quoniam ipsi Deum videbunt .
Así, cada una de las ceremonias vendrá a ser una diversión descansada, por ser
la verdadera respiración del alma, que las ocupaciones iban a asfixiar.
Oh Sagrada Liturgia, qué bálsamo traes a mi alma con tus diversas "funciones".
Lejos de ser éstas para mí una esclavitud pesada, constituyen uno de los mayores
consuelos de mi vida.
¿Cómo podría ser de otra manera, ya que, llamado gracias a ti, a la dignidad de
hijo y embajador de la Iglesia, de miembro y ministro de Jesucristo, he de
revestirme cada día más de Aquel que es la Alegría de los bienaventurados?
La unión con El me enseñará a aprovecharme de las cruces de esta vida mortal,
para hacer la siembra de mi eterna felicidad, y la Vida litúrgica, más eficaz
que todo apostolado, hará que pueda arrastrar en pos de mí otras almas en el
camino de la santidad y de la salvación.
4. La Guarda del Corazón, clave de la Vida interior y, por tanto, esencial
para el Apostolado
RESOLUCIÓN DE LA
GUARDA DEL CORAZÓN
Quiero, Jesús mío, que mi corazón tenga la preocupación constante de PRESERVARME
de toda mancha, y de ESTAR CADA VEZ MÁS UNIDO a tu Corazón, en todas mis
ocupaciones, conversaciones, recreos, etcétera.
El elemento negativo más indispensable de esta resolución, me obliga a evitar
toda mancha en los móviles y cumplimiento de mis acciones .
El elemento positivo me impulsa a querer intensificar la fe, la esperanza y la
caridad, que animan esta acción.
Esta resolución será el verdadero termómetro del valor práctico que tenga la
oración que debo hacer todas las mañanas y de mi vida litúrgica; porque mi vida
interior será lo que sea la Guarda de mi corazón: Omni custodia conserva cor
tuum, quia ex ipso vita procedit .
La Oración y la Vida litúrgica me impulsarán a unirme con Dios. Pero la Guarda
del corazón es la que permite al viajero aprovecharse del alimento que tomó
antes de emprender la marcha o durante los descansos, para mantenerse
constantemente en la disposición en que se encontraba al comenzar a andar.
Esta guarda del corazón es la solicitud habitual o frecuente, en preservar todas
mis acciones, a medida que se presentan, de cuanto pudiera viciar sus MÓVILES O
SU REALIZACIÓN.
Solicitud tranquila, cómoda, sin violencia, fuerte y humilde al mismo tiempo,
porque está basada en la confianza de que puedo acudir a Dios en mi calidad de
hijo suyo.
Es un trabajo del corazón y de la voluntad más bien que del espíritu, el cual
debe gozar de libertad para cumplir mejor sus obligaciones. La guarda del
corazón no impide la realización de las acciones, sino que las reglamenta con el
espíritu de Dios y las ajusta a los deberes que mi estado me impone. Quiero
practicar a todas horas este ejercicio, que será una mirada del corazón a todas
las acciones presentes, y una atención moderada a cada una de las partes de una
acción, a medida que voy ejecutándola. Así, será la observación puntual de Age
quod agis Mi alma, como un centinela vigilante, observará todos los movimientos
del corazón, especialmente lo que ocurre centro de mí; impresiones, intenciones,
pasiones, inclinaciones, en una palabra, todos mis actos internos y externos,
pensamientos, palabras y acciones.
Claro es que esta guarda del corazón exige un determinado recogimiento y no
puede llevarse a cabo con el alma disipada.
Pero con la práctica me habituaré a este ejercicio y así se me hará más fácil.
Quo vadam et ad quid? ¿Qué haría Jesús y cómo se conduciría, si se encontrase
en mi caso? ¿Qué me aconsejaría? ¿Qué me pide en este momento? Tales son las
preguntas que acudirán espontáneamente a mi alma, ávida de vida interior.
Cuando sienta los impulsos de ir a Jesús por María, la guarda del corazón tendrá
un carácter más afectivo todavía. El recurso a esta buena Madre vendrá a ser una
necesidad incesante de mi corazón.
Así se cumplirá el MANETE in Me et Ego in vobis , que resume todos los
principios de la vida interior.
Mi alma quiere lograr por medio de la guarda del corazón que la unirá contigo,
lo que Tú, oh Jesús, dices que es fruto de la Eucaristía: In Me manet et Ego in
eo. In Me manet. Sí; yo me consideraré como en mi casa, cuando esté en tu divino
Corazón, con derecho a disponer de todas tus riquezas, mediante la utilización
de los tesoros sin fin de la Gracia santificante y de la Mina inagotable de las
gracias actuales.
