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LA EUCARISTÍA

 

La Eucaristía designa una doble realidad. Por un lado, el Santo Sacrificio de la Misa, actualización y presencia del mismo sacrificio de la cruz. Por otro, el sacramento de la presencia de Cristo bajo los signos de pan y vino, consagrados en el rito de la celebración.

La Santa Misa, compendio y centro de la religión cristiana, no es la pura y simple conmemoración de la pasión y muerte de Jesucristo, sino un sacrificio propio y verdadero por el que Cristo, Sumo Sacerdote, repite lo que una vez hizo en la cruz. Es sustancialmente aquel mismo sacrificio, la misma Víctima, el mismo Sacerdote principal, la misma oblación, los mismos fines. Sólo difieren en el modo de realizarse: cruento en el Calvario, incruento en el altar (Concilio de Trento).

Manantial abundantísimo de gracias, produce los mismos efectos que el sacrificio de la cruz:

Adoración: Dios recibe de una sola Misa una gloria infinita. Sea quien fuere el que celebre, este efecto siempre se produce.

Acción de gracias: Justamente esto significa "eucaristía". El Divino Redentor, como Hijo de Dios, fue el único que pudo darle al Padre una digna acción de gracias. Lo hizo en la última cena, en la cruz, y no deja de hacerlo en el Sacrificio del altar.

Reparación o expiación: Todos los hombres, por el pecado, contraemos una deuda que es preciso saldar. Tiene este sacrificio un poder expiatorio infinito. Sin embargo su efecto se aplica según las disposiciones del sujeto que lo recibe. Nada mejor para reparar nuestros pecados y los de los difuntos.

Petición: No tiene par tampoco en su fuerza impetratoria, ya que es Cristo mismo, "siempre vivo para interceder por nosotros" (Heb 8, 25) quien reclama la gracia.

Para poder participar de ella activamente y con fruto, debemos unirnos cada vez más al Sacerdote y Víctima como lo recomendaba el Apóstol: "Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Fil 2, 5) identificándonos cada vez más con Él hasta poder decir: "Con Cristo estoy crucificado" (Gal 2, 19).

En ella, por fuerza de las palabras del sacerdote, enseña el Concilio de Trento, "después de la consagración del pan y del vino, se contiene verdadera, real y substancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, bajo la apariencia de aquellas cosas sensibles". Allí se hace presente el Señor, en cada una de las especies, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.

La Sagrada Eucaristía es el sacramento por antonomasia, ya que contiene al mismo Cristo substancialmente, mientras que los demás sacramentos sólo tienen una gracia participada de Cristo. De ahí que los teólogos hayan afirmado que todos los otros sacramentos se ordenan a la Eucaristía, sea a recibirla (Bautismo, Confirmación, Penitencia, Unción de los enfermos), a figurarla (Matrimonio) o a realizarla (Orden Sagrado). El Sacramento de la Eucaristía tiene la capacidad de consumar toda la vida espiritual: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia", dijo el Señor; y añadió: "Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros."

Tesoro de la Iglesia que contiene "todas las delicias", si dignamente lo recibimos, es decir, en gracia de Dios y con devoción. La recepción de la Eucaristía nos une íntimamente a la Santísima Trinidad, a Cristo y a los miembros vivos del Cuerpo Místico; nos da la gracia que hace crecer las virtudes y dones del Espíritu Santo; borra los pecados veniales y la pena temporal; nos preserva de nuevas faltas al robustecer la caridad; es, finalmente, prenda de la futura gloria, no sólo para el alma sino también para el cuerpo. Podríamos resumir tantos frutos con aquellas simples y precisas palabras de Santo Tomás: "Los efectos que la Pasión de Cristo obró en el mundo los produce este sacramento en el hombre." Una sola comunión recibida con disposición perfecta bastaría para llevarnos a las más altas cumbres de la santidad. Si no alcanza a lograrlo es porque no nos hemos dispuesto convenientemente. Acerquémonos, pues, a comulgar con la debida preparación, ejercitándonos con actos de fe y de caridad; y luego, hagamos una intensa acción de gracias con actos de adoración, reparación y amor.

Asimismo, fuera de la Misa, está siempre a nuestro alcance prolongar los efectos de la comunión, visitando a Jesús en el Sagrario.

COMPENDIO
de las maravillas del Señor en el
Santísimo Sacramento del altar

Con razón se llama Sacramento del altar compendio de las maravillas del Señor, porque es compendio de los milagros, finezas, virtudes, misericordias, tormentos y oficios de Jesucristo, que todas son maravillas de su amor. De todas quiere que nos acordemos, y por eso nos dejó el Sacramento como un compendio o memorial de ellas.

Milagros de Cristo

El primer milagro es convertirse, por virtud de las palabras que dice el sacerdote, la substancia del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo. El segundo es que los accidentes de pan y vino, cantidad, olor, color y sabor, quedan sin sujeto que los reciba, porque faltó la substancia de pan y vino, y no se sostienen en el cuerpo de Cristo. El tercero, que los accidentes de pan y vino hacen los mismos efectos en quien los recibe, que haría la subtancia. El cuarto, que Cristo todo entero está en toda la Hostia, y en cualquier parte de ella; y aunque partan la Hostia, no parten a Cristo, porque queda todo entero en cualquier parte. El quinto, que Cristo, sin dejar el cielo, está en todas las Hostias consagradas que hay en el mundo.

