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Mensajes de la Virgen sobre la Eucaristía
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

PortadaMensajes de la Virgen sobre la Eucaristía

Mensajes dados por la Santísima Virgen al Padre Gobbi, sobre la Eucaristía:

Rubbio (Vicenza), 8 de agosto de 1986

Madre de la Eucaristía.

“Hijos predilectos, cómo rebosa de gozo mi Corazón al veros reunidos aquí en una peregrinación sacerdotal de adoración, de amor, de reparación y de acción de gracias a Jesús, mi Hijo y mi Dios, presente en la Eucaristía, para consolarle de tanto vacío, de tanta ingratitud y tanta indiferencia de que se ve rodeado por tantos hijos míos en Su real presencia de amor en todos los sagrarios de la tierra, sobre todo, por muchos de mis hijos predilectos, los Sacerdotes.

Gracias por la alegría que dais al Corazón de Jesús, que os sonríe complacido y estremecido de ternura por vosotros. Gracias también por la alegría que dais al Corazón Inmaculado de vuestra Madre Celestial en medio de su profundo dolor.

Yo soy la Madre del Santísimo sacramento.

Llegué a serlo con mi Sí, porque en el momento de la Encarnación, di la posibilidad al Verbo del Padre, de bajar a mi seno virginal y, si bien soy también verdadera Madre de Dios, porque Jesús es verdadero Dios, mi colaboración se concretó, sobre todo, en dar al Verbo la naturaleza humana, que le permitiera a Él, segunda persona de la Santísima Trinidad, Hijo coeterno del Padre, hacerse también Hombre en el tiempo y ser verdadero hermano vuestro.

Al asumir la naturaleza humana le fue posible realizar la obra de la Redención.

Por ser la Madre de la Encarnación, soy también Madre de la Redención.

Una Redención efectuada desde el momento de la Encarnación hasta el momento de Su muerte en la Cruz, donde Jesús debido a la humanidad asumida, ha podido realizar lo que no podía hacer como Dios: sufrir, padecer, morir, ofreciéndose en perfecto rescate al Padre y dando a Su justicia una reparación digna y justa.

Verdaderamente Él ha sufrido por todos vosotros, redimiéndoos del pecado y dándoos la posibilidad de recibir aquella vida divina, que se había perdido para todos en el momento del primer pecado, cometido por nuestros progenitores.

Mirad a Jesús mientras ama, obra, ora, sufre, se inmola desde su descenso a mi seno virginal hasta su elevación en la Cruz, en ésta Su perenne acción sacerdotal, para que podáis comprender cómo Yo soy sobre todo Madre de Jesús Sacerdote.

Por esto soy también verdadera madre de la Santísima Eucaristía. No porque Yo lo engendre todavía en esta realidad misteriosa sobre el Altar.

¡Este ministerio está reservado sólo a vosotros, mis hijos predilectos!

Es un ministerio, empero, que os asemeja mucho a mi función maternal, porque también vosotros, durante la Santa Misa y por medio de las palabras de la Consagración, engendráis verdaderamente a mi Hijo.

Por Mí lo acogió el frío pesebre de una gruta, pobre e incómoda; por vosotros, lo acoge ahora la fría piedra de un altar.

Pero también vosotros, al igual que Yo, generáis a mi Hijo.

Por esto no podéis sino ser hijos de una particular, más bien particularísima, predilección de Aquella que es Madre, verdadera Madre de su Hijo Jesús

Mas Yo también soy verdadera Madre de la Eucaristía, porque Jesús se hace realmente presente, en el momento de la Consagración, por medio de vuestra acción sacerdotal.

Con vuestro sí humano, dado a la poderosa acción del Espíritu, que transforma la materia del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, hacéis posible que Él tenga esta nueva y real presencia Suya entre vosotros.

Y se hace presente para continuar la Obra de la Encarnación y de la Redención, que le fue posible ofrecer al Padre por causa de su naturaleza humana, asumida con el Cuerpo que Yo le he dado. Así Jesús, en la Eucaristía, se hace presente con Su divinidad y con Su Cuerpo glorioso, aquel Cuerpo que le fue dado por vuestra Madre Celestial, verdadero Cuerpo nacido de María Virgen.

Hijos, el Suyo es un Cuerpo Glorioso, pero no uno diverso, o sea, no se trata de un nuevo nacimiento Suyo. En efecto, es el mismo Cuerpo que Yo le di: nacido en Belén, muerto en el Calvario, depositado en el Sepulcro y desde allí resucitado, pero asumiendo una forma nueva, Su forma divina, la de la gloria.

