Su vida Nació en Ri, municipio del departamento del Orne (Francia), el año 1601. A los 22 años de edad ingresó en la Congregación del Oratorio. Bien pronto adquirió fama como predicador, distinguiéndose también por su celo y caridad. En 1640 fue nombrado superior, pero tres años después abandonó el Oratorio y fundó una nueva Congregación, destinada a la educación de los seminaristas y a las predicaciones populares, llamada de los Presbíteros de Jesús María, y, además, la Orden de las Hijas de Nuestra Señora de la Caridad. De ella es rama la Congregación del Buen Pastor de Angers, de la cual, más adelante, hemos de hacer honorífica mención. San Juan Eudes fue un apóstol del Corazón de Jesús y del Corazón de María en toda la extensión de la palabra. El Romano Pontífice, Pío X, decía de él en el Breve de su beatificación: «Pero a los méritos de Juan para con la iglesia es preciso añadir el de que, ardiendo en singular amor para con los santísimos Corazones de Jesús y de María, fue el primero en pensar, no Sin inspiración divina (non sine aliquo divino afflatu), en que se les tributase culto litúrgico. Por lo cual ha de ser considerado como padre de esta suavísima devoción, ya que desde los principios de su Congregación de sacerdotes procuró que entre sus hijos se celebrase la fiesta de los mismos Corazones; doctor, puesto que compuso Oficio y Misa propios en honor de ellos; apóstol, finalmente, por haberse esforzado con todo su corazón en que se divulgase por doquiera este provechosísimo culto». No puede darse más encomiástico elogio. En el decurso de este libro habremos de mencionar varias veces a este grande amigo del Divino Corazón; aquí sólo citaremos algunas de sus ideas. Su estima de esta devoción En el libro: Cœur admirable se expresa de esta manera: «El Corazón adorable de Jesús es el principio y la fuente de todos los misterios y circunstancias de su vida, de todo lo que ha pensado, hecho y sufrido...; es la fiesta de las fiestas, porque su Corazón abrasado de amor es quien le ha movido a hacer todas estas cosas. Esta fiesta pertenece más bien al cielo que a la tierra, es más bien festividad de serafines, que festividad de hombres». Va mostrando cómo toda la santidad, gloria y felicidad de los Ángeles y Santos son otras tantas llamaradas del horno inmenso del Corazón de Jesús, al igual de las gracias que de continuo se derraman mediante los sacramentos a fin de vivificar y santificar las almas de la Iglesia militante, y, al afirmar que la santa Eucaristía es la más ardiente de estas divinas llamaradas, añade: «Si, pues, se celebra en la Iglesia una fiesta tan solemne en honor de este divino Sacramento, ¡qué festividad no debería establecerse en honra de su Sacratísimo Corazón, que es el origen de todo lo grande, raro y precioso que existe en este augusto Sacramento! Por eso, el Santo, al considerar que Dios había concedido la merced, a él y a su Congregación, de entregarles el Corazón de Jesús y el de María, exclamaba con humilde gratitud: «No tengo palabras que puedan expresar la excelencia infinita del favor incomprensible que me habéis otorgado, ¡oh Madre de misericordia!, al entregar a mis hermanos y a mí el Corazón adorable de vuestro amado Hijo con el vuestro amabilísimo, para ser el corazón, la vida y la regla viva de dicha Congregación» Da una idea de lo mucho que San Juan Eudes esperaba de la devoción al Corazón de Jesús y del concepto grandioso que de ella tenía, aquella teoría de los tres diluvios, que él admite en sus escritos. Según ella, tres son los diluvios en el mundo. El primero fue de agua, con el cual la justicia purificó la tierra manchada con los pecados de los hombres, y éste se atribuye a la omnipotencia de Dios Padre. El segundo fue de sangre, con la pasión y muerte de Jesucristo, que satisfizo a la par a la justicia y a la misericordia de Dios, y éste se atribuye al Hijo. El tercero será de fuego y de amor, y será atribuido al Espíritu Santo. Este diluvio está reservado a los últimos tiempos, y vendrá por el Corazón de Jesús. Sin duda que una idea parecida tenía el Santo en su entendimiento, cuando escribía en el último año de su vida: «Los innumerables motivos, que nos obligan a tributar nuestras adoraciones y honores al Divino Corazón de nuestro amabilísimo Salvador, con una devoción y respeto extraordinarios, están comprendidos en tres palabras de San Bernardino de Sena, que llama a este amabilísimo Corazón: Horno de caridad ardentísima para inflamar y encender el orbe entero». Tal vez, bajo la influencia de esta idea, como hace notar el P. Doré, el Santo, en la imagen de Nuestra Señora de los Corazones, ha representado a los de Jesús y de María bajo el emblema de un horno de amor, adonde acuden los discípulos del Santo a encender sus teas para iluminar y abrasar el universo. |
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