Et Ego in eo. Pero, gracias a la guarda del corazón que practique, Tú también,
amadísimo Salvador mío, estarás en mi alma como en tu casa. Porque me esforzaré
en asegurar el ejercicio constante de tu realeza sobre todas mis facultades y me
preocuparé no sólo de nada hacer fuera de ti, sino de insuflar en cada una de
mis acciones una fuerza de amor que crezca de día en día.
La consecuencia de esta guarda del corazón será el hábito del recogimiento
interior, del combate espiritual y de una vida ocupada y reglamentada, con el
consiguiente y extraordinario aumento de méritos.
De esta manera, oh Jesús mío, la unión indirecta que las obras me hacen tener
contigo, es decir, mis relaciones con las criaturas, en conformidad con tu
divina voluntad, será la continuación de la unión que realizo directamente por
medio de la Oración, la Vida litúrgica y los Sacramentos. En ambos casos, esta
unión procederá de la fe y de la caridad y se realizará bajo el impulso de la
gracia.
En la unión directa, no miro sino a Ti y a Ti solo. En la indirecta, me aplico a
otros objetos. Pero como lo hago por obedecerte, los objetos de mi atención se
tornan en medios escogidos por Ti, para mí unión contigo. Así, te dejo para
encontrarte. Siempre eres Tú aquel a quien busco con el mismo amor, pero según
tu Voluntad. Y esta voluntad tuya es el único faro que la Guarda del corazón me
señala como guía de mi actividad en tu servicio. En ambos casos puedo, pues,
decir: Mihi adhaerere Deo bonum est .
Por consiguiente, es un ERROR creer que para unirme contigo, oh Dios mío, debo
dejar mis acciones para más tarde o esperar a terminarlas. Es un error suponer
que determinados trabajos, por su naturaleza o por el tiempo en que se ejecutan,
pueden dominarme hasta quitarme la libertad e impedir mi unión contigo. Esto no
puede ser, porque Tú quieres que yo sea libre; Tú no quieres que la acción me
domine hasta anular mi libertad. Tú quieres que yo la domine, y que no sea
dominado por ella, y para lograrlo me ofreces tu gracia, a condición de que sea
fiel a la guarda del corazón.
Desde el momento en que el sentido práctico sobrenatural me da a conocer por
varios acontecimientos, circunstancias y detalles dispuestos por tu Providencia,
que una determinada acción está ligada a tu Voluntad, mi deber es rao eludirla,
ni complacerme en ella, sino comenzarla y concluirla únicamente para hacer tu
voluntad. Porque mi amor propio llegaría a adulterar su valor y a disminuir su
mérito . Si sabiendo lo que Tú quieres, oh Jesús mío, y cómo lo quieres, Quod et
quomodo Deus vult, lo hago porque lo quieres Tú: Et quia Deus vult mi unión
contigo, lejos de disminuir será más estrecha.
I. NECESIDAD DE LA GUARDA DEL CORAZÓN
Dios mío, Tú eres la Santidad, y en este mundo no admites a tu intimidad a las
almas sino en la medida en que se aplican a evitar cuanto pudiera mancharlas.
La pereza espiritual en elevar mi corazón a Ti; la afección desordenada de las
criaturas; las brusquedades e impaciencias; el rencor, los caprichos, la
molicie, el afán de comodidades; la facilidad de hablar de los defectos del
prójimo sin razón justificada; la disipación, la curiosidad que no tiene
relación alguna con la gloria de Dios; la charlatanería, la locuacidad, los
juicios temerarios acerca del prójimo; la vana complacencia en mi mismo; el
desprecio de los demás y la crítica de su conducta; el ansia de estima y
alabanza en los móviles de mis acciones; la exhibición de cuanto me favorece; la
presunción, la testarudez, los celos, la falta de respeto a la autoridad, la
murmuración; la falta de mortificación en la comida y bebida, etc., etc., qué
CANTIDAD DE PECADOS VENIALES, o al menos de imperfecciones voluntarias pueden
invadirme y privarme de las gracias abundantes que me tenías reservadas desde la
eternidad.
¿De que me servirían la oración y la vida litúrgica sí no me facilitasen el
recogimiento del alma para estar más alerta con las faltas de pura fragilidad y
levantarme inmediatamente cuando mi voluntad empieza a flaquear, y si no me
incitaran a imponerme sanciones cuando las necesite?
¡Pensar que por carecer de la guarda del corazón, Jesús mío, podría yo PARALIZAR
la acción que ejerces sobre mí!
Las Misas Comuniones, Confesiones y demás ejercicios de piedad; la protección
especial de la divina Providencia, que se preocupa de mi salvación; la solicitud
del Ángel de mi guarda; hasta tu vigilancia maternal, ¡oh Madre mía
Inmaculada!..., todo puede quedar paralizado y estéril por culpa mía.