Jesús en el Paraíso, con Su Cuerpo Glorioso, sigue siendo hijo de María; así Aquel que, con Su divinidad, vosotros generáis en el momento de la Consagración Eucarística, es siempre hijo de María.

Yo soy, por tanto Madre de la Eucaristía.

Y, como Madre, Yo estoy siempre al lado de mi Hijo.

Lo estuve en esta tierra; lo estoy ahora en el Paraíso, por el privilegio de mi Asunción corporal al Cielo; estoy también donde Jesús está presente, en todos los Sagrarios de la tierra.

Así como Su Cuerpo Glorioso, estando fuera de los límites del tiempo y del espacio, le permite estar aquí delante de vosotros en el Sagrario de esta pequeña iglesia de montaña, le permite al mismo tiempo estar presente en todos los Sagrarios esparcidos por el mundo; así también vuestra Madre Celestial, con su cuerpo glorioso, que le permite estar aquí y en todas partes, se halla verdaderamente junto a todos los Sagrarios donde Jesús está custodiado.

Mi Corazón Inmaculado, le hace de vivo, palpitante, materno Sagrario de amor, de adoración, de gratitud y de perenne reparación.

Yo soy la Madre Gozosa de la Eucaristía.

Vosotros, hijos predilectos, sabéis bien que donde está el Hijo están también el Padre y el Espíritu Santo. Como en la gloria del Paraíso, Jesús está sentado a la derecha del Padre, en íntima unión con el Espíritu Santo, así también cuando, llamado por vosotros, se hace presente en la Eucaristía y se custodia en el Sagrario, acompañado por mi Corazón de Madre, junto al Hijo están realmente presentes el Padre y el Espíritu Santo, morando siempre allí la Divina y Santísima Trinidad.

Y, como ocurre en el Paraíso, también junto a cada Sagrario, está la presencia extasiada y gozosa de vuestra Madre Celestial.

Después están allí todos los Ángeles, dispuestos en sus nueve Coros de Luz, para cantar la Omnipotencia de la Santísima Trinidad, con diversas modulaciones de armonía y de gloria, como si quisieran exteriorizar, en grados diferentes, Su grande y divino poder.

Junto a los Coros Angélicos, se hallan también todos los Santos y Bienaventurados que propiamente de la luz, del amor, del perenne gozo y de la inmensa gloria, que brotan de la Santísima Trinidad, reciben un aumento continuo de su eterna y siempre creciente bienaventuranza.

A este supremo vértice del Paraíso suben también las profundas inspiraciones, los sufrimientos purificadores, la oración incesante de todas las almas del Purgatorio. Hacia él tienden con un deseo, con una caridad cada día más ardiente, cuya perfección es proporcionada a su progresiva liberación de toda deuda contraída por la fragilidad y por sus culpas, hasta el momento en que, perfectamente renovadas por el Amor, pueden asociarse al canto celestial que se forma en torno a la Santísima y Divina Trinidad, que mora en el Paraíso y en todos los Sagrarios, donde Jesús está presente, aún en los lugares más remotos y apartados de la tierra.

Por esto, junto a Jesús, Yo soy la Madre Gozosa de la Eucaristía.

Yo soy la Madre Dolorosa de la Eucaristía.

A la Iglesia triunfante y a la purgante, que palpitan en torno al centro del amor, que es Jesús Eucarístico, debería unirse también la Iglesia militante, deberíais uniros todos vosotros, mis hijos predilectos, religiosos y fieles, para componer con el Paraíso y con el Purgatorio un himno perenne de adoración y alabanza.

Por el contrario, Jesús hoy en el Sagrario está rodeado de tanto vacío, de tanto abandono, de tanta ingratitud.

Estos tiempos han sido predichos por Mí en Fátima por medio de la voz del Ángel, aparecido a los niños, a quienes enseñó esta oración:

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Te adoro profundamente, Te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes, de los sacrilegios y de la indiferencia de que está rodeado...”

Esta oración fue enseñada para estos tiempos vuestros.

Jesús hoy vive rodeado del vacío formado especialmente por vosotros Sacerdotes que, en vuestra acción apostólica, giráis a menudo inútilmente y muy en la periferia, yendo a las cosas menos importantes y más secundarias, olvidando que el centro de vuestra jornada sacerdotal debe estar aquí, delante del Sagrario, donde Jesús se halla presente y se guarda sobre todo por vosotros.