Finezas de Cristo

La primera fineza de Cristo en el Sacramento, fue, que siendo necesario partirse a donde está su Padre, buscó medio de quedarse con nosotros a costa de tantos milagros, mostrando cuanta verdad es lo que dice la Escritura: que sus delicias son estar con los hijos de los hombres. La segunda, fue quedarse en manjar para sustento del hombre, lo cual no hacen aún las madres más amantes de sus hijos: porque algunas, por no morir de hambre, llegaron a sustentar su vida con la carne y sangre de sus hijos: pero ninguna sustentó los hijos con su misma carne y sangre. La tercera, darse todo en este bocado; su carne y sangre, alma y divinidad, para mostrar cuánto ama a los hombres, pues les da cuanto tiene y cuanto es. La cuarta, querer entrar en nuestro pecho, estar con nosotros, y que nosotros estemos con Él, según la condición de los amantes, que viven más donde aman que donde animan. La quinta, mostrar, con dársenos en manjar, que quiere hacerse una cosa con nosotros por amor, como el manjar se hace una cosa con quien le come: aunque no ha de ser convirtiéndose él en nosotros, sino convirtiéndonos en sí.

Pasión de Cristo

Conságrase el Sacramento en especies de pan, que se compone de granos de trigo, molidos y deshechos: y en especies de vino, que resulta de uvas pisadas y exprimidas; para significar que Cristo, en la Pasión, fue pisado con afrentas y desprecios, y molido y rasgado con azotes, espinas, clavos y cruz (aunque por estar juntos viene el cuerpo con la sangre a la Hostia, y la sangre con el cuerpo al cáliz) para significar que en la Pasión y muerte se dividió la sangre del cuerpo. Mas no sólo representa el Sacramento los tormentos que ya padeció el Salvador, también ahora, aunque ya impasible, sufre en la Hostia, y tolera afrentas y ultrajes de los judíos y herejes, ofensas y sacrilegios de los católicos que comulgan mal.

Virtudes de Cristo

Ejercita Cristo en el Sacramento muy profunda humildad, encubriendo su infinita grandeza y majestad debajo de las especies de pan y vino. Obediencia pronta, poniéndose en la Hostia en el mismo punto en que dice las palabras el Sacerdote, aunque éste sea malo y sacrílego. Paciencia admirable, tolerando no solamente las injurias de los infieles que no le conocen, mas también las que le hacen comulgando mal o tibiamente, los que saben quién es. Pobreza heroica, morando en iglesias pobres, y hasta mezquinas, desaliñadas y sucias. Constancia invencible, perseverando en la Hostia y cáliz hasta que se consumen las especies sacramentales, y queriendo estar con nosotros hasta el fin del mundo, aunque los hombres le traten mal en el Sacramento.

Misericordias de Cristo

Aquí ejercita Cristo las obras de misericordia corporales en modo más excelente, porque da de comer al hambriento y de beber al sediento su mismo cuerpo y sangre; visita al enfermo para sanarlo, viste al desnudo con la ropa de la gracia, redime al cautivo de la cautividad de sus pecados, y entierra a los que ya han muerto al mundo, dentro de sus llagas preciosísimas. También ejercita las espirituales, porque enseña al ignorante con ilustraciones e inspiraciones, da consejo al que lo ha menester, perdona las injurias, consuela a los tristes, sufre nuestras flaquezas y ruega al Padre por nosotros.

Misterios de Cristo

Representa el Sacramento de la Encarnación, porque así como se unió la persona del Verbo hipostáticamente a la naturaleza humana en el seno de la Virgen, del mismo modo, entrando Cristo en nuestro pecho, se une a nosotros con unión de amor, y por eso llaman los Santos a la Eucaristía, extensión de la Encarnación. Representa el Nacimiento de Cristo; pues si entonces apareció la Divinidad abreviada en el cuerpo de un niño, y fue envuelto en pañales, y reclinado sobre las pajas en un establo, ahora en una pequeña Hostia, envuelto en los accidentes de pan y vino, es aposentado en nuestro pecho, que ha sido establo en pecados. Siendo niño fue adorado de los Pastores, Reyes y Ángeles, presentado en el Templo, perdido y hallado por María Santísima y San José, y ahora también es adorado de todos en el Sacramento, es ofrecido en el templo por mano de los sacerdotes, es perdido de los ojos que sólo ven los accidentes de pan y vino, y hallado por la fe, que le contempla debajo de los accidentes. Aquí predica Cristo al corazón, y hace continuos milagros en los que le adoran y reciben. No solamente representa este Sacramento la Pasión de Cristo, sino que también es figura de su Resurrección y Ascensión, porque la blancura de los accidentes representa los resplandores de gloria de que se vistió en la Resurrección, y la nube blanca que en la Ascensión le ocultó a los ojos de los discípulos.