Si carezco de voluntad para imponerme esa violencia a que te refieres, oh Jesús
mío, al decir: Violenti rapiunt illud (Mat., XI, 12), Satanás tratará de
adueñarse de mi corazón para extraviarlo y debilitarlo, y llegará hasta la
perversión de mi conciencia, por medio de falsas ilusiones.
Algunas de las caídas, alma mía, que Tú dices que son de pura fragilidad, acaso
Dios las ve de otra manera. Si no te ejercitas en la Guarda del corazón y te
empeñas en realizar el programa concretado en estas palabras: "Quiero llegar a
guardar para Jesús el móvil de cada una de mis acciones", ¿podrás afirmar lo
contrario?
Si abandono la resolución de guardar mi corazón, Iré acumulando una serie
espantosa de expiaciones para el Purgatorio y, aunque hasta la fecha haya
evitado el pecado mortal, me encontraré en la pendiente resbaladiza que hace
caer fatalmente en él. ¿Has pensado en esto, alma mía?
II. LA PRESENCIA DE DIOS, BASE DE LA GUARDA DEL CORAZÓN
Oh Trinidad Santísima, si, como lo espero, me encuentro en estado de gracia, vos
habitáis en mi corazón, aunque oculto bajo el velo de la fe, con toda vuestra
gloria y vuestras perfecciones infinitas como habitáis en el Cielo.
Constantemente están en mí vuestros ojos para ver todos mis actos. Vuestra
justicia y vuestra misericordia actúan en mi incesantemente. En respuesta a mis
infidelidades, unas veces me retiráis las gracias especiales, otras dejáis de
preparar maternalmente los acontecimientos favorables para mí, y también soléis
abrumarme de nuevos beneficios para volverme a Vos.
Si yo estimara que vuestra habitación en mi es el acontecimiento más
considerable y el más digno de llamar mi atención', ¿cómo dejaría a veces pasar
tanto tiempo sin pensar en ello?
¿No es cierto que la falta de atención a este hecho fundamental de mi
existencia, es el origen de mis fracasos en las tentativas que hago de adquirir
la guarda del corazón?
Si durante el día hubiera repetido el ejercicio de las jaculatorias, ellas me
hubieran traído constantemente a la memoria la inhabitación, todo amor, de Dios
en mí. ¿Has puesto bastante de tu parte hasta hoy, alma mía, para que las
jaculatorias jalonen tu Vida, AL MENOS UNA VEZ, EN CADA HORA DEL DÍA? ¿Te has
aprovechado de la Oración y de la Vida litúrgica, para entrar de vez en cuando,
siquiera durante unos segundos, en lo más íntimo de tu corazón, a fin de adorar
a la Belleza infinita, a la Inmensidad, a la Omnipotencia, a la Santidad, a la
Vida, al Amor; en una palabra, al Bien Supremo y Perfecto que se ha dignado
residir en tu corazón y que es tu Primer Principio y tu Ultimo Fin?
Comuniones espirituales... ¿qué lugar ocupáis en mis horas? Y, sin embargo,
estáis a mi disposición todos los instantes para recordarme que la Santísima
Trinidad habita en mí y para hacer que esta inhabitación se intensifique
mediante una nueva infusión de la Sangre del Redentor en mi alma.
¿Qué estimación he dado hasta ahora a estos tesoros colocados en mi camino? Me
hubiera bastado inclinarme para recoger esos diamantes y engastarlos en mi
diadema. ¡Qué lejos me encuentro de aquellas almas que, sin abandonar sus
trabajos o conversaciones, vuelven mil veces al cabo del día a la comunicación
con su huésped divino! Han adquirido esa costumbre y su corazón ha quedado fijo
donde está su tesoro.
III. LA DEVOCIÓN A NUESTRA SEÑORA FACILITA LA GUARDA DEL CORAZÓN
Oh Madre mía Inmaculada, para que me ayudases a guardar el corazón unido por
Jesús a la Santísima Trinidad, la palabra de tu Hijo en el Calvario me hizo hijo
tuyo. Quiero que todas las invocaciones que he de dirigirte, cada día más
frecuentemente, sirvan para la guarda de mi corazón, a fin de purificar sus
tendencias, intenciones, afectos y deseos.
No quiero cerrar los oídos a tu dulce voz, que me dice: "Detente, hijo mío, y
rectifica tu corazón." No es verdad, no, que en este momento buscas
exclusivamente la gloria de Dios. ¡Cuántas veces, en mis disipaciones u
ocupaciones desordenadas me has dirigido esta maternal invitación! ¡Y cuántas
veces, ay, la he despreciado!
