Rezar por nosotros mismos
Hay un dicho que dice: "Alma por alma, salvo la mía". Y es que muchos, por rezar por los demás, se olvidan de rezar primero por ellos mismos. Porque nuestra primera obligación es salvarnos nosotros mismos. Después podemos rezar también por los demás, pero primero por nosotros. Y esto no es egoísmo, sino justicia y prudencia. No podremos salvar a nadie, si primero no nos salvamos nosotros. No podemos santificar a ninguno, si primero no somos santos nosotros, puesto que nadie puede dar lo que no tiene. Entonces cuando recemos, pidamos en primer lugar por nosotros, por nuestra salvación y santificación, y también, ¿por qué no?, por el éxito de todos nuestros proyectos y empresas, porque Dios quiere que nos vaya bien en todo y Él es un Dios bueno, que escucha nuestras plegarias. El Señor nos ha mandado que amemos al prójimo como a nosotros mismos. Es decir, que el amor a nosotros mismos está primero, y semejante a este amor debe ser el amor que tenemos al prójimo. Por ello hay que rezar por uno mismo y después sí rezar también por los demás.
Rezar por nuestros padres.
Después de Dios y de la Virgen, nuestros padres del Cielo, debemos amar y respetar a nuestros padres de la tierra, y rezar mucho por ellos, ya sea que hayan partido hacia la eternidad o que todavía estén sobre esta tierra. Es un deber de gratitud, porque hayan sido como hayan sido nuestros padres, siempre les debemos respeto y gratitud, y tenemos que amarlos, sin juzgarlos, y perdonando los errores que hubiesen podido cometer en nuestra crianza. ¿Quién de nosotros es perfecto? Y ser padre, ser madre, es un arte muy difícil. Recemos entonces después de rezar por nosotros mismos, por nuestros padres terrenos, que son los representantes de Dios en la tierra. Es un mandamiento de Dios: “Honrar padre y madre”, y por eso una forma de honrarlos es pidiendo por ellos, rezando por todas sus necesidades materiales y espirituales. ¿Quién rezará por ellos si no lo hacemos nosotros, sus hijos? Seamos agradecidos con ellos hasta que en el Cielo nos reencontremos todos, ya terminada la prueba terrena, sanados los odios o rencores y perdonados unos a otros. Si ellos no saben o no pueden darnos las gracias en la tierra, lo harán en el Cielo, cuando comprendan con los ojos de la vida celestial, el bien que le hemos hecho nosotros como amorosos hijos.
Rezar por las Almas del Purgatorio.
Si bien es necesario que recemos por nuestros seres queridos que están en la tierra, también es cierto que las necesidades que padecen nuestros seres queridos y en general todas las almas que sufren en el Purgatorio, son mayores. Por eso debemos hacer el propósito de rezar todos los días por las Benditas Almas del Purgatorio. Es un deber de caridad, puesto que tal vez muchas de las almas que están detenidas en ese lugar de expiación, pueden estar sufriendo por el mal ejemplo que les hemos dado en la vida, y es lógico que las ayudemos a sobrellevar ese sufrimiento como forma de pagar la deuda que hemos contraído con la Justicia divina. Pero, además, al rezar por las Benditas Almas, nos estamos asegurando que cuando nosotros estemos en ese lugar, otros rezarán por nosotros, puesto que el Señor ha dicho en una de sus bienaventuranzas que son felices los misericordiosos porque obtendrán misericordia. Y esto el Señor no lo ha dicho sólo de que obtendrá misericordia de Dios quien sea misericordioso, sino que también obtendrá misericordia de sus semejantes, y eso es lo que sucederá si ahora rezamos por las almas purgantes, que luego otros rezarán por nosotros. Pensemos que el alma que menos sufre en el Purgatorio, sufre mucho más que la criatura que más sufre en la tierra con toda clase de enfermedades y dolores. ¡Así que es una obra de gran amor el rezar por las Benditas Almas!
Rezar por los pecadores.
Si viéramos a un hombre que corre alocadamente hacia un precipicio, ¡qué no haríamos por avisarle para que detenga su carrera y que se salve! Pues bien, los pecadores corren aceleradamente hacia el abismo infernal, y con sus pecados aumentan su velocidad y peso, y están en gran peligro de caer para siempre en el Infierno eterno. Por eso con nuestras oraciones, podemos obtenerles la conversión y la salvación. Nuestra oración por los pecadores, es como ese aviso que hacemos a las almas para que entren en sí mismas y se conviertan, cambien de vida ahora o, al menos, en la hora de su muerte, para que se salven y vayan al Cielo. Y cuando rezamos el Santo Rosario estamos rezando de la mejor manera por los pecadores, en los que también nos incluimos nosotros, que más o menos también somos pecadores. Cuando en las Avemarías del Rosario decimos a la Virgen: “Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”, estamos implorando a María que nos proteja en todo momento a nosotros y a todos los pecadores del mundo, y especialmente que su protección nos ampare en la hora postrera de la muerte, que es cuando se decidirá nuestra suerte eterna.
Rezar por los Sacerdotes.
El Sacerdote es un hombre de Dios, pero sigue siendo hombre, y si bien el Señor lo ha elegido para una gran misión, es también sabido que el demonio lo quiere arruinar porque sabe que haciendo caer a un alma sacerdotal, consagrada, precipita en el Infierno a un buen número de almas. Imitemos a Santa Teresita que rezaba tanto por los Sacerdotes, pues el triunfo del Inmaculado Corazón de María se dará en el mundo con la batalla combatida por la Iglesia contra el Infierno, y los Sacerdotes deben ir a la cabeza del ejército fiel. Recordemos que gracias a un Sacerdote es que tenemos la vida de la gracia, pues un Sacerdote fue quien nos bautizó. Y también fue un Sacerdote que nos dio la primera Comunión, nos da el perdón de los pecados a través del sacramento de la Confesión, y será un Sacerdote quien nos dé los últimos auxilios para partir hacia la eternidad. El demonio hace todo lo posible por destruir a la Iglesia Católica, y por eso ataca las “cabezas”, es decir, a los Sacerdotes, las lumbreras del mundo. Todo lo que hagamos por un Sacerdote será en bien de un inmenso número de almas, porque salvar un alma es salvar la propia; pero salvar un alma sacerdotal, es salvar incontables almas y obtener en el Cielo un grado elevado de gloria.
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