Oficios de Cristo

Se quedó en el Sacramento para renovar en provecho nuestro los oficios que ejercitó el tiempo que conversó con los hombres. Es Rey, que teniendo su corte en el cielo, quiere entrar en mi pecho para que le rinda vasallaje, y le juren por su Rey mis potencias y sentidos. Es Señor de todo lo criado, que desciende del cielo para enriquecer al siervo pobre desvalido. Es Juez, que no viene ahora a juzgarme: me juzgará al fin de mi vida y al fin del mundo. Me absolvió en el tribunal de la Penitencia y me convida luego a su sagrada Mesa. Es Padre amorosísimo, que después de estrechar entre sus brazos al hijo pródigo, le regala con un banquete celestial. Es Médico, que desea curar todas mis enfermedades y darme la vida eterna. Es Amigo, que me admite a la más íntima comunicación y después de haberme confiado los secretos que me convienen saber para mi salvación se me da ahora a sí mismo. Es Sacerdote eterno según el orden de Melquisedec, que haciendo de mi pecho templo y altar, se ofrece por mí al Padre debajo de las especies de pan y vino. Es Esposo, que viene a dar la mano a mi alma y unirse con ella, de modo que yo esté en Él y Él esté en mí. Es Maestro, que desea ilustrar mi espíritu con sus divinas enseñanzas. Es Redentor, que visita a su redimido para aplicarle el fruto de su redención. Es Pastor, que acaricia a la oveja que se había perdido. Es Santificador, que comunica gracia. Es Abogado con el Padre celestial, y Protector que continuamente vela por mi bien.

Gracias obtenidas por asistir a la Santa Misa

1. La Misa es la continuación del Calvario.

2. Cada Misa vale tanto como la vida, sufrimientos y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ofrecidos en sacrificio.

3. La Santa Misa es el acto de desagravio más poderoso para expiar los pecados.

4. A la hora de la muerte, el consuelo más grande del alma consistirá de las Misas oídas en vida.

5. Cada Misa bien oída nos acompañará hasta el Tribunal Divino, suplicando perdón.

6. En la Santa Misa, según el fervor con que se asiste, se puede disminuir en grado mayor o menor, la pena temporal debida por los pecados.

7. Al asistir devotamente a la Santa Misa, se rinde el más grande homenaje a la Sagrada Humanidad de Nuestro Señor.

8. En la Santa Misa, Nuestro Señor Jesucristo ofrece expiación y desagravio por muchas omisiones y negligencias nuestras.

9. En la Santa Misa, Jesucristo perdona los pecados veniales que todavía no se han confesado. Además se disminuye el poder de Satanás sobre el alma.

10. Al asistir a la Santa Misa se proporciona a las almas del Purgatorio, el alivio más grande que sea posible.

11. Una Misa bien oída durante la vida, será de más provecho al alma, que muchas que se ofrecieran para su reposo después de la muerte.

12. Por asistir a Misa, el alma se preserva de peligros, desgracias y de calamidades, que de otro modo hubieran sucedido. Además, se abrevia o reduce la duración de su Purgatorio.

13. Cada Misa bien oída obtiene para el alma un grado más elevado de gloria en el Cielo.

14. En la Misa se recibe la bendición del sacerdote que Nuestro Señor ratifica en el Cielo.

15. En la Misa se arrodilla entre una multitud de los santos ángeles, que están presentes en actitud de profunda reverencia, durante el sacrificio adorable de la Santa Eucaristía.

16. En la Santa Misa se reciben bendiciones para todos los bienes y empresas temporales.

Acto de reparación  (Fátima)

Enseñado por el Ángel a los tres pastores antes de las apariciones de la Santísima Virgen.

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pobres pecadores”.

(Vea también Una hora con Jesús, dictado que le hace Jesús Eucaristía a María Valtorta)

 


Mensajes dados por la Santísima Virgen al Padre Gobbi, sobre la Eucaristía:

Rubbio (Vicenza), 8 de agosto de 1986

Madre de la Eucaristía.

“Hijos predilectos, cómo rebosa de gozo mi Corazón al veros reunidos aquí en una peregrinación sacerdotal de adoración, de amor, de reparación y de acción de gracias a Jesús, mi Hijo y mi Dios, presente en la Eucaristía, para consolarle de tanto vacío, de tanta ingratitud y tanta indiferencia de que se ve rodeado por tantos hijos míos en Su real presencia de amor en todos los sagrarios de la tierra, sobre todo, por muchos de mis hijos predilectos, los Sacerdotes.

Gracias por la alegría que dais al Corazón de Jesús, que os sonríe complacido y estremecido de ternura por vosotros. Gracias también por la alegría que dais al Corazón Inmaculado de vuestra Madre Celestial en medio de su profundo dolor.

Yo soy la Madre del Santísimo sacramento.

Llegué a serlo con mi Sí, porque en el momento de la Encarnación, di la posibilidad al Verbo del Padre, de bajar a mi seno virginal y, si bien soy también verdadera Madre de Dios, porque Jesús es verdadero Dios, mi colaboración se concretó, sobre todo, en dar al Verbo la naturaleza humana, que le permitiera a Él, segunda persona de la Santísima Trinidad, Hijo coeterno del Padre, hacerse también Hombre en el tiempo y ser verdadero hermano vuestro.

Al asumir la naturaleza humana le fue posible realizar la obra de la Redención.

Por ser la Madre de la Encarnación, soy también Madre de la Redención.

Una Redención efectuada desde el momento de la Encarnación hasta el momento de Su muerte en la Cruz, donde Jesús debido a la humanidad asumida, ha podido realizar lo que no podía hacer como Dios: sufrir, padecer, morir, ofreciéndose en perfecto rescate al Padre y dando a Su justicia una reparación digna y justa.

Verdaderamente Él ha sufrido por todos vosotros, redimiéndoos del pecado y dándoos la posibilidad de recibir aquella vida divina, que se había perdido para todos en el momento del primer pecado, cometido por nuestros progenitores.