Madre mía, desde hoy, escucharé esa LLAMADA DE TU CORAZÓN y te demostraré mi
fidelidad parándome en seco, con energía, en mis malos caminos. Un solo instante
me bastará para formularme una de estas preguntas: ¿Para quién realizo la acción
presente? ¿Cómo obraría Jesús si se encontrase en mi lugar? Estas preguntas,
cuando se hacen habitualmente, constituyen la Guarda del corazón. Así, podré
tener mis facultades con sus tendencias, aun en los menores detalles, en una
dependencia habitual, cada día más perfecta, con relación a Dios, que vive en
mí.
IV. APRENDIZAJE DE LA GUARDA DEL CORAZÓN
Yo gimo porque tengo que dejar la presencia de Dios durante los largos
intervalos que mis trabajos exigen. Gimo al ver que en el tiempo de mi vida
exterior incurro en muchas faltas, cualquiera que sea el estado de mi alma,
mezcla de fervor e imperfección o tibieza. Desde hoy me propongo poner remedio a
todo esto, mediante la Guarda del corazón.
Por la mañana, en la oración fijaré con DECISIÓN, CONCRETAMENTE, EL MOMENTO DE
MIS OCUPACIONES en que, sin dejarlas, haré un esfuerzo en vivir de la vida
interior con la MAYOR PERFECCIÓN POSIBLE, y guardar el corazón, es decir, estar
vigilante a todos mis actos, bajo tu mirada, oh Jesús mío, y acudir a Ti, como
si tuviese hecho el voto de hacer lo más perfecto en todas las cosas.
Comenzaré por cinco minutos o menos, mañana y tarde ; cuidaré de hacer bien este
ejercicio, más que de prolongarlo; me esforzaré en perfeccionarlo de día en día,
y conducirme en mis trabajos, ,y MÁS si SON DE LOS QUE ABSORBEN DE VERAS, a la
manera de los santos, por la pureza de intención, la guarda del corazón y de
todas mis facultades y la nobleza de mi conducta; en una palabra, trataré de
conducirme como lo hubiera hecho Jesús, de encontrarse en estas mismas
ocupaciones.
Así, practicaré el aprendizaje de la vida interior, y ello servirá de protesta
contra el hábito de disiparme y la evagatio mentis. Quiero a Jesús. Quiero su
remado. Quiero que durante mis ocupaciones, ese reinado continúe en mí. Quiero
que mi alma deje de ser como un corredor abierto a todos los vientos,
incapacitada para vivir unida a Jesús; y que sea vigilante, suplicante y
generosa.
Durante estos cortos instantes, sin violentar mi mirada, la fijaré en los
diversos móviles de mi alma, que ha de ser inexorable consigo misma. Y tendré mi
voluntad tensa y ardientemente decidida a no perdonarme nada, para vivir con
toda la perfección posible, durante este corto intervalo. Mi corazón, por su
parte, estará resuelto a recurrir frecuentemente a nuestro Señor, para
mantenerme en ese ENSAYO DE SANTIDAD.
Este ejercicio deberá ser cordial, alegre y hecho con anchura de alma. Deberé,
sin duda, no perder la vigilancia y ser mortificado para mantenerme en la
presencia de Dios, y negara mis facultades y sentidos todo lo que huela a
natural. Pero no me contentaré con este lado negativo de mis esfuerzos.
Procuraré ante todo que este ejercicio vaya informado de esa intensidad en el
amor, con la cual practicaré el Age quod agis, con más pureza de intención y con
un ardor y una generosidad crecientes, que dé a mis obras todo el valor y toda
la perfección de que son susceptibles.
Por la tarde, en el examen general (o en el particular, si lo hago sobre este
ejercicio) ampliaré con todo rigor cómo he empleado esos minutos destinados a la
guarda del corazón más estricta y sin reservas, junto a Jesús. Me impondré una
sanción o una pequeña penitencia (aunque sea privarme del vino o del postre, sin
que nadie se aperciba, o hacer una corta oración con los brazos en cruz, o
golpearme los dedos con un objeto duro, como por ejemplo una regla), si veo que
no estuve bastante vigilante, fervoroso, suplicante o amoroso durante la
tentativa de la guarda del corazón; es decir, si no uní debidamente la vida
interior a la activa.
¡Qué resultados tan maravillosos lograré con este ejercicio! ¡Oh, qué escuela es
esta de la guarda del corazón!
¡Qué apreciación tan distinta e insospechada de mis pecados e imperfecciones!
Estos benditos instantes ejercerán poco a poco una influencia VIRTUAL, sobre los
que les sigan. Pero nos los prolongaré sino después de haber agotado lo que
hubiere podido entrever de horizonte de santidad, de perfección, de ejecución y
de intensidad de amor.