Está rodeado también de la indiferencia de tantos hijos míos, que viven como si Él no existiera, y, cuando entran en la Iglesia para las funciones litúrgicas, no se percatan de Su divina y real presencia entre vosotros. Con frecuencia Jesús Eucarístico es puesto en un rincón perdido, cuando debe ser colocado en el centro de la Iglesia y en el centro de vuestras reuniones eclesiales, porque la Iglesia es Su Templo, que ha sido construido en primer lugar para Él y después para vosotros.

Amarga profundamente a mi Corazón de Madre el modo con que Jesús, presente en el Sagrario, es tratado en tantas iglesias, donde es arrinconado, como un objeto cualquiera para usar en vuestras reuniones eclesiales.

Pero están sobre todo los sacrilegios que forman hoy, en torno a mi Corazón Inmaculado, una dolorosa corona de espinas.

En estos tiempos ¡cuántas comuniones y cuántos sacrilegios se cometen! Se puede decir que hoy ya no hay una celebración eucarística en la que no se hagan comuniones sacrílegas. ¡Si vierais con mis propios ojos cuán grande es esta plaga, que ha contaminado a toda la Iglesia y la paraliza, la detiene, la hace impura y tan enferma!

Si vierais con mis ojos, también vosotros derramaríais Conmigo lágrimas copiosas.

Por tanto, sed hoy vosotros mis predilectos e hijos consagrados a mi Corazón un fuerte llamamiento para el pleno retorno de toda la Iglesia militante a Jesús presente en la Eucaristía.

Porque sólo ahí está la fuente de agua viva, que purificará su aridez y renovará el desierto a que está reducida; sólo ahí está el secreto de la Vida, que abrirá para ella un segundo Pentecostés de gracia y de luz; sólo ahí está la fuente de su renovada santidad: ¡Jesús en la Eucaristía!

No son vuestros planes pastorales ni vuestras discusiones, no son los medios humanos en que ponéis tanta confianza y seguridad, sino sólo es Jesús Eucarístico quien dará a toda la Iglesia la fuerza de una completa renovación, que la llevará a ser pobre, evangélica, casta, despojada de todos los apoyos en que confía, santa, bella, sin mancha ni arruga, a imitación de vuestra madre Celestial.

Deseo que este mensaje mío se haga público, sea reseñado y se incluya entre los contenidos de mi libro.

Deseo que sea difundido en todo el mundo, porque de todas las partes de la tierra os llamo hoy a todos a ser una corona de amor, de adoración, de agradecimiento y de reparación sobre el Corazón Inmaculado de Aquella que es verdadera Madre –Madre Gozosa, pero también Madre Dolorosa– de la Santísima Eucaristía.

Os bendigo en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.


Rubbio (Vicenza), 21 de agosto de 1987
Memoria litúrgica de San Pío X

Madre de la adoración y de la reparación.

"Hijos predilectos, estoy contenta de que hayáis subido aquí como niñitos que se dejan llevar en mis brazos maternos.

Haceos cada vez más pequeños, dóciles, puros, sencillos, abandonados y fieles.

¡Qué grande es la alegría que siente mi Corazón de Madre cuando os puedo conducir a todos como homenaje perfumado y precioso, para ofrecérselo a mi hijo Jesús, realmente presente en el sacramento de la Eucaristía!

Yo soy la Madre de la adoración y de la reparación.

Junto a cada Tabernáculo de la tierra está siempre mi presencia materna.

Ésta compone un nuevo y amoroso Tabernáculo a la solitaria presencia de mi hijo Jesús; construye un jardín de amor a su perenne permanencia entre vosotros; forma una armonía celeste que le rodea de todo el encanto del Paraíso, en los coros adorantes de los Ángeles, en la oración bienaventurada de los Santos, en la sufrida aspiración de tantas almas, que se purifican en el Purgatorio.

En mi Corazón Inmaculado todos forman un concierto de perenne adoración, de incesante oración y de profundo amor a Jesús, realmente presente en cada Tabernáculo de la tierra.

Hoy mi Corazón de Madre está entristecido y profundamente herido porque veo que, en torno a la divina presencia de Jesús en la Eucaristía, hay tanto vacío, tanto abandono, tanta incuria, tanto silencio.

Iglesia peregrina sufriente, de la que soy Madre; Iglesia, que eres la familia de todos mis hijos, arca de la nueva alianza, pueblo de Dios, debes comprender que el centro de tu vida, la fuente de tu gracia, el manantial de tu luz, el principio de tu acción apostólica se encuentra sólo aquí, en el tabernáculo, donde se custodia realmente a Jesús.

Y Jesús está presente para enseñarte a crecer, para ayudarte a caminar, para fortalecerte en el testimonio, para darte el valor para evangelizar, para ser el sostén de todo tu sufrir.