Mirad a Jesús mientras ama, obra, ora, sufre, se inmola desde su descenso a mi seno virginal hasta su elevación en la Cruz, en ésta Su perenne acción sacerdotal, para que podáis comprender cómo Yo soy sobre todo Madre de Jesús Sacerdote.

Por esto soy también verdadera madre de la Santísima Eucaristía. No porque Yo lo engendre todavía en esta realidad misteriosa sobre el Altar.

¡Este ministerio está reservado sólo a vosotros, mis hijos predilectos!

Es un ministerio, empero, que os asemeja mucho a mi función maternal, porque también vosotros, durante la Santa Misa y por medio de las palabras de la Consagración, engendráis verdaderamente a mi Hijo.

Por Mí lo acogió el frío pesebre de una gruta, pobre e incómoda; por vosotros, lo acoge ahora la fría piedra de un altar.

Pero también vosotros, al igual que Yo, generáis a mi Hijo.

Por esto no podéis sino ser hijos de una particular, más bien particularísima, predilección de Aquella que es Madre, verdadera Madre de su Hijo Jesús

Mas Yo también soy verdadera Madre de la Eucaristía, porque Jesús se hace realmente presente, en el momento de la Consagración, por medio de vuestra acción sacerdotal.

Con vuestro sí humano, dado a la poderosa acción del Espíritu, que transforma la materia del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, hacéis posible que Él tenga esta nueva y real presencia Suya entre vosotros.

Y se hace presente para continuar la Obra de la Encarnación y de la Redención, que le fue posible ofrecer al Padre por causa de su naturaleza humana, asumida con el Cuerpo que Yo le he dado. Así Jesús, en la Eucaristía, se hace presente con Su divinidad y con Su Cuerpo glorioso, aquel Cuerpo que le fue dado por vuestra Madre Celestial, verdadero Cuerpo nacido de María Virgen.

Hijos, el Suyo es un Cuerpo Glorioso, pero no uno diverso, o sea, no se trata de un nuevo nacimiento Suyo. En efecto, es el mismo Cuerpo que Yo le di: nacido en Belén, muerto en el Calvario, depositado en el Sepulcro y desde allí resucitado, pero asumiendo una forma nueva, Su forma divina, la de la gloria.

Jesús en el Paraíso, con Su Cuerpo Glorioso, sigue siendo hijo de María; así Aquel que, con Su divinidad, vosotros generáis en el momento de la Consagración Eucarística, es siempre hijo de María.

Yo soy, por tanto Madre de la Eucaristía.

Y, como Madre, Yo estoy siempre al lado de mi Hijo.

Lo estuve en esta tierra; lo estoy ahora en el Paraíso, por el privilegio de mi Asunción corporal al Cielo; estoy también donde Jesús está presente, en todos los Sagrarios de la tierra.

Así como Su Cuerpo Glorioso, estando fuera de los límites del tiempo y del espacio, le permite estar aquí delante de vosotros en el Sagrario de esta pequeña iglesia de montaña, le permite al mismo tiempo estar presente en todos los Sagrarios esparcidos por el mundo; así también vuestra Madre Celestial, con su cuerpo glorioso, que le permite estar aquí y en todas partes, se halla verdaderamente junto a todos los Sagrarios donde Jesús está custodiado.

Mi Corazón Inmaculado, le hace de vivo, palpitante, materno Sagrario de amor, de adoración, de gratitud y de perenne reparación.

Yo soy la Madre Gozosa de la Eucaristía.

Vosotros, hijos predilectos, sabéis bien que donde está el Hijo están también el Padre y el Espíritu Santo. Como en la gloria del Paraíso, Jesús está sentado a la derecha del Padre, en íntima unión con el Espíritu Santo, así también cuando, llamado por vosotros, se hace presente en la Eucaristía y se custodia en el Sagrario, acompañado por mi Corazón de Madre, junto al Hijo están realmente presentes el Padre y el Espíritu Santo, morando siempre allí la Divina y Santísima Trinidad.

Y, como ocurre en el Paraíso, también junto a cada Sagrario, está la presencia extasiada y gozosa de vuestra Madre Celestial.

Después están allí todos los Ángeles, dispuestos en sus nueve Coros de Luz, para cantar la Omnipotencia de la Santísima Trinidad, con diversas modulaciones de armonía y de gloria, como si quisieran exteriorizar, en grados diferentes, Su grande y divino poder.

Junto a los Coros Angélicos, se hallan también todos los Santos y Bienaventurados que propiamente de la luz, del amor, del perenne gozo y de la inmensa gloria, que brotan de la Santísima Trinidad, reciben un aumento continuo de su eterna y siempre creciente bienaventuranza.

A este supremo vértice del Paraíso suben también las profundas inspiraciones, los sufrimientos purificadores, la oración incesante de todas las almas del Purgatorio. Hacia él tienden con un deseo, con una caridad cada día más ardiente, cuya perfección es proporcionada a su progresiva liberación de toda deuda contraída por la fragilidad y por sus culpas, hasta el momento en que, perfectamente renovadas por el Amor, pueden asociarse al canto celestial que se forma en torno a la Santísima y Divina Trinidad, que mora en el Paraíso y en todos los Sagrarios, donde Jesús está presente, aún en los lugares más remotos y apartados de la tierra.

Por esto, junto a Jesús, Yo soy la Madre Gozosa de la Eucaristía.

Yo soy la Madre Dolorosa de la Eucaristía.