Me preocuparé más de la calidad que de la cantidad. La sed de no contentarme con
los cinco minutos del principio, se me avivará en la proporción en que llegue a
ver lo que soy y lo que Tú esperas de mí, Jesús mío. Y, poco a poco,
familiarizándome con este saludable ejercicio, acabaré por encontrar el hábito y
la necesidad de practicarlo, y Tú descubrirás a mi alma, así purificada, los
secretos de la vida de unión contigo.
V. CONDICIONES DE LA GUARDA DEL CORAZÓN
Casi toda la trama de mi vida está más o menos manchada. De esta CONVICCIÓN que
Satanás trata de hacerme olvidar, nace mi desconfianza en mi y en las criaturas.
Este elemento, injertado en el deseo vivo que tengo de ser de Jesús producirá
forzosamente:
Una vigilancia, leal y exacta, dulce y tranquila, confiada en la gracia y
fundamentada en la represión de la disipación y del exceso de apresuramiento
natural. Una renovación constante de mis resoluciones. Un volver a comenzar
persistente, lleno de confianza en la misericordia de Jesús para el alma que
lucha de verdad por llegar a la Guarda del corazón. La certeza creciente de que
NO ME ENCUENTRO SOLO en mis combates, sino unido a Jesús que vive en mí, a
María, mi Madre, al Ángel de mi Guarda y a los Santos. La convicción de que esos
aliados poderosos me prestan su asistencia en todos los instantes, con tal que
persevere en la guarda del corazón, y no me aleje de su asistencia. Por último,
el recurso cordial y frecuente a todos esos apoyos divinos, para que me ayuden a
hacer lo que Dios quiere, como lo quiere y porque lo quiere .
¡Oh Jesús mío, qué transformación sufrirá mi vida si guardo el corazón unido
contigo! Mi inteligencia puede aplicarse del todo a la acción que ejecute. Pero
quiero llegar a practicar en mis trabajos, aun los más absorbentes, lo que he
observado en algunas almas; que están enteramente ocupadas y, al mismo tiempo,
con su corazón RESPIRANDO constantemente en Ti.
La Guarda del corazón, bien comprendida, no disminuirá la libertad de acción de
mis facultades en el cumplimiento de los deberes de mi estado; antes al
contrario, la respiración de mi alma en la atmósfera de tu amor, Jesús mío, la
aumentará, haciendo que mi vida se deslice con serenidad, a pleno sol, pujante y
fecunda.
En vez de ser esclavo de la soberbia, el egoísmo o la pereza; en lugar de gemir
bajo el yugo de las pasiones e impresiones, seré más libre cada vez. Y, con mi
libertad perfeccionada podré, ¡oh Dios mío!, darte frecuentemente el homenaje de
mi dependencia. Así me aseguraré en la verdadera humildad, sin la cual la vida
interior es ficticia. Así también desarrollaré en mí el espíritu fundamental de
sumisión; submissio ad Deum , que resume la intimidad de la vida del Salvador.
Participando de la llama de amor, que te hizo ¡oh Jesús!, tan dócil y atento a
la voluntad de tu Padre, mereceré participar en el cielo de la gloria que goza
tu Humanidad, en recompensa de tu admirable dependencia de Dios, fundamentada en
la humildad y el amor: Factus obediens... propter quod et Deus exaltavit illum .
5. Necesidad que tiene el Apóstol de una ardiente devoción a María Inmaculada
Miembro de la Orden de los Cistercienses tan íntimamente consagrada a María,
hijo de San Bernardo, el apóstol incomparable de Europa durante medio siglo,
¿podría olvidarme de que el Santo Abad de Claraval atribuía a María los
progresos que hizo en la unión con Jesús y los éxitos de su apostolado?
Todo el mundo conoce lo que fue ante los pueblos y los reyes, en el seno de los
Concilios y en la corte de los Papas, el apostolado de aquel que será el hijo
más ilustre del Patriarca San Benito.
Todos exaltan la santidad, el genio, el conocimiento profundo de las Escrituras
y la unción penetrante de los escritos del último Padre de la Iglesia.
Pero lo que principalmente resume la admiración de los siglos hacia el Santo
Doctor es el título de Cytharista Mariae que se le da.
"Trovador de María", no ha sido superado por ninguno de cuantos celebraron las
glorias de la Madre de Dios. San Bernardino de Sena y San Francisco de Sales,
así como Bossuet, San Alfonso, el Venerable Simón de Montfort y otros, acudieron
a la mina de los escritos de San Bernardo cuando quisieron hablar de María y
hallar argumentos con que demostrar esta verdad que el Santo Doctor, se preocupa
de poner de relieve: "Todo nos viene por María."