Iglesia peregrina y paciente de estos tiempos, que estás llamada a vivir la agonía de Getsemaní, y la sangrienta hora del calvario, hoy quiero traerte aquí Conmigo, postrada delante de cada Tabernáculo, en un acto de perpetua adoración y reparación, para que tú también puedas repetir el gesto que siempre está realizando tu madre Celeste.

Yo soy la Madre de la adoración y de la reparación.

En la Eucaristía Jesús está realmente presente con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad. En la Eucaristía está realmente presente Jesucristo, el Hijo de Dios, aquel Dios a quien Yo he visto en Él en todo momento de su vida terrena aunque estuviera escondido bajo el velo de una naturaleza frágil y débil, que se desarrollaba a través del ritmo del tiempo y de su crecimiento humano.

Con un acto continuo de fe en mi hijo Jesús siempre veía a mi Dios, y con un profundo amor lo adoraba.

Lo adoraba cuando aún estaba escondido en mi seno virginal como un pequeño capullo, y lo amaba, lo nutría, lo hacía crecer dándole mi misma carne y sangre.

Lo adoraba después de su nacimiento, contemplándole en el pesebre de una gruta pobre y destartalada.

Adoraba a mi Dios en el niño Jesús, que crecía; en el joven inclinado sobre el trabajo de cada día; en el Mesías, que cumplía su pública misión.

Lo adoraba cuando era desdeñado y rechazado, cuando era traicionado, abandonado de los Suyos y negado.

Lo adoraba cuando era condenado y vilipendiado, cuando era flagelado y coronado de espinas, cuando era conducido al patíbulo y crucificado.

Lo adoraba bajo la Cruz, en acto de inefable padecer, y mientras era conducido al sepulcro y depositado en su tumba.

Lo adoraba después de su resurrección cuando, lo primero, se me apareció en el esplendor de su cuerpo glorioso y en la luz de su Divinidad.

Hijos predilectos, por un milagro de amor que, sólo en el Paraíso lograréis comprender, Jesús os ha hecho el don de permanecer siempre entre vosotros en la Eucaristía.

En el Tabernáculo, bajo el velo del pan consagrado, se guarda al mismo Jesús, a quien Yo, la primera, vi después del milagro de su resurrección; al mismo Jesús, que en el fulgor de su Divinidad se apareció a los once Apóstoles, a muchos discípulos, a la llorosa Magdalena, a las piadosas mujeres que le habían seguido hasta el sepulcro.

En el Tabernáculo, escondido bajo el velo eucarístico, está presente el mismo Jesús resucitado, que se apareció también a más de quinientos discípulos y deslumbró al perseguidor Saulo en el camino de Damasco. Es el mismo Jesús que se sienta a la derecha del Padre en el fulgor de su cuerpo glorioso y de su divinidad, si bien, por vuestro amor se vela bajo la cándida apariencia del Pan consagrado.

Hijos predilectos, hoy debéis creer más en su presencia entre vosotros; debéis difundir, con valentía y con fuerza, vuestra sacerdotal invitación al retorno de todos a una fuerte y testimoniada fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.

Debéis orientar a toda la Iglesia a reencontrarse ante el Tabernáculo, con vuestra Madre Celeste, en acto de perenne reparación, de continua adoración y de incesante oración.

Vuestra oración Sacerdotal debe convertirse toda en oración eucarística.

Pido que se vuelvan de nuevo a hacer, por doquier, las horas santas de adoración ante Jesús expuesto en el Santísimo Sacramento.

Deseo que se aumente el homenaje de amor hacia la Eucaristía, y que se haga manifiesto, incluso a través de signos sensibles, pero tan indicativos de vuestra piedad.

Rodead a Jesús Eucarístico de luces y flores; envolvedlo en delicada atención; acercaos a Él con gestos profundos de genuflexión y de adoración.

¡Si supieseis cómo os ama Jesús Eucarístico, cómo una pequeña muestra de vuestro amor le llena de gozo y de consuelo!

Jesús perdona muchos sacrilegios y olvida una infinidad de ingratitudes, ante una gota de puro amor sacerdotal, que se deposite en el cáliz de su Corazón Eucarístico.

Sacerdotes y fieles de mi Movimiento, id con frecuencia delante del Tabernáculo; vivid delante del Tabernáculo; orad delante del Tabernáculo.

Sea vuestra oración, una perenne plegaria de adoración y de intercesión, de acción de gracias y de reparación.

Sea, la vuestra, una oración que se una al canto celestial de los Ángeles y de los Santos, a las ardientes imploraciones de las almas que se purifican en el Purgatorio.