A la Iglesia triunfante y a la purgante, que palpitan en torno al centro del amor, que es Jesús Eucarístico, debería unirse también la Iglesia militante, deberíais uniros todos vosotros, mis hijos predilectos, religiosos y fieles, para componer con el Paraíso y con el Purgatorio un himno perenne de adoración y alabanza.

Por el contrario, Jesús hoy en el Sagrario está rodeado de tanto vacío, de tanto abandono, de tanta ingratitud.

Estos tiempos han sido predichos por Mí en Fátima por medio de la voz del Ángel, aparecido a los niños, a quienes enseñó esta oración:

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Te adoro profundamente, Te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes, de los sacrilegios y de la indiferencia de que está rodeado...”

Esta oración fue enseñada para estos tiempos vuestros.

Jesús hoy vive rodeado del vacío formado especialmente por vosotros Sacerdotes que, en vuestra acción apostólica, giráis a menudo inútilmente y muy en la periferia, yendo a las cosas menos importantes y más secundarias, olvidando que el centro de vuestra jornada sacerdotal debe estar aquí, delante del Sagrario, donde Jesús se halla presente y se guarda sobre todo por vosotros.

Está rodeado también de la indiferencia de tantos hijos míos, que viven como si Él no existiera, y, cuando entran en la Iglesia para las funciones litúrgicas, no se percatan de Su divina y real presencia entre vosotros. Con frecuencia Jesús Eucarístico es puesto en un rincón perdido, cuando debe ser colocado en el centro de la Iglesia y en el centro de vuestras reuniones eclesiales, porque la Iglesia es Su Templo, que ha sido construido en primer lugar para Él y después para vosotros.

Amarga profundamente a mi Corazón de Madre el modo con que Jesús, presente en el Sagrario, es tratado en tantas iglesias, donde es arrinconado, como un objeto cualquiera para usar en vuestras reuniones eclesiales.

Pero están sobre todo los sacrilegios que forman hoy, en torno a mi Corazón Inmaculado, una dolorosa corona de espinas.

En estos tiempos ¡cuántas comuniones y cuántos sacrilegios se cometen! Se puede decir que hoy ya no hay una celebración eucarística en la que no se hagan comuniones sacrílegas. ¡Si vierais con mis propios ojos cuán grande es esta plaga, que ha contaminado a toda la Iglesia y la paraliza, la detiene, la hace impura y tan enferma!

Si vierais con mis ojos, también vosotros derramaríais Conmigo lágrimas copiosas.

Por tanto, sed hoy vosotros mis predilectos e hijos consagrados a mi Corazón un fuerte llamamiento para el pleno retorno de toda la Iglesia militante a Jesús presente en la Eucaristía.

Porque sólo ahí está la fuente de agua viva, que purificará su aridez y renovará el desierto a que está reducida; sólo ahí está el secreto de la Vida, que abrirá para ella un segundo Pentecostés de gracia y de luz; sólo ahí está la fuente de su renovada santidad: ¡Jesús en la Eucaristía!

No son vuestros planes pastorales ni vuestras discusiones, no son los medios humanos en que ponéis tanta confianza y seguridad, sino sólo es Jesús Eucarístico quien dará a toda la Iglesia la fuerza de una completa renovación, que la llevará a ser pobre, evangélica, casta, despojada de todos los apoyos en que confía, santa, bella, sin mancha ni arruga, a imitación de vuestra madre Celestial.

Deseo que este mensaje mío se haga público, sea reseñado y se incluya entre los contenidos de mi libro.

Deseo que sea difundido en todo el mundo, porque de todas las partes de la tierra os llamo hoy a todos a ser una corona de amor, de adoración, de agradecimiento y de reparación sobre el Corazón Inmaculado de Aquella que es verdadera Madre –Madre Gozosa, pero también Madre Dolorosa– de la Santísima Eucaristía.

Os bendigo en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.


Rubbio (Vicenza), 21 de agosto de 1987
Memoria litúrgica de San Pío X

Madre de la adoración y de la reparación.

"Hijos predilectos, estoy contenta de que hayáis subido aquí como niñitos que se dejan llevar en mis brazos maternos.

Haceos cada vez más pequeños, dóciles, puros, sencillos, abandonados y fieles.

¡Qué grande es la alegría que siente mi Corazón de Madre cuando os puedo conducir a todos como homenaje perfumado y precioso, para ofrecérselo a mi hijo Jesús, realmente presente en el sacramento de la Eucaristía!

Yo soy la Madre de la adoración y de la reparación.

Junto a cada Tabernáculo de la tierra está siempre mi presencia materna.

Ésta compone un nuevo y amoroso Tabernáculo a la solitaria presencia de mi hijo Jesús; construye un jardín de amor a su perenne permanencia entre vosotros; forma una armonía celeste que le rodea de todo el encanto del Paraíso, en los coros adorantes de los Ángeles, en la oración bienaventurada de los Santos, en la sufrida aspiración de tantas almas, que se purifican en el Purgatorio.

En mi Corazón Inmaculado todos forman un concierto de perenne adoración, de incesante oración y de profundo amor a Jesús, realmente presente en cada Tabernáculo de la tierra.

Hoy mi Corazón de Madre está entristecido y profundamente herido porque veo que, en torno a la divina presencia de Jesús en la Eucaristía, hay tanto vacío, tanto abandono, tanta incuria, tanto silencio.