"Ved, hermanos míos, con qué sentimientos de devoción quiere que honremos a
María ese Dios que ha depositado en ella la plenitud de todos los bienes. Todas
nuestras esperanzas, las gracias que poseemos y las prendas de salvación,
debemos reconocer que nos vienen por conducto de Aquélla, que está colmada de
delicias... Suprimid el sol que ilumina el mundo, y desaparece el día. Suprimid
a María, esa estrella del mar, de nuestro inmenso mar sin orillas, ¿qué nos
queda sino profunda oscuridad, sombra de muerte y tinieblas espesas? Honremos,
pues, a María desde el fondo de las entrañas, con nuestros mejores sentimientos.
Tal es la voluntad de Aquel que quiso que todo lo recibamos por Ella" .
Convencidos de esta doctrina, no dudamos en afirmar que el apóstol, por mucho
que trabaje en su santificación, en su progreso espiritual y en la fecundidad de
su apostolado, se expone a edificar sobre arena, si su actividad no se apoya en
una espacialísima devoción a Nuestra Señora.
a) PARA LA VIDA INTERIOR PERSONAL
Un apóstol no tendrá la debida devoción a María, si su confianza en ella carece
de entusiasmo y se limita a darle un culto puramente exterior. Así como su Hijo,
intuetur cor. Ella no mira sino a nuestro corazón y nos tiene por verdaderos
hijos en la medida en que la fuerza de nuestro amor responde al suyo para con
nosotros.
Un corazón firmemente convencido de las grandezas, privilegios y funciones de
Aquella que es a la vez Madre de Dios y de los hombres.
Un corazón penetrado de que la lucha contra los propios defectos, la adquisición
de las virtudes, el reinado de Jesucristo en nuestras almas y, por tanto, la
seguridad de nuestra santificación y salvación, guardan proporción con el grado
de devoción que tengamos a María .
Un corazón penetrado de este pensamiento: que todo es más fácil, seguro, suave y
rápido en la vida interior cuando se ejecuta con María .
Un corazón que desborda de confianza filial, pase lo que pase, hacia Aquella
cuyas delicadezas, atenciones, ternuras, misericordias y generosidades conoce .
Un corazón cada vez más inflamado de amor hacia Aquella que jamás separa de sus
alegrías, que siempre une a sus penas y por la cual pasan todos sus afectos y
cariños.
Todos estos sentimientos reflejan a la perfección el corazón de San Bernardo,
que fue un ejemplar de hombre de obras.
Quién no conoce las palabras que le salen del alma, cuando explicando a sus
monjes el pasaje del Evangelio, Missus est, exclama:
"Oh vosotros los que comprendéis que en el flujo y reflujo de este siglo flotáis
en medio de las borrascas y tempestades en vez de pisar en tierra firme, tened
fijos los ojos en esa estrella para no perecer en la tormenta. Si los vientos de
las tentaciones se desencadenan y chocáis con los escollos de las tribulaciones,
mirad a la estrella; invocad a María. Si os sentís sacudidos por las olas del
orgullo, de la ambición, de la maledicencia, de la envidia, mirad a la estrella;
invocad a María. Si la cólera, la avaricia o la codicia asaltan el frágil
esquife de vuestra alma, levantad los ojos a María. Si abrumados por la
enormidad de vuestras culpas, y confundidos por las llagas repugnantes de
vuestra conciencia, o espantados por el horror del juicio que os espera,
comenzáis a sumergiros en el abismo de la tristeza y la desesperación, pensad en
María. En los peligros, en las angustias y en el tormento de las dudas, pensad
en María; invocad a María. Que María no se separe nunca de vuestros labios ni de
vuestro corazón. Y para tener los sufragios de sus oraciones, no olvidéis los
ejemplos de su vida. Siguiéndola no os extraviaréis; invocándola, no caeréis en
la desesperación; contemplándola, no os equivocaréis; con su apoyo, no podréis
caer; bajo su protección, no hay por qué temer; conducidos por ella, no os
fatigaréis; si os es propicia, llegaréis seguramente a puerto."
