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Servir Una madre es feliz cuando puede servir a sus hijos, ayudarles en todo, y daría su propia vida para salvar la vida de sus hijos. Así ha hecho Nuestro Señor Jesucristo con los hombres, que somos sus hijos. Ha actuado como una madre del género humano y nos ha venido a salvar de la tiranía de Satanás, que nos tenía atrapados y atados a la muerte. Y la felicidad de Jesús fue la de entregarse por nosotros, los hombres, pues como Él mismo lo dijo a sus apóstoles: no había venido para ser servido sino para servir. Y nosotros también, en la medida que queramos ser felices, debemos aprender a servir, a Dios en primer lugar, porque quien sirve a Dios es feliz ya en este mundo; y en segundo lugar servir también a los hermanos por amor a Dios, y entonces sí que le encontraremos sentido a nuestra vida, que a veces nos parece tan vana e inútil. Si servimos, entonces sí que llenaremos nuestras almas con la alegría de saber que somos útiles a Dios y a los hermanos. Busquemos, entonces, para ser felices, una ocasión para servir a los demás, ya sea ingresando en algún grupo de caridad de la parroquia, o practicando obras de misericordia corporales y espirituales, o simplemente atendiendo mejor a nuestros seres queridos, que el premio es grande, porque si Jesús ha dicho que ni un vaso de agua dado por amor quedará sin recompensa, ¡cuánta mayor recompensa nos dará el Señor si no damos sólo agua, sino lo más valioso que tenemos: nuestra propia vida, nuestro tiempo, a los más necesitados espiritual o materialmente! Entonces uno de los secretos para ser felices en este mundo y en el venidero, es servir a Dios y a los hombres. |