Sea, la vuestra, una oración que reúna las voces de toda la humanidad, que debe postrarse delante de cada Tabernáculo de la tierra, en acto de perenne gratitud y de cotidiano agradecimiento.

Porque en la Eucaristía, Jesús está realmente presente, permanece siempre con vosotros; y esta presencia se hará cada vez más fuerte, resplandecerá sobre el mundo como un sol, y señalará el comienzo de la nueva era.

La venida del Reino glorioso de Cristo coincidirá con el mayor esplendor de la Eucaristía.

Cristo instaurará su Reino glorioso con el triunfo universal de su Reino Eucarístico, que se desarrollará con toda su potencia y tendrá la capacidad de cambiar los corazones, las almas, las personas, las familias, la sociedad, la misma estructura del mundo.

Cuando haya instaurado su Reino Eucarístico, Jesús os conducirá a gozar de ésta su habitual presencia, que sentiréis de manera nueva y extraordinaria, y os llevará a experimentar un segundo, renovado y más bello Paraíso terrenal.

Pero ante el Tabernáculo, vuestra presencia, no sólo sea una presencia de oración, sino también de comunión de vida con Jesús.

Jesús está realmente presente en la Eucaristía porque quiere entrar en una continua comunión de vida con vosotros.

Cuando vais delante de Él, os ve; cuando le habláis, os escucha; cuando le confiáis algo, acoge en su Corazón cada una de vuestras palabras; cuando le pedís algo, siempre os atiende.

Id ante el Tabernáculo para establecer con Jesús una relación de vida simple y cotidiana.

Con la misma naturalidad con que buscáis a un amigo, os fiáis de las personas que os son queridas, y sentís las necesidad de los amigos que os ayudan, id así también ante el Tabernáculo en busca de Jesús.

Haced de Jesús el amigo más querido, la persona de más confianza, la más deseada y amada.

Expresad vuestro amor a Jesús; repetídselo con frecuencia porque sólo esto es lo que le contenta inmensamente, le consuela de todas las ingratitudes, le recompensa de todas las traiciones: "Jesús, Tú eres nuestro amor; Tú eres nuestro único gran amigo; Jesús, nosotros te amamos; nosotros estamos enamorados de Ti".

De hecho, la presencia de Cristo en la Eucaristía tiene, sobre todo, la función de haceros crecer en una experiencia de verdadera comunión de amor con Él, de modo que nunca más os sintáis solos, pues permanece aquí abajo para estar siempre con vosotros.

Luego debéis ir ante el Tabernáculo a recoger el fruto de la oración y de la comunión de vida con Jesús, que se desarrolla y madura en vuestra santidad.

Hijos predilectos, cuanto más se desarrolla toda vuestra vida al pié del Tabernáculo en íntima unión con Jesús en la Eucaristía, tanto más crecéis en la santidad.

Jesús Eucarístico se convierte en el modelo y la forma de vuestra santidad.

Él os lleva a la pureza del corazón, a la humildad elegida y deseada, a la confianza vivida, al abandono amoroso y filial.

Jesús Eucarístico se hace la nueva forma de vuestra santidad sacerdotal, a la que llegáis a través de una diaria y escondida inmolación; de una capacidad de aceptar en vosotros los sufrimientos y las cruces de todos; de una posibilidad de transformar el mal en bien, y de obrar profundamente para que las almas que os están confiadas, sean conducidas por vosotros a la salvación.

Por esto os digo: han llegado los tiempos en que os quiero a todos ante el Tabernáculo, sobre todo quiero a vosotros Sacerdotes, que sois los hijos predilectos de una Madre, que está siempre en acto de perenne adoración y de incesante reparación.

A través de vosotros, quiero que el culto eucarístico vuelva a florecer en toda la Iglesia de manera cada vez más intensa.

Debe cesar ya esta profunda crisis de piedad hacia la Eucaristía, que ha contaminado a toda la Iglesia, y que ha sido la raíz de tan gran infidelidad, y de la difusión de una tan vasta apostasía.

Con todos mis predilectos e hijos a Mí consagrados, que forman parte de mi Movimiento, os pongo delante de cada Tabernáculo de la tierra, para ofreceros en homenaje a Jesús, como las joyas más preciosas, y las más bellas y perfumadas flores.

Ahora, vuestra Madre Celeste quiere llevar a Jesús, presente en la Eucaristía, un número cada vez mayor de hijos, porque estos son los tiempos en que Jesús Eucarístico debe ser adorado, amado, agradecido y glorificado por todos.

Hijos míos amadísimos, junto a Jesús que, en cada Tabernáculo se encuentra en perpetuo estado de víctima por vosotros, os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

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