Iglesia peregrina sufriente, de la que soy Madre; Iglesia, que eres la familia de todos mis hijos, arca de la nueva alianza, pueblo de Dios, debes comprender que el centro de tu vida, la fuente de tu gracia, el manantial de tu luz, el principio de tu acción apostólica se encuentra sólo aquí, en el tabernáculo, donde se custodia realmente a Jesús.

Y Jesús está presente para enseñarte a crecer, para ayudarte a caminar, para fortalecerte en el testimonio, para darte el valor para evangelizar, para ser el sostén de todo tu sufrir.

Iglesia peregrina y paciente de estos tiempos, que estás llamada a vivir la agonía de Getsemaní, y la sangrienta hora del calvario, hoy quiero traerte aquí Conmigo, postrada delante de cada Tabernáculo, en un acto de perpetua adoración y reparación, para que tú también puedas repetir el gesto que siempre está realizando tu madre Celeste.

Yo soy la Madre de la adoración y de la reparación.

En la Eucaristía Jesús está realmente presente con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad. En la Eucaristía está realmente presente Jesucristo, el Hijo de Dios, aquel Dios a quien Yo he visto en Él en todo momento de su vida terrena aunque estuviera escondido bajo el velo de una naturaleza frágil y débil, que se desarrollaba a través del ritmo del tiempo y de su crecimiento humano.

Con un acto continuo de fe en mi hijo Jesús siempre veía a mi Dios, y con un profundo amor lo adoraba.

Lo adoraba cuando aún estaba escondido en mi seno virginal como un pequeño capullo, y lo amaba, lo nutría, lo hacía crecer dándole mi misma carne y sangre.

Lo adoraba después de su nacimiento, contemplándole en el pesebre de una gruta pobre y destartalada.

Adoraba a mi Dios en el niño Jesús, que crecía; en el joven inclinado sobre el trabajo de cada día; en el Mesías, que cumplía su pública misión.

Lo adoraba cuando era desdeñado y rechazado, cuando era traicionado, abandonado de los Suyos y negado.

Lo adoraba cuando era condenado y vilipendiado, cuando era flagelado y coronado de espinas, cuando era conducido al patíbulo y crucificado.

Lo adoraba bajo la Cruz, en acto de inefable padecer, y mientras era conducido al sepulcro y depositado en su tumba.

Lo adoraba después de su resurrección cuando, lo primero, se me apareció en el esplendor de su cuerpo glorioso y en la luz de su Divinidad.

Hijos predilectos, por un milagro de amor que, sólo en el Paraíso lograréis comprender, Jesús os ha hecho el don de permanecer siempre entre vosotros en la Eucaristía.

En el Tabernáculo, bajo el velo del pan consagrado, se guarda al mismo Jesús, a quien Yo, la primera, vi después del milagro de su resurrección; al mismo Jesús, que en el fulgor de su Divinidad se apareció a los once Apóstoles, a muchos discípulos, a la llorosa Magdalena, a las piadosas mujeres que le habían seguido hasta el sepulcro.

En el Tabernáculo, escondido bajo el velo eucarístico, está presente el mismo Jesús resucitado, que se apareció también a más de quinientos discípulos y deslumbró al perseguidor Saulo en el camino de Damasco. Es el mismo Jesús que se sienta a la derecha del Padre en el fulgor de su cuerpo glorioso y de su divinidad, si bien, por vuestro amor se vela bajo la cándida apariencia del Pan consagrado.

Hijos predilectos, hoy debéis creer más en su presencia entre vosotros; debéis difundir, con valentía y con fuerza, vuestra sacerdotal invitación al retorno de todos a una fuerte y testimoniada fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.

Debéis orientar a toda la Iglesia a reencontrarse ante el Tabernáculo, con vuestra Madre Celeste, en acto de perenne reparación, de continua adoración y de incesante oración.

Vuestra oración Sacerdotal debe convertirse toda en oración eucarística.

Pido que se vuelvan de nuevo a hacer, por doquier, las horas santas de adoración ante Jesús expuesto en el Santísimo Sacramento.

Deseo que se aumente el homenaje de amor hacia la Eucaristía, y que se haga manifiesto, incluso a través de signos sensibles, pero tan indicativos de vuestra piedad.

Rodead a Jesús Eucarístico de luces y flores; envolvedlo en delicada atención; acercaos a Él con gestos profundos de genuflexión y de adoración.

¡Si supieseis cómo os ama Jesús Eucarístico, cómo una pequeña muestra de vuestro amor le llena de gozo y de consuelo!

Jesús perdona muchos sacrilegios y olvida una infinidad de ingratitudes, ante una gota de puro amor sacerdotal, que se deposite en el cáliz de su Corazón Eucarístico.

Sacerdotes y fieles de mi Movimiento, id con frecuencia delante del Tabernáculo; vivid delante del Tabernáculo; orad delante del Tabernáculo.

Sea vuestra oración, una perenne plegaria de adoración y de intercesión, de acción de gracias y de reparación.

Sea, la vuestra, una oración que se una al canto celestial de los Ángeles y de los Santos, a las ardientes imploraciones de las almas que se purifican en el Purgatorio.

Sea, la vuestra, una oración que reúna las voces de toda la humanidad, que debe postrarse delante de cada Tabernáculo de la tierra, en acto de perenne gratitud y de cotidiano agradecimiento.

Porque en la Eucaristía, Jesús está realmente presente, permanece siempre con vosotros; y esta presencia se hará cada vez más fuerte, resplandecerá sobre el mundo como un sol, y señalará el comienzo de la nueva era.