Obligados a no alargarnos, y queriendo por lo menos ofrecer a nuestros hermanos
en el apostolado un resumen de los consejos de San Bernardo para llegar a ser un
verdadero hijo de María, creemos lo más acertado invitarles a leer con atención
el sólido y precioso volumen "La vida espiritual en la escuela del Venerable
Griñón de Montfort", escrito por el Padre Lhoumeau . Juntamente con las obras de
San Alfonso María de Ligorio y los comentarios del Padre Desurmont; con los
escritos del Padre Faber, del Padre Giraud y de La Salette, ninguna obra refleja
mejor que la del Padre Lhoumeau los escritos de San Bernardo que, por otra
parte, cita en casi todas las páginas del libro. Sólida base teológica, unción y
carácter práctico; todo lo reúne para obtener el resultado que buscaba sin
descanso el Abad de Claraval; o sea, modelar el corazón de sus hijos a imagen
del suyo: y darles lo que fue la característica de los autores cistercienses: la
necesidad de recurrir habitualmente a María y la Vida de unión con ella.
Terminemos con las consoladoras palabras que la admirable cisterciense Santa
Gertrudis, llamada por Dom Gueranger Gertrudis la Grande, oyó de labios de la
Santísima Virgen: "A mi dulce Jesús no debe llamársele mi unigénito, sino mi
primogénito. Primeramente le concebí a él en mi seno, pero después de él, o
mejor dicho, por él os he concebido a todos para que seáis hermanos suyos e
hijos míos, adoptándoos en las entrañas de mi caridad maternal." Todo cuanto en
las obras de esta Santa Patrona de las Religiosas Cistercienses, tiene relación
con la vida de unión con María, refleja el espíritu de su Padre San Bernardo.
b) POR LA FECUNDIDAD DEL APOSTOLADO
Todo hombre de obras, ya se disponga a sacar las almas del pecado o a
prepararlas a la virtud, debe tener como preocupación, la de San Pablo, o sea
engendrar Nuestro Señor en las almas. Ahora bien, dice Bossuet: "Habiendo
querido Dios darnos una vez a Jesucristo por medio de la Santísima Virgen, esta
disposición no puede sufrir alteración. Si Ella engendró la cabeza, debe
engendrar los miembros."
Separar a María del apostolado sería desconocer una de las partes esenciales del
Plan Divino. “Todos los predestinados, dice San Agustín, están en este mundo
encerrados en el seno de la Santísima Virgen, que les guarda, nutre, retiene y
desarrolla, hasta que los dé a luz en la gloria después muerte."
"Desde la encarnación, concluye con razón San Bernardino de Sena, María ha
adquirido una especie de jurisdicción sobre toda misión temporal del Espíritu
Santo, que suerte que ninguna criatura recibe las gracias que Dios le concede,
sino por sus manos."
Pero a su vez, el devoto verdadero de María viene a ser todopoderoso sobre el
Corazón de su Madre. Entonces, habrá un apóstol que pueda dudar de la eficacia
de su apostolado, si por ser devoto de María dispone de la Omnipotencia que
tiene María sobre la Sangre del Redentor?
Así vemos que todos cuantos se dedican a convertir a las almas, están animados
de una devoción extraordinaria hacia la Santísima Virgen. ¿Quieren sacar un alma
del pecado? ¡Con qué calor y persuasión hablan, por estar identificados con el
horror al mal y el amor a la pureza con la que se ha dado el nombre de
Inmaculada Concepción!
El Precursor conoció la presencia de Jesús a la voz de María y saltó de gozo en
el seno de su madre. ¡Qué acentos prestará María a sus verdaderos hijos para que
abran a Jesús los corazones que les estaban cerrados!
¡Qué persuasivas palabras saben encontrar los íntimos de la Madre de
Misericordia para impedir que se apodere la desesperación de las almas que
abusaron durante mucho tiempo de las gracias!
¿Se trata de algún desgraciado que no conoce a María? La seguridad con que el
hombre de obras se la muestra como Verdadera Madre y refugio de pecadores, le
abre al desgraciado nuevos horizontes.
El Santo Cura de Ars solía encontrar a veces algunos pecadores que» falsamente
ilusionados, se apoyaban en algunas prácticas exteriores de devoción a la
Santísima Virgen, para quedar tranquilos en el pecado, sin temor a las llamas
eternas. Su palabra entonces era dominadora, para mostrar al culpable la
monstruosidad de su presunción, tan injuriosa para la Madre de Misericordia, y
para impulsarle a implorar la gracia de librarse de los anillos de la serpiente
infernal.
Un hombre de obras poco devoto de María, que se encontrase en ocasión parecida,
emplearía palabras tajantes y frías, con las cuales lograría que el pobre
náufrago acabase por abandonar aquella tabla a que estaba asido, y que hubiera
podido ser para él la tabla de salvación.
Cuando María vive en el corazón del apóstol, le da una elocuencia maternal para
llegar al fondo de las almas en que fracasó todo intento de conversión. Parece
que Nuestro Señor, con una delicadeza admirable, ha querido reservar a la
mediación de su Madre, las más difíciles conquistas del apostolado, y
concederlas exclusivamente a los que viven en intimidad con Ella. Per te ad
nihilum redegit inimicos nostros.
