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19 de noviembre de 1975
TODAVÍA JUNTO A MÍ
Escribe hijo mío: Ya te he hablado de mi Madre Corredentora. Ella lo fue en realidad desde el momento en que se consagró a Dios, ofreciéndose toda ella, su pureza, su voluntad. Este ofrecimiento se hizo cada vez más vivo, más luminoso, más consciente. Crecía en Ella la Gracia con el crecer de la edad. Se hizo luego oficialmente corredentora en el momento en que pronunció su Fiat, provocando en Ella la Virginal Concepción de Mí, Verbo de Dios. Intensificó su acción de corredentora cada día de su vida haciendo realidad práctica su ofrecimiento inicial. Corredentora en sus siete dolores, lo fue en modo sublime cuando me acompañó a Mí en el Calvario y cuando, bajo la Cruz, renovó también su Fiat, aceptando ofrecerme a Mí y a sí misma, como víctima al Padre por la liberación de la humanidad caída bajo las garras de Satanás. Corredentora es y continuará siéndolo por siempre.
Presencia de la Madre
El misterio de la Cruz se renueva y se perpetúa en el misterio de la Misa. Por consiguiente es real la presencia de mi Madre en la Santa Misa, como fue real su presencia en el Calvario. Cierto no presente en la Hostia sino junto a la Hostia consagrada, como estuvo junto a Mí bajo la Cruz. En aquel momento, hijo, junto a mi Madre en el Calvario estuvo Juan, y la presencia de Juan se continúa en la Santa Misa con la presencia del sacerdote celebrante. Única y real fue, es y será siempre la presencia de mi Madre en la Santa Misa. Real es y será la presencia del Sacerdote en la Santa Misa. Pero esta presencia del Sacerdote puede ser diversa, porque diversas son las disposiciones con las que los sacerdotes celebran. Hay sacerdotes (no muchos pero los hay) que están presentes como Juan con una santa, activa participación, con un claro ofrecimiento, generoso, valeroso de sí mismos a mi Padre en unión Conmigo. ¡Piensa, hijo mío, en estas Santas Misas! Qué unidad sublime, estupenda y maravillosa en el Amor y en el sufrimiento, que es la esencia del amor, en una trinidad sublime, maravillosa. Unidad y trinidad de amor ofrecida a mi Padre que, satisfecho, se reconcilia con la humanidad, a través del Nuevo Adán, la Nueva Eva y el pueblo de Dios en la persona de Juan, esto es, del sacerdote.
Un daño inmenso
Te dije hijo, que en su casi totalidad mis ministros ignoran culpablemente este rango suyo en el más alto Misterio de la fe y de la religión. De este modo se privan a sí mismos y al pueblo que representan de innumerables gracias, mutilando y mortificando, en cuanto está en ellos, el designio de amor infinito de la Trinidad Divina, mortificando de nuevo la unidad y trinidad de amor del Calvario, al ser su presencia puramente material. Viene prácticamente a faltar, aun estando materialmente presente, la participación del pueblo al que el sacerdote representa. De aquí debes deducir la gravedad de la inconsciente presencia de muchos sacerdotes míos en el Santo Sacrificio de la Misa. Debes comprender el daño inmenso causado al pueblo de Dios, defraudado de tantos dones a él destinados a través del sacerdote, mediador y depositario de la Redención. El sacerdote, (y son tantos, ¡hijo!) de canal a través del que debe correr mi gracia, se convierte en dique que se levanta entre mi Corazón abierto y el pueblo que él representa. Piensa todavía en la vergüenza y el sonrojo que pasarán algunos sacerdotes en el Juicio final, viendo su grandeza, la dignidad real y la potencia que nunca por su culpa quisieron comprender, y a la que abdicaron en favor de otras cosas sin importancia, y que ahora llenan su vida de humo más bien que de luz.
Estoy afligido
Hijo, grítalo fuerte, grítalo a todos aquellos sacerdotes, que están fuera del plano de la salvación, que no son instrumentos de redención sino fuegos fatuos. ¡Mis sacerdotes no encuentran cinco minutos para prepararse a la Santa Misa, no encuentran cinco minutos para un poco de agradecimiento!... Y es lógico que sea así ¿De qué cosa podrían agradecerme si de la Santa Misa no han sacado ningún fruto? Luego pasan toda su jornada y parte de la noche, en cosas infecundas, inútiles y no pocas veces pecaminosas. De esta pavorosa realidad ¿cómo no se iba a aprovechar Satanás? Dilo a todos, sin reticencias, que las consecuencias catastróficas se deben en gran parte a mis ministros. ¿Qué maravilla si mañana su sangre tiñe de rojo la tierra?... Te lo he dicho: bien distinta sería la situación de mi Iglesia si mis sacerdotes hubieran cultivado en sí la vida interior de sus almas. Estoy afligido. No a Mí se deberán imputar los grandes sufrimientos de la hora que se avecina. Te bendigo, y contigo bendigo a los que te son queridos.
("Confidencias de Jesús a un Sacerdote", Padre Ottavio Michelini)
1 de agosto de 1973 Fiesta de San Alfonso María de Ligorio Será una Iglesia nueva. “‘Jesús, dame tu Corazón, porque quiero amar a la Virgen como Tú la has amado’. Ésta hijo mío, es una oración que Yo misma te he inspirado: nadie en verdad, me ha amado como mi Hijo Jesús. ¡De qué ternura me ha rodeado! ¡Él ha estado siempre en Mí; hemos crecido juntos en la vida privada, en la pública; hemos sido una sola cosa durante la Pasión y su muerte en la Cruz en aquel trágico Viernes Santo! El ver el dolor de la Madre, que asistía a su atroz agonía, le ha acortado la vida; más que los sufrimientos físicos, su Corazón de Hijo no pudo resistir este indecible dolor. “¡Madre!”, ha sido la última palabra, el fuerte grito con el que ha expirado sobre la Cruz. Ahora Jesús está muy entristecido y hasta disgustado, al ver cuán numerosos son los Sacerdotes que me han alejado de su alma, me han olvidado en su vida, me han hecho desaparecer del alma de tantos fieles. Por culpa de ellos, la devoción a Mí, siempre tan viva en la Iglesia, ahora ha languidecido mucho; en algunos sitios casi se ha apagado. ¡Dicen que Yo –la Madre– eclipso la gloria y el honor debidos solamente a mi Hijo! ¡Pobres hijos míos, cuán insensatos son, cuán ciegos están! ¡Cómo el demonio ha sabido atraparlos! A tan gran ceguera han llegado por no habernos escuchado ni a Jesús ni a Mí. ¡Se han dejado conducir sólo por sí mismos, por su inteligencia, por su soberbia, y así se han prestado al juego de Satanás, que era el de lograr –finalmente– oscurecerme en la Iglesia y borrarme de las almas! Será preciso que me ponga en camino para buscar entre los Sacerdotes a los fieles, a los que me escuchan, a los que me aman. Por medio de ellos volveré a resplandecer más luminosa en la Iglesia, después de la gran purificación... La Madre tiene de Jesús el poder de hacer volver a casa a los hijos que se han extraviado. Pero tengo necesidad de Sacerdotes humildes y valientes: prontos a dejarse escarnecer, prontos a dejarse pisotear por Mí. Será con estos Sacerdotes humildes, despreciados y pisoteados con los que Yo formaré el ejército que me permitirá llevar a Jesús una innumerable cantidad de hijos, purificados ya por grandes tribulaciones. Y será una Iglesia nueva para un mundo nuevo, donde finalmente reinará mi Hijo Jesús. Satanás tan sólo teme esta victoria mía que la obtendré por medio de vosotros mis Sacerdotes predilectos, a quienes estoy reuniendo en mi Movimiento.”
14 de junio de 1980 Fiesta del Inmaculado Corazón de María Un río de aguas. “Hijos predilectos, hoy es vuestra fiesta, porque es la fiesta del Corazón Inmaculado de vuestra Madre Celestial, al que os habéis consagrado. Pasadla en el recogimiento, en la oración, en el silencio, en la confianza. Ya he impreso mi señal en la frente de cada uno de vosotros. Mi Adversario ya no puede nada contra los que han sido marcados por la Madre Celestial. La estrella del Abismo perseguirá a mis hijos, por lo cual serán llamados a sufrimientos cada vez mayores; muchos deberán ofrecer hasta la propia vida. Será con su sacrificio de amor y de dolor como Yo podré obtener mi mayor victoria. Soy la Mujer vestida del Sol. Estoy en lo íntimo de la Trinidad Divina. Hasta que no sea reconocida allí donde me ha querido la Santísima Trinidad, Yo no podré ejercer plenamente mi poder en la obra maternal de corredención y de mediación universal de todas las gracias. Por eso, mientras la batalla entre Yo y mi Adversario entraba en su fase decisiva, él ha intentado por todos los medios oscurecer la misión de vuestra Madre Celestial. El Dragón rojo, para llegar a dominar la tierra, se ha lanzado a perseguir ante todo a la Mujer vestida del Sol. Y se su boca, la serpiente, ha arrojado en pos de la Mujer, un río de aguas para sumergirla y apartarla del camino. ¿Qué es ese río de aguas sino el conjunto de esas nuevas teorías teológicas con las que se intenta hacer descender a vuestra Madre Celestial del lugar en que ha sido colocada por la Santísima Trinidad? Así se ha podido llegar a oscurecerme en el alma, en la vida, y en la piedad de muchos hijos míos; hasta se han llegado a negar algunos de los privilegios con que fui adornada por mi Señor. Para huir de este gran río de aguas se le dieron a la Mujer las “alas de la gran águila”, y así ella ha podido encontrar su lugar en el desierto. ¿Qué es el desierto sino un lugar escondido, silencioso, apartado y árido? Un lugar escondido, silencioso, aridecido por tantas luchas y tantas heridas en que la Mujer encuentra ahora su lugar, es el alma y el corazón de mis hijos predilectos y de todos aquellos que se han consagrado a mi Corazón Inmaculado. Realizo los más grandes prodigios en el desierto donde me encuentro. Los realizo en el silencio, en el ocultamiento, para transformar el alma y la vida de aquellos hijos míos que se han confiado completamente a Mí. Así cada día, hago florecer su desierto en mi jardín, donde Yo puedo todavía realizar plenamente mi Obra y donde la Santísima Trinidad puede recibir gloria perfecta. Hijos, dejaos transformar por mi poderosa acción de Madre, Medianera de todas las gracias y corredentora. No temáis, porque en el desierto de vuestro corazón Yo he buscado mi refugio y he puesto mi habitual morada. Vivid en la alegría y en la confianza, porque habéis sido marcados por Mí con mi sello y habéis entrado a formar parte de mi propiedad. Hoy acojo vuestros pequeños corazones en el Corazón inmenso, Inmaculado y Doloroso de vuestra Madre Celestial, que os mira con complacencia y os bendice con el Papa, mi primer hijo predilecto, que tanta luz está dando a toda la Iglesia.” (Mensajes al Padre Gobbi, del Movimiento Sacerdotal Mariano)
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