La venida del Reino glorioso de Cristo coincidirá con el mayor esplendor de la Eucaristía.

Cristo instaurará su Reino glorioso con el triunfo universal de su Reino Eucarístico, que se desarrollará con toda su potencia y tendrá la capacidad de cambiar los corazones, las almas, las personas, las familias, la sociedad, la misma estructura del mundo.

Cuando haya instaurado su Reino Eucarístico, Jesús os conducirá a gozar de ésta su habitual presencia, que sentiréis de manera nueva y extraordinaria, y os llevará a experimentar un segundo, renovado y más bello Paraíso terrenal.

Pero ante el Tabernáculo, vuestra presencia, no sólo sea una presencia de oración, sino también de comunión de vida con Jesús.

Jesús está realmente presente en la Eucaristía porque quiere entrar en una continua comunión de vida con vosotros.

Cuando vais delante de Él, os ve; cuando le habláis, os escucha; cuando le confiáis algo, acoge en su Corazón cada una de vuestras palabras; cuando le pedís algo, siempre os atiende.

Id ante el Tabernáculo para establecer con Jesús una relación de vida simple y cotidiana.

Con la misma naturalidad con que buscáis a un amigo, os fiáis de las personas que os son queridas, y sentís las necesidad de los amigos que os ayudan, id así también ante el Tabernáculo en busca de Jesús.

Haced de Jesús el amigo más querido, la persona de más confianza, la más deseada y amada.

Expresad vuestro amor a Jesús; repetídselo con frecuencia porque sólo esto es lo que le contenta inmensamente, le consuela de todas las ingratitudes, le recompensa de todas las traiciones: "Jesús, Tú eres nuestro amor; Tú eres nuestro único gran amigo; Jesús, nosotros te amamos; nosotros estamos enamorados de Ti".

De hecho, la presencia de Cristo en la Eucaristía tiene, sobre todo, la función de haceros crecer en una experiencia de verdadera comunión de amor con Él, de modo que nunca más os sintáis solos, pues permanece aquí abajo para estar siempre con vosotros.

Luego debéis ir ante el Tabernáculo a recoger el fruto de la oración y de la comunión de vida con Jesús, que se desarrolla y madura en vuestra santidad.

Hijos predilectos, cuanto más se desarrolla toda vuestra vida al pié del Tabernáculo en íntima unión con Jesús en la Eucaristía, tanto más crecéis en la santidad.

Jesús Eucarístico se convierte en el modelo y la forma de vuestra santidad.

Él os lleva a la pureza del corazón, a la humildad elegida y deseada, a la confianza vivida, al abandono amoroso y filial.

Jesús Eucarístico se hace la nueva forma de vuestra santidad sacerdotal, a la que llegáis a través de una diaria y escondida inmolación; de una capacidad de aceptar en vosotros los sufrimientos y las cruces de todos; de una posibilidad de transformar el mal en bien, y de obrar profundamente para que las almas que os están confiadas, sean conducidas por vosotros a la salvación.

Por esto os digo: han llegado los tiempos en que os quiero a todos ante el Tabernáculo, sobre todo quiero a vosotros Sacerdotes, que sois los hijos predilectos de una Madre, que está siempre en acto de perenne adoración y de incesante reparación.

A través de vosotros, quiero que el culto eucarístico vuelva a florecer en toda la Iglesia de manera cada vez más intensa.

Debe cesar ya esta profunda crisis de piedad hacia la Eucaristía, que ha contaminado a toda la Iglesia, y que ha sido la raíz de tan gran infidelidad, y de la difusión de una tan vasta apostasía.

Con todos mis predilectos e hijos a Mí consagrados, que forman parte de mi Movimiento, os pongo delante de cada Tabernáculo de la tierra, para ofreceros en homenaje a Jesús, como las joyas más preciosas, y las más bellas y perfumadas flores.

Ahora, vuestra Madre Celeste quiere llevar a Jesús, presente en la Eucaristía, un número cada vez mayor de hijos, porque estos son los tiempos en que Jesús Eucarístico debe ser adorado, amado, agradecido y glorificado por todos.

Hijos míos amadísimos, junto a Jesús que, en cada Tabernáculo se encuentra en perpetuo estado de víctima por vosotros, os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".


QUINCE MINUTOS EN COMPAÑÍA DE JESÚS SACRAMENTADO

Estás delante de Jesús, aquel Jesús de corazón tan misericordioso, que iba en pos de los pecadores y sólo tenía para ellos palabras de generoso perdón; tan compasivo y bueno, que curaba a los afligidos y desgraciados, y con ellos lloraba; tan sencillo, que los niños, las muchedumbres, podían acercársele hasta tocarlo.

Aviva tu fe. Contémplalo ahí, hecho Hostia, para poder acercarse más a ti, y como si su propia voz, saliendo del Sagrario, te hablase, óyelo con amor

No es preciso, hijo mío, saber mucho para agradarme mucho; basta que me ames con fervor. Háblame, pues, aquí, sencillamente, como hablarías al más íntimo de tus amigos, como hablarías a tu madre, a tu hermano.