El verdadero hijo de María jamás debe considerar que agotó los argumentos,
medios y expedientes de conversión, aun en los casos más desesperados, cuando
trata de robustecer a los débiles y consolar a los inconsolables.
El Decreto que agregó a la Letanía la invocación Mater boni consilii, se apoya
en los títulos que tiene María de Coelestium gratiarum thesauraria y de
Consolatrix universalis. Por ser "Madre del Buen Consejo", a sus verdaderos
devotos otorga, como en Cana, el secreto de obtener, para distribuirlo, el Vino
de la fuerza y de la alegría.
Pero cuando se les habla a las almas del amor de Dios, la "Robadora de
corazones", Raptrix Cordium, según la frase de San Bernardo, pone en los labios
de sus más íntimos devotos, palabras de fuego que encienden el amor de Jesús,
haciendo germinar todas las virtudes.
Nosotros, los apóstoles, debemos amar apasionadamente a la que Pío XI llamó
Virgo Sacerdos, cuya dignidad está por encima de la de los sacerdotes y
pontífices. Ese amor nos dará el derecho de no considerar nunca como perdida una
obra comenzada con María y continuada con Ella. María, en efecto, está debajo y
encima de cuanto afecta al reino de Dios por su Hijo.
Pero cuidémonos de creer que trabajamos con Ella, cuando nos limitamos a
levantarle altares o a entonar cánticos en su honor. Ella nos pide una devoción
que nos permita afirmar sinceramente que vivimos habitualmente unidos a ella;
que acudimos a pedirle consejo; que nuestras afecciones pasan por su corazón y
que nuestras peticiones van a menudo por su conducto. Pero lo que María espera
sobre todo de nuestra devoción, es la imitación de todas las virtudes que
admiramos en Ella, y nuestro abandono sin reservas en sus manos, para que nos
revista de su divino Hijo.
Si cumplimos esta condición del Recurso habitual a María, imitaremos a, aquel
general del ejército del Pueblo de Dios que antes de lanzarse contra el enemigo
dijo a Débora: "Iré, si vienes conmigo; si no, no iré", y haremos todas nuestras
obras con Ella. No sólo intervendrá en nuestras más importantes decisiones, sino
hasta en las imprevistas y aun en los detalles de ejecución.
Unidos a aquella cuyo título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, resume para
nosotros todos los demás, no nos expondremos a falsear nuestras obras, ni nos
permitiremos que se enfrenten con nuestra vida interior, ni sean un peligro para
nuestras almas, sirviendo para nuestra gloria más que para la de Dios.
Nosotros, por el contrario, iremos por medio de las Obras a la Vida interior,
con lo cual hará más estrecha nuestra unión con la que ha de asegurarnos la
posesión de su Hijo por toda la eternidad.
Epílogo
Este modesto trabajo queda depositado a los pies de María.
Nuestro deseo es meditar siempre el ideal perfecto del apostolado en el Corazón
de la Santísima Virgen.
La Virgen lleva en su pecho al Verbo encarnado, rodeado de un círculo luminoso.
Como el Padre eterno, ella conserva siempre consigo el Verbo que dio al mundo.
Según la expresión de Rohault de Fleury, "el Salvador brilla en medio de su
pecho como una Eucaristía, de la que se han desgarrado los velos". Jesús vive en
Ella, siendo su corazón, su respiración, su centro y vida: imagen de la vida
interior.
Pero el divino adolescente está allí, ejerciendo su apostolado. Su actitud, el
Evangelio que tiene enrollado en la mano izquierda, el gesto de su mano derecha
y su mirada... todo indica que está enseñando. Y la Virgen se une a su palabra.
La expresión de su rostro parece decir que ella también va a hablar. Sus grandes
ojos, enteramente abiertos, buscan almas que comunicar a su hijo: imagen de la
vida activa por la predicación y la enseñanza.
Sus manos, extendidas como las de las Orantes de las catacumbas o las del
sacerdote al ofrecer la Víctima divina, nos recuerdan que la oración y la unión
al sacrificio de Jesús, harán más que nada profunda nuestra vida interior y
fecundo nuestro apostolado.
Ella vive de Jesús y por Jesús; de su vida, amor y unión a su sacrificio. Y
Jesús habla en Ella y por Ella. Jesús es su vida y Ella es la Portadora del
Verbo; su portavoz, la Custodia de Jesús.
De la misma manera, el alma consagrada a la obra por excelencia, que es el
apostolado, ha de vivir en Dios, para poder hablar de El con eficacia; y la vida
activa, repitámoslo una vez más, no debe ser otra cosa que el desbordamiento de
la Vida interior.
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