¿Necesitarías hacerme en favor de alguien una súplica cualquiera? Dime su nombre, bien sea el de tus padres, bien el de tus hermanos y amigos; dime enseguida qué quisieras que hiciese actualmente por ellos. Pide mucho, mucho; no vaciles en pedir; me gustan los corazones generosos que llegan a olvidarse en cierto modo de sí mismos para atender a las necesidades ajenas. Háblame así, con sencillez, con llaneza, de los pobres a quienes quisieras consolar, de los enfermos a quienes ves padecer, de los extraviados que anhelas volver al buen camino, de los amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado. Dime por todos una palabra de amigo, palabra entrañable y fervorosa. Recuérdame que he prometido escuchar toda súplica que salga del corazón; ¿y no ha de salir del corazón el ruego que me dirijas por aquellos que tu corazón especialmente ama?

Y para ti, ¿no necesitas alguna gracia? Hazme, si quieres, una como lista de tus necesidades, y ven, léela en mi presencia.

Dime francamente que sientes soberbia, amor a la sensualidad y el regalo; que eres, tal vez, egoísta, inconstante, negligente..., y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que haces para sacudir de encima de ti tales miserias.

No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos justos, tantos Santos de primer orden, que tuvieron esos mismos defectos! Pero rogaron con humildad..., y poco a poco se vieron libres de ellos.

Ni menos vaciles en pedirme bienes espirituales y corporales: salud, memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios; todo eso puedo darte, y lo doy, y deseo que me lo pidas en cuanto no se oponga, antes favorezca y ayude a tu santificación. Hoy por hoy, ¿qué necesitas? ¿Qué puedo hacer por tu bien? ¡Si supieras los deseos que tengo de favorecerte!

¿Traes ahora mismo entre manos algún proyecto? Cuéntamelo todo minuciosamente. ¿Qué te preocupa? ¿Qué deseas' ¿Qué quieres que haga por tu hermano, por tu hermana, por tu amigo, por tu superior? ¿Qué desearías hacer por ellos?

Y por mí, ¿no sientes deseo de mi gloria? ¿No quisieras poder hacer algún bien a tus prójimos, a tus amigos, a quienes amas mucho y que viven quizá, olvidados de mí?

Dime qué cosa llama hoy particularmente tu atención, qué anhelas más vivamente y con qué medios cuentas para conseguirlo. Dime si te sale mal tu empresa, y yo te diré las causas del mal éxito. ¿No quisieras que me interesase algo en tu favor? Hijo mío, soy dueño de los corazones y dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, a donde me place.

¿Sientes, acaso, tristeza o mal humor? Cuéntame, alma desconsolada, tus tristezas con todos sus pormenores.

¿Quién te hirió? ¿Quién lastimó tu amor propio? ¿Quién te ha despreciado? Acércate a mi Corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar todas esas heridas del tuyo. Dame cuenta de todo, y acabarás en breve por decirme que, a semejanza de mí, todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago, recibirás mi consoladora bendición.

¿Temes por ventura? ¿Sientes en tu alma aquellas vagas melancolías, que no por ser infundadas dejan de ser desgarradoras? Échate en brazos de mi Providencia. Contigo estoy; aquí a tu lado me tienes; todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo.

¿Sientes indiferencia de parte de personas que antes te quisieron bien, y ahora, olvidadas, se alejan de ti, sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega por ellas y Yo las volveré a tu lado si no han de ser obstáculo a tu santificación.

¿Y no tienes, tal vez, alguna alegría que comunicarme? ¿Por qué no me haces partícipe de ella a fuer de amigo? Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me hiciste, ha consolado y hecho como sonreír tu corazón. Quizá has tendio agradables sorpresas; quizá has visto disipados negros recelos; quizá has recibido faustas noticias, alguna carta o muestra de cariño, has vencido alguna dificultad o salido de algún lance apurado. Obra mía es todo esto, y Yo te lo he proporcionado; ¿por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud y decirme sencillamente, como un hijo a su padre: ¡Gracias, Padre mío, gracias! El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le agrada verse correspondido.

¿Tampoco tienes alguna promesa que hacerme? Leo, ya lo sabes, en el fondo de tu corazón. A los hombres se los engaña fácilmente; a Dios, no; háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes firme resolución de no exponerte ya más a aquella ocasión de pecado, de privarte de aquel objeto que te dañó, de no leer más aquel libro que exaltó tu imaginación, de no tratar más a aquella persona que turbó la paz de tu alma?

¿Volverás a ser amable y condescendiente con aquella otra, a quien por haberte faltado, has mirado hasta hoy como enemiga?

Ahora bien, hijo mío; vuelve a tus ocupaciones habituales: al taller, a la familia, al estudio..., pero no olvides los quince minutos de grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad del santuario. Guarda en cuanto puedas silencio, modestia, recogimiento, resignación, caridad con el prójimo. Ama a mi Madre, que lo es también tuya, la Virgen Santísima, y vuelve otra vez mañana con el corazón más ardoroso, más entregado a mi servicio. En mi Corazón encontrarás cada día nuevo amor, nuevos beneficios, nuevos consuelos.

COMUNIÓN ESPIRITUAL:

“Creo Jesús mío que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar.

Te amo y te adoro profundamente y quisiera recibirte, pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven a lo menos espiritualmente a mi pobre corazón.

Y como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Vos. No permitas que jamás me aparte de Vos. Amén”.

Oración enseñada por la Virgen al P. Gobbi, para repetirle frecuentemente a Jesús Sacramentado:

"Jesús, Tú eres nuestro amor; Tú eres nuestro único gran amigo; Jesús, nosotros te amamos; nosotros estamos apasionados por